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Javier Valenzuela: «La corrupción político-económica es nuestro gran tema ‘noir»

Por Antonio García Maldonado, el 21 de septiembre de 2017, en España General libros literatura Marruecos periodismo Tánger

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Javier Valenzuela en el zoco de Tánger

El escritor Javier Valenzuela en el Zoco Grande de Tánger.

El autor entrevista al escritor y periodista Javier Valenzuela al calor de la publicación de ‘Limones negros’ (Editorial Anantes), su segunda novela tras ‘Tangerina’, que también se desarrollaba en Tánger y tenía como telón de fondo la corrupción política y económica española. Valenzuela presenta hoy jueves la novela en el Instituto Cervantes de Tánger, a las 19.00, acompañado por la hispanista Randa Jebrouni.

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La segunda novela de Javier Valenzuela (Granada, 1954) es un libro con una trama ficticia de corrupción internacional de fondo, pero podría no serlo. Los casos conocidos estos últimos años «superan la imaginación más fértil», dice en esta entrevista, y ese ambiente de ponzoña y enajenación moral que hemos respirado es el que retrata en esta novela con regusto amargo. Por un lado, es imposible no lamentarse de hechos que nos recuerdan cosas que hemos visto en España durante demasiado tiempo, aunque por otro la novela se lee con deleite y curiosidad gracias a su ritmo y por sus referencias literarias e históricas sobre Tánger, la huella española y la presencia cultural internacional que dieron identidad a la ciudad del norte de África. La corrupción cruza el Estrecho y el profesor Sepúlveda es testigo de ello.

Siendo periodista, ¿por qué has elegido la novela para retratar estos asuntos y no la crónica con algún caso real?

Porque creo que nadie me tomaría en serio si cuento la realidad, nadie me creería. Necesitaba algo más verosímil, que no verídico, como la novela y la ficción [risas]. Este es un debate interesante sobre cómo los géneros no son antitéticos, todo lo contrario.

La mayoría de las obras literarias ambientadas en Tánger abordan con nostalgia su período de ciudad internacional (entre 1923 y 1956). En cambio, ‘Limones negros’ se sitúa en la ciudad actual, la de la segunda década del siglo XXI.

Así es. No tengo nada en contra de situar historias en el Tánger cosmopolita del período internacional, sigue siendo un escenario fecundo para un escritor, sobre todo para uno español. Pero, a partir de mis vivencias en la ciudad, donde paso largas temporadas, creo que el Tánger actual también es muy literario. Es una ciudad en plena expansión económica y humana, repleta de contradicciones de todo tipo y con una fuerte y renovada presencia de españoles. Y sigue siendo la urbe más liberal, en el buen viejo sentido de la palabra, de Marruecos.

La capital marroquí del Estrecho conoce un boom de obras públicas, construcciones privadas y visitas turísticas. En ‘Limones negros’ hay una escena que aborda este fenómeno, cuando el personaje de Adriana Vázquez almuerza con una promotora inmobiliaria en el lujoso hotel Mirage.

E incluso la familia real saudí ha estado presente y la ha cambiado por Marbella. Parece que los multimillonarios jeques del Golfo se sienten a gusto en Tánger porque allí pueden vivir la “vida loca” con la coartada de estar en un territorio árabe y musulmán. Están gastando mucho dinero en la ciudad, no solo con los gastos de sus veraneos, sino también con importantes inversiones económicas y subvenciones para obras públicas. Lo malo es que también aportan su mal gusto, su pasión por los brillos y dorados, algo ajeno a la estética tradicional marroquí, andaluza y mediterránea. Y peor aún es la influencia de su interpretación hipócrita y fundamentalista de la religión musulmana. Allí, como en todas partes, los saudíes soplan en las alas de los islamistas más toscos y descerebrados. Soplan con sus ideas y con su dinero. Esto es preocupante. Marruecos siempre ha tenido una interpretación del islam más próxima al catolicismo andaluz que al rigorismo wahabí del desierto arábigo.

