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Terrorismo en Europa: a 44 años de la Masacre de Münich

Por Antonio García Maldonado, el 19 de enero de 2015, en cine libros

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En el 44 aniversario de la Masacre de Münich en 1972 en la Villa Olímpica, el autor repasa, a través de libros, películas y trabajos en televisión otros atentados que sacudieron Europa, desde los asesinatos de Olof Palme y Aldo Moro a las criminales carreras de ETA, GAL, IRA y Baader-Meinhof. Eso sí, todos, por encima del sufrimiento causado, han empujado a la sociedad a construir una Europa que cree en sus valores de civilización y convivencia.

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“Antorchas olímpicas y judíos muertos en Alemania, como en los años 30”, se lamenta la actriz que da vida a la primera ministra israelí Golda Meir en la película Múnich (Steven Spielberg, 2005). El momento es dramático, pues está reunida con los jefes del Ejército y el Mossad para decidir una respuesta al asalto de la Villa Olímpica de Múnich en 1972 por un comando de Septiembre Negro, del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), que acaba con la vida de 11 atletas israelíes. Hay propuestas más acogidas al Talmud (“ojo por ojo, diente por diente”) y otras más comedidas. No obstante, la primera ministra opta por la venganza sin piedad contra el comando que diseñó la Operación Ikrit y Biraam, y pronuncia una sentencia lapidaria para justificarla: “Toda civilización se enfrenta a momentos en los que debe hacer un pacto con sus propios valores”.

¿Es este momento, tras los sucesivos atentados en suelo Europeo, uno de ellos? El estado de ánimo puede ser parecido, pero sin duda la cuestión de fondo es completamente distinta: no hay una causa nacional ni panarabista, ni un bando definido contra otro. Es más, los asaltantes suelen ser franceses, belgas, europeos. Y no hay división de opiniones públicas, no hay choque de legitimidades: al menos de puertas para afuera, hay una condena unánime.

No obstante, el suceso plantea las mismas preguntas sobre el día después: ¿qué hacer? ¿Aplicar las leyes stricto sensu o “alcanzar un pacto con nuestros propios valores”? Es algo que ya hicieron algunos en eso que llamamos Occidente con Guantánamo, los vuelos de la CIA, y tantas cosas que aún desconocemos, pero que sin duda mermó la superioridad moral que, ahora, tantos analistas de última hora declaran a los cuatro vientos de la cultura cristiana frente a la islámica.

Y la propia Múnich nos da una pista, pues el final nos muestra a un atormentado jefe de comando del Mossad exiliado en Nueva York, negándole a un antiguo jefe la posibilidad de volver a Israel mientras el plano se aleja y se ven las dos Torres Gemelas que serían destruidas menos de 30 años después de aquella misión en el trágico 11-S de 2001. ¿De qué sirvió?, parece querer plantearnos la película.

Baile de siglas y muertos

En España nos basta nuestra propia experiencia: el terrorismo de Estado sirvió apenas para desahogar a unos cuantos a costa de mermar la legitimidad del país sin que quepa concluir que fue a cambio de ningún avance en la lucha contra el terrorismo. ETA, GAL o el Batallón Vasco Español: siglas españolas de un terrorismo generalizado en el resto del continente y que plagó Europa, sobre todo desde los años 60 hasta finales de los 80 del pasado siglo, de miles de muertos.

No: el terrorismo en Europa no nació con el 11-M de 2004, ni el mundo descubrió su vulnerabilidad el 11-S de 2001. Si así nos lo creímos, no fue por falta de antecedentes, lo que habla muy mal de nuestra memoria histórica reciente. Tampoco lo fue el secuestro de aviones, sin que por ello Europa intensificara al extremo los controles para coger un vuelo. Y no hay que irse a ensayos ni textos académicos, ni siquiera a programas de madrugadas de La 2 o Canal de Historia. Cine y literatura no minoritarios han dado buena cuenta.

