Diego Galaz: ¿Tiene futuro la música popular frente a la industrial?

Diego Galaz, uno de los dos integrantes del dúo Fetén Fetén. Fotografía de Ximena y Sergio.

Diego Galaz es la mitad más visible y dicharachera del dúo instrumental burgalés (de Gamonal) Fetén Fetén. Estos días tocan a rebato “Cantables II”, disco continuación del “Cantables” publicado hace ya cinco años. Como eso de cantar no se les da demasiado bien, se han vuelto a rodear de grandes amigos para poner voz a sus composiciones de ritmos eternos: Rozalén, Kevin Johansen, Fito Cabrales cantan vals, rancheras y rumbas, Bunbury se pone cabaretero, Coque Malla jazzístico y una inmensa Luisa Sobral nos hace llorar con el fado. ¿Cómo es posible que la música sea capaz de hacernos llorar y reír al mismo tiempo? Hablamos de algo tan mágico e intangible con Diego Galaz a la sombra de algo tan mágico y tangible como es la catedral de Burgos, que este verano ha cumplido 800 años de asombro y cuya sintonía de aniversario ha compuesto este músico camaleónico.

El primer intento para hacer la entrevista fue en la Plaza de la Flora, pero al final se nos fue de las manos entre vinitos buenos y amigos mejores. Unos días después retomamos la charla (y los vinitos) en una terraza de Las Llanas, ese espacio golfo donde antiguamente se vendía lana y ahora los burgaleses regalamos sonrisas. La de Diego juega con los brillos de ese niño que nunca ha dejado de ser.

¿Por qué te metiste en esto? ¿Por qué te hiciste músico?

Mi padre era un amante de la música y tocaba el órgano y nos metió en el conservatorio a mi hermana y a mí. Entré con seis años y la música me fascinó. Desde el principio, no sé por qué, tuve claro que quería tocar el violín. Era una obsesión y un sufrimiento, pues los dos primeros años no te dejaban tocar un instrumento. Y a pesar de que en el conservatorio de Burgos se empeñaban en hundir mi afición, conseguí seguir como músico.

¿Qué es para ti la música?

La música ha servido siempre como supervivencia. La gente cantaba para solventar el hambre o para poder llevar mejor el trabajo duro. La covid-19 nos ha demostrado que la música vuelve a ser parte de la supervivencia. La música es el arte más intangible de los intangibles que nos conecta con algo que todavía no sabemos qué es, algo espiritual que de alguna manera conecta al intérprete con quien lo escucha y nos lleva a un punto espiritual absolutamente demoledor.

Pasa también con la contemplación de la naturaleza…

Es que ya Pitágoras entendió que mucha de la relación de la música con los planetas y con la matemática del universo tiene mucho que ver. Si emociona un acorde mayor es porque la tónica, la tercera y la quinta, provocan unos armónicos que te hacen estremecer. Y si es un acorde menor te sugiere tristeza. Eso tiene que ver con una matemática que hay en el universo y que es la misma que hace que nos emocionemos si vemos las cataratas del Niágara o una Luna llena. Está ahí y no es poética barata, es algo absolutamente tangible, aunque sea inexplicable.

¿Por qué es tan importante la música popular, sea del país que sea?

La música popular ha sobrevivido y evolucionado durante siglos y no tenemos derecho a cargárnosla ahora mismo porque tengamos ordenadores o teléfonos móviles. La música popular también es importante porque no es algo inconexo, tenía mucho que ver con el modus vivendi del ser humano, con la identidad. En estas épocas en las que las banderas y los nacionalismos tienen más que ver con el odio y la separación, la identidad tiene que ver con la diferencia y el amor a lo diferente. La gente conservaba su folklore, pero cuando iba de Burgos a Galicia se enamoraba de esas músicas y lo intentaba incorporar. La música popular consigue algo tan inimaginable como es diferenciarnos y unirnos a la vez.

Apuestas por la música con raíces y sin tanto maquillaje de postproducción, honesta. Das lecturas modernas a ritmos de siempre como jotas, pasodobles, chotis, rancheras, vals o tangos. ¿Tiene futuro la música popular frente a la música industrial de consumo masivo?

