Odile Rodríguez de la Fuente: “Félix es un antídoto contra la depresión”

El naturalista Félix Rodríguez de la Fuente.

¿Dónde estabas tú el día de la muerte de Félix Rodríguez de la Fuente? Para las generaciones ‘boomer’ y ‘X’ españolas, el 14 de marzo de 1980, justo hoy hace 45 años, fue un día aciago, de profunda tristeza. La desaparición del célebre naturalista y divulgador burgalés en un accidente de avioneta mientras filmaba un documental en Alaska, el mismo día en que cumplía 52 años, marcó un antes y un después en nuestra manera de ver el mundo, de acercarnos a la televisión, la ciencia, el ecologismo, el mundo rural. Félix logró que todo un país tomara conciencia de lo importante que es proteger la naturaleza. “Una madre que no se queja, que nos ha dado todo lo que tenemos, ¡y a la que estamos matando!», alertaba. Quien con más ahínco defiende su legado es Odile Rodríguez de la Fuente, una de sus hijas, la más pequeña, la más parecida a él en cuanto a su carácter valiente, combativo, pero también extraordinariamente idealista. Hemos hablado con ella por esos 45 años desde que Félix se fue.

Aunque ya peine muchas canas, ese ejército de voluntariosos defensores de lo vivo sigue activo. Son cientos de miles de personas que se reconocen “hijos de Félix”, tocados por su sentido del asombro, por la pasión y la curiosidad, por disfrutar de las pequeñas grandes cosas que nos regala el campito.

Siguiendo la estela de su padre, Odile se licenció en Ciencias Biológicas en 1994 y en Producción Cinematográfica en 1995 por la Universidad del Sur de California, trabajando luego en Washington nada menos que para National Geographic. En 2004 regresó a España para crear la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, un hermoso proyecto tan adelantado de su tiempo, tan revolucionario y al mismo tiempo tan utópico, que se vio abocado al cierre en 2017.

Hoy Odile Rodríguez de la Fuente sigue abanderando el mensaje universal de su padre dando conferencias, escribiendo libros, firmando documentales, colaborando en radio y televisión y hasta presidiendo un proyecto tan interesante como Rewilding Spain, “lo cual es un honor”, reconoce. Su último trabajo ha sido dar voz al fabuloso documental Doñana: Donde el agua es sagrada, de Carmen Rodríguez y Joaquín Gutiérrez Acha, que llegará a cines en mayo.

“Esperaba un león y me nació una gacela”, bromeó Félix cuando nació su pequeña, la cogió en brazos y la olisqueó con la intensidad con que el lobo reconoce a sus cachorros. Odile es más leona que huidiza gacela, aunque para atraparla en esta entrevista ha sido necesario buscarla a orillas de un cantarín estanque en un parque de Alcalá de Henares donde el jolgorio de las cotorras argentinas nos obliga a levantar la voz por encima del chirriante parloteo alado, lo cual no es fácil.

La bióloga Odile Rodríguez de la Fuente.

La bióloga Odile Rodríguez de la Fuente.

45 años ya sin Félix, parece mentira. O como decíamos en la Fundación, ‘con Félix’, porque en realidad nunca se ha ido de nosotros su recuerdo.

Es que todavía está muy presente, afortunadamente.

¿Cómo recuerdas ese momento? Estáis esperando una llamada de vuestro padre desde Alaska para felicitarlo por su cumpleaños, pero cuando suena el teléfono es para deciros que ha muerto en un accidente.

Bueno, yo tenía 7 años recién cumplidos. Soy del 14 de febrero y mi padre del 14 de marzo. Era muy pequeña, por lo que solo tengo como fogonazos, fragmentos de ese día. Lo que más recuerdo es una terrible sensación de vacío.

¿De desamparo?

