‘Contra Ana’: vomitar la verdad de la anorexia sobre un escenario

El elenco de ‘Contra Ana’.

Bajo la dirección de Paco Montes, ‘Contra Ana’ relata el año en que Alma García, la autora y protagonista de la obra, pasó ingresada por anorexia nerviosa en una clínica de Barcelona. Por entonces, Alma no se llamaba así. Su nombre real es Ana Martínez. Ana de anorexia, como ella misma dice. Así, a través de un ejercicio de autoficción, todo lo que se cuenta parte desde la honestidad. “No podía faltarme el respeto a mí misma. Eso hubiera sido mentirme, intentando aparentar que estoy muy bien. El público no se merece que le mientas, ni yo tampoco”, explica en esta entrevista con ‘El Asombrario’. ‘Contra Ana’ vuelve del 25 al 27 de enero al Teatro del Barrio.

“Tengo ganas de vomitar, ¿sabéis? Ahora mismo. Vomito desde los 15 años. Antes, todos los días. Luego, tan solo de vez en cuando. En ocasiones por atracones. Para mí un atracón es un tomate, un yogurt, siete galletas y un trozo de queso. Vomito. Lo saco de mi cuerpo. Pongo mis dedos en la garganta y rezo para que salga todo. Pero siempre sé que eso es imposible. Siempre queda algo. Incrustado aquí. En mi estómago, en la boca, cerca del ombligo. Lo escucho. Escucho ese alimento ahí metido que se niega a salir. Escucho como se ríe de mí.

Y hoy, lo siento mucho, de verdad, pero tengo ganas de vomitar hasta expulsar, por primera vez, todo lo que tengo aquí dentro en las entrañas. Vomitar y decir que enfermé de anorexia nerviosa a los 14 años y que más de diez años después sigo luchando por hacer salir esto de mí. Y siempre queda algo, ahí incrustado, cerca del ombligo. Hoy quiero vomitar la anorexia. Quiero vomitar y sé que es desagradable, así que si alguien quiere salir, que salga ya. No lo culpo. Porque en este vómito no voy a esconder nada”.

(Fragmento inicial de ‘Contra Ana’).

Tras vomitar estas palabras sobre el escenario, Alma García avisa al público de que lo que va a presenciar no será fácil de digerir. Su cuerpo, tantas veces denostado por su aspecto, se erige en esta ocasión como un arma con la que combatir la anorexia y destapar el tabú que gira en torno a ella. Una enfermedad que en España padecen más de 400.000 personas, sobre todo adolescentes de entre 12 y 18 años.

Contra Ana, cuyo reparto lo conforman, además de Alma, Carmen Climent, León Molina y Jone Laspiur, busca explorar la realidad de los trastornos de conducta alimentaria (TCA) y, al mismo tiempo, reflexionar sobre la identidad y los estereotipos estéticos que imperan en la sociedad. Una sociedad enferma, que aparta la mirada y que no se responsabiliza del sufrimiento ajeno. Que calla y acusa al que se siente vulnerable. Por todo ello, Alma firma este manifiesto contra ella, contra la anorexia, “ese bicho que te lo tragas sin saberlo”, para enfrentarnos a lo que pocas veces el teatro nos enfrenta. Para mostrar sus miedos desde la mayor de las valentías. Para vomitarnos encima todo lo que ha callado durante años. Para que su silencio, ahora grito, nos acompañe para siempre.

En la obra dices que aún no lo has superado del todo. Y rara vez una obra de teatro nos enfrenta ante una realidad tan demoledora; ante una honestidad escénica que desdibuja por completo la línea entre realidad y ficción. ¿Por qué decides contarlo?

La honestidad es el motor que me llevó a escribir esta obra, y sin esa honestidad la obra no funcionaría. Lo que más me costó de la obra fue no faltarme el respeto a mí misma. Eso hubiera sido mentirme, intentando aparentar que estoy muy bien. Esto ya me ha ocurrido en otros momentos de mi vida y he aprendido que ese no es el camino para estar completamente bien. Es una enfermedad que es muy difícil de superar del todo. Quedan secuelas, y son secuelas que seguramente duren años, al menos en mí. En esta obra expongo mi caso, no hablo de todos los casos. Yo no hace tanto que estoy estable, y eso había que contarlo: que no estoy curada completamente. El público no se merece que le mientas, ni yo tampoco.

¿Hay que ser muy valiente para hacerlo así, sin censura, no?

Yo no sé si es muy valiente esto porque yo lo hago muerta de miedo; de hecho, lo digo en un momento de la obra. Pero si algo he aprendido es que la valentía puede caminar de la mano del miedo, y que no tengo que esperar a que cese el miedo para empezar a contar lo que creo que el mundo necesita escuchar.