Para contextualizar la situación de Europa como epicentro del terrorismo, basta hacer un recorrido país por país y comenzar a enumerar magnicidios, secuestros de mandatarios y aviones comerciales, asaltos, atentados:

-El intento de asesinato del presidente Charles de Gaulle en 1962 por un comando de la Organitation Armée Secrète (OAS) contrario a la independencia de Argelia, conocido como atentado de Petit-Clamart u Operación Charlotte Corday. Sobre esta fallida conspiración, Fred Zinneman dirigió en 1973 la obra maestra Chacal, basada en la novela homónima de Frederic Forsyth, con un inmenso Michael Lonsdale (que tiene un papel importante en la mencionada Múnich) encarnando al comisario que ha de detener al mercenario que la OAS ha contratado para acabar con el general. Y sobre el papel francés jugado en los años finales de la presencia francesa en Argelia, es muy ilustrativa La batalla de Argel (Gillo Pontecorvo, 1965), cruda elegía melancólica en blanco y negro y tono documental, con banda sonora de Ennio Morricone.

-El espectacular asesinato del presidente del Gobierno español, almirante Luis Carrero Blanco, en 1973 por parte de ETA, que el mencionado Pontecorvo recreó en la mejorable Operación Ogro (1979), y que Miguel Bardem retomaría en una dignísima miniserie para RTVE en 2011. Sin embargo, es el libro del periodista Ernesto Villar Todos quieren matar a Carrero (y en cuyas tesis se basa la miniserie) el que reúne mejor todos los interrogantes de este asesinato del tardofranquismo.

-A finales de 1976 tiene lugar en Viena una de las acciones terroristas más llamativas: Illich Martínez, un terrorista venezolano simpatizante de causas de extrema izquierda y propalestinas, asalta, junto a un comando de seis miembros del Frente para la Liberación de Palestina, la sede donde se celebra la reunión del cártel petrolero de la OPEP. Pese a los numerosos muertos y lo estrambótico y poco sofisticado de la operación, el comando logra salir del país en un avión a cambio de liberar a los rehenes. Logrado esfuerzo titánico es el largometraje Carlos, de Olivier Assayas (2010, cinco horas en su versión no recortada para el cine), terrorista al que la policía nombró Chacal al encontrar la mencionada novela de Forsyth en su casa durante uno de los registros.

-Especialmente llamativo es el llamado Otoño alemán de 1977, en el que la banda Fracción del Ejército Rojo (RAF, más conocida por los apellidos de sus líderes, Baader-Meinhof) secuestra al jefe de la patronal alemana, Hans Martin Schleyer, que es ejecutado después de que un comando de la policía acabara con el secuestro de un avión de Lufthansa que había efectuado el Frente para la Liberación de Palestina. Pocos días después, los principales líderes de la Baader-Meinhof aparecerían extrañamente suicidados en sus celdas. Magnífica es la película El silencio tras el disparo (1999, de Volker Schlöndorff, director de la premiada El tambor de hojalata), y se deja ver Baader-Meihof Komplex (Uli Edel, 2008). Reseñable es también el disco Baader-Meinhof que Luke Haines grabó en 1995, cuyas letras resumen el desempeño de la banda.

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-Sobre el secuestro y asesinato del ex primer ministro de Italia y líder de la democracia cristiana Aldo Moro, en 1978, llevado a cabo por las Brigadas Rojas, se han hecho, además de muchas cábalas, buenos libros y películas. Los rumores sitúan a un joven Romano Prodi (ex primer ministro italiano y ex presidente de la Comisión Europea) haciendo espiritismo para que una médium le transmitiera dónde estaba siendo retenido Moro. Así lo muestra Marco Bellocchio en su película Buenos días, noche (2003), y también lo escribe el siciliano Leonardo Sciascia en su magistral libro El caso moro (1978, el mismo año del asesinato, tras formar parte de la comisión parlamentaria que investigó el magnicidio). Y sobre el personaje sibilino que se esconde tras la trama, Guilio Andreotti, el aclamado por la Gran Belleza, Paolo Sorrentino, dirigió el peculiar biopic sobre el capo dei capi: Il divo (2008). Aunque para entender bien los antecedentes es buen asunto acercarse a una obra maestra de la crónica negra reciente: La muerte y la Dolce Vita, libro que desentraña la madeja de impunidad de la democracia cristiana de Alcide de Gasperi y el mencionado Andreotti a través de un crimen irresoluto aparentemente menor (Stephen Goundle, 2011; Seix Barral).

