Alertas frente al poder: del expresionista Grosz a Tomi Sánchez

‘Metrópolis’, 1916-1917. George Grosz. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Uno de los cuadros que mejor retratan el mundo actual sigue siendo para mí ‘Metrópolis’, de George Grosz. Pintado en tiempos de la Primera Guerra Mundial, el artista alemán (recomiendo sus memorias, ‘Un sí menor y un no mayor’, publicada en Capitán Swing) no solo nos dejó un espejo deformado de la incipiente vida en las metrópolis, también la visión del futuro, del presente, de una realidad fragmentada donde la velocidad y la prisa nos han secuestrado la capacidad para pensar y reflexionar.

De todas las vanguardias, quizá sea el expresionismo (al menos el expresionismo tardío), movimiento al que se adhirió Grosz, el que mejor supo conciliar la ambición artística con la crítica social. No se trataba de calcar la realidad, ni siquiera de captar sus instantes (como había hecho el impresionismo), sino de deformarla para poder entenderla mejor. Al fin y al cabo nunca somos lo que parecemos, ni siquiera cuando nos miramos a un espejo. Esa ciudad saturada de rojo que retrata Grosz en Metrópolis podría ser Berlín, ciudad en la que vivió y de la que tuvo que exiliarse cuando Hitler llegó al poder. Pero una bandera americana nos despista un poco. Sin duda el caricaturista alemán, maestro de genios como El Roto, era un visionario. Personas sin rostro que huyen de algo indefinido, una calavera entre la multitud, todos ellos revueltos en una calle donde mandan los tranvías, la vida que pasa a toda velocidad en una metrópoli sangrienta, ¿metáfora? de una guerra que Grosz había vivido en primera persona. Este cuadro forma parte de la colección permanente del Museo Thyssen y ahora puede verse junto a otras obras cumbre del expresionismo alemán en la exposición Expresionismo alemán en la colección del barón Thyssen-Bornemisza https://elasombrario.publico.es/diez-obras-artistas-degenerados-en-el-thyssen-que-te-haran-pensar/ , abierta hasta el 14 de marzo.

Los puentes entre la literatura y otras expresiones artísticas han existido siempre y la mirada de Grosz en Metrópolis (que cuenta también con un referente cinematográfico imprescindible, de Fritz Lang) siempre la reconocí en un novela: Berlin Alexanderplatz, obra maestra de Alfred Döblin. Escrita con ese distanciamiento que pedía Bertold Brecht para el drama, de hecho tiene muchas similitudes con el teatro, la novela cuenta el viaje de Franz Biberkopf desde la cárcel al barrio obrero de Alexanderplatz, en el Berlín de los años veinte, con el propósito de reintegrarse en la sociedad y convertirse en un buen ciudadano.

Pero Franz ya está estigmatizado y el sistema bloqueará sus intentos de ser una persona decente, signifique eso lo que signifique. Comunista de origen judío, como Grosz, también Döblin huyó en los años treinta a Estados Unidos (allí se convirtió al catolicismo), cuando el terror nazi campaba ya a sus anchas por la ciudad que tanto amó. La experimentación, la polifonía, la dramatización de la novela, la desestructuración y el distanciamiento sentimental con los que Döblin retrata la vida de Franz y, de paso, de ese Berlín de entreguerras, han convertido a Berlin Alexanderplatz en una de las cumbres de la literatura europea del siglo XX.

Pensaba en Grosz, en Döblin, y por qué no, también en Cortázar, mientras leía Vida económica de Tomi Sánchez (La navaja suiza), de Javier Sáez de Ibarra. Autor de varios libros de cuentos, en los que el escritor vasco siempre ha mostrado su inquietud a la hora de buscar otras maneras de narrar, esta Vida económica de Tomi Sánchez es su primera y exitosa incursión en la novela. Obra coral y polifónica, la vida de Tomi guarda muchas similitudes con la de Franz Biberkopf. El sistema les niega a ambos la capacidad de realizarse, de ser algo más que un número en la estadística anotado en el margen de la sociedad. También a nivel estructural la novela de Sáez de Ibarra guarda relación con la de Döblin: el desdoblamiento de voces, la búsqueda de la identidad, el humor y el sarcasmo. Pero mientras que en la novela de Döblin el tiempo narrativo transcurre de una manera más lineal, en Vida Económica de Tomi Sánchez su autor descuartiza el tiempo.

Veo también similitudes con el Lazarillo de Tormes, por qué no, y por supuesto con Rayuela, por esa visión de la literatura como juego y diversión, y por saber moverse en ese terreno híbrido y fronterizo entre la novela y el libro de cuentos. Nuestro antihéroe, padre abnegado de numerosos hijos (con nombres como Esperanza o Energía) a quienes trata de enseñar ciertos valores, novio perpetuo, escritor ocasional (o no), católico, buscavidas y revolucionario sin revolución. Pero Tomi Sánchez podríamos ser en realidad cualquiera de nosotros. La novela se lee con una fluidez pasmosa gracias al gran pulso narrativo de Ibarra y a su capacidad para integrar los grandes temas en diálogos chispeantes. Vida de Tomi Sánchez, que tiene un parentesco muy reconocible con su último libro de cuentos, Fantasía lumpen (Páginas de Espuma), es una divertida sátira del mundo actual, una crítica despiadada al poder, a un sistema económico, el capitalista, que ha mercantilizado nuestra existencia y la ha vaciado de todo proyecto humanista. Aunque el propio Tomi sabe que no es nada nuevo, que ya alguien, hace 2.000 años, se anticipó a Marx, Bakunin o Gramsci y nos alertó contra el poder: “Jesús les dijo –más o menos– a sus discípulos: Sabéis que los grandes de las naciones dominan, y los poderosos las oprimen”.

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