Nosotros no hacemos el trabajo de campo de recuperar lo antiguo. Hemos incorporado todas esas inquietudes musicales que tienen que ver con lo tradicional a nuestra forma de entender la música. Hace dos días nos invitó Vetusta Morla a tocar. Supongo que si a Vetusta Morla le interesa que toquemos un acordeón y una lata de pimentón quiere decir que el poder de la música popular es muy fuerte, puede trascender. La música popular siempre va a estar ahí y la música moderna se acabará convirtiendo en popular porque ése ha sido siempre el juego. El problema es que el mundo está ahora mismo en un momento de caos de valores y de aprecio de lo absolutamente vacuo que al final lo pone en peligro. Peligra la música popular como peligra la amistad, peligra el respeto o peligra la emoción por conocer a alguien diferente a ti. Pero si todo se reordena un poco, la música popular tiene que estar ahí y va a estar.

¿Sobrevivirá a la pandemia que ha acabado con fiestas y verbenas?

Las verbenas son lo antipopular. Una orquesta de verbena que está tocando los éxitos de reguetón, que le cuesta al pueblo 8.000-9.000 euros y donde muchos de sus músicos, los pobres, no van a estar dados de alta [en la Seguridad Social] porque siempre hay alguien que se enriquece con ellos, eso es lo antipopular. Lo que es popular son los dulzaineros tocando para el baile o la orquesta que toca popular para todo el pueblo, para los abuelos y los niños. Una orquesta de 15.000 euros tocando los últimos éxitos de Melendi no es popular, no tiene nada que ver. Después de la pandemia, los que nos dedicamos a la música popular sí que notamos que se ha abierto un espacio; en los pueblos están dedicando algo de ese dinero que se gastaban en las orquestas para programar otras cosas.

¿El reguetón es a la música lo que el fiambre al jamón de bellota?

Bueno, hay fiambre bueno [Risas]. De repente, una mortadela italiana es buena, cuidado. No va a estar a la altura del jamón, pero sí que es verdad que tiene que haber un reguetón bueno. Si alguien escucha Calle 13, que es un grupo al que yo admiro, tiene muchísima calidad. El problema no es el estilo. El problema es el contenido de las letras y el proceso. La mayoría de canciones que triunfan de ese estilo están hechas a veces con el propio móvil y de una manera poco profunda. Hay calidades en todo, pero el jamón de bellota es inigualable.

Tu música invita a bailar y brindar con amigos y amores. ¿Por qué es tan importante recuperar el placer de bailar en grupo?

España es uno de los países donde más se ha bailado. El baile y la música popular eran tan importantes que si no hubiera habido baile no estaríamos aquí, nuestros abuelos no habrían bailado y no habrían tenido una relación ni se habría perpetuado la especie. Quien se casaba en los pueblos era porque se había echado antes un baile. Las endorfinas y la serotonina se disparan bailando, por eso en los pueblos el día del baile era tan importante, porque el resto del año todo era una miseria y muy duro. Pero lo hemos perdido. El baile grupal, como las ruedas de Burgos, como las seguidillas o las jotas, tenía mucha relación con la amistad y con los códigos. La gente solía tener en los pueblos una relación bastante arisca con sus vecinos y esos eran momentos de máxima integración y amistad, donde la gente bailaba, sonreía y tenía una afabilidad con el resto de sus paisanos que no existía en otro momento. Los bailes de grupo son un ejemplo maravilloso de convivencia.

¿Ya no se baila como antes? ¿Ya no se baila?

Por desgracia se está perdiendo, se están descuidando y perdiendo las costumbres. En esta España vaciada, la parte que estamos empezando a llenar se está llenando de gente que lo que hace es instalar red de Internet en su casa y ver Netflix por las tardes. Lo que interesaba era que se llenara de las tradiciones que han hecho que en esa España hubiese una sabiduría. No había educación, pero había sabiduría y tenía que ver con los bailes, con las estaciones, las estrellas, con la naturaleza o el conocimiento de las plantas, porque todo estaba unido. Deberíamos reivindicar la música popular para volver a estructurar las bases del mundo rural con un contexto moderno.

Por cierto, ¿tú qué tal bailas?

Yo bailo muy mal, pero precisamente porque soy de la generación que no nos educaron en el baile.

Trabajas siempre con amigos o con futuros amigos. ¿Qué es para ti la amistad?

