Viaje al Origen: ‘Planta’, la colección de arte más marciana y espectacular

La obra ‘More Sweetly Play the Dance’, de William Kentridge, recién inaugurada en PLANTA.

Es la cuarta vez que ‘El Asombrario’ visita el proyecto ‘Planta’ de la Fundació Sorigué en Lleida. Y somos adictos. La víspera de nuestro último, y reciente, viaje, un conocido gestor cultural de Madrid me dijo: “Me encanta, ¡es tan marciano!”. Y realmente es algo extraño y espectacular contemplar magníficas obras de Juan Muñoz, Bill Viola, William Kentridge, Chiaru Shiota, Anselm Kiefer y Antonio López entre graveras, gigantescas dovelas de hormigón y naves de selección de áridos. Piedras y arte contemporáneo. Esta vez viajamos para la presentación de las dos nuevas obras que se han sumado a la colección. Además, hoy, 12 de junio, se reanudan las visitas para el público en general (visitas guiadas de 2 horas, los sábados por la mañana, previa reserva a través de la web).

Piedras y arte. De las piedras parte la instalación permanente que ha creado la artista Chiaru Shiota (nacida en Japón, residente en Berlín desde 1996) para Planta. Para la creación de su obra, Shiota se ha inspirado en el entorno industrial de la gravera de Sorigué y utiliza por primera vez la piedra, protagonista del paisaje de Planta, como elemento fundamental en su obra. En sus visitas anteriores a Planta, el sonido de las piedras cayendo en las montañas de grava inspiraron en la artista la noción de principio: el material es el elemento básico, una alusión poética al concepto de origen. De ahí el título de la obra: In the beginning was. Que es el comienzo de la Biblia.

Shiota le ha dado la vuelta a esas piedras cayendo y ha creado una inmensa telaraña, que puede ser nido y refugio, o laberinto o red, en la que las piedras quedan suspendidas, como flotando. La levedad de lo pesado. El gran Big Bang, como origen del Universo, de todo. La matriz. O las interrelaciones, como explicó la artista en la presentación, de los individuos formando sociedades, o las conexiones neuronales de cada individuo. Origen, a fin de cuentas, de todo y de uno mismo, de cada uno de nosotros. La densa trama formada por hilos y piedras es una evocación del cosmos, a través de la cual la artista nos hace tomar conciencia de nuestra fragilidad. “Sentí que había un reino común entre el universo que hay dentro de mí y el que hay fuera, al igual que sentí que mi cuerpo era lo más cercano al universo. Quizás cuando las personas nos dejan, se disuelven en el universo”.

Instalación ‘In de beginning was’, de Chiharu Shiota, en PLANTA.

Shiota fue más allá y se confesó, hizo más evidente la fragilidad que se adivina fácilmente en su presencia escurridiza. “Durante el proceso de creación de esta obra, me diagnosticaron cáncer, tuve un tratamiento de quimioterapia, una recaída, y eso me hizo pensar en mi trayectoria vital, pensar en dónde iba a ir a parar mi espíritu, mi alma; me hice preguntas sobre mi existencia, buscando mi identidad; si muero, adónde voy a ir, y todo eso me hizo conectar mucho con el origen, con ese sentido del principio de todo, que es el comienzo de la Biblia. Y luego pensé que de alguna forma me quedaría en el Universo… con mi obra. Estoy muy feliz”. In the beginning was puede entenderse como el Big Bang del Universo y como el Big Bang de cada uno de nosotros.. “Mientras estuve enferma, sentí en ocasiones como que mi alma me abandonaba”. Y esas piedras-origen pueden ser neuronas y pueden ser estrellas y planetas. El comienzo y el Todo. El Universo como un sistema de conexiones. Nosotros, también.

Y de ese desfile que es la vida hacia la muerte trata también la obra del polivalente artista sudafricano William Kentridge, también recién incorporada a Planta, More Sweetly Play the Dance. Es un desfile de vida y muerte, danzas ancestrales africanas, bandas y banderas, pero también esqueletos y almas, puede ser la transfiguración de la Santa Compaña gallega, y pueden ser las migraciones en el planeta buscando con desesperación un sitio para la vida. La instalación de William Kentridge es una enorme proyección en ocho pantallas, 40 metros de longitud, de sombras y tramas pictóricas, acompañada de una música-mantra que se te cuela por las mismas sienes hasta el corazón. Un desfile de exaltación de algo superfluo, una bandera, un país, un gobernante, que se convierte en una danza macabra de migrantes y refugiados, un trasunto de la procesión de la vida, tan pomposa, tan surrealista con sus políticos arengando y sus oficinistas tecleando, tecleando como si lo más importante de la vida no es lo que pasa, sino teclearlo, teclearlo. Una marcha militar, una marcha fúnebre, una exaltación de la vida y de la muerte. Una marcha militar y un oratorio.

‘Ocean Whitout a Shore’, de Bill Viola, en PLANTA.

Ya nos lo dijo Ana Vallés, presidenta de la Fundació Sorigué (iniciativa social y cultural del grupo empresarial Sorigué, que cuenta con más de 20 sociedades en activo), y ya nos lo había dicho en otras ocasiones, en otros viajes: “El eje vertebrador de la colección es el ser humano, la emoción, las experiencias vitales, nuestras fortalezas y nuestras fragilidades, nuestras inquietudes y nuestra forma de mirar al futuro”. Y es esa forma de mirar al ser humano desde las piedras, desde el origen, lo que confiere tanta extraña belleza a esta colección, a este paisaje de orígenes y excavaciones, de tierra y huecos en la tierra, de miles de olivos que se plantan sobre los huecos en la tierra…, lo que hace tan distinto y extraño y espectacular el proyecto Planta.

Como Double Bind, la monumental obra que Juan Muñoz creó hace 20 años para la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres, y que ahora puede visitarse aquí gracias a un préstamo por cinco años (queda uno): una obra que habla de la intriga, de la duda, de la incertidumbre, de la ansiedad, y sobre todo de la incomunicación, extraños seres los de Juan Muñoz que parecen mirar pero no miran, pues todos tienen los ojos cerrados, como si miraran hacia dentro.

Y el renacimiento en bucle de las pantallas gigantes con los vídeos lentos de Bill Viola, Ocean without a shore, seres que vienen de algún sitio, de más allá, y nos miran desconcertados y nos dejan mudos. Y las piedras que son historia y memoria, batalla y religión, paz y espiritualidad de los tres enormes y matéricos lienzos de Anselm Kiefer. Y las gigantescas cabezas de los niños de Antonio López que miran al pasado de los olivos centenarios que les rodean, y que miran un horizonte de piedras, de origen, en bucle, como si vinieran de otro sitio, de, también, más allá. Un horizonte de tierra. De Planta. Niños mofletudos de todos los sitios que nos dejan perplejos mientras una fila de camiones se llevan las piedras para seguir construyendo la civilización. Y Shiota las deja suspendidas en una tela de araña, laberinto o nido, para construir el Universo.

Ana Vallés, presidenta de la Fundació Sorigué, con la artista Chiaru Shiota.

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