Vuelve al teatro la Virginia Woolf de ‘Una habitación propia’

La actriz Clara Sanchís, en ‘Una habitación propia’, dirigida por María Ruiz.

Vuelve a la cartelera ‘Una habitación propia’, el famoso ensayo de Virginia Woolf aquí interpretado como monólogo por Clara Sanchís y dirigido por María Ruiz. Podrá verse nuevamente en el Teatro del Barrio el domingo 7 de abril y el jueves 25 de abril. “Es impresionante”, nos dice Clara Sanchís. “A mí cuando me preguntan que por qué tenemos tanto éxito, pues porque tenemos un texto que es genial. Es un material que es oro”.

Este soberbio montaje vuelve al Teatro del Barrio. Se trata del texto ‘Una habitación propia’ en formato de obra teatral con largo recorrido (se ha representado en la Residencia de Estudiantes, Teatro Kamikaze, Teatro Español, Teatro Galileo, Teatro Bellas Artes y ha girado por España), un monólogo de Clara Sanchís que reproduce el discurso que Virginia Woolf dirige a unas jovencitas. María Ruiz da forma a un texto y dirige con precisión y mimo a Sanchís, quien también toca el piano en la obra. Hablamos con ellas para desmenuzar la relevancia de este ensayo y texto llevado al poder escénico.

¿El espacio en el que se ha representado ha condicionado la obra?

María Ruiz: Sí, aunque este trabajo es un trabajo muy flexible. Entonces nos adaptamos a cada sitio. La estrenamos en la Residencia de Estudiantes.

Clara Sanchís: Hicimos una prémière allí. Nosotras empezamos a ensayar porque decidimos que lo queríamos hacer y nos chiflaba, nos encantaba la idea. Nadie había abordado la conferencia. En Zaragoza habían hecho algo musical. Habían hecho cosas inspiradas, pero nada como tal.

Ruiz: Es un ensayo verdadero como en una falsa conferencia. Ella había dado dos conferencias en Cambridge sobre mujeres y literatura. Y entonces decidió hacer un ensayo. Ella misma, como dicen sus notas, decidió conservar la forma de conferencia. Es un ensayo, pero como tiene forma de conferencia cuenta con una oralidad muy grande en la expresión. Luego tiene esta pulsión poética, y al mismo tiempo este sentido dramático. Lo presenta como una experiencia propia, algo personal, sobre todo la primera parte, que es de lo más peculiar y emblemático del ensayo. Eso también hace que se pueda llevar al teatro, yendo a lo particular y a lo concreto. Toda la peripecia está contada en primera persona; le da un carácter muy peculiar, que ha permitido hacer una transcripción a la escena con una naturalidad muy grande. Porque lo que Clara hace es lo que dice Virginia.

Sanchís: El proceso fue trabajar nosotras sin producción. Simplemente por la convicción, el gusto y el placer. Pero la historia es tan interesante. Empezamos en verano de 2016. El #MeToo no había arrancado, fue al cabo de unos meses. Empezamos a ensayar en el Nuevo Teatro Fronterizo. María hizo una primera versión, un trabajo impresionante ella sola en su casa en el mes de agosto. Yo estaba de gira e iba viniendo y ensayando. Llamamos a Miguel del Arco, porque nos enteramos que iba a hacer tres textos en un ciclo que iba a llamarse Femenino Plural. Miguel inmediatamente nos abrió la puerta y nos programó unos cuantos días en el Kamikaze. Y eso nos llevó a tener una fecha de estreno. Nosotras íbamos a seguir a nuestro ritmo ensayando. De ahí lo vio Carme Portaceli, nos llevó al Español. Y así fueron sucediendo las cosas. Luego Salbi Senante fue muy importante, porque cogió la distribución, creyó en el asunto e hizo muy buena gira. Tuvo un primer año en 2017 y 2018 en la que hicimos 30 o 40 ciudades. Luego vimos que teníamos el deseo de volver. Y así hemos ido volviendo. Hasta ahora en el Teatro del Barrio.

Ruiz: Hemos hecho un trabajo muy minucioso. De ver lo que funciona y cómo funciona. También vamos madurando, ella como intérprete y yo viéndolo. Como el texto es genial desde muchos puntos de vista, esto te permite hacer algo muy divertido, de búsqueda del humor, finura y deleite del humor. Con un tratamiento humorístico hasta en lo dramático.