La obra es una invitación para que todo el mundo se muestre vulnerable. Sólo a través de la vulnerabilidad, y a contar al resto eso de «yo también estoy mal», es cuando vamos a empezar a empatizar, a entender a los demás y a sanar nuestras heridas, porque al compartirlo nos sentiremos menos solos. Así que quería ofrecer mi testimonio desde esa verdad, no había otro camino…

¿Qué sientes al vomitar ante un público tu relación con la anorexia? ¿Ha tenido algún fin terapéutico?

Es una sensación muy gustosa, no es para nada dolorosa, que es una de las cosas que más me sorprendió. Yo no acabo la obra sufriendo, al revés, acabo liberada. Y en esta liberación, al contar que la anorexia habita en mí, es donde se encuentra el fin terapéutico. El teatro es terapéutico, pero a su pesar. Es terapéutico porque transforma. A mí me ha transformado todo este proceso. Desde que comencé a escribir el texto, hace dos años, hasta el estreno de la obra, he cambiado. Soy una persona muy distinta. A través de esta obra, me he enfrentado a mí misma, y he logrado perdonarme, a no culparme y a cuidarme mejor. En definitiva, contar la anorexia que sufro me ha liberado, y eso me ha transformado, soy más libre y menos esclava de esta enfermedad.

En España, 400.000 personas padecen TCA. Sin embargo, parece que la sociedad todavía no ha terminado de entender esta enfermedad. ¿Por qué?

Uno de los grandes motores por el que decido hacer Contra Ana tiene que ver con la rabia. De ver cómo todavía le damos la espalda a esta enfermedad, y eso tiene que ver con la incomprensión. Y eso es culpa, en gran parte, de cómo se ha ido comunicando lo que es padecer un TCA, así como cualquier tipo de padecimiento psíquico. Para poder comprenderlo tienes que bucear y no quedarse en la superficie, y eso es algo complejo e incómodo que requiere tiempo. Creemos que enfermedades de este tipo se pueden arreglar comiendo y subiendo de peso, y ya está.

Además, también entra en esta ecuación cómo los medios se han enfrentado a este tipo de enfermedades. Por eso creo que es muy importante que personas que han padecido o padecen esto, como es mi caso, hablen sobre la realidad de lo que supone padecerlo. Porque, si no, se va a simplificar; así que hacen falta esos testimonios en primera persona. Es fundamental. Como sociedad, nos cuesta mucho sostener el dolor ajeno. Solemos mantenernos en un margen que no implica una responsabilidad. No todo el mundo está preparado para entender lo que una persona puede estar sufriendo, porque la sociedad no está preparada.

¿Cuánto daño han hecho las redes sociales y la publicidad para formular estereotipos estéticos inalcanzables?

Indudablemente, las redes sociales y la publicidad han hecho mucho daño. No creo que sea la causa principal por la que se empieza a generar esa herida, pero sí que, cuando tienes 14 años, que es la edad a la que yo enfermé, las herramientas que tienes a tu disposición para intentar gestionar el dolor que estás sintiendo son las redes sociales y la publicidad, donde nos bombardean constantemente con mensajes de «si consigues un cuerpo perfecto, vas a ser más bella y, a consecuencia, vas a ser más feliz». Y ese mensaje es muy peligroso, sobre todo para un niño o una niña. Cuando vas siendo más mayor, puedes tener más capacidad de análisis, pero en la infancia es mucho más complicado. Por ello, esta es una enfermedad que se presenta a edades muy tempranas. La sociedad te empuja. Y si has tenido una adolescencia complicada, o una situación familiar difícil, optas por alcanzar la felicidad a través de un estereotipo estético que es inalcanzable y que es una trampa absoluta.

Como actriz que padece TCA, ¿crees que también en el mundo de la interpretación se buscan cuerpos normativos, lo cual provoca inseguridades y genera heridas? ¿Te cierran puertas por no tener un cuerpo perfecto?

Me parece muy interesante hablar sobre este tema, porque no se suele hablar mucho, y es del daño que hace la industria audiovisual a la hora de fomentar ciertos estereotipos que vemos en la ficción y las inseguridades que sienten los actores y actrices por este motivo.

La verdad es que conozco a pocos actores y actrices que en un momento de su carrera no hayan estado demasiado pendientes de su cuerpo. Evidentemente, es un trabajo que te obliga de alguna manera a estar en forma, por lo que requiere la escena. Pero eso no tiene que ver con los estereotipos que se exigen en la industria. Entre todas y todos asumimos que esto es lo que hay, y no paramos los pies a los que deberíamos pararles los pies. Es terrible porque, además, estos cuerpos normativos se suelen ver más en proyectos que van muy enfocados a un público juvenil, y eso me parece lo peor.

En tu caso, ¿has sentido presión en este sentido a la hora de enfrentarte a un casting?

Sí que he sentido presión, sobre todo porque yo ya parto con esta herida y te enfrentas a un mundo en el que es muy difícil olvidarte de eso. Muchas veces he pensado en alejarme de la interpretación por protegerme, y he encontrado maneras de protegerme. Sobre todo planteándome qué tipo de acercamientos quiero tener en esta industria. Por encima de todo, lo que debo hacer es cuidarme. Así que no hago esfuerzos por dirigirme a determinados proyectos audiovisuales que exigen ciertos estereotipos, y evito eso porque no quiero perderme a mí misma.

