Ciudades más humanas y verdes, entornos escolares más inclusivos y seguros

Bosque escuela de Cerceda, Madrid.

Acabamos de cumplir un año desde la declaración de pandemia por la ONU, un año que nos ha empujado más que nunca a buscar espacios abiertos y verdes para evitar contagios. Un año en el que nos hemos reencontrado con la naturaleza y lo rural, y en el que hemos aprendido el valor de los cuidados y de lo que realmente es esencial. Y si no lo hemos aprendido, desde luego se han dado todas las circunstancias para que lo hiciésemos. Es preciso apoyar todos los movimientos ciudadanos que van en aumento de cara a humanizar y reverdecer las ciudades. Y una pieza fundamental en esa estrategia es el cambio de rumbo en los entornos escolares. Repasamos diversas iniciativas, desde las ideas para hacer patios más inclusivos y naturales al Plan de Entornos Escolares Seguros, del Ayuntamiento de Valencia.

Salir a buscar verde, salir a buscar aire limpio parece requerir de un tiempo específico, un tiempo para salir de la ciudad, cuando las ciudades deberían ofrecer esas propuestas, espacios públicos verdes, limpios y de interacción social. La humanización de las ciudades debería ser un punto de mira primordial, no solo ante las apariciones de nuevas cepas de coronavirus que nos llevan a prevenir nuevas situaciones de protección, sino como formas de cuidado de la ciudadanía que la habita.

Dentro del conjunto de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, el 11 se refiere a garantizar el derecho a vivir en ciudades sostenibles. Sin embargo, las ciudades, tal y como se conciben hoy, distan mucho de este concepto, puesto que su disposición urbanística y logística se ha desarrollado al servicio del vehículo propio, un vehículo que durante mucho tiempo se ha asociado a estatus social y que venía a reivindicar esa marca o lugar en las clases sociales. Frente a ese modelo clasista de ciudad, en el que se olvidó que el espacio público es el lugar de todos, el lugar de encuentro, que es algo más que el lugar de transición entre un lugar privado y otro, emergen propuestas y programas que buscan comunidades resilientes, ciudadanía que participe en la mejora del entorno y reencontrarse en los lugares públicos para desarrollar la socialización más allá de las redes.

La urgencia de esta transición no es un tema menor, pues si bien la Unión Europea se plantea la reducción de emisiones de un 55% en 2030, son las ciudades del mundo, según Naciones Unidas, las que emiten más del 75% del carbono a la atmósfera, y aunque solo ocupan el 3% de la Tierra, pueden llegar a consumir el 80% de la energía. Es precisamente esta mala calidad del aire lo que provoca la muerte de siete millones de personas cada año en las ciudades debido a altos niveles de contaminación atmosférica, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sin embargo, este no es el único problema que las ciudades tienen; las urbes se han convertido en “fuentes de propagación de calor”, dado que las construcciones funcionan como islas de calentamiento, según Carlos Moreno, profesor de la Universidad de la Sorbona y asesor de la alcaldesa de París.

Por una parte, el modelo urbanístico ha quedado obsoleto, ya que muchos bulevares, parques y avenidas con arbolado quedaron enterrados bajo el asfalto. Los propios centros educativos llenaron sus patios de pistas de hormigón, y son muy pocos los que ofrecen soluciones de juego más allá de la tiranía del fútbol, esa tiranía que desplaza a los rincones a los niños y niñas a los que no les gustan el deporte cuya pista de cemento ocupa el lugar central del patio. Pero por suerte están implantándose soluciones a problemas como este. Soluciones basadas en la naturaleza que ofrecen patios inclusivos. El colectivo Basurama lleva años ofreciendo alternativas y trabajando en este sentido. El pasado mes de febrero lanzaba una propuesta vía Twitter al Ayuntamiento de Madrid para la reutilización de troncos de los árboles destruidos por la borrasca Filomena en patios escolares, y lograr así que los troncos de árboles caídos llegasen a patios de colegios del distrito madrileño de San Blas, entre otros.

Otra solución y apuesta novedosa viene de la mano del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y el Real Jardín Botánico que mediante el proyecto LIFE My Building is Green aportan soluciones a los patios y edificios que alcanzan altas temperaturas, consiguiendo climatización mediante cubiertas vegetales y toldos. Lo saben bien en el Ceip Gabriela Mistral de Solana de los Barros, en Extremadura, donde los niños y niñas diseñaron “el patio de sus sueños” y esperan ahora la implantación de las soluciones vegetales, unas soluciones que además repercutirán positivamente en sus vidas y las de sus docentes, ya que lograrán bajar la temperatura del edificio hasta 6 grados con techumbres y toldos vegetales. Gran parte de los centros educativos del país han sido construidos en la década de los 70 y, por lo tanto, no están adaptados a la situación climatológica actual, por lo que alumnado y docentes siguen soportando temperaturas muchas veces superiores a los 30 grados en “edificios enfermos”. Su coordinador, Salustiano Torres, comenta que las Soluciones Basadas en la Naturaleza son enfoques, acciones o procesos que utilizan los principios de la naturaleza para dar una salida a distintos problemas relacionados con la gestión territorial y urbana, como la adaptación al cambio climático, la gestión de los recursos, del agua, la seguridad alimentaria y la calidad del aire y el entorno. Por este motivo, el proyecto LIFE My Building is Green trabaja en el diseño de prototipos de Soluciones Basadas en la Naturaleza para ser aplicados en colegios de educación de España y Portugal como herramientas de adaptación climática. 

Pero el mayor obstáculo o la mayor facilidad para que un centro educativo o un municipio pueda reverdificarse o crear un entorno más sano no depende del profesorado u otros agentes, sino que básicamente depende de los gobernantes municipales, y ahí nos podemos encontrar actuaciones ejemplares, que pueden ir desde pequeñas acciones cargadas de intenciones, como la apuesta por construir un bosque-escuela en Nigrán (Pontevedra), hasta planes más ambiciosos, como el del Ayuntamiento de Valencia, cuyo Plan de Entornos Escolares Seguros busca proteger de coches una veintena de colegios.

A veces, cuando los políticos olvidan que gobernar es ocuparse de la ciudadanía, hay que recordárselo, cooperar, asociarse y reivindicar que las personas requieren de un espacio propio más allá de que vayan dentro de un coche, y hacerles ver que el cambio climático es una realidad, las afecciones de salud por contaminación también, y que atajar los problemas urbanos del siglo XXI solo puede venir pensando en ciudades del siglo XXI, urbes con espacio recuperado para las personas. Y ese recordatorio lo viene haciendo desde hace un tiempo la Revuelta Escolar, un movimiento que no deja de crecer y al que se suman centros en cada convocatoria. Un movimiento ciudadano para la ciudanía. Y es que desde la comunidad escolar, desde la acción del profesorado y las familias, se está generando un cambio que debe ser acompañado por la gobernanza. Porque, como dice el asesor en el Parlamento Europeo Edouart Gaudot, tenemos que asegurarnos de que las escuelas están preparando a los niños y niñas para el mundo que habrá en 20 años.

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