Y esos cambios de registros enlazan muy bien con lo escénico.

Sanchís: Personalmente creo que el humor es todo. Es lo humano, lo narrativo, lo erótico, lo bello y es lo trágico también… Creo que es el vehículo. No sé si puedo recordar algo que no tenga humor y que a mí no me haya tocado o emocionado de alguna manera.

Ruiz: Por ejemplo, la mezcla shakesperiana la tiene Woolf a su modo peculiar: en cuanto a las ristras de adjetivos, en cuanto a la explosión de imagen sobre imagen…

Sanchís: Es que es impresionante. A mí cuando me preguntan que por qué tenemos tanto éxito, pues porque tenemos un texto que es genial. Es un material que es oro.

Ruiz: Luego porque lo hacemos con mucho gusto, con mucha minuciosidad, pero es que el texto es genial. No hay ningún intento de modernización del texto; al contrario, es una traducción de fidelidad absoluta. Lo único han sido los pequeñísimos nexos y cortes, y cierta libertad en la elección de los adjetivos. Cuando haces adaptaciones para teatro tienes una libertad filológica mayor, pero no para traicionar lo que dicen, sino para seguirlo con la flexibilidad y para elegir cuál es la mejor traducción.

Y en la obra la música es un arma fabulosa.

Sanchís: En realidad es el único invento. Yo estaba deseando hacer cosas tocando, ya las había hecho. María decía que había que encontrar lugares donde parar.

Ruiz: La música sirve y está puesta ahí precisamente para separar los cuatro ciclos elegidos.

Sanchís: Ese nivel de capas y capas, lecturas e ironía. Hay que parar para asimilar o respirar. Ya que no había presupuesto, iba a tocar yo. Entonces hicimos pruebas con Debussy. Que era la música de su época y tiene que ver con la obra. Y además encontré en los diarios alguna alusión a algún impresionista. Pero no iba, nos lo edulcoraba, lo teñía demasiado de algo. También probamos y desechamos inmediatamente el romanticismo.

Ruiz: Cuando Clara apareció con Bach, yo inmediatamente dije que sí. Y es que Bach va con todo. Bach es telúrico.

Clara Sanchís: Y es equilibrio. Es estructura. Que está siempre cimentada de una manera tan increíble. Bach es el dios de los músicos cuando lo estudias. Es como Shakespeare. Contiene todo. La serie áurea, el equilibrio. Y eso hace que aunque sea una música tan emocionante, no te arrastre a algo extraño, no es invasiva, no te marea.

Ruiz: Te emociona porque te transporta. Al final el arte es una cosa corporal.

No hay notas de cómo interpretar a Virginia Woolf. Están los Diarios, sí. Pero cómo interpretar los gestos, el timbre, la intención…

Sanchís: No ha habido ningún intento de construir a Virginia Woolf. Ni de estudiar gestos ni nada. Ya es bastante decir lo que ella dice en su texto. Pero no hay una intención de construcción del personaje de ningún tipo. Es que de hecho nuestra sinopsis original era una conferenciante con teclado, no con piano. Así que ha sido más la mirada desde fuera lo que ha llegado a convertir en Virginia Woolf lo que hacemos. El propio texto nos daba una llave poética muy bonita. Porque ella dice nada más empezar, que no sé si eso el público realmente lo pilla, “yo es tan solo un término práctico que carece de existencia real. Lo que voy a contaros es mentira, los nombres son falsos, incluso yo no soy yo, llamadme Mary”. Entonces ella misma hace ese juego y deja esa libertad para hacer lo que quieras. No hay ninguna pretensión de imitar cómo movía la mano, ni hay nariz postiza, ni cómo hablaba, ni nada. Sino seguirla a ella, no su gestualidad.

Ruiz: Mucha gente, cuando ve la obra, nos ha dicho que ve aparecer a Virginia Woolf. Y nosotras no la imitamos en nada. No nos hemos puesto en la piel, nos hemos puesto en su sensibilidad y en sus ideas. Era cuestión de seguirla a ella a través del texto.

¿Creéis que Woolf buscaba hacer un texto feminista?