Como que de repente se abre un agujero. Tú imagínate una vida infantil, todo perfecto, todo ordenado. Y de repente es como que se abre un agujero. Porque lo único que sientes a tu alrededor es mucha angustia. Y mucha incomprensión, no entiendes lo que ha pasado, no puedes asimilarlo. Lo que sí que recuerdo bastante bien, como una travesía muy triste, fue el viaje en coche, muy lento, hasta Burgos. Y recuerdo también que hacía mucho frío, la sensación de agobio, pues había muchísima gente, una sensación como de ruido, de multitud.

Para tu madre, Marcelle, tuvo que ser terrible. Enfrentarse sola y con tres hijas pequeñas a ese vacío tan terrible.Quizá hoy nos olvidamos de ella, pero era una mujer increíble, de armas tomar.

Te voy a contar dos anécdotas. Una es que mi padre le llamaba ‘la mujer fuerte de la vida’. Piensa que ella creció durante la Segunda Guerra Mundial en París, y eso te forja. A su padre, o sea mi abuelo, al cumplir 16 años lo habían mandado al frente de la Primera Guerra Mundial. Y como había vivido ese horror, su obsesión el resto de su vida fue que algo así no le volviera a suceder, que no les faltara el sustento ni a su mujer ni a sus seis hijos. Así que construyó un escondite en su casa, como un zulo, y allí metió harina, aceite, todo lo básico para poder sacar adelante a su familia antes de que estallara la guerra. Mi madre vivió con ese instinto de supervivencia y explica mucho cómo afrontó luego la muerte de mi padre.

La segunda anécdota está relacionada con mi abuela paterna, que era también una mujer extraordinaria. Imagínate qué talla de mujer, que cuando muere mi padre, se abraza a mi madre y le dice: “Menos mal que no has sido tú”. Porque sabía que el pilar de la familia era ella.

Por eso sois una familia tan compacta y tan femenina, todas mujeres de carácter.

Femenina, pero con ese equilibrio que te da la ausencia de figuras masculinas. Mi padre solo tenía una hermana, Mercedes. Con decirte que hasta el perro era una perra. Y luego han ido entrando los hombres, pero los pobres, claro, ante este bloque de mujeres tienen poco que hacer. [Risas].

¿Qué tal está Marcelle?

Fenomenal. El año que viene cumplirá 90, pero afortunadamente está muy bien de cabeza, está súper activa. Se coge su coche y se va tres o cuatro veces a la semana a la finca en Guadalajara. Sigue yendo al campo, haciendo gestiones, está muy activa.

Es una mujer de campo, pero al mismo tiempo muy elegante, muy urbana.

Como buena parisina. Quizá por eso le reviste un cierto halo como de mujer que impone, que genera mucho respeto. Pero era ella la que se descolgaba con mi padre por los cortados. Mi padre sujetaba la cuerda y ella era la que se bajaba a los nidos. Porque una vez tuvo un susto muy gordo que casi se mata en una cordada, y mi padre confiaba más en estar él sujetando la cuerda, porque mi madre pesaba menos. Quiero decir que ahí donde la ves, mi madre está tan bien en el campo como si la mandas, no sé, a una cena con todos los presidentes de Estado de Naciones Unidas.

¿A qué olía Félix?

Madre mía, qué pregunta. Olía a casa. A mí me ha pasado con mi marido; alguna vez le he dicho al pobre: la única razón por la que estoy contigo es por tu olor. [Risas]. Hay olores que te trasladan, que te sientes en casa. Olores sencillos, próximos, como los de mis hermanas, el olor de mis hijos, el de mi madre, son todos olores que te llevan a casa, que son hogar. Y mi padre tenía un olor muy de hogar, muy propio, mezclado siempre con el olor a campo alcarreño, a lavandas, tomillos, esas hierbas que te van a dejando impregnado ese olor tan de La Alcarria. Y también olía como a cuero. La mochila era de cuero, las botas, su chaqueta, las pigüelas de los halcones… Es curioso, pero el olor de Suso Garzón siempre me recordó un poco al olor de mi padre.

