El coste de las mentiras: 34 años después de Chernobyl, ¿hemos aprendido algo?

Máscara de gas abandonada en Chernobyl. Foto: Piqsels.

Día 26 de abril, se cumplen 34 años del mayor accidente nuclear de la historia. La catástrofe sanitaria y ambiental que desencadenó está muy presente hoy, no solo porque reincidimos en opacidad, negligencia política e instrumentalización de la ciencia, sino porque la resistencia a asumir y afrontar lo que pasaba en la central nuclear dice mucho de la resistencia a asumir y afrontar lo que ha pasado ahora en Wuhan o en Italia. Es una resistencia a perder intereses o a reconocer errores. A asumir quizá el fracaso de un sistema que se acaba. A través de la serie ‘Chernobyl’, tan alabada meses atrás, resaltamos su mensaje, más valioso ahora que nunca: más ciencia básica y aplicada a la prevención, no a la disrupción; a cuidar y respetar los límites de la vida, no a transgredirlos. 

Que el vigente mensaje final de Chernobyl, el éxito de HBO, pasara inadvertido para muchos tras el drama histórico que retrata, puede ser el mejor signo de su acierto. Porque entre tantas series de ficción que recurren al futuro o la distopía para advertirnos del presente (como Black Mirror o Years and years), ha sido precisamente una serie histórica la autocrítica más actual, recordándonos mientras se desata la Chernobylmanía, por qué la historia se repite. Chernobyl sirve como metáfora de cómo a más de 30 años del desastre podemos seguir tan engañados por los políticos como ignorantes en ciencia, vulnerables a la ideología e indefensos ante las mentiras en forma de desinformación o fake news.

De cómo hoy la ficción o lo que nos cuentan por pantalla ejerce más poder sobre nosotros que los hechos y la realidad. Porque durante los últimos años hemos venido contemplando el calentamiento global con una distancia e ingenuidad similar a la de los vecinos de Chernobyl ante el reactor en llamas, mientras el cielo nocturno brilla de contaminación lumínica, ingerimos microplásticos o nos gasea el metano y el CO2. Haciéndonos selfies ante paisajes que llevan años dándonos señales de colapso. La serie recrea bien el terror de la radiación, amenaza invisible pero letal ante la que la ignorancia baja la guardia y ante la que la ciencia alerta. Pero ahora tenemos delante otra amenaza invisible, cada vez más cerca, ante la que la ciencia ha encendido nuevamente las alarmas.

La moraleja de la serie es clara para el que quiera verla. La exclama el protagonista, un científico, ante la ineptitud política: “¿Cuál es el coste de las mentiras?”. Tiene doble fondo, pero se basa en la tesis de que la opacidad soviética estuvo detrás del accidente y de sus repercusiones inmediatas al negar la dimensión de la catástrofe. Es decir, al negar la verdad o evidencia científica que la sustentaba. Por eso Chernobyl, que muchos vieron o verán como una crítica al comunismo o a la URSS, espeta genialmente en este momento lo cínica que era y sigue siendo la política. Y lo poco que le exigimos o lo fácil que se lo ponemos. Cuestiones como la emergencia climática, que sigue negándose o minimizándose por parte de gobiernos y líderes mundiales, nos exponen a la misma negligencia de hacer ruido ideológico para desplazar los datos. Hay una complicidad o responsabilidad compartida en esta falta de exigencia social y mediática de la verdad, en esta pérdida de respeto y de contacto con lo real. Es la diferencia entre una sociedad del conocimiento y la experiencia, y una sociedad de información y opinadores, donde hasta los datos juegan un rol de medias verdades, memes y prejuicios que alimentamos cada día.