Valoro mucho la amistad. Quiero mucho a mi familia, pero desmitifico el concepto de familia porque creo que en la amistad profunda es donde uno pone a prueba los valores de verdad, por encima de otras relaciones humanas. Y cuando alguien comparte música con un amigo es una amistad 2.0, porque estás en un escenario con alguien que quieres y además estás emocionándote con lo que toca. Es muy fuerte, algo que se queda para nosotros. Pero siendo consciente de que la amistad tiene un proceso. Hay amistades increíbles que se acaban y empiezan otras, no creo en la amistad eterna. Creo en la amistad como algo para disfrutar el tiempo que tenga que durar.

¿Por qué te fuiste a vivir a Atapuerca?

Compré allí una casa a pesar de que no tengo ninguna relación con el pueblo más que Nacho y Ana, del [restaurante] Como Sapiens. Poco a poco, a base de conciertos, la fui arreglando y ha sido la mejor decisión que he tomado en los últimos años. La creación y el silencio es fundamental, y aunque suene muy poético, es algo necesario.

¿Encuentras en el pueblo esa soledad que alimenta la melancolía de tu violín? ¿Te gusta la soledad?

La soledad no elegida es muy dañina, pero el concepto está equivocado porque hay gente rodeada de gente que se siente absolutamente sola. Y hay gente que está sola y no tiene ese sentimiento pues depende de la integración del medio en el que estás. Yo me fui a Atapuerca sin saber muy bien por qué, pero no solo es por el silencio. Tiene mucho que ver con la integración con la naturaleza, que te hace sentir parte de algo a lo que antes pertenecíamos. En el momento en que nos separamos de la naturaleza empezó el declive.

¿Estar cerca de naturaleza te ayuda a ser más creativo?

Cuando te conectas con la naturaleza y te sientes parte de ella, te cambia la perspectiva, te ayuda mucho a la creatividad. Y te ayuda a bajar de una vez la vanidad, el concepto de ser músico y del personaje. Yo ahora mismo, entre un buen concierto y un buen paseo por la Sierra de la Demanda, me quedo con el paseo. Cuando encuentras la emoción y el sentido de la vida en esos momentos, te cambia todo.

Al final necesitamos estar en contacto con la naturaleza, ¿verdad?

Estamos obsesionados por la abundancia económica y se nos olvida la abundancia que hay en el mundo. Si uno se va a la Sierra la Demanda no tienes vida para contar todos los árboles, animales y arroyos que hay allí. Es una abundancia que está a tu servicio totalmente gratis. Tenemos esa obsesión por la abundancia económica, dejamos la vida en ella y se nos olvida que una vez que cubres las necesidades mínimas, el resto es gratis.

Os han llamado “los luthiers de la España vacía”, seguramente porque os prodigáis tanto por los pueblos. Pero suena como a algo con poco futuro.

Tocar en los pueblos con la intención de sentirte parte de la historia es muy importante. Mucha de la instrumentación que llevamos tiene que ver con la que habido en los pueblos porque había pobreza. Si tocamos la sartén en un pueblo, la gente se ríe y se sorprende, pero en el fondo lo que estás haciendo es cerrar un círculo, porque estás haciendo algo que hacían nuestros abuelos y abuelas en ese mismo lugar.

¿Por qué piensas que languidece el mundo rural?

Lo primero es por un problema institucional real. Tiene que haber una invitación y un apoyo y una facilidad para que la gente pueda volver al pueblo. Hay también especulación, muchas casas vacías que deberían tener sus impuestos fuertes para que se puedan alquilar, porque hay mucha gente que se quiere venir. Pero hay otros muchos que en realidad lo que quieren es tener un modus vivendi de ciudad en el pueblo. Yo creo que el mundo rural languidece porque hay poca gente que realmente quiera ir a los pueblos con la intención de revivir la sabiduría de los pueblos, de las plantas medicinales, la ganadería sostenible, porque todo eso es muy difícil. Sí que hay un poco una vuelta a los pueblos por un problema económico o circunstancial, y yo me incluyo, pero nos estamos saltando esa parte. Ya que estamos en un pueblo, vamos a dedicarle un rato a recuperar lo que ha hecho que los pueblos sobrevivan, no podemos estar toda la vida mamando de la teta de la ciudad.

¿Son los neorrurales y los nómadas digitales el futuro de pueblos como Atapuerca?