Félix Rodríguez de la Fuente con su hija Odile en la playa.

Félix Rodríguez de la Fuente con su hija Odile en la playa.

Es maravilloso descubrir lo animales que seguimos siendo, aunque muchas veces nos neguemos a aceptarlo y nos veamos tan sofisticadamente urbanos.

Esa desnaturalización a la que estamos sometidos en este mundo cada vez más urbanizado nos aleja de nuestra verdadera naturaleza. Yo tengo un recuerdo de esa infancia de pueblo, de olores, de brasero, de leña, como un mundo sumamente acogedor, y, sin embargo, cada vez es más aséptico, es un mundo que niega lo animales que somos.

No es que necesitemos a la naturaleza, es que somos naturaleza.

Que es el título de mi próximo libro…

No tenía ni idea, pero demuestra que tenemos una comunión de ideas, qué maravilla. Podemos decir que somos un poco hermanos, porque Félix es el padre de todos los que amamos y respetamos la naturaleza. Era el chamán que nos convocaba todas las semanas frente al fuego de la televisión. ¿Te contaba historias?

Por supuesto. Uno de los momentos más emocionantes de mi vida, haciendo un documental sobre la obra de mi padre para conmemorar los 25 años de su fallecimiento, fue escuchar un relato suyo fascinante. Estaba metida en una sala en ese laberinto que es Radio Televisión Española seleccionando audios de sus programas, cuando, de repente, al principio de uno de sus relatos de lobos, le escucho decir que tiene una hija pequeña que es como un ratón de campo, que no para quieta, y que cada vez que llega a casa le persigue y agarra con sus manitas pequeñas para pedirle sin parar: “Papá, papá, cuéntame un cuento”. Y esa niña se llama Odile.

Eras tú. Se me saltan las lágrimas…

Imagínate la emoción de estar allí sola escuchándole decir algo así. Yo siempre quería que me contara historias. Recuerdo perfectamente cuando volvió de Canadá y estaba sacando de la maleta esculturas talladas en hueso de ballena por los esquimales, unas figuras impresionantes, y nos iba contando, con esa capacidad increíble que tenía de contar las cosas, cómo había un pueblo, el de los inuit, que vivía en el Polo Norte.

Tenía que ser maravilloso.

Mi padre era lo más de lo más. Yo lo veía como un gigante en todos los sentidos. Un cuentacuentos magnífico que viajaba por todo el mundo y luego venía y te contaba cosas increíbles. Era una persona de una curiosidad insaciable que alimentó mi sentido del asombro para que me adentrara en mi propia vida como una aventura y una oportunidad maravillosa.

¿A Félix le gustaba cantar?

Yo no lo recuerdo. Mi madre cuenta que no era una persona de beber mucho, pero que cuando lo hacía le daba por cantar y recitar sonetos y cosas sobre todo del Medievo. Porque más que cantar lo que hacía era relatar. Un poco como un juglar.

Tardó mucho en escolarizarse. ¿Quizá por eso fue siempre un niño entusiasmado con todo lo que le rodeaba?

Es algo fundamental para entender su figura. Una de las cosas por las que abogaba mi padre era por el potencial que tenemos. Hay una escuela en educación que nos dice que las personas llegamos a la vida como una tabula rasa, y que en realidad son los maestros y la sociedad la que te va colocando cosas en ese mueble vacío. Pero mi padre era de la escuela que considera que el potencial humano es inmenso y que en realidad la cultura, la educación, es tan solo una forma de abrir o dar rienda suelta a todo lo que llevamos dentro. Siguiendo esta línea de pensamiento, dado que somos animales humanos y que tenemos alrededor de 300.000 años como especie, pero nuestra trazabilidad evolutiva se remonta a cerca de 4.000 millones de años, desde que la vida está presente en este planeta, qué mejor escenario para dar rienda suelta a nuestro potencial humano que la propia naturaleza.

¿Cuándo se escolarizó Félix?

