‘Arabella’ de Strauss: el amor es tan terrorífico como el futuro

De izquierda a derecha, Sara Jakubiak, Sarah Defrise y Josef Wagner en ‘Arabella’, de Strauss. Foto: Javier del Real.

El Teatro Real ha saldado una cuenta con Richard Strauss estrenando por primera vez en MadridArabella’, su sexta y última colaboración con el novelista Hugo von Hofmannsthal. Y lo hace con una producción de Christof Loy de 2009 que no ha perdido ni un ápice de vigencia. Se trata de la disección psicológica de una comedia romántica en un artefacto teatral y musical de altísima calidad. 

Arabella, la sexta y última colaboración entre el compositor Richard Strauss y el novelista y dramaturgo Hugo von Hofmannsthal, lleva aparejada desde su elaboración y estreno en 1933 la etiqueta de Comedia Lírica. Posee todos los ingredientes de la comedia romántica: enredos amorosos, equívocos, giros dramáticos, celos y, sobre todo, un final feliz. Sin embargo, la representación que pudimos ver el martes en el Teatro Real, que firma el director de escena alemán Christof Loy, va muchísimo más allá. Su propuesta teatral es capaz de aislar cada uno de los personajes y sus conflictos, como quien aísla un átomo de un cuerpo material, para ponerlo en un microscopio y encontrar lo que de universal tienen sus sentimientos. El propio Loy lo dice en sus reflexiones al pase de mano: “Muchas escenificaciones de Arabella se concentran en su faceta de opereta, pero siempre que he asistido a una representación de la ópera he tenido la sensación de que la obra esconde mucho más”.

Por eso es un acierto absoluto que su propuesta incida en cierta búsqueda de atemporalidad de lo que vemos en escena. Sería un error enfrentarse a esta producción tratando de situarla en un espacio temporal concreto, porque en lo que incide la Arabella de Loy no es tanto en lo que ocurre, sino en las consecuencias personales y psicológicas que esos hechos imprimen en los personajes y sus circunstancias. Se trata de llevar la comedia romántica a otro nivel, como sin duda trataron de hacer Strauss y Hofmannsthal, metiéndonos sin contemplaciones en la mente y los anhelos de los personajes.

Así, lo importante de esta Arabella no es tanto si se corresponde con ese imaginario colectivo que tenemos en la cabeza, fundamentalmente por culpa del cine, de la Viena de 1860 en la que el libretista sitúa la trama. Esa corte austríaca en plena decadencia que tan solo seis años atrás había estrenado a Sisi como emperatriz consorte. Lo crucial en este montaje es la mirada que se nos muestra de los personajes en tres niveles diferenciados en la escenografía. La realidad, que queda representada por unos elegantes y neutros decorados que se deslizan horizontalmente por la escena tras un marco blanco brillante que representa el plano psicológico. Los personajes transitan entre uno y otro en un interesantísimo tiempo y espacio líquidos. Una serie de paneles móviles esconden o dejan ver partes del primer plano o lo ocultan totalmente según sea necesario, como, por ejemplo en el tercer acto que se desarrolla casi en su totalidad en esa caja blanca de la que no se tiene escapatoria. En el fondo del escenario y tan solo en dos ocasiones se nos desvela el tercer plano: el abismo de las decisiones. El futuro.

Arabella es básicamente una historia de engaños fantásticamente contada por Christof Loy y en la que la simbiosis de música y libreto resulta absolutamente magistral. El director musical de este estreno, David Afkham, director titular de la Orquesta Nacional de España, logra una espectacular integración de la partitura de Strauss con la inmensa panoplia sentimental que se descarga en escena. La orquesta del Teatro Real, en una de sus más intensas interpretaciones, lleva en volandas no solo a los cantantes, también la historia de la familia Waldner.

Los condes Waldner son una familia venida a menos que se traslada a Viena para intentar utilizar su último cartucho y conservar el estatus social del que provienen. El padre es un jugador compulsivo que ha dilapidado la fortuna familiar con la baraja francesa, y su esposa, una inculta, supersticiosa y clasista mujer. Tienen dos hijas, pero tan poco dinero que tan solo han podido costearle a una de ellas, Arabella, los lujos necesarios que una mujer casadera de familia bien pueda presentarse en sociedad en la Corte. A su otra hija han decidido educarla como si fuera un chico, para ocultar así la mala situación económica de la familia. Así, ambas mujeres son víctimas de sus propios padres y ambas son las dos caras de una misma moneda: las apariencias. Arabella, la cara visible, educada y domada para cazar a un hombre adinerado. Su hermana Zdenka, anulada como mujer, obligada a vestirse y actuar como un hombre para evitar que se descubra la decadencia de su familia. Ambas con su libertad cercenada por una posición social y el qué dirán.

