“El capitalismo sólo funciona creando ansiedades»
Continuamos hoy con la entrevista al aventurero y explorador gallego Manu López, cuya primera parte publicamos ayer, en la que nos explicaba cómo para él en el espíritu nómada reside el ser humano más libre y auténtico. “Más riesgos me parece que hay en el confort o en vivir sin quimeras que hacerlo con un poquito de pasión y de aventura”.
¿Y qué pasa con la era dorada de la navegación española, de la exploración y la conquista?
Mira, me sacas ese tema y, bueno, la vuelta al mundo de Magallanes y Elcano, por favor, eso es algo que se tendría que contar a los niños durante noches. La vuelta al mundo de Elcano y Magallanes es algo increíble. Llevé en un chárter a unos portugueses este verano y salió el tema. Les dije que aquí en España apenas se conoce, y me decían que en Portugal igual. Que allí por un lado lo tenían un poco como el traidor por haber viajado financiado por la Corona española, y luego porque se ve un poco mal lo de los colonos y conquistadores. Y yo decía: pero hombre, por Dios, no saquéis esto de quicio. No podéis desprestigiar tal aventura, tal descubrimiento… ¡Qué proeza! Esas personas que se lanzaban a la mar sin mapas, sin conocimiento de las zonas… Hablando de exponerse, ¿no? Siempre estoy leyendo la vida de estos personajes porque te ayuda a ponerte en perspectiva. Mira lo que han estado haciendo los seres humanos en su historia. Más riesgos me parece que hay en el confort o en vivir sin quimeras que hacerlo con un poquito de pasión y de aventura.
¿Sigues haciendo guías con Mawu expeditions?
Lo de Mawu paró con la pandemia. También es verdad que me hacía falta, porque llevaba tres años haciendo expediciones muy salvajes, llevaba a periodistas a zonas de guerra, hacía también de Fixer en zonas de conflicto, es más arriesgado en zonas remotas. Es muy bonito, pero tiene sus consecuencias. Estuve en la guerra de la República Centroafricana, he tenido más 10 malarias y las tres últimas fueron muy graves, y en medio de la selva eso no tiene salida.
Pero en esas situaciones, ¿estabas solo o tenías un equipo?
En la selva aprendí a moverme bastante, la verdad. Me enseñaron los cazadores-recolectores, que son de hecho los mejores amigos que he tenido. He pasado mucho tiempo con ellos. Y aprendí a navegar por la selva. No puedes hacer muchos contactos locales ni llamar mucho la atención. Tienes que ir con un perfil bajo. Tienes relación con los rebeldes, con gente del gobierno, tienes que conseguir un montón de salvoconductos que te permitan moverte por las zonas. Hasta que llegas a la selva: la selva es libre. Las garras de las sociedades militarizadas africanas desaparecen y aparece otro mundo. Entonces no puedes usar mucho a los locales, porque no se pueden meter según qué zonas. He tenido contactos siempre en cada zona, pero al final vas solo. En cada zona tienes tu apoyo, tu barquero, tu tribu, pero nunca te pueden llevar de un sitio a otro.
En mi empresa sí tenía guías que trabajaban conmigo, pero en las grandes expediciones lo he llevado todo personalmente. Siempre quise compartir lo que había vivido yo con otra gente, cómo fue la vida humana, pero es tan mágico que no quieres romperlo. Y está desapareciendo. Me recuerda a La historia interminable de Michael Ende, libro que me gustó muchísimo de chaval. Y me parece que por primera vez ese mundo de fantasía, de la vida humana, se está desvaneciendo. Dos millones de años de historia. Es muy exagerado decirlo porque en dos millones de años ha habido muchos cambios y sociedades, pero este tipo de ser humano libre y en contacto con la naturaleza sí está desapareciendo. Y me pregunto si es el único ser humano verdaderamente vivo y libre.
Félix Rodríguez de la Fuente apelaba mucho a la esencia paleolítica del ser humano, por su libertad, algo que también trata el libro del antropólogo David Graeber ‘El amanecer de todo’, que está siendo un éxito.
Efectivamente, Saramago también dijo de alguna forma que el Neolítico había sido el principio de muchos males. Cuando dejamos de ser nómadas. Yo estudié un poco de Antropología y luego tuve la fortuna de vivirlo. Luego ves estos best sellers, como el De animales a dioses, y piensas que especulan o están escribiendo desde el púlpito. Lo digo un poco entre comillas, pero he leído cosas que me han sorprendido. Cuando vives con cazadores-recolectores y compartes su vida lo ves de otra forma. Como esa otra idea del Paleolítico, del hombre con el garrote y la mujer con los niños… ¡Y es todo lo contrario!
En todas esas culturas ves que los roles de hombre y mujer son iguales o se compenetran. Te puedo hablar de los Aka, de la selva. Pasan muchísimo tiempo con los niños en brazos. ¡Son sociedades basadas en el Eros, no en el Thanatos! El impulso del amor y el impulso de la destrucción. Las sociedades nómadas, como las del Paleolítico, eran sociedades guiadas por el Eros. No quiero caer en ningún idealismo tampoco, evidentemente somos humanos y siempre ha habido sangre, y lucha, y muerte, somos animales salvajes. Pero eran sociedades guiadas por el Eros. Nuestra sociedad está completamente guiada por el Thanatos… ¡Todo es competición! Hasta el deporte… Competir y ganar al otro. Igual no matamos al vecino por temor a unas consecuencias muy severas, pero si podemos psicológicamente, lo hacemos. Y luego esa relación –vuelvo otra vez– con la naturaleza…
¿Sabes lo que me sorprende muchísimo del cambio climático? Bueno, no me sorprende porque lo entiendo. Ahora parece que la prensa empieza a hablar de ello en serio, y ya era hora, porque esto se lleva sabiendo décadas. Lo que me sorprende es que nos preocupe el cambio climático por las consecuencias que va a tener. Que a la gente no le preocupe dónde están los árboles, dónde están los animales, dónde está la naturaleza… ¡El cambio climático es una consecuencia, nunca una causa de nada! ¡Es una consecuencia de la destrucción y la alienación total del ser humano consigo mismo! Llamar a esto sociedad desarrollada es un chiste. Me preguntas por Mawu… Claro que volveré a la selva. No hay día que no sueñe con ella, pero ha habido mucho sufrimiento también viendo lo que le está pasando. Es una pena. Como al mar… Lo que más me sorprende es que no seamos sensibles, que no nos duela. Sobre todo que no nos falte, que no se eche de menos…
Quizá la gente que solo ha conocido la vida entre ladrillo y asfalto no pueda hacerlo.
Entiendo que si no lo conoces no lo puedes echar de menos, como un pájaro que solo ha conocido su jaula. Creo que era un filósofo de la Escuela de Frankfurt, que también tuvo una gran influencia en mi juventud, quien dijo eso de que el capitalismo solo puede funcionar cuando se le quita al ser humano la posibilidad del Eros, porque entonces generas una ansiedad, un vacío, que tienes que rellenar con sucedáneos, imitaciones. No quiero defender aquí ninguna posición política, pero es justo lo que veo que sucede: claro que lo echamos de menos, claro que hay esa falta y esa angustia por dentro, pero como no las sabemos identificar lo solucionamos con sucedáneos, entrando en una relación de esclavitud o servidumbre respecto a esas cosas. Aunque sean irreales.
Pues no lo había visto así y tiene sentido con toda esta sociedad basada en generar necesidades y estímulos artificiales.
Sí, y eso no es estar en contra del desarrollo. La cuestión es que no siempre, pero muchas veces ese desarrollo busca soluciones para los problemas que crea. Y además nos encanta mirarnos al ombligo… Ahí está Elon Musk, a punto de salvar el mundo. Pero si está muy bien, si yo también creo que algún día viajaremos a las estrellas, yo el primero como navegantes y cosmonautas que somos, pero primero habrá que cuidar esto, ¿no? Esto me recuerda un poco a La Caverna de Saramago también.
Lo que me queda claro es que leer has leído un rato…
En mi casa siempre hubo muchos libros, digamos que mi padre era un filósofo y me guió por los caminos de la teología y la filosofía. Y mi madre una grandísima lectora. Y yo leía muchísimo.
Ahora te has instalado en las Rías Baixas y te dedicas a chárter y a dar clases de náutica.
Sí. El sueño que tengo es acercar a la gente de aquí que ya no podrá conocer las selvas a vivir el mar, la libertad, a disfrutar de la navegación bajo la bóveda del cosmos, del placer de moverse con una energía pura, y al placer de las arribadas a puertos desconocidos. No hemos hablado casi de lo hermoso que es navegar. Te diría que las dos cosas que más me gustan en el mundo son navegar y caminar por bosques bosques. Me refiero a bosques llenos de vida. El bosque es el lugar donde más vida hay. ¿Ves? Todo es vida. Cuando uno está en una selva, uno no tiene que filosofar. Uno lo ve. Es evidente que eres vida y perteneces a la vida, a tu alrededor todo está vivo. Y navegar a vela me parece algo hermosísimo. Sueño con un futuro de seres humanos que sea así, ecológico, limpio, donde lo bello, lo justo y lo bueno, que decían los griegos. Donde lo estético tenga un valor, y no lo estético de Instagram claro, sino lo opuesto al feísmo. Y luego navegar es ese estado de unión con las cosas…
Totalmente. Lo que más me impactó la primera vez que navegué a vela fue la repentina ausencia de ruido cuando el barco volvió a moverse tras pararse el motor, pero en silencio. Nos hemos acostumbrado a depender tanto del ruido tecnológico que no sabemos lo agradable que es ser desplazados por otra fuerza en silencio, de forma inalámbrica.
Claro, usando los elementos que ya tenemos… Otra cosa que me gusta mucho es que también estamos muy acostumbrados a la cultura de la inmediatez, a golpe de clic, pero en el mar todo es muy gradual. Y eso es algo que me encanta. Me encanta en la navegación oceánica, pero en la navegación costera sobre todo vas viendo cómo cambia todo, un monte, o un faro a 20 millas… Es un cambio constante, pero muy leve, y te pone en contacto con ese ritmo, que es el que tienen los que viven en la naturaleza, el ciclo natural. Cuando navegas te cambia el ritmo, y me parece algo profundamente terapéutico.
Precisamente un historiador de Baiona nos contó en una entrevista el año pasado cómo la cultura GPS va borrando esa memoria y relación ancestral de los marineros con el paisaje, con la que nombraban el mar o navegaban por las marcas del relieve y los hitos costeros.
Exacto, y esa parte del cerebro desaparece porque dejas de usarla.
Y la «variabilidad cognitiva» humana se empobrece, como nos decía el neurocientífico Luis Martínez Otero en otro reportaje sobre cómo la globalización y la transformación del paisaje afectan a nuestra mente… Manu, seguiría, pero esto se nos va de las manos, han sido dos entregas en ‘El Asombrario’, así que cuando vuelvas de tu viaje, volvemos a hablar y me cuentas.
Claro, encantado. Además, la charla ha sido un placer. Para entonces, si estás por Galicia, avisa y salimos a navegar.
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