Tuvo un primer amago de ir por primera vez a la escuela a los ocho años, pero entonces estalló la Guerra Civil. Su padre, mi abuelo, no estaba a favor de una escolarización temprana. Era notario y las nociones básicas como leer, escribir o las matemáticas se las enseñó en casa. Realmente no se escolarizó hasta los 10 años.

Que también vaya palo. De vivir como un niño salvaje, sin horarios, chospando por los montes y acompañando a los pastores por el páramo de Poza de la Sal, lo meten de repente interno en un colegio de frailes en Vitoria.

Es un poco como la vida misma, un equilibrio perfecto entre aparentes contradicciones. En la naturaleza encuentras lo más cruel y lo más bondadoso. Y en ese filo se forjan las grandes personalidades. De la libertad máxima a ese intento por domesticarlo. Intento, porque ya era un poco tarde y mi padre siempre fue un hombre libre. Pero al mismo tiempo muy disciplinado, que rendía culto al rigor y al respeto a los mayores y a las tradiciones. En mi padre se dan muchas contradicciones.

Félix tuvo tres hijas, tú una de ellas, pero muchos nos sentimos hijos suyos. ¿Qué opinas de ello?

Bueno, yo siempre digo que debo de ser la persona con más hermanos del mundo. [Risas]. Hay que tener en cuenta que, para aquellos niños de la Transición, donde el dogma era que hay que esforzarse, tienes que estudiar aunque no te guste porque la vida es muy complicada, imagina lo importante que fue tener un referente como mi padre, una persona feliz, realizada, que solo hacía lo que le entusiasmaba. Los hijos de Félix estamos marcados por ese modelo de vida.

Hacer solo lo que te entusiasma. Seguir tus sueños. Menudo mensaje.

Pero es de una fuerza transformadora tan importante. Ahora mismo vivimos en un espejismo. Y realmente, para lo que estamos aquí es para encontrarnos a nosotros mismos. Para disfrutar, para ser felices. Para realizarnos y relacionarnos con otras personas, no para sufrir. Hay que quitarse las cadenas. La vida tiene que ser esfuerzo, es verdad, pero esfuerzo con gusto. Hay que vivirla disfrutándola.

Su mensaje sigue vivo. No hay más que leer tu último libro, Félix, un hombre en la Tierra (Planeta, 2020), una recopilación de sus mensajes que ya va por la quinta edición. ¿Qué destacarías de esta publicación?

Es el antídoto contra la depresión, la biblia para todo aquel que quiera saber de qué va la vida. Es impregnarte de vitalidad, de pasión por estar aquí. Por sacar lo mejor de ti mismo, contribuir a que ese todo fluya, te llene y te permita disfrutar de estar plenamente en la vida. Para mí este libro es un mapa de vuelta a casa. Al final, el destino está tan dentro de nosotros como fuera de nosotros. Y una persona que esté en comunión consigo misma es lo máximo, no hay nada que la pueda parar. Ningún sueño es imposible. Ninguna transformación. Porque todo el potencial del universo está en nosotros. Si te quieres encontrar a ti mismo, más allá de las plantas, los animales o el entorno, léete esta biblia. Es una joya absolutamente imprescindible.

Dices que el mensaje de Félix es un mapa para volver a casa, pero últimamente estamos muy desnortados. ¿Vamos a peor?

Y todavía puede ir a peor, pero es necesario. Porque son los estertores del viejo sistema. Cuando hay un proceso de cambio siempre vas a ver lo peor de lo peor llevado al extremo, y lo mejor de lo mejor llevado al extremo. Antes hablábamos de contrastes. Vas a ver esos contrastes que son los que luego dan lugar al caldo de cultivo para que todo se renueve. Y en la naturaleza ocurre muchísimo. La evolución es puntual, no es lineal. Y en los momentos de salto siempre ha ocurrido una crisis tremenda, ya sea porque ha venido un meteorito o un cambio climático.