El oficial Matteo, enamorado de Arabella, lo intenta y lo intenta, pero la joven está llamada a una empresa más importante. Zdenka, en su apariencia masculina se ha convertido en su mejor amigo y confidente, pero en realidad, ella, la mujer que palpita bajo los pantalones y la chaqueta de muchacho, se ha enamorado del militar. Mandryka, un adinerado joven de campo, ajeno a los códigos y las disolutas costumbres de la corte vienesa, sobrino de un amigo del conde Walder, se convertirá en el prometido de Arabella. A los cuatro amantes los veremos zarandeados por una realidad que nunca se esperaron y unos sentimientos que nunca pensaron podrían llegar a sentir. Loy nos sirve la comedia como el mejor de los dramas con una espectacular dirección de actores y una dramaturgia elegante y brutal a veces. La cruda realidad.

Una escena de ‘Arabella’ en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.

Loy es tan inteligente que sabe rodearse de un equipo -con el que normalmente trabaja- que colabora de forma imprescindible para convertir este espectáculo en un verdadero acontecimiento teatral en Madrid. Herbert Murauer firma una magnífica y efectiva escenografía de la que ya hemos hablado. También se encarga del vestuario, sobrio y atemporal. Reinhard Traub firma una iluminación muy marcada y acentuada con un recurso estilístico un tanto brusco en ocasiones en el cambio entre un plano y otro. El coreógrafo Thomas Wilhelm es, sin duda, uno de los profesionales que más contribuye a la maravilla de este montaje. En ocasiones, cómo se mueven los personajes es casi tan importante como lo que dicen o piensan. Especialmente en el tercer acto, que se convierte en una magistral clase de visión y aprovechamiento del espacio. Con movimientos que tienen hasta un significado en sí mismo, como ese trayecto que recorre Zdenka de un lado a otro del escenario pegada a la pared antes de que todo estalle.

La Arabella de Christof Loy nos enseña cómo en el amor los seres de luz no existen. Los ideales no se cumplen y las decepciones son parte ineludible del proceso. Ya es bastante para una comedia romántica. Y, al final, como a todos fuera del escenario, siempre nos abrumará ese abismo que es el futuro cuando es imposible estar seguros al 100 % de quien camina de tu mano hacia un negrísimo mutis por el foro. Ante ese abismo, ni siquiera podemos estar convencidos de nosotros mismos. Porque el amor es tan imperfecto como incierto es el futuro.

Musicalmente, la velada fue del altísimo voltaje, no solo porque David Afkham sacase petróleo de la Orquesta del Real -qué buena noticia ha sido su renovación al frente de la ONE hasta, al menos, 2026-, sino también porque el elenco vocal que se ocupará de las siete funciones que hay programadas es fantástico. La soprano Sara Jakubiak, en su estreno en el Real, compuso una Arabella muy creíble, con gran potencia de voz y perfecta para empastar con su alter ego Zdenka, interpretado por la soprano belga Sarah Defriese. Ambas alcanzaron un momento emocionantísimo en su dúo del primer acto. El barítono Josef Wagner, que ya participó en Capriccio de Strauss en el Teatro Real, también con Christof Loy, cantó impecablemente a Mandryka, al que supo imprimir rabia, pasión y desesperación. Muy a tener en cuenta al tenor Matthew Newlin en el papel de Matteo. La soprano donostiarra sorprendió al Real con una interpretación acertada, pizpireta y muy alcohólica de La fiakermilli. Martin Winkler, que ya compuso un impresionante Alberich en Siegfried hace un par de temporadas en el Real, interpreta al odioso conde Waldner, mientras que Anne Sofie von Otter se encarga de la inculta, pusilánime y maltratadora Adelaide. Un cartel impresionante.

Puedes consultar aquí las funciones de Arabella en el Teatro Real.

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