‘Cuando salgo al jardín, entro en mí’: un ‘Paseo’ único

Un rincón del jardín de Juan Martínez de las Rivas, fotografiado por él mismo.

Un jardín geométrico con estanques, un perro, Zaki, y un jardinero. La búsqueda de la felicidad, de un cierto orden cósmico, se resume en esta tríada. Pero el jardín es asimismo un territorio caníbal, de luchas severas por la supervivencia. En su libro ‘Paseo’, editado por Pre-textos, el médico y escritor Juan Martínez de las Rivas nos introduce emocionalmente en su jardín de Ávila, que lleva décadas cuidando. El resultado es un texto extraordinario.

¿Por qué este libro resulta asombroso, se podría decir que único en la literatura española contemporánea? Por la singularidad de un escritor/jardinero como el autor de Paseo, y porque se encuentran muy pocos textos de creación relacionados con los jardines en la pobre tradición española en este campo, con la excepción de Barcelona, donde la arquitectura y los jardines han estado siempre íntimamente ligados y han conseguido un ámbito intelectual propio, ejemplificado en la figura del arquitecto y diseñador de jardines Nicolau Maria Rubió i Tudurí, discípulo del francés Jean Claude Nicolas Forestier.

Hay que destacar, en todo caso, que se está produciendo en España una eclosión ensayística y literaria sobre lo que denominaríamos la conciencia del jardín, y ello ha generado valiosas aportaciones como las de, entre otros, Santiago Beruete  , Eduardo Barba, Eva Jiménez y Xavier Llobet. En Francia, nombres como Alain Baraton, jardinero jefe de Versalles, o Gilles Clément y sus arrebatadores libros en torno a lo que él ha denominado el tercer paisaje, los paisajes periurbanos y los paisajes de las supuestas malas hierbas, hablan de un continuum estilístico muy depurado, como también en Italia, con autores con títulos recientes como Pía Pera o Umberto Pasti.

Pero la tradición que enlaza primordialmente con el libro de Juan Martínez de las Rivas es anglosajona, con nombres en el Reino Unido de autoras como Elizabeth von Arnim y su jardín feminista de finales del siglo XIX, hasta llegar a escritores y escritoras jardineras tan exquisitas como Vita Sackville-West, Katherine Swift y Alys Fowler, además de John Beverley Nichols, Cristopher Lloyd o el cineasta Derek Jarman. Y, en Estados Unidos, mujeres como Jamaica Kincaid, Eleanor Perenyi o la poeta y premio Nobel Louise Glück, que en The Wild Iris (El iris salvaje), hace mover la rueda del ciclo estacional durante un año en el jardín. En toda esta estela literaria se acopla el libro Paseo a la perfección, y por eso su publicación no puede calificarse de otra forma que de acontecimiento literario.

El médico y escritor, autor de ‘Paseo’, Juan Martínez de las Rivas.

Pero recordemos brevemente la historia que ha llevado al autor de Paseo a escribir este texto hipnótico.

Juan Martínez de las Rivas ha conseguido mantener en la esquina noroeste de la muralla de Ávila un jardín que recibió como herencia y que más tarde descubriría con sorpresa y admiración que había sido diseñado en los años 20 del siglo XX por el paisajista sevillano Javier Winthuysen. Nacido en 1874 y fallecido en 1956, fue uno de los grandes diseñadores de jardines españoles, comisario de Jardines de la II República y que rescató de la ruina, por un periodo breve, el Jardín Botánico de Madrid.

El proyecto de Winthuysen en Ávila ocupa lo que fue un terreno de huertas. Juan Martínez de las Rivas ha investigado y concluyó que esas huertas pertenecían al monasterio en el que vivió San Juan de la Cruz en el periodo abulense que le sirvió para su afianzamiento intelectual, lo que le lleva a suponer que por allí pasearía el poeta místico, y quién sabe si se inspiraría en esos paseos para los versos que vendrían después en su Cántico espiritual. Esta obra mayúscula se dice que la concibió cuando estaba preso en Toledo, o quizás más tarde en Jaén.

