Se vende ‘vino de tigre salvaje’: el mejor, el más afrodisíaco

Un fotograma del documental ‘Tiger Mafia’.

Dos documentales en el Another Way Film Festival, que se está celebrando en Madrid hasta este jueves, exponen la grave situación a la que se enfrentan animales como tigres, leones o pangolines, y el impacto en las poblaciones humanas. Un estremecedor ‘supermercado de la naturaleza’ en el que hay mafias a las que se les ha incautado hasta 80.000 animales salvajes, entre los que había 7.000 monos, 60.000 tortugas y 13.000 serpientes. El documental ‘Tiger Mafia’ nos muestra impactantes imágenes de huesos cocidos en perolas para hacer un “vino de tigre” que los chinos consideran afrodisíaco o graba cómo los despedazan tras electrocutarlos para carne que se vende a 285 dólares el kilo. “Sí, mi madre me pide que le compre siempre carne de tigre salvaje, que es mejor”.

El impacto de la visión de decenas de cachorros de tigres, encarcelados en granjas, como si fueran pollos, donde crecen entre rejas hasta ser troceados como carne, vendidos a zoológicos o utilizados para experimentos, perdura en la retina mucho tiempo después de que acabe la proyección de ‘Tiger Mafia’, un documental rodado a lo largo de 10 años por el cineasta y fotógrafo suizo Karl Ammann, que se infiltró en los principales sindicatos del tráfico ilegal de especies como el tigre en el Sudeste Asiático.

El tigre, un felino que en los últimos 100 años ha perdido más del 93% de su espacio, solo sobrevive en poblaciones dispersas de 13 países, desde India hasta el Sudeste Asiático, y en Sumatra, China y el Lejano Oriente ruso, pasando de unos 100.000 ejemplares salvajes a apenas 3.500, en 2014, últimos datos de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (IUCN). En todo el Sudeste Asiático se calcula que quedan no más de 300.

Ammann, nos muestra en la pantalla sus huesos cocidos en perolas para hacer un “vino de tigre” que los chinos consideran afrodisíaco o para usarlos como medicamento, o graba cómo los despedazan tras electrocutarlos para carne que se vende a 285 dólares el kilo o nos lo muestra congelado, como una merluza. “Sí, mi madre me pide que le compre siempre carne de tigre salvaje, que es mejor”, dice uno de sus entrevistados ante la cámara.

Los tours turísticos Reinos del Tigre que recorre en países como Tailandia, Vietnam o Myammar no son ajenos a este negocio, si bien vemos cómo muchos de los que acuden allí se creen que así les ayudan, bajo el disfraz de “apoyar el estudio del comportamiento” de los felinos o algún tipo de investigación poco clara… Sólo en Estados Unidos se calcula que hay 8.000 tigres en cautividad.

El documentalista logra introducirse en granjas en Laos, el paraíso de los traficantes, y descubre que algunas crían hasta 350 cachorros de tigre para un mercado que, pese a incumplir todo tratado internacional (como la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, CITES, firmada hace casi 50 años), sigue siendo una práctica en auge y amparada por gobiernos que luego, sin embargo, acuden a las Cumbres para la Biodiversidad, cuando no las organizan: China o Laos.

Resulta especialmente impactante que uno de los mayores traficantes de fauna salvaje, el laosiano Vixay Keosavang, líder de la red Xaysavang y conocido como “el Pablo Escobar del tráfico de especies”, siga a día de hoy en libertad, incluso cuando fue condenado por este delito en África y aun cuando en manos de esa red se han encontrado hasta 80.000 animales salvajes, entre los que había 7.000 monos, 60.000 tortugas y 13.000 serpientes de diversas especies. Un vaciamiento de la naturaleza que quienes propician este negocio consideran “un supermercado al que ir a coger y gratis”.

Por supuesto, entre las víctimas que encuentra Ammann en Asia también están los pangolines, cuyas escamas en China y Vietnam se utilizan contra el asma o la artritis. Un estudio de la Universidad de Sussex señala que más de 2,7 millones de este mamífero –el más traficado del mundo- son cazados cada año entre Camerún, la República Centroafricana, Guinea Ecuatorial, Gabón, la República Democrática del Congo y la República del Congo. A comienzos de este año, como publicó El Asombrario, en Nigeria confiscaron en la aduana huesos de león y escamas de pangolín por valor de dos millones de euros que iban camino de Vietnam. Sólo de pangolín había 162 sacos de escamas (8.800 kilos), declarados como componentes de muebles. Otro caso de tantos.