Si el principal protagonista masculino de esta novela es el profesor Sepúlveda, ya presente en ‘Tangerina’, el femenino es una mujer llamada Adriana Vázquez, que trabaja de jefa de relaciones públicas del club de golf de Tánger. En la contraportada se dice que es un intento de poner al día el arquetipo de la ‘femme fatale’ del género negro clásico.

Me encantan los personajes de “femme fatale” de los años 40 y 50. Los encarnados en el cine por actrices como Lauren Bacall, Ava Gardner, Rita Hayworth, Jane Greer o Hedy Lamarr. O reinterpretados más recientemente por Linda Florentino, Kim Basinger o Eva Green. Creo que, de alguna manera, aquellas mujeres fatales de ficción eran pioneras de una mujer libre, inteligente y audaz, una mujer capaz de plantar cara y hasta manipular a gánsteres, empresarios y detectives durísimos. Recuerda que con mucha frecuencia eran castigadas al final de la película porque el código moral machista imperante no soportaba el triunfo de ese tipo de mujer. Así que decidí crear una femme fatale del siglo XXI.

¿Y cómo es ese personaje?

Adriana Vázquez quiere ser independiente de cualquier hombre en asuntos sentimentales y económicos, se pregunta por qué comportamientos como el gusto por el sexo o la ambición profesional son virtudes cuando se trata de varones y, en cambio, se estigmatizan cuando se trata de hembras. Me gusta mucho el personaje de Adriana Vázquez y quizá sea la principal protagonista de la tercera entrega de las aventuras tangerinas del profesor Sepúlveda.

¿Por qué has escogido un profesor de Lengua y Literatura como catalizador de las investigaciones de tus dos novelas negras tangerinas?

Comparto con Juan Madrid la idea de que demasiadas novelas negras actuales están protagonizadas por policías, fiscales o jueces, o sea, funcionarios del Estado. Estoy más de acuerdo con la visión de Hammett y Chandler de que los investigadores del género noir deben ser ciudadanos privados que no cuentan con los inmensos recursos de los poderes públicos. Por ejemplo, detectives o periodistas críticos, independientes, justicieros. En Tangerina y Limones negros el personaje principal es, en efecto, Sepúlveda, un profesor del Instituto Cervantes. Escogí esa profesión porque me permite además hacer referencias al bagaje literario de Tánger. ¿No te parece que sería un pelín inverosímil que un funcionario policial aludiera, como a veces hace Sepúlveda, a la estancia en esa ciudad de gente como los Bowles, Tennesse Williams, Truman Capote, Jean Genet, William Burroughs, Chukri, Angel Vázquez o Juan Goytisolo?

Has dicho en alguna que otra entrevista sobre ‘Limones negros’ que la corrupción política y económica española es un tema de grandes posibilidades literarias -ahí está el suicidio de Blesa-, pero insuficientemente abordado por nuestros autores.

Sí. Aquí parece preferirse fenómenos criminales importados de Estados Unidos o Escandinavia, pero no demasiados frecuentes en nuestros pagos, como los asesinos en serie, las matanzas indiscriminadas, los sicarios, los piratas informáticos… En cambio, desde hace ya bastantes años desayunamos todos los días con historias de corrupción que superan la imaginación más fértil. Un pariente del rey, un exministro de Economía, presidentes de grandes bancos, alcaldes de ciudades importantes y gente así están presuntamente implicados en la tarea sistemática de robar el dinero de nuestros impuestos. Con episodios tan novelescos como el del yonqui valenciano del dinero, el hallazgo de un millón de euros supuestamente abandonados en un altillo por un empleado de Ikea o, ya no digamos, el suicidio de Blesa. Dejémonos de la importación paleta de guiones que nos son relativamente ajenos, la corrupción político-económica es el gran tema noir en estos pagos celtibéricos.

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