-Olof Palme es el Salvador Allende europeo, la referencia moral incontestable de la izquierda socialdemócrata clásica del Viejo Continente, y su muerte, a diferencia de la del chileno, sigue siendo pasto de elucubraciones y, por tanto, de buenas crónicas negras. El asesinato del entonces primer ministro sueco por disparos tras salir del cine en la noche del 28 de febrero de 1986, sigue siendo un misterio. ¿Fueron los sudafricanos? ¿Los kurdos? ¿La extrema derecha? ¿Bofors, la empresa de armamento pública sueca? ¿Los indios? Sobre todas estas hipótesis se abalanza con precisión de médico forense (porque lo es) su compatriota Jan Bondeson en su imprescindible libro Blood on the Snow (Cornell University Press, 2005; aún sin traducir, pero de la que ofrecemos tres capítulos en español). No es ajeno a esta incógnita parte del auge de la novela negra escandinava, especialmente la saga Millenium de Stieg Larsson, donde se pone el foco en grupos paramilitares de extrema derecha descontrolados dentro del poder político. Tampoco hay que olvidar que en 2003 fue asesinada la ministra de Exteriores, Anna Lindh.

-Más cercano, al menos geográficamente por el papel que desempeñó Gibraltar, queda para nosotros el IRA. No sólo hay que recordar el atentado de Omagh en 1998 (reivindicado por una escisión del IRA provisional, que es del que hablamos), que causó 29 muertos, sino un sinfín de atentados reivindicados por su dirección (como el que costó la vida a un asesor muy cercano de la primera ministra Margaret Thatcher en 1984 en el hotel Brighton, durante una convención de su partido). Son varias las películas que han hablado con tono de denuncia de estos hechos; desde El delator (John Ford, 1935, basada en la novela de Liam O’Flaherty, en España editada por Libros del Asteroide), hasta En el nombre del padre (Jim Sheridan, 1993), pasando por obras menores como The Boxer (del mismo Jim Sheridan, 1997), o la extraordinaria Juego de lágrimas (Neil Jordan, 1992). Pero sin duda el hecho que más nos atañe ocurrió en 1988, cuando tres miembros del IRA fueron asesinados en Gibraltar.

Europa avanza pese a la violencia, no gracias a su ausencia

No hay lector que aguante sin bostezo una relación pormenorizada de los atentados contra cargos menos relevantes, bancos, instituciones comunitarias, intentos fallidos. Hay infinidad de grupos terroristas que, no por poco conocidos, fueron menos mortíferos, como las francesas Action Directe o el FLNC de Córcega, o la más pirotécnica y británica Angry Brigade. De alguna forma, puede decirse que la historia de Europa es una lucha permanente por avanzar pese a la violencia, y no gracias a la falta de ella, como parecemos creer cada vez que un atentado nos coge de las solapas y nos zarandea en nuestro bienestar de anuncios de lotería. Por no hablar del terrorismo que ejecuta la mafia italiana en ajuste de cuentas de familias, y que en uno de sus actos más espectaculares se cobró la vida de siete personas en Duisburgo, Alemania, en 2007, en lo que se conoció como «La matanza de Ferragosto». Hecho muy bien narrado en el libro Mafia Export (Anagrama, 2010), de Francesco Forgione, quien fuera presidente de la Comisión Antimafia italiana.

El hecho diferencial islamista no cambia el valor de la respuesta

Sin duda, el 11-M en Madrid, el 7-J en Londres, o el asesinato del cineasta holandés Theo van Gogh en Amsterdam, y por supuesto la masacre en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo, se diferencian en lo que sus autores creen que son hechos legitimadores: nacionalismo, marxismo, fascismo, islamismo. No obstante, las consecuencias dramáticas parecen ser similares; no así la respuesta de estos años tras la guerra fría, inanes el marxismo y el panarabismo. Parecemos ahora mucho más refinados en nuestras reacciones: como si tantos años de terrorismo y contraterrorismo (aunque parezcamos ignorarlo) no hayan resultado en vano, pese a lepenes, auroras doradas y pegidas. Como si, al fin, nos influyera eso que se llama civilización y progreso. Parece que Europa, pese a sus burócratas y apparatchiks, no está tan mal del todo, y no hemos hecho pacto ninguno con nuestros valores, sino que exigimos que se apliquen sin excusas. Y con tolerancia.

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