Está claro que no podemos vivir como antiguamente, sin agua ni luz, pero yo creo que ahí no está el futuro. Es parte del futuro, pero tiene que estar integrado. El futuro de los pueblos es cuando haya una generación o grupo de gente que reivindique el recuperar su sabiduría. Si combinamos esa sabiduría popular con las nuevas tecnologías vamos a salvar el mundo rural. Si estamos en un pueblo para gestionar una empresa informática desde casa e ir de compras al hipermercado como quien vive en un chalet, no arreglaremos nada. Se acabará la España vaciada cuando haya una generación, una nueva especie de seres humanos, que aúne la contextualización de lo de ahora con la recuperación de la sabiduría ancestral.

Vuestro último disco, ‘Cantables II’, ha sido compuesto y grabado entre Buenos Aires, Atapuerca, Valladolid y Madrid. ¿Con una buena conexión a Internet ya no hay fronteras?

Hay que decir que a mi pueblo no llega la fibra. Me tengo que conectar por el teléfono, es un desastre, y eso que Atapuerca está aquí al lado de Burgos. Pero se ha democratizado la manera de hacer discos. Antiguamente solo iban los artistas consagrados a un estudio de grabación. Si cuidas la honestidad en la música y el violín es un violín, Internet siempre juega a tu favor.

¿No nos estamos tecnologizando en exceso?

Algo está fallando cuando un virus ha paralizado la cultura y en una guerra mundial hubo música entre los escombros. Que unos músicos se pongan en una plaza y hagan bailar a diez personas es un gol mucho más importante que en un festival haya 5.000 personas con una cerveza en la mano dando botes, que también está bien, pero no puede ser que solo haya ese tipo de festivales.

La música tradicional siempre echó mano de lo que tenía cerca, la botella de anís, el mortero, unas cucharas con una sartén. ¿Lo antiguo es lo moderno?

Sin duda. Lo moderno se ha quedado muy antiguo. La tecnología está más estancada de lo que pensamos. Nos han vendido que va muy rápido, pero no es el avance alucinante que hubo entre los 70 y los 90. Lo de ahora es todo mentira, no está evolucionando mucho más. No hay que hacer un ejercicio de nostalgia, porque no creo que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero las cosas que se hacían antes tenían un punto muy progresista. Que una mujer cogiera una sartén e hiciera cantar a la familia que no comía en dos días, ¿puede haber algo más progresista que eso?

Reciclas canciones, instrumentos olvidados y utensilios cotidianos. Algunos dicen que lo tuyo es la “eco-música”. Con la que está cayendo, climatológica y estéticamente hablando, ¿puede ser el ritmo del futuro?

Yo no sé si al tocar una sartén vamos a evitar el cambio climático, pero si eres capaz de emocionar tocando un serrucho, algo estás aportando. Los cambios de verdad vienen por un cambio de conciencia. Si todo el mundo se compra coches eléctricos, pensamos que cambiamos el mundo, pero creo que es más importante que sepamos por qué hay que hacerlo. Tenemos un grave problema con los molinos [aerogeneradores], no es energía limpia en el momento en que te estás cargando un paisaje. Ahora tenemos un grave problema con ellos en los Valles de Juarros, porque quieren llenarlo todo de molinos.

Defiendes la importancia de reciclar, reutilizar, volver a escuchar los grandes éxitos de siempre y no dejarse arrastrar por el marketing. ¿Necesitamos usar y tirar tantas cosas como nos han hecho creer?

Es todo mentira. Por supuesto que no. Cada cosa que compras te quita una energía y calculan que una persona normal puede tener casi 1.000 elementos en su casa. Es una barbaridad. Si tuviéramos menos cosas y gastáramos menos, viviríamos con más riqueza. Pero yo consejos vendo, pero para mí no tengo. Yo también caigo en ese consumo, aunque tengo esa alerta en la cabeza.

¿Qué banda sonora le pondrías a estos tiempos?

No sé. Si es descriptiva pondría a Wagner, pero si es para ayudar pondría a toda esta gente tipo Chavela Vargas o Édith Piaf que eran capaces de cantar al drama con alegría. Si Édith Piaf cantó a la muerte de su marido Marcel Cerdan “El himno al amor” y lo hizo en tono mayor, o si Chavela cantaba al desamor con una sonrisa, creo que es el tipo de música que deberíamos utilizar. Esta gente era capaz de transmitir siempre esperanza a pesar de hablar del drama. Yo pondría algo de su música, sí.