¿Qué lección extraer? Menos credulidad y más responsabilidad entre nosotros y ante medios y políticos, identificar y escuchar a los que más saben, y reivindicar el principio de precaución, tan invocado por el ecologismo desde hace años. Sin información veraz destaparemos de nuevo, si no lo hemos hecho ya, la caja de Pandora. Y quizá no haya blindaje suficiente luego, como el que se puso al reactor 4 de Chernobyl, para enmendarlo. Igual que entonces la verdad se encubrió para preservar la credibilidad de la Unión Soviética, hoy el poder se escuda en la seguridad para minimizar los datos y preservar su control. Porque aunque el científico protagonista de la serie se enfrentaba al férreo aparato soviético, hoy los científicos hacen frente a otros grandes poderes interesados en negar o relativizar la crisis climática, como cualquier cosa que amenace su control. Chernobyl es pues una metáfora de cómo la historia se repite por la incultura científica de sociedades y gobiernos entretenidos con intereses mezquinos en vez de por el riesgo en que ponen nuestra salud y futuro.

El periodista Brian Kahn recuerda que cuando se preguntó al creador de Chernobyl qué importancia tenía el coste de las mentiras en el mensaje final de la serie, respondió: “Estamos experimentando algo que yo solía atribuir a lugares como la Unión Soviética, que es la desconexión de la verdad, la emergencia de cultos personalistas, y una desconfianza y descrédito de los expertos que se desmarcan de la narrativa oficial (…). Vivimos en un planeta bajo amenaza, y los científicos nos están avisando, igual que en los 70 respecto a los reactores RBMK de la Unión Soviética. Los gobiernos eligen escuchar o no escuchar, como la gente elige escuchar o no escuchar. Pero a la verdad, al planeta o al termómetro eso no les importa. Como a un reactor RBMK no le importó entonces (…). Y ese es el problema al que nos enfrentamos ahora. Pretendemos ser superiores a los hechos. Pero no lo somos”.

El mercado podrá ser muy libre pero la realidad es tozuda e impone sus límites. Ignorarlos no nos exime de respetarlos. Ni de pagar la multa si no lo hacemos. El modelo de los Límites Planetarios difundido por el Centro de Resiliencia de Estocolmo en 2009 difundió con éxito los nueve procesos naturales que garantizan nuestra seguridad en la biosfera (mares, suelos, clima…). Esas son las fronteras que nos unen y debemos proteger, los horizontes hacia los que mirar y los umbrales dentro de los cuales tiene sentido el único progreso a defender. Porque el actual ya ha transgredido cuatro de esos límites incrementando el riesgo al alejarnos de la «zona operativa segura». Si como auguran los pronósticos, los fenómenos meteorológicos se intensifican y los flujos migratorios se disparan, el recuento de costes, como en Chernobyl, será mucho mayor que el precio de la verdad, dicha y asumida a tiempo. Sin caer en extremos, lo más realista parece exigir la verdad y prevenir antes que lamentar.

Chernobyl nos recuerda lo mucho que nuestra civilización sigue creyendo en pseudociencias y nuevos ídolos o dioses materiales. Tras el triunfo de Trump en las elecciones estadounidenses, muchos recordaron las palabras que el astrofísico Carl Sagan dijo respecto al tiempo que vivirían sus nietos: “Cuando grandes poderes tecnológicos estén en manos de muy pocos o la gente haya perdido la capacidad de establecer sus prioridades y de cuestionar con conocimiento a los que ejercen la autoridad (…). La caída en la estupidez de Norteamérica se hace evidente en la lenta decadencia del contenido de los medios de comunicación (…). En una especie de celebración de la ignorancia”.

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Comentarios

  • Emilio Rodríguez Tagarro

    Por Emilio Rodríguez Tagarro, el 26 abril 2020

    A veces consuela que alguien comparta plenamente el sentimiento de catastrofe que algunos nos invade. Que alguien vea claro la estupidez suicida de los psicópatas incrustados en las capillas de los poderes reales. «Después de mi el diluvio». Puede que mucho antes, idiotas!!!

  • Rafael Martínez Sidrach

    Por Rafael Martínez Sidrach, el 27 abril 2020

    Un artículo, desde mi punto de vista, muy acertado y desgraciadamente muy de actualidad, con la pandemia del COVID-19, donde podemos comprobar que la información que se nos hace llegar, está más en consonancia con intereses políticos que con la realidad que estamos viviendo.

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