¿Alguna mala experiencia?

No he tenido ninguna mala experiencia en castings, ni me han hecho un mal comentario, pero sí que me ha pasado que representantes o agentes que están pendientes de tu carrera te digan: «Has engordado, o has adelgazado». Y lo dicen desde la buena intención, pero entre comillas. Entonces, si estas personas que tienen que apoyarte y mirar por ti te dicen eso… Es muy difícil. Por tanto, este es un mundo en el que los TCA tienen un lugar complicado. Por eso es importante hablar de qué manera nos relacionamos con nuestro cuerpo, nuestra herramienta de trabajo, en el mundo de la interpretación.

¿Qué relación hay entre la gordofobia y los TCA?

Hay mucha relación. Pensar que no hay gordofobia me parece otra trampa en la que caemos. Alguna vez hemos lanzado comentarios que, depende de la persona en la que aterricen, pueden hacer mucho daño.

¿Cómo se puede combatir?

Generando conciencia. Y también a través de la legislación, que existan leyes que protejan que se sigan generando según qué tipo de publicidad o que se sigan perpetuando ciertos tipos de comportamientos.

La obra lanza, también, una crítica hacia los centros de terapia, cuyos tratamientos son agresivos y poco eficientes, y dejan de lado la salud mental del paciente. ¿Cómo describirías tu paso por la clínica de Barcelona?

Mi paso por la clínica me ayudó, me dio herramientas y me hizo entender que si me quería cuidar tendría que hacerlo yo sola, porque nadie me iba a salvar. Pero sí que fue impactante, y eso que es una clínica privada, que no tiene los tratamientos más agresivos del mundo; hay sitios peores… Pero, aun así, cuando relato todo lo que viví ahí dentro, suena a distópico, así que imagínate los tratamientos que se harán en otros centros más agresivos.

¿Qué métodos fueron los que más te impactaron?

El de la contención mecánica. Recuerdo mi primera noche en el centro, que me desperté porque alguien no paraba de chillar. Salí de la habitación y pregunté en enfermería qué pasaba, y me encontré con una chica atada a una cama. Para mí fue un choque brutal con la realidad. Pensaba que estaba en el infierno. La chica que gritaba atada era una niña… Yo en ese momento tenía 17 años. Que te aten a una cama es una agresión absoluta, no hay justificación, según mi modo de verlo.

Realmente, ¿cómo se podría ayudar al paciente?

Principalmente, sin sobremedicación; no digo que no a la medicación, pero estoy en contra de medicar a los pacientes de forma excesiva. Además, no tratando al paciente como tonto, que es algo que ocurre muchas veces. Parece como que el psicólogo o psiquiatra de turno lo sabe todo y no escucha al paciente, el cual lo está sufriendo en sus carnes. Falta comunicación. Hace falta escuchar más a los pacientes y no infantilizarlos, tomando en serio lo que les están diciendo. No hay nadie que conozca mejor el dolor que uno mismo. Por eso, la clave sería poner el foco en el paciente, sin imposiciones excesivas. Hay contenciones que tienen que ver con la dulzura, que yo las he visto, y tienen que ver más con lo verbal que con lo físico, y te aseguro que son mucho más efectivas.

¿Qué responsabilidad tiene la cultura, en este caso el teatro, para remover y cambiar conciencias?

Siento que el teatro debe apropiarse, más que ningún otro arte, de esta capacidad inmensa que tiene para remover y cambiar conciencias. No creo que haya otra herramienta de la que dispongamos que sea más efectiva. Y por eso creo en el teatro y, desde luego, veo un camino en el que despertar conciencias y despertar la empatía sea el motivo por el cual hago esto. Estar pegado a un público, contar las cosas desde la cercanía, genera un puente. A veces se me viene a la mente la imagen de una sociedad que está de espaldas a un escenario; entonces, se enciende una luz en ese escenario que nos invita a girarnos para que nos subamos a él y nos miremos a los ojos. Y eso lo cambia todo. El hecho de mirar a los ojos a una historia, o a un dolor ajeno, hace que evolucionemos como sociedad.

Sin duda, ‘Contra Ana’ arroja esa luz necesaria para que entendamos lo que es convivir –y sobrevivir– con un TCA.

Si algo de esto consigo con esta obra, ya soy la persona más feliz del mundo, porque para eso está hecha Contra Ana. No es una obra ni siquiera hecha para mí; por supuesto que ha tenido un fin terapéutico y liberador, como te decía antes, pero eso no es lo importante. Lo importante aquí es que despierte conciencias y remueva corazones y que todos aprendamos a sostener y a cuidar mejor al que tenemos al lado. Esto no es un problema individual, es un problema social; por ello, debemos apoyarnos unos a otros.

‘Contra Ana’, en el Teatro del Barrio del 25 al 27 de enero.

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