Te llaman violinista camaleón pues has hecho de todo y con todos, no sé si por obligación o por devoción. ¿El secreto del artista es saber adaptarse a todo tipo de ecosistemas?

Yo he tenido siempre la sensación de ser aprendiz de mucho y maestro de poco. Pero llegó un momento en el que todas las idas y venidas estilísticas han tenido sentido y es cuando creé Fetén. Desconectar, dar virivueltas, tener frustraciones, ha sido fundamental para conseguir lo que estoy haciendo ahora.

Mis sobrinos, de 10 años, adoran vuestra música y no se pierden un concierto ¿Por qué les gustáis tanto a los niños?

Otro de los engaños es la fragmentación de la cultura por edades. En el momento en el que la publicidad entiende que puede enganchar a los niños ha empezado el negocio con los niños. Por supuesto, sí hay que adaptar cosas que les gustan más a los niños que otras, pero un niño puede disfrutar más con una película de Chaplin que con la peli tonta del verano. Y un niño puede disfrutar escuchando un concierto de música clásica más que con los Cantajuegos. Hubo un tiempo en el que los niños también iban con sus padres a ver un concierto de Louis Armstrong y se divertían. Yo no creo en la fragmentación, creo en la adaptación. Los niños tienen una capacidad que por desgracia perdemos para entender la música, no tienen prejuicios ni ideas preconcebidas, y por lo tanto pueden entender muchísimo mejor eso que no sabemos que pasa, esa emoción que les llega y no juzgan. La música popular es perfecta para todas las edades.

Estáis triunfando con los conciertos familiares. ¿Cuál es el secreto?

Nosotros ampliamos mucho ese concepto de familiar, pues a nuestros conciertos vienen abuelos con los nietos o con los padres. Lo que queremos y se consigue no es ese típico espectáculo para niños que los padres están deseando que se acabe. Los padres participan y se divierten en nuestros conciertos, por eso es familiar. Cuando uno toca el serrucho ves a la gente mayor reaccionando como niños, sorprendiéndose como la primera vez que vieron un perro o algo así, y eso es muy poderoso. Para nosotros es muy importante que cuando tocamos la jota del wasabi todo el mundo baile. Hay muchos niños que es la primera vez que ven a su padre bailar y eso es muy guay. Yo a mi padre nunca le vi bailar. Y a lo mejor si hubiéramos ido juntos a un Fetén de la época habría sido importante.

Aprovecho el comienzo de la preciosa canción de Depedro en ‘Para olvidarte’, el primer sencillo de ‘Cantables II’, para hacerte una pregunta indiscreta. ¿Eres capaz de beberte toda el agua del mar para olvidar un amor imposible?

Yo he perdido mucho tiempo con amores imposibles. He sufrido mucho y me he bebido muchas aguas del mar, pero ahora ya no. Ante un amor imposible, con todo el cariño hay que irse a otro lado. Una de las cosas de las que más me arrepiento en lo afectivo es de haber invertido mucho tiempo, pero no en personas que no se lo merecieran, sino perderlo por mí, por estar un poco para otro lado. Pero cuando encuentras una buena pareja como es mi caso ahora con mi relación con Amaya, la creatividad se dispara.

Hay una frase tuya que me encanta porque sirve para todo lo bonito de la vida: “Dos botellas de vino bueno son mejor que una de vino malo”. ¿El verdadero éxito de la vida es tener muchos amigos y tiempo para disfrutarlos?

Sobre todo, tener tiempo, porque si no tienes tiempo no vas a tener amigos, es así. No se puede idealizar nada. La amistad también caduca y puedes sufrir dolor por su culpa. Yo creo que la clave es tener tiempo y consciencia del ahora, porque también la amistad te puede provocar nostalgia, pensar en los amigos de antes o en el futuro a ver si encuentro tiempo para estar con ellos. Lo importante es el ahora. Y cuando uno se libera de esa sensación de ir hacia atrás y hacia delante, la amistad cobra otro sentido. Sin duda la amistad y el tiempo son importantes. Y el vino, César. Tú y yo no nos podemos engañar. [Risas].

Y el buen vino siempre hay que beberlo con amigos, ¿verdad?

Bueno, no te creas. Yo ayer llegué de viaje y me abrí un blanquito para mí solo que tampoco estuvo mal. Pero prefiero beber con amigos. [Risas].

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