Para realizar esta película –que se ha estrenado en el Another Way Film Festival que se celebra hasta este jueves, 28 de octubre, en Madrid–, Ammann, que vive en Nayuki (Kenia), tuvo que fingir que comía carne de tigre para poder introducirse en ese inframundo donde la biodiversidad más salvaje se compra y se vende en grandes lotes: “60.000 dólares por 100.000 animales”, se escucha en el filme. Años antes le había asaltado la inquietud por lo que estaba pasando al ser testigo del tráfico de cientos de primates en un viaje por el río Congo, asesinados para ser vendidos también como carne, allá por 1988.

Precisamente es en África donde se desarrolla otro de los estrenos del Another Festival Film, The Edge of Existance, que se pudo ver en el cine ayer martes y estará on line hasta el jueves. Es el conflicto entre humanos y fauna salvaje en estado puro, tal como ve vive en el corredor occidental del Parque Nacional del Serengueti, en Tanzania, un lugar donde las comunidades de pastores masáis tienen que convivir, en su frágiles bomas (aldeas circulares), cada vez más cerca de animales que ponen en continuo peligro su vida.

Fotograma del documental ‘The Edge of Existence’.

El documental de Charlie Luckock y James Suter, que ya ha ganado varios premios en festivales, muestra los problemas de deforestación, agotamiento de recursos y desarrollo humano en una de las últimas áreas vírgenes de la Tierra. Humanos y fauna salvaje viven allí hoy más cerca que en miles de años. “Pocas personas comprenden realmente el conflicto entre las personas y la fauna salvaje. Incluso dentro del mundo de la conservación es un tema que solo recientemente se está comenzando a debatir, porque siempre ha vivido a la sombra de la caza furtiva. El conflicto entre humanos y vida salvaje es, en mi opinión, un problema mucho mayor”, señalaba Suter recientemente a iAfrica.com.

Las manadas de elefantes, que en el filme se ve cómo matan a un joven masái que trataba de echarles de su cultivo de maíz, son la expresión más cruda de esa situación. También lo es el tráfico de marfil, que sigue exportándose por toneladas, probablemente a través de la red de la que hablaba Ammann en su documental, u otra similar, mientras el gran paquidermo yace ensangrentado en el suelo de la gran reserva tanzana. Si por un lado vemos a los granjeros haciendo guardia noche tras noche para espantar a los depredadores, y con ellos al hambre, por el otro están los leones, que ven su espacio de caza cada vez más reducido. Les resulta mucho más fácil apresar una vaca que un búfalo, aunque esté fuera de una imaginaria frontera que no ve el rey de la sabana.

Escuchamos a Suter y Luckok explicar cómo en el Serengueti siempre se ha vivido de la caza para alimentarse, algo que aún se hace furtivamente porque se considera un derecho entre los masái y otros pueblos, pero tampoco obvia otra realidad: hay una gran demanda de carne de animales salvajes, trofeos o marfil… Ese gran mercado que funciona bien engrasado desde puertos como el mencionado de Lagos (Nigeria), Nairobi (Kenia) o Dar es Salaam (Tanzania). La Gran Migración, que cada año se produce entre las reservas de Masai Mara y Serengueti, es vista por los furtivos como una oportunidad para hacerse con decenas de miles de presas, utilizando casi siempre trampas de alambre, como las que se muestran en el documental. En realidad, más que caza es pesca: eligen una línea y pone cientos de trampas a lo largo de ella, en las que quedan atrapados los animales hasta que, lentamente, mueren.

No se vislumbran muchas soluciones para que derechos de masáis y fauna se mantengan en equilibrio, si bien el documental plantea algunas, con diferente grado de éxito. Mencionan que hay organizaciones conservacionistas que utilizan fondos para compensar daños de los depredadores –como lo que en España se destinan a los ataques de osos o lobos–, de modo que los afectados no toman represalias contra sus vecinos (en España funciona relativamente, porque se siguen matando lobos), pero ello requiere invertir fondos a largo plazo y que la comunidad coopere, sobre todo cuando se pretende que algunas especies recuperen sus números actuales.

Otra alternativa, en la que se centra el documental, es colocar vallas para que la fauna no traspase los límites de las zonas protegidas y amenace cultivos y ganado. Pero entonces, se preguntan otros, ¿convertimos el Serengueti en un inmenso zoológico?, ¿acabamos con la Gran Migración? Suter cree que “así se promovería la coexistencia pacífica de los seres humanos y la vida salvaje que habitan un área, aunque es verdad que habrá controversia en torno a su construcción porque no hay una solución sencilla y cada país y comunidad es distinta”.

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