¿Quieres decir que la llegada del meteorito de Trump y Musk a la larga nos vendrá bien?

Con perspectiva, dentro de 150 años, aunque ya no estamos aquí para verlo, se entenderá cómo encajaban todas estas piezas. Nos va a servir, tanto a los que ya estamos convencidos como a los que todavía no lo tienen muy claro, para entender que forman parte del cambio. Necesitamos esos extremos para que surja algo mejor. Es algo que me incentiva. Además, es que si Trump o Elon Musk fueran unos líderes a los que no se les puede decir que no porque tienen un liderazgo…, ¡pero mira a Trump, Dios Santo! Es que todo, desde el pelo hasta cómo habla o el rotulador para firmar, es un despropósito de tal magnitud que yo creo que nos va a hacer reaccionar.

Sigamos con temas polémicos. Hablemos del lobo. Sus poblaciones están ahora mucho mejor que en tiempos de tu padre, pero en los últimos años ha resucitado su mala imagen de alimaña sanguinaria. Incluso aparecen ejemplares ahorcados en las carreteras. ¿Es posible la convivencia con el lobo?

La solución es la línea del medio. Para mí siempre ha sido muy peligroso el terreno de los extremos. Hubo un movimiento vinculado al lobo, cuando todavía estábamos en la Fundación, que sacaba mucha gente a la calle para defender al lobo, en un momento en el que lo último que necesitaba era ponerlo en el centro de la comunicación, porque le iba muy bien. Nos habíamos olvidado de él. El problema es cuando hay un medio rural que lo está pasando fatal, es el desfavorecido del nuevo sistema, y se ve criticado por una visión urbanita que ha venido a sacralizar a la especie, que nos dice que no podemos ni tocarlo en los momentos en los que se precisa hacer una extracción de algún ejemplar problemático. Eso también es muy peligroso.

¿Hay que volver a tejer alianzas entre el mundo rural y el urbano?

Es necesario encontrar aliados en el campo. Hay que optar por la vía del medio, la del sentido común. Es mucho más importante pensar en el medio y largo plazo para ver cómo puede seguir expandiéndose el lobo compatibilizándolo con el mundo rural. Para que, como decía mi padre, esté donde puede y debe existir.

¿En qué sitios no puede haber lobo?

Por ejemplo, en los espacios urbanizados. Este tipo de gestión hay que hacerla y compatibilizarla con el mundo de los seres humanos. Si no lo hacemos, tendremos posiciones radicales extremas. Porque al final, ese mundo que percibe que se le está imponiendo algo que no ve lógico, va a presionar de todas las maneras posibles para que se permita volver a cazar al lobo, para que vuelva a verse como una alimaña. Es el problema de querer imponer posturas radicales cuando la vía del medio es la solución, llegar a acuerdos, que todo el mundo ceda algo.

Frente al blanco o negro, ¿tú eres más de matices?

Yo, cuando dicen blanco o negro, digo que prefiero colores, el arcoíris entero. Y si no los hubiera, pues escalas de gris. Es fundamental que la gente huya de los extremos, de cualquiera de los extremos. Ni somos santos ni somos demonios. Es una maravilla ser humanos, somos seres imperfectos.

Ya para terminar, ¿cuál es el mensaje que destacarías del legado de Félix Rodríguez de la Fuente, justo ahora que celebramos los 97 años de su nacimiento y los 45 de su fallecimiento?

Su mensaje real es descubrir el pleno potencial humano. Que somos naturaleza. Que somos una parte indispensable de la naturaleza, porque somos su consciencia o raciocinio, esa herramienta que nos ha sido legada y que no sabemos utilizar. Debemos reivindicar lo vivo e incluso lo no vivo, el misterio de la existencia. La extraordinario oportunidad que significa estar vivo. Eso es mi padre. Una reivindicación a la vida, al privilegio absoluto de estar vivo y poder pensar, reflexionar, sentir, apasionarse.

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