Ruiz: Sí, es lo que más. No en el sentido que se entiende hoy como feminista. Pero es feminista a tope. Igual que yo soy feminista radical de la libertad individual, de la igualdad civil, pero no del empoderamiento o blablablá. Y eso es lo que está reivindicando. La clave está en que, en vez de quejarse, lo que hace es criticar a las mujeres. Y este mecanismo es el mecanismo más estimulante, verdaderamente feminista, anti victimista. Dice “ya no podéis quejaros”, porque está la igualdad ante la ley. Y dice “¿qué habéis hecho?”. Arenga, pero es un poco perorata, porque tiene un poco de humor, y es un poco femenina. Ella misma dice que la mente creadora tiene que ser andrógina. No se puede ser más libre, porque claro no se trata de quejarse de los hombres, eso es lenguaje supeditado. Porque cuando las mujeres se quejan de los hombres, reconocen su supeditación. En cambio Virginia hace todo lo contrario, y eso está en los orígenes del movimiento feminista. En vez de quejarse de los hombres, lo que hace es poner a las mujeres verdes. Y eso es maravilloso. En lugar de jugar con un lenguaje de esclavo o supeditado, se erige en mujer libre. Lejos de empezarse a quejar, que tendrá sus motivos lógicamente, lo que hace es lo contrario. Porque está hablando para el futuro, delante de mujeres universitarias que serán escritoras. Y de hecho, lo último que dice es algo para el futuro. Por eso es tan moderna, porque lo que dice es más libre que nada de lo que se pueda decir, y más real desde el punto de vista filosófico.

En una entrevista Clara decía que se sentía útil haciendo esta obra.

Ruiz: Porque gusta a las mujeres.

Sanchís: Tengo la conciencia de estar haciendo algo que tiene su utilidad, porque ayuda a entender, te pone delante, tiene descubrimientos, revelaciones… A mí me resultó útil leerlo. Cuando lo leí me dio muchísimas cosas. Por ejemplo, ver las ideas de apariencia más sencilla, pero en el fondo más compleja. Ver las cosas tal y como son. Despojarse de ideología. Una de las revelaciones del texto es cuando defiende con tanta insistencia la inferioridad de las mujeres; en el fondo está defendiendo su superioridad. Esto tan sencillo es impresionante. Y para mí fue muy revelador leer sus diarios, La hermana de Shakespeare, Virginia (1882-1941). Yo no me siento más unida en nada a la mujer que al hombre. No formo parte de ningún club. Pero las cosas de las mujeres te interesan, te afectan.

Ruiz: Lo que hace este texto es reconocerte en él. Es que tiene un punto muy Spinoza.

¿Para ti supuso un desafío como actriz?

Sanchís: Sí, formativo como nada. Porque lo más esencial es que te enseña todo. Es verdad que hay algo en el trabajo que está construido en forma de diálogo con el público. Y también porque el texto es así. Hay una audiencia. Se dirige a unas jovencitas.

Ruiz: Pero lo que es difícil en el monólogo es que el actor se lo hace todo él. Solo. O sea que toda la dialéctica de la movilidad de la obra, que es extraordinariamente infinita, todas esas cosas las hace solo. Entonces formalmente, por así decirlo, y dinámicamente, es un tour de force.

¿Cómo ha sido el feedback?

Sanchís: Muy bueno. Hay algo que peleamos todo el tiempo, que es volver a tierra. Y aquí te puedes subir a las nubes. El peligro del monólogo es dejar de hablar y empezar a recitar.

Ruiz: El texto es un pentagrama. El texto es muy realista, y al mismo tiempo extraordinariamente poético. Tiene todas las cosas. En realidad Clara está tocando todo el rato todas las teclas.

Sanchís: Además, luego también hay otro ingrediente muy importante en el monólogo. El espectador tiene menos elementos y, por lo tanto, María también hace un trabajo ahí, para nunca olvidar que es espectáculo lo que estamos haciendo. Y por lo tanto hay que movilizar. La máxima dificultad es movilizar todo el tiempo, cambiar. Tienes que estar creando enigma, suspense, asombro. Pero al mismo tiempo eso tienes que hacerlo pegada a la tierra. Desde un principio de realidad. Y esa es la gran dificultad.

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