El jardín de Juan Martínez de las Rivas se conoce como la Finca Güell, porque su impulsor fue Eusebio de Güell y López (hijo del promotor del Parque Güell de Barcelona, obra de Antoni Gaudí). También es conocido como el jardín de San Segundo. Ocupa un área de alrededor de 3.500 metros cuadrados en una finca aún mayor, y acoge una casa antigua muy bonita, del siglo XVI y de una sola planta, mimetizada con el terreno. Se trata de un enclave de resonancias árabes. Los expertos Clemens Steenbergen y Wouter Reh explican que la influencia en la estética de los jardines europeos de las tradiciones persas y árabes “se manifiestan en los siglos XIII y XIV por la expansión del islam y las luchas de las cruzadas”. Tanto el jardín europeo medieval como el jardín islámico se disponen de forma geométrica, pero la diferencia es que el islámico busca más el disfrute de los sentidos expresado sobre todo a través del agua, como se ve en los jardines de la Alhambra y el Generalife de Granada. Steenbergen y Reh hablan de la “fons salutis medieval, que se convirtió en el centro del goce sensual en el género pastoril (por ejemplo en el Decamerón de Bocaccio), como representación de las fuerzas y los placeres propios de la naturaleza”.

El jardín de Winthuysen en Ávila tiene ecos en su fino trazado de los encerrados jardines simbólicos imaginarios del Gótico y el Renacimiento (el denominado hortus conclusus). Pero el protagonismo que le da Winthuysen al agua nos retrotrae a ese jardín islámico bajomedieval, con un magnífico estanque octogonal bordeado por parterres de rosas, y una propuesta geométrica muy refinada que le sirve para sortear las complicaciones técnicas con gran naturalidad proyectual, a partir de una alberca desde la que se distribuye el agua por canales enterrados, lo que deja constancia del talento del diseñador. Es un jardín con patio, bosquete, rosaleda y pequeño laberinto. Las rosas florecen en junio, como también los paraísos o eleagnus. Las lilas, en abril, y los lirios y saúcos, en mayo, siempre más tarde que en otros lugares de Castilla por la altitud de Ávila. Es este último el mejor momento del jardín en colorido y perfume.

Hay que decir que Juan Martínez de las Rivas ha sobrellevado con flema británica las trabas burocráticas y la profusión de reglas confusas por parte de las administraciones en España. Como en el caso de la viuda de Leandro Silva, Julia Casaravilla, cuyo tesón ha preservado el jardín personal del paisajista uruguayo en Segovia, el mantenimiento del jardín de Juan Martínez de las Rivas en Ávila puede considerarse un auténtico logro ciudadano en un país donde no se valora lo suficiente la necesaria cooperación entre los ámbitos público-privados a la hora de mantener y cuidar patrimonios tan frágiles y valiosos.

El protagonismo del agua nos retrotrae al jardín islámico bajomedieval.

En su lucha solitaria, le ha servido de apoyo el humor del citado autor inglés Christopher Lloyd, que en 1970 publicó The Well Tempered Garden (El jardín bien temperado, evocación de El clave bien temperado de Juan Sebastián Bach), un manual de consejos y reflexiones sobre su experiencia como jardinero y horticultor. Martínez de las Rivas se ha inspirado también en sus viajes visitando jardines parecidos al suyo, como los creados por Frida Kahlo en Ciudad de México; Emil Nolde en Seebül, al norte de Alemania; el legendario de Claude Monet en Giverny (Francia); el del escritor Rudyard Kipling en el Reino Unido, y, sobre todo, el jardín de Sissinghurst Castle, en Kent, concebido por la citada poeta, novelista y jardinera Vita Sackville-West y su marido, Harold Nicolson (Vita fue, además, la íntima amiga y amante de la escritora Virginia Woolf).

A partir de ahí, dejémonos llevar por el viaje al que nos invita en su libro Juan Martínez de las Rivas. Es un viaje interior acerca de las virtudes terapéuticas de ese lugar de tierra, piedras, agua y vegetación, pero evitando caer en el tipo de aproximación crédula que rodea a tantos textos sobre jardines y plantas. Antes bien, la representación simbólica del jardín en Paseo es caleidoscópica, incluida toda la crudeza de creación y destrucción que implica lo que denomina “la furia germinante invasora” (“Si los caracoles diezman los plantones del huerto, diezmo los caracoles”).

El viaje tiene también connotaciones literarias muy sutiles. Dice una de las frases: “A dejar el trabajo y pasear en calma por la rosaleda entre rosas o nenúfares lo denomino juanramonear o rubendariar”, referencias a las rosas o nenúfares del poeta nicaragüense Rubén Darío en su indagación simbolista, y a las rosas de Juan Ramón Jiménez (había un precioso billete de 2.000 pesetas en los años 80 del siglo XX que incluía un retrato de Juan Ramón Jiménez y uno de sus versos más prodigiosos: “¡Allá va el olor de la rosa! ¡Cógelo en tu sinrazón!», perteneciente a sus Baladas de primavera).

Los temas que toca Juan Martínez de las Rivas en su rastreo literario y humanístico son incontables, por aquello que Oscar Wilde denominaba la condición absolutamente inconclusa de la naturaleza. Un aforismo de Ángel Guinda dice: “Cuando salgo al campo, entro en mí”, y esto le da pie a Martínez de las Rivas para expresar que “el jardín puede servirnos de campo. No hay una barrera que separe la artificialidad del jardín de la naturalidad del campo”.

El autor trata también un asunto muy de actualidad, la hermandad con los árboles y las plantas. Recordemos el libro de Stefano Mancuso Sensibilidad e inteligencia vegetal, en el que reivindica que debemos tener los ojos más abiertos hacia el mundo vegetal, ser más sensibles a él. A la pregunta ¿podría ser recíproca esa afinidad de árboles y plantas?, los investigadores botánicos dicen que “los árboles no son tanto individuos como colectivos”. Y Juan Martínez de las Rivas añade: “Lo sean o no, colaboran, se comunican. En la cúpula de este lugar, las ramas de los saúcos y del arce se buscan, se entrelazan, compiten”.

Todo esto sucede en cuatro ámbitos: cielo, tierra, infierno y agua. Sobre la tierra corretea Zaki, el perro, y del cielo aparecen las aves. Zaki, un braco de Weimar, adquiere un protagonismo tan espontáneo y encantador en el libro que nos lleva a evocar el placer de aquellas lecturas de los grandes autores que han escrito sobre los perros, desde Thomas Mann a William Faulkner o Virginia Woolf. Escribe Juan Martínez de las Rivas: “Ha llegado la primera pareja de patos. Zaki los persigue, ladra y hostiga. No pueden salir del agua sin peligro. Incluso cuando salen volando del estanque bajo, Zaki está cerca de atraparlos”.

Y en otro momento: “Una garza ha estado alimentándose de los peces de los estanques (…) Esquilmó las carpas doradas y eliminó los maravillosos koi, ejemplares tan únicos en sus escamas manchadas de colores inesperados que reconozco a cada uno en el recuerdo. Eran los últimos koi. Se ha prohibido su cría y venta”. Se temía que los koi, un tipo de carpa, se convirtieran en una plaga (Freddie Mercury, el cantante de Queen, era un obseso de estos peces y coleccionaba ejemplares que valían miles de libras).

Hay también reflexiones de actualidad con carga crítica respecto a la sociedad española: “Los viveros buenos son tan necesarios para la cultura de un país como los buenos museos de pintura y las salas de conciertos, pero más raros. Abundan los viveros mediocres, burdamente comerciales”.

Y, por último, hay un capítulo, Ciclo, que ocupa 20 páginas del libro. Juan Martínez de las Rivas explica que no lo concibió como poema, pero no resulta arriesgado decir que en la lectura se desvela como una de las odas más delicadas, intensas y brillantes que se hayan publicado en la literatura española en mucho tiempo. El autor establece el calendario de la naturaleza a base de frases cortas que acaban conformando un paisaje anímico densamente poético en el que los atavismos inconscientes se funden con el sentido de la inmanencia, de la conexión con lo sagrado, de un cauce vital que nos aleja, en un plano filosófico, de la inestabilidad posmoderna. Es el mismo cauce vital de raíces profundas que recorre todo el libro, y, de hecho, su lectura me recordó una visita al claustro protogótico de Santa María la Real de Nieva, en Segovia, donde en los capiteles los artesanos escultores tallaron escenas del calendario agrícola, con imágenes que hacen referencia a la poda, la siega, la vendimia, con el momento álgido del mes de abril, cuando un joven va a caballo muy elegante con un ramo de flores en la mano.

De ese caballero medieval saltamos vertiginosamente a los abejorros robotizados. En un momento del ciclo vital que establece Juan Martínez de las Rivas en su precioso libro leemos lo siguiente:  “El baile de los abejorros en sus flores/ No, baile no: ataque / Como de máquinas en su vuelo/ Con sus frecuentes súbitos cambios de dirección y celeridad / De ser máquinas su vuelo sería más natural / ¿Veremos pronto abejorros y mariposas máquinas?/ Indistinguibles de los que ahora se extinguen / Criaturas técnicas con funciones biológicas / ¿Se venderán en viveros?/ Un día afloja el frío y reaparece el deseo de jardinar”.

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