El hombre que se fue a vivir bajo un cartel publicitario

La escritora Mª José Ferrada. Foto: Diego Haristoy.

No dejéis de leer esta hermosa e imprescindible parábola en la que un hombre, Ramón, recurrirá a la única libertad a la que tienen acceso los parias, y un niño, Miguel, la refrendará aprendiendo a mirar el mundo a través de ella. Ramón decide irse a vivir bajo un cartel como símbolo del abismo de marginalidad al que, con toda crueldad, empujan los Estados a la clase obrera. Hablamos de ‘El hombre del cartel’, la nueva novela de María (Chile, 1977), tras ‘Kramp’. Ferrada es única; su literatura de resistencia es ya un clásico contemporáneo que la convierte es una de mis escritoras imprescindibles.  

“Como pasa en todas la guerras, después de los gritos vino el silencio.

La guerra no quedó escrita en ningún libro, pero quienes participamos en ella aún recordamos que comenzó con alguien que tenía la razón y siguió con palabras que iban y venían”

“Un calor que parecía todavía más seco en ese pedazo de ciudad para el que no habían alcanzado el pavimento ni los árboles”.

Son muchas la frases que hacen imprescindible El hombre del cartel, muchos los silencios que la convierten en un testimonio de longeva actividad en la memoria del lector.

Ferrada es la narradora de la reivindicación útil, la dueña absoluta del simbolismo, aquella que sabe abarcar con respeto, pero sin fofa sutileza, la realidad hasta contaminar con inteligencia la pasividad del poder.

Ferrada ordena una y otra vez la vida de los desfavorecidos usando esa voz incorruptible, limpia y desprejuiciada que es la de los niños. Y lo hace desde la garantía de veracidad y de valor que supone su alejamiento de la especulación. Los niños disuelven si salen de sus bocas los pecados con que el poder señala a los pobres.

Ferrada mira sin miedo y se aferra a la perseverancia del paisaje hasta usarlo como biógrafo de sus personajes. Enfrenta desidia y deseo. Imaginación y realidad, pero sin arrebatarle a su historia la posibilidad de un futuro alejado de la tragedia que siempre deja el polvo que levantan los intolerantes y los desmemoriados cuando se convierte en una jauría ingobernable.

Ferrada es única, y su literatura de resistencia es ya un clásico contemporáneo que la convierte es una de mis escritoras imprescindibles. Su prosa es un regalo, como lo es la elegancia con que rastrea y cuenta lo que destruye a las sociedades, a sus habitantes. Como lo es su manera de introducir en el corazón de quien lee la verdad virgen que sirve como cicerone a los perseguidos. Como lo es su forma de contar la corrupción, el abuso, las contingencias vitales de un país como Chile que sigue atrapado sobre las sombras pegajosas de un largo pasado.

Ferrada es una narradora extraordinaria, honesta, lúcida, constructiva con quien sufre, pero también con quien tiene el poder. Ferrada dialoga con los habitantes del mundo desde la particularidad de su universo literario y globaliza el mal de todos reflexionando sin imposiciones, sin malos hábitos narrativos, con la naturalidad de quien usa la inteligencia para construir una respiración sana capaz de reinventar.

Ferrada ofrece en esa novela la sincronía de la justicia en estado puro, la revolución de la dignidad humana como nunca antes la habréis presenciado.

Se enfrenta al voraz aliento de los estigmatizados, y los hace hablar y su discurso construye el mundo y convierte los cimientos invisibles de su tragedia en férreos cimientos. Ferrada habilita con la fuerza de su mirada periférica milagros por fortuna muy alejados de la chabacana y pretenciosa actitud de cualquier dios. Las palabras de Ferrada en esta novela son poderosos mensajes sacados con precisión y arrojo de la boca de la certidumbre.

Ferrada se aferra a la simplicidad de la existencia, se despoja de adornos ridículos y de imposiciones narrativas catastróficas para quedar para siempre unida a la naturalidad como intrincado bien literario. Hace que sus personajes habiten la libertad como si esta fuese una metáfora capaz de hacer resucitar la igualdad. En ocasiones, la extravagancia es la única manera de sobrevivir al totalitarismo y a la desigualdad.

Ferrada es la dueña de la poesía leve, la que no pretende deslumbrar al lector sino la que consigue que lo real trascienda e inunde su conciencia:

“Abajo ladraban unos perros y se encendían linternas que alumbraban una lluvia de alas de insectos que se deshacía antes de tocar el suelo”.

Cree en el sustancioso romanticismo de un libertador cuya única arma es la dignidad:

“La ternura propia de los animales pequeños”.

Y rearma una y otra vez la arrinconada geografía que olvidan los mapas oficiales:

“No eran seis o siete, como había calculado el día anterior desde mi ventana, sino más de diez las fogatas que al caer la noche se encendían como si fueran los restos de una estrella que, cansada, se había desplomado sobre la Tierra.

–La estrella de Los Sin Casa –dijo Ramón”.

La literatura de Ferrada es un seguro de vida contra la injusticia y el olvido, un seguro de vida cuya letra pequeña sirve para subrayar la impotencia que supone confirmar que el poder ha pegado con cola de contacto la manos de Sísifo sobre una piedra que yace inservible, como el cadáver que nadie reclama, sobre demasiados territorios.

Ferrada resucita mitos, pero también pone de manifiesto la importancia de los hombres corrientes para que el orden de la vida sea ese segmento equilibrado que el fascismo, tan empecinado en asolar el mundo, parte día sí y día también en fragmentos irrecuperables.

Por esta necesidad de actuar como intermediarios contra la iniquidad y por muchas cosas más que tendréis que descubrir por vosotros mismos os pido que no dejéis de leer esta novela, porque todas sus palabras son incontestables trucos de magia sin interés lúdico sino vital.

‘El hombre del cartel’. María José Ferrada. Alianza. 158 páginas.

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Comentarios

  • angel coronado

    Por angel coronado, el 30 diciembre 2021

    “Como pasa en todas la guerras, después de los gritos vino el silencio”.
    No es posible añadir ni quitar una sola letra en esta frase. Se diría esculpida en la piedra. Recuperada del olvido la llevaremos a un museo. Y allí la volverán a leer, todavía la tinta fresca.

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