Protejamos el lobo: la coexistencia es el único camino

No hay ninguna otra mirada tan poderosa entre la fauna ibérica. Foto: Jorge Sierra.

En la nueva serie anual de WWF España para ‘El Asombrario’, en 2025 vamos a partir mes a mes de una fotografía que nos conmueva. Hoy, a través de una impresionante imagen de Jorge Sierra, miramos fijamente al lobo, seguramente el animal ibérico que más debates e informaciones, cuentos y leyendas, inspira. La Comisión Europa, por presiones de la ultraderecha y con la excusa –falsa– de defender los medios de vida rurales, está abriendo una peligrosa y mal argumentada puerta para volver a perseguir y matar lobos en Europa.

POR LUIS SUÁREZ, coordinador de conservación de WWF

No hay ninguna otra mirada tan poderosa entre la fauna ibérica. Los ojos del lobo, eternamente perseguido, nos desafían y nos obligan a reflexionar. Dice el escritor Joaquín Araújo: “En su mirada se mira lo más libre, limpio y bello que nos queda”. Convivir con el lobo no siempre es fácil y por eso es una de las mayores pruebas de un verdadero respeto por la naturaleza. ¿Seremos tan poco civilizados como para borrar esa mirada?

El lobo, un regulador imprescindible en los ecosistemas y el mayor símbolo de la naturaleza salvaje, vuelve a estar en el punto de mira. Convertido en chivo expiatorio ante los problemas del mundo rural, la Unión Europea pretende abrir la puerta a su persecución, ignorando las advertencias de los científicos que denuncian las grietas de una decisión puramente política.

En diciembre, el Comité Permanente del Convenio de Berna –un tratado nacido para salvaguardar la naturaleza europea– votó a favor de una propuesta de la UE para rebajar la protección internacional del lobo en todo el continente: a partir del 7 de marzo –o sea, ya–dejará de estar incluido entre las especies “estrictamente protegidas” (Apéndice II) y pasará a la categoría de “especies de fauna protegidas” (Apéndice III), la misma en la que ya estaban las poblaciones españolas de la especie (por eso nada cambia para España).

La meta de la UE y de la Comisión Europea –cuya presidenta, Ursula von der Leyen, convirtió el lobo en asunto de campaña– es, sencillamente, abrir la puerta a las matanzas de lobos con la excusa de defender los medios de vida rurales: una falsa solución, pues la manera más eficaz de reducir los ataques del cánido al ganado son las medidas preventivas, según el análisis en profundidad sobre la situación de la especie encargado por la propia Comisión Europea.

Es una decisión basada, en exclusiva, en criterios políticos. La Iniciativa de Grandes Carnívoros para Europa de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el comité científico que estudia las poblaciones de la especie, criticó duramente la propuesta de la UE, tachándola de “prematura y defectuosa”. En su comunicado lamentaban la falta de solidez científica de la propuesta, recordaban que no hay evidencias de que desproteger al lobo vaya a resolver el conflicto con la ganadería, y señalaban que el número de lobos está aumentando de forma “marginal” en Europa según los últimos datos disponibles.

Si se les deja existir, si dejamos que sigan recuperando sus antiguos territorios, los lobos pueden desempeñar un papel ecológico vital en los paisajes europeos. Partimos de unos ecosistemas empobrecidos, en los que habíamos erradicado a los grandes carnívoros: osos, linces y, por supuesto, lobos, perseguidos sin tregua hasta desaparecer en la mayor parte del continente, confinados a las montañas más remotas.

Hay quien defiende que hay demasiados lobos, pero siguen muy lejos de sus números históricos, tanto en Europa como en nuestro país. A mediados del siglo XIX en España, justo antes de que comenzaran las campañas institucionalizadas de exterminio de todos los animales considerados “dañinos”, el lobo ocupaba el triple de sus territorios actuales, con manadas por todo el Pirineo, el Sistema Ibérico, Extremadura y las sierras del sur peninsular.

Lo cierto es que, aunque la especie se ha ido recuperando lentamente –sobre todo, por su protección legal y un abandono rural que nada tiene que ver con el lobo–, su situación es todavía muy frágil: 6 de sus 9 subpoblaciones (incluida la ibérica) siguen consideradas amenazadas según los criterios de la UICN. En España, frente a los discursos alarmistas, los datos oficiales de las comunidades autónomas muestran un estancamiento de la población lobera en la última década. En Castilla y León, que alberga la mayor población de lobos de España, las manadas han crecido un nimio 8 % en 10 años, desde el último censo de 2012-2013.

El giro de la UE no tiene que ver con la situación de la especie, sino con una cruzada política –al calor del auge de los partidos de extrema derecha– contra la protección de la naturaleza y las políticas ambientales. Ante las protestas del sector primario, el lobo –temido, perseguido y odiado como ningún otro animal– se ha convertido en el chivo expiatorio perfecto. Frente a los complejos problemas del sector, y especialmente de la ganadería extensiva (desde la falta de relevo generacional, a la competencia desleal de terceros países o la excesiva burocracia), es más fácil alimentar la crispación prometiendo cabezas de lobos, que aportar soluciones reales.

El cambio de paradigma en España: de matar lobos a controlar los daños

Es innegable que el regreso del lobo y de otros grandes carnívoros a sus antiguos territorios implica retos, especialmente en las zonas donde existen reses sueltas por el monte y se han perdido las costumbres de protección del ganado. Pero las medidas preventivas como los mastines, los vallados o los cercados electrificados pueden reducir hasta un 100% los ataques del cánido, especialmente cuando se combinan varias medidas y se adaptan a las características particulares de cada explotación.

Proteger al ganado es el modo más eficaz de reducir las bajas, y la mejor prueba de ello es el caso de España. Durante más de 30 años, las poblaciones de la especie al norte del río Duero se gestionaron a tiros –a través de la caza recreativa o de controles ejecutados por la administración–, un modelo que no sirvió ni para reducir los daños al ganado extensivo y los conflictos sociales, ni para conservar unas poblaciones de lobo sanas.

Frente a ese modelo caduco y fracasado al que pretende volver Europa, basado en matar lobos, nuestro país impulsó en 2021 un cambio de paradigma, incluyendo al lobo ibérico en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE) por su importancia para el equilibrio de los ecosistemas: así se unificó la gestión de la especie a nivel nacional, y se prohibió su caza al norte del río Duero.

Tras esa modificación legal y la aprobación de la Estrategia Nacional del lobo, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) movilizó 20 millones de euros anuales para que las comunidades autónomas puedan compensar con justicia a los ganaderos afectados –con pagos que deben ser ágiles y cubrir más allá del valor del animal muerto o herido– y apoyar la adopción de medidas preventivas que minimicen los daños.

Es revelador el caso de la Comunidad de Madrid, donde la especie regresó de forma natural hace poco más de una década y donde ya estaba estrictamente prohibida su caza antes de la inclusión en el LESPRE. Los daños fueron creciendo hasta llegar a un pico de 318 ataques (tanto de lobos como de perros asilvestrados) en 2018, pero, gracias al impulso de medidas preventivas, los ataques se han ido reduciendo hasta una media de 175 anuales.

Para mantener los ataques bajo mínimos es esencial anticiparse a la recuperación del lobo, apoyando a los ganaderos y ganaderas para que puedan proteger a sus animales. El Gobierno regional ha anunciado que duplicará las ayudas en medidas preventivas este año hasta los 200.000 euros: comparado con sus 2.662,6 millones de euros de presupuesto, es una inversión modesta para asegurar la coexistencia del sector primario con una especie que tantos beneficios ofrece a la sociedad.

Por ejemplo, regulando las poblaciones silvestres de ungulados, cazando a los animales más débiles y enfermos, consumiendo carroñas y controlando así la propagación de patógenos. Según el seguimiento que realizan investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid, las presas silvestres, principalmente corzos y jabalíes, constituyen el 82% de la dieta de los lobos en la región, frente a un 18% de animales domésticos (un porcentaje que incluye las carroñas de ganado que muere en el monte por otras causas).

No hay vuelta atrás para la protección del lobo

Este año será crucial para el futuro del lobo, pues tras el cambio de estatus en el Convenio de Berna, la Comisión Europea ya ha anunciado su intención de rebajar su protección en la UE, para lo que será imprescindible modificar la Directiva de Hábitats. Alterar las Directivas en base a criterios exclusivamente políticos sienta un precedente peligrosísimo y pone en riesgo a toda la biodiversidad europea, no solo al lobo: por eso desde WWF nos opondremos a ello firmemente.

Pero pase lo que pase en Europa, los Estados Miembros serán libres de promover la gestión del lobo que consideren más acertada, y España debe seguir el camino de la coexistencia, manteniendo su protección estricta a través del LESPRE. La presión política y mediática para abrir la veda del lobo es ya muy intensa. Hace pocas semanas, La Rioja propuso excluir al lobo del listado regional de especies protegidas, una decisión sin base científica alguna (y sin ninguna repercusión, de momento, a nivel práctico) que muestra con claridad la campaña desatada contra la especie.

Desde WWF seguiremos trabajando por la coexistencia y defendiendo un medio rural con pastores, con ganaderos y ganaderas, pero también con lobos. Volver a sentir su aullido y su esquiva presencia en los montes de la Península Ibérica es un privilegio y un tesoro que debemos conservar. En medio de lo que la ciencia ha calificado como la sexta extinción masiva de especies de la historia de nuestro planeta, es urgente recuperar ecosistemas completos y en equilibrio, donde los lobos y el resto de los grandes carnívoros puedan cumplir su papel esencial.

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