Un viaje a la calma del río Eo

La antigua Ferrería de Bogo. Foto: Turismo de Galicia.

Puedes seguir al autor, Alberto Pereiras, en Twitter, aquí: @4ldan

En tierras del noroeste, a cubierto de los rigores del mar por valles milenarios y bosques centenarios, discurre pacífico el Eo. Ha conocido otros nombres a lo largo de la historia. Los romanos lo llamaban Egoba, y los cronistas medievales Iuve o Euve. Durante la guerra de Independencia fue testigo de los cañonazos de las tropas del general Worster y del general Fournier. Pero hoy su cauce discurre tranquilo, querido por las truchas, las nutrias o el martín pescador, que lo frecuentan dando vida a un vergel sin fronteras ni edad declarado Reserva de la Biosfera en 2007. Un territorio pionero en el turismo rural nacional en los años 90. Os proponemos un viaje a la calma para comenzar bien el Nuevo Año.

Desde su nacimiento hasta su desembocadura, el Eo va regando con su nombre las orillas gallegas o asturianas por las que pasa, como Fonteo, lugar que lo ve nacer, o Ribadeo y Vegadeo, que lo ven morir. La reserva abarca la comarca asturiana de Los Oscos y las galaicas Terras de Burón, y hace convivir entre sus frondosos montes a salmones, pájaros carpinteros, búhos reales y lobos, rodeados de viejos robles y castaños, cascadas y hasta una vía verde por una abandonada red ferroviaria.

Si la parte astur de la reserva es de sobra conocida por ser pionera en el turismo rural nacional, con hitos etnográficos ejemplares como Los Oscos o Taramundi, el lado gallego ha pasado más inadvertido. Río arriba desde A Pontenova, al Eo lo nutren varios afluentes, cada uno con su sinuoso recorrido y su propia historia. El llamado Reigadas se adentra en un bosque de mismo nombre que esconde en su seno la antigua Ferrería de Bogo, fundada en 1534 por el hidalgo Pedro de Miranda. Los que lleguen hasta ella descubrirán una maciza siderurgia medieval, cuya fuerza hidráulica todavía ruge espumosa y brillante. Barbas de musgo chorrean por los muros, engalanando telúricamente el conjunto; a sus pies un puente salta el río, y al cruzarlo no cuesta imaginar el son del martillo en la forja o el trajín de carromatos. En este rincón se respira la blanda humedad invernal del bosque, del agua dulce y mineral de las piedras fluviales, o de las setas y las castañas.

Siguiendo el curso del río, los senderistas pueden encontrar buena mesa y descanso en la Casa do Fidalgo. Levantada originalmente en 1847, fue restaurada en 2008 y convertida en un cálido y confortable refugio para los viajeros rurales. La casona, grande y robusta, está aislada entre la floresta y hundida en el valle al nivel del río. Hace años, cuando hicimos la ruta, contaba con un anfitrión de honor: Fiz, el perro de la casa, que conocía a la perfección la zona y guiaba a los huéspedes como buen cicerone por los caminos que se pierden en el bosque. La casa cuenta con cabozo (hórreo) y mesón-sidrería, por esa proximidad con Asturias que hace tan especial los lugares de fronteira. En la aldea, llamada Machuco, se celebra el que se precia de ser «el festival celta más pequeño del mundo». Y para rematar el cuadro, las tres viejas aldeas que dominan el bosque en lo alto de los montes circundantes, Bogo, Vilarxubín y Sampaio, formando el «triángulo dos trasnos» (de los duendes).

Ruta das Reigadas en Lugo. Foto: Turismo de Galicia.

Otro buen testimonio de la proximidad entre gallegos y asturianos, primos hermanos, es el hórreo, frecuente a un lado y otro del Eo. El viejo arcón de la cosecha, que tan bien simboliza bajo la cruz esa forma de atesorar (y hasta bendecir) los recursos naturales, en vez de despilfarrarlos, ha sido siempre un silencioso testigo de la microhistoria rural. En la hemeroteca los hórreos protagonizan los sucesos más variopintos, desde el robo de maíz o de gallinas a historias de amor furtivo. Más de un gallego habrá sido concebido en el hórreo, y más de un parto han asistido, a la luz del candil, los médicos rurales, como el que se atribuye a la reina doña Urraca tras sus amores clandestinos con un pastor… Los viejos cuentan que en verano, a la sombra de sus vigas y sus tejas, aireados por rendijas de madera y trascendidos de naturaleza por los cuatro costados, como en un palanquín, los hórreos aderezaban las mejores siestas de su niñez.

Volviendo al Eo y a la ferrería de Bogo… Mientras atardece nos asomamos a una ventana en la Casa do Fidalgo. Está sitiada por los montes que parecen caérsele encima, y al ponerse el sol las sombras se precipitan ladera abajo engullendo poco a poco la casa hasta hacerla desaparecer. Sumida en ese abrazo nocturno con su entorno, el aislamiento es total: intimidan el frío y la oscuridad que hay afuera, la inclemencia silvestre que acecha contra el cristal de la ventana. Allá en el río y en la solitaria ferrería de Bogo, o acá en la densa masa arbolada que nos rodea. Y sorprende el sigilo respetuoso de todo el vecindario animal. Uno intuye la biodiversidad que late bajo semejante manto vegetal y no puede evitar acostarse arropado por una íntima sensación de bienestar y connivencia con la vida que le envuelve y alienta con un sueño reparador en promesa del amanecer.

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Comentarios

  • José Antonio Pernas

    Por José Antonio Pernas, el 07 enero 2023

    He pescado en ese río muchos años desde Villarmide hasta los cotos salmoneros próximos a Asturias. Días muy felices en un entorno maravilloso y en un río lleno de truchas y de paisajes únicos.
    El artículo me ha llevado de nuevo a esos lugares de mi juventud por lo que te doy mil gracias Alberto.

  • Pedro

    Por Pedro, el 07 enero 2023

    Interesante todo

  • Jon

    Por Jon, el 08 enero 2023

    Preciosa descripción de un entorno sugerente. He comenzado a leer todos tus artículos. Enhorabuena por tu sección

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