El ‘novelón’ de Doñana, todo un western

La de Doñana es una historia épica, de conquista al más puro estilo de un western americano. Foto: Archivo EBD-CSIC

‘Doñana. Todo era nuevo y salvaje’ (Fundación José Manuel Lara, 2011, reeditada 2023), escrita por el periodista ambiental Jorge Molina, es mucho más que una novela de Doñana; es su biografía. La de un paisaje extraordinariamente bello y ferozmente duro donde conservación y destrucción protagonizan una terrible batalla por el futuro. Pero es también la historia de una élite franquista que desde 1937, todavía no concluida la Guerra Civil, y hasta 1970, comprometió las vidas de miles de colonos a quienes ligaron ya para siempre a este enorme espacio en blanco que todavía entonces representaban las marismas del Guadalquivir. Un profundo Sur cuya rápida colonización se convertirá en una aventura colosal.

33 años de vertiginosos cambios en un inmenso territorio donde nada había cambiado en 700 años. Hasta que llegaron el general Queipo del Llano y el empresario Rafael Beca con la intención de transformarlo todo en el mayor arrozal de Europa. Y apareció el biólogo José Antonio Valverde empeñado en evitar su saqueo.

La de Doñana es una historia épica, de conquista al más puro estilo de un western americano. Con vencedores y vencidos, víctimas y verdugos, santos (pocos) y villanos (demasiados). También es la historia de un puñado de héroes obstinados en defender para el futuro, para las generaciones que todavía no han nacido, uno de los espacios naturales más importantes de toda Europa.

Doñana es un lugar lleno de vida donde paradójicamente la vida es muy difícil; unas veces reseco desierto y otras inmenso cenagal, a veces paraíso pero casi siempre infierno (mosquitos, enfermedades, aislamiento, sequías, inundaciones, analfabetismo, violencia), que enfrenta a mundos tan opuestos como irreconciliables: ecologistas y científicos frente a cazadores, proteccionistas frente a desarrollistas, señoritos latifundistas, falangistas y militares frente a campesinos sin tierra, tradición frente a modernidad, naturaleza salvaje frente a espacios cuadriculados.

Doñana es también una angustiosa carrera contra reloj, la protagonizada por un joven vallisoletano, José Antonio Valverde. Foto: Archivo EBD-CSIC.

Valverde, el salvador de Doñana

Doñana es también una angustiosa carrera contra reloj, la protagonizada por un joven vallisoletano, José Antonio Valverde, sin más estudios que su pasión por aprender y sin más recursos que su inteligencia, enamorado locamente de este territorio inexplorado y juramentado, cual llanero solitario o Don Quijote sin escudero, en salvar este espectacular oasis de vida.

Dotado de una asombrosa capacidad de persuasión, Valverde será capaz de colarse en los palacios y despachos de reyes, príncipes, dictadores y millonarios de medio mundo, a quienes por un lado pedirá favores y por otro dinero para comprar el corazón de Doñana antes de que sea demasiado tarde y los nuevos cultivos, las repoblaciones de eucalipto y el boom turístico acaben con un territorio donde, de la noche a la mañana, todo era nuevo y salvaje, pero al mismo tiempo, todo se estaba convirtiendo en algo viejo y domesticado.

Hace 50 años las marismas del Guadalquivir estuvieron a punto de desaparecer. En muy poco tiempo, gracias al apoyo financiero, político e incluso represivo de la dictadura del general Franco, que lo hizo su proyecto estrella, se perdió la mayor parte de este tesoro. 28.000 hectáreas dejaron de ser espacios salvajes donde solo se cazaba o se criaban vacas, toros y caballos para plantar arroz, que es el único cultivo capaz de prosperar en estas tierras tan salinas.

Milagrosamente, Valverde logró que el mismo gobierno que destruía este paraíso reconociera paradójicamente su importancia científica internacional y participara junto con el recién creado WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza, por sus siglas en inglés) en la adquisición de 10.000 hectáreas primigenias para convertirlas en estación biológica. Y que unos años después, en 1969, 35.000 de sus mejor conservadas hectáreas se declararan parque nacional. Las mismas que ahora vuelven a estar amenazadas por un nuevo cultivo industrial, el de las fresas, culpable de la sobreexplotación irracional del acuífero.

Un western marismeño

Se conozca o no Doñana, el lector de esta bella novela se sumerge en un horizonte infinito donde la soledad del espacio favorece el vuelo de la imaginación. En algunos momentos, la dureza tanto del paisaje como del paisanaje, el rápido ritmo de destrucción frente a la lentitud de las gestiones para lograr su salvación, recuerdan a Intemperie, la angustiosa novela de Jesús Carrasco que narra la huida de un niño a través del desierto extremeño perseguido por un malvado capataz. Salvo que aquí la niña de nuestros ojos es un patrimonio natural y cultural inmenso, y el depravado perseguidor se llama progreso.

De derecha a izquierda: Manuel María González-Gordon, Jaime Gonzalez- Gordon y Federíco Díez mostrando la envergadura de un buitre. Foto: Archivo EBD-CSIC.

Doñana. Todo era nuevo y salvaje es un libro que se lee sin pausa, como si fuera un thriller, pero está escrito con una bella narrativa donde pueden encontrarse descripciones tan sugerentes como ésta: “El río vierte lentamente en el mar infinito sus aguas amarillentas; y hasta donde la vista abarca, las olas del Océano resbalan sobre la playa, coronada por rojizas dunas, interminables y desiertas como el mar”. No se puede explicar mejor la sensación que todos sentimos la primera vez que caminamos por esa costa salvaje donde el Guadalquivir se hace Atlántico, los pinos se comen a las lagunas y las dunas a los pinos, mientras miles de gansos salvajes llegados del norte de Europa se posan en el cerro de los ánsares en medio de una jubilosa algarabía. Y la angustia en que nos envuelve el relato ante su despiadada urbanización.

Para hablar de Doñana y su novela entrevistamos al autor, Jorge Molina, quien por méritos propios se ha convertido en uno de los grandes expertos en este espacio natural y su historia.

¿Necesitaba Doñana una novela?

Hay varias novelas, pocas, con Doñana de fondo, pero la virtud de esta es que por primera vez se construye el relato completo de aquellos años que originaron el parque nacional. Sí, era necesario, ha servido para desvelar una historia que estaba por escribir.

¿Qué es para ti Doñana?

Yo viví diez años juveniles en La Puebla del Río, un pueblo doñanero, y siempre se hablaba de Doñana como de un lugar, más al sur, misterioso, un jardín cerrado como lo definió otro autor. Quizás eso me improntó, y cursé tres años de Biológicas. Luego en el periódico esa información de Doñana la llevé yo. Y ya no pude desligarme, lo leía todo, e iba a ella en cuanto había oportunidad. Es un lugar de referencia en mi vida. Siento hacia ella un compromiso personal y profesional.

¿Cómo era Doñana hace 50 años?

Nueva y salvaje, como decía Valverde. Y privada, coto de caza para una selectísima minoría. Y lugar de vida y trabajo para mucha gente. Un reducto virgen completamente desconocido para la ciencia. Un enclave amenazadísimo vía Boletín Oficial.

¿Cómo está ahora Doñana?

Más protegida, muy estudiada, y paradójicamente igual de sitiada. La tentación de despreciarla porque ‘el hombre es lo primero’ o ‘menos patos y más trabajo’ sigue viva, es así. Cada crisis económica la golpea al pasar la perspectiva ambiental a segundo plano de las decisiones y opiniones. Y si además algunos gobiernos no son sensibles, la ecuación es complicada de cuadrar.

El autor de ‘Doñana, todo era nuevo y salvaje’, Jorge Molina. Foto: Luis Serrano.

¿Tiene futuro Doñana o estamos asistiendo a su final irreversible?

Tras ser océano, lago y marisma, el futuro natural de Doñana es convertirse en dehesa. Pero eso puede ocurrir en 500 años o en 50. Y vamos por el segundo camino. Su final no está escrito, realmente soy optimista, no entendería la majadería de lo contrario. Pero es cierto que estar en 2023 con estas luchas no dice nada digno del entorno social, económico y político de esta parte de Andalucía.

Entonces fue el arroz y los eucaliptos y ahora son las fresas. ¿Por qué Doñana sufre tanto?

Se halla muy expuesta, muy accesible, no es una isla o una alta montaña. Se suma que los críticos a su protección al nivel de un parque nacional son bastantes. Desde los pescadores de coquinas a los agricultores o los alcaldes que quieren carreteras, el pelotón resulta numeroso. Proteger un espacio natural requiere explicar conceptos mucho más complicados cara a la sociedad que inaugurar una nueva autovía o dar más permisos urbanísticos.

En tu novela destacas por encima de todos los personajes la figura de José Antonio Valverde. ¿Sin Valverde no existiría Doñana?

Valverde fue el motor incansable de una lucha por evitar el destino de una finca privada, en la cual se planteaba turismo, agricultura, caza y eucaliptos. Él no se rindió y alió a muchos, al punto de que WWF nace para recaudar dinero y comprar fincas allí, la actual Reserva Biológica, el corazón. La historia habría sido diferente sin su genio, no tengo duda. Quienes afirman que en manos privadas Doñana se hallaba mejor olvidan que, de haber seguido con esos dueños, su situación habría dado un vuelco poco después.

Otra figura fundamental es la de Mauricio González-Gordon, propietario de la bodega González Byass y uno de los dueños de Doñana. ¿Hasta qué punto el vino de Jerez ayudó a salvar Doñana?

Todos los dueños de Doñana en 1940 eran bodegueros, de Jerez y La Palma. Gente que cuidaba al coto –a través de los guardas­– para disfrutar de buenas monterías y batidas de aves. Lo cuidaban para eso, para que abundara la caza, hacer negocios y vender más vino. Es cierto que Mauricio tenía un plus: era ornitólogo, culto, con contactos. Y se sumó a Valverde, le presentó a personas clave en Europa. Entró en liza Luc Hoffman, millonario y filántropo de la naturaleza, y entonces todo rodó mejor hacia lo que hoy sabemos.

En el lado contrario, Rafael Beca se presenta como el principal impulsor de la colonización de estas tierras gracias a sus buenas relaciones con el general Queipo del Llano y el arzobispo de Sevilla. ¿Fue un empresario avispado o un franquista con mucha suerte?

Fue un potente empresario sevillano, aceitunero, exportador, también muy cercano al franquismo y durísimo cuando buscaba algo. Decidió que el arrozal que le encargaron crear de la nada se vendería a llauradors valencianos, no a andaluces. Confiaba más en ellos, también políticamente, pues los jornaleros de aquella tierra palúdica y vacía eran rojos, claro.

Sorprende la importancia que tuvieron los valencianos en la conversión de las marismas del Guadalquivir en el mayor arrozal de Europa. Pero también sorprende descubrir en tu relato que la convivencia entre valencianos y andaluces no fue nada fácil. ¿Existió ese duro choque cultural?

El choque fue entre propietarios y jornaleros. A partir de ahí, si el otro habla otro idioma, come otras cosas y hasta venera a la Virgen de Sales en lugar de la del Carmen o del Rocío, la mecha de la desconfianza –y el odio–­ está prendida. Hubo conflictos fuertes, como cuando los valencianos montaron un año una falla. Ni matrimonios con andaluces se permitían los valencianos. Así que el choque fue cultural y laboral. Hoy ya no existe, y por fortuna sólo queda que se sigue hablando valenciano en casas y bares de Isla Mayor. Y que se cocinan las mejores paellas de Andalucía.

La colonización de las marismas del Guadalquivir fue presentada por el franquismo como uno de los principales logros del régimen. ¿De verdad fue un éxito?

Agrícolamente, rotundo. Aquellas docenas de miles de hectáreas se dedicaban al libre pastoreo de vacas y a la cría de toro bravo. No había casi nadie, ni vallas, ni carreteras. Una planicie en la que de noche destellaba el faro de Chipiona, y está a 100 kilómetros. La puesta en cultivo del luego mayor arrozal de Europa fue cruel, es un trabajo espantoso y enfermizo. Se consiguió, por supuesto a un precio humano que ríete tú de los trabajadores del Mundial de Qatar.

Hablamos de novela y puede parecer que todo lo que cuentas es pura fabulación, pero detrás de ella hay mucho rigor y mucha información histórica. ¿Cuánto hay de ficción y cuánto de realidad en este libro?

El libro es fiel a la historia y los personajes. Todo lo narrado ocurrió, hasta se plasman conversaciones verídicas que recogí en mi largo proceso de documentación. Sí introduje a una familia de ficción, emigrantes extremeños, para unir los dos territorios vecinos, arrozal y Doñana, y crear situaciones que permitieran explicar algunas realidades. Es una novela histórica, por tanto, y por supuesto con un latido medioambiental claro. Yo creo que esa epopeya, que todos aquellos pioneros, hicieron algo grande por Doñana. Es como un homenaje.

Doñana está de moda, aunque por desgracia solo por malas noticias. ¿Es la razón por la que esta novela ha vuelto a las librerías 12 años después de su primera edición?

Pues sí. Doñana siempre es noticia, bien lo sé desde hace 30 años, pero ahora de nuevo hasta en Europa –donde se recaudó el dinero para las primeras compras de tierra– se echan las manos a la cabeza. Ese polémico resurgir motiva la reedición, y fue buena idea, ha vuelto a venderse muy bien. Lo cual me alegra muchísimo, porque divulgar lo que ocurrió permitirá entender la magnitud de lo que tienen entre manos algunos responsables políticos. Y sociales.

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