El valor de las ‘semillas de código abierto’ para nuestra salud
Los problemas globales y la sostenibilidad de nuestra alimentación, actual y futura, tienen muchos ángulos y líneas de estudio. Uno de ellos es el que ha emprendido Raquel Ajates. Su investigación ‘El reto de la digitalización de semillas: sostenibilidad, big data y el movimiento social por sistemas de semillas de código abierto’ fue seleccionada en la primera convocatoria de la Daniel Carasso Fellowship. “Los avances en la digitalización del material genético de semillas trae una nueva etapa de riesgo de incrementos en la tendencia de privatización de éstas, pero también oportunidades para lograr una transición a sistemas de semillas regenerativos basados en el modelo de código abierto”.
“La comida se ha vuelto globalmente menos diversa. Ahora lo que ves en un supermercado de España es muy similar a lo que yo veo en el mío. En los días de mis abuelos, la comida que compraban en Reino Unido era muy diferente a la que se compraba en España. Ahora no, porque hay una gama de alimentos muy similar, es la dieta estándar global”, explica George Monbiot para hablar de su libro Regénesis. Alimentar el mundo sin devorar el planeta, en el que aboga por una nueva forma de pensar la agricultura y el futuro.
En esa línea, el proyecto de Raquel Ajates consiste en mapear y analizar el sistema de semillas para comprender cómo se explotan, se protegen, su contribución a la biodiversidad, la justicia social y la sostenibilidad del sistema alimentario. Explica Ajates, también investigadora en la UNED: “Tal vez las semillas han sido y son las menos visibles del sistema alimentario. Ha aumentado el interés de los consumidores por saber de dónde viene lo que comen. ¿Pero se han preguntado alguna vez qué tipo de semilla se ha utilizado, incluidas las utilizadas en lo que llamamos producción ecológica? Se habla de métodos de cultivos, pero sin llegar a entrar en la capa tan profunda y temprana del proceso de producción como son las semillas. Raramente sale la información de dónde proceden, si son híbridas o de polinización abierta, de cosecha propia, variedades tradicionales o importadas”.
Las respuestas a estas preguntas nos permitirán ver las relaciones con los modelos de producción dominantes, la pérdida grave de diversidad en las variedades en los campos y en nuestros platos, la reducida resiliencia al cambio climático de la agricultura industrial, la creciente concentración de poder en cada eslabón del ciclo del sistema alimentario y los modelos de gobernanza inadecuados, así como la fuerte pérdida de conocimientos y prácticas culturales relacionadas con el cultivo de variedades locales que han desaparecido o están en peligro.
La Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) publicó en 2019 la primera evaluación de la biodiversidad para la alimentación y la agricultura. En ella se revela la pérdida de variedades y especies cultivadas y silvestres. Más del 80% de las variedades de semillas cultivadas hace un siglo ya se han perdido. Entre las causas: la profesionalización de su cultivo y su conservación como actividades separadas de la agricultura, primando el aumento de las cosechas y su beneficio. El mercado de semillas está dominado por cuatro multinacionales, así que el negocio está servido.
En 2018, cuatro multinacionales controlaban más del 60% de las ventas mundiales de semillas patentadas. En Europa, la industria de las semillas genera un comercio de casi 7.000 millones de euros. La mejora de una variedad vegetal es un proceso de investigación que requiere una media de entre 10 y 15 años, y una inversión económica de entre 2 y 3 millones de euros.
Para Ajates, “España tiene uno de los niveles más altos de biodiversidad y diversidad cultivada en Europa. Además, hay organizaciones, redes e iniciativas, como Red de Semillas, que llevan muchos años trabajando para conservar y mejorar la biodiversidad agrícola y los derechos de las personas productoras a cultivar y guardar sus propias semillas. Es primordial apoyar y visibilizar estas iniciativas para que amplifiquen su alcance y su potencial para generar cambios positivos tanto a nivel local como nacional y europeo”.
Biodiversidad agrícola
La Red Estatal de Semillas, con el lema “resembrando e intercambiando”, se compone de redes locales que están distribuidas a lo largo de todo el territorio. Estas redes locales gestionan bancos de semillas comunitarios donde las personas interesadas pueden intercambiar semillas de variedades locales.
“Mi proyecto incorpora las perspectivas no sólo de diferentes disciplinas académicas, sino que pone en valor el conocimiento de profesionales trabajando en redes de sociedad civil y personas productoras. Por ejemplo, he llevado a cabo entrevistas con personas agricultoras conservadoras de variedades tradicionales, abogadas, agrónomas, ecólogas o expertas en derecho internacional”. Para Ajates, la tecnología nos hace enfrentarnos a nuevos retos: “De la secuenciación genética se ha hablado mucho. Pero estas técnicas, ahora mucho más baratas, sirven también para secuenciar semillas y guardar los datos mediante la información digital sobre recursos genéticos o DSI en inglés”.
El modelo industrial, dice la investigadora, ha fomentado la concentración de semillas en manos de pocas empresas y la desaparición de muchas de ellas en aras de la productividad. “Ahora la digitalización del material genético y las herramientas de software de código abierto pueden impulsar la transición alimentaria poniendo la conservación en manos de los agricultores”.
“Antes las semillas se conservaban de un año a otro. Ya no se guardan.
Ahora se compran y se controla el producto por parte de la industria. Se restringe el derecho de las personas a cultivar las semillas y a guardarlas. Existe todo un entramado que lleva a los agricultores, para acceder a subvenciones, a la obligación de comprar ciertas semillas. Los bancos de semillas pueden estar a kilómetros de donde se va cultivar. Es un producto comercial más”, asevera Ajate
La privatización de las semillas es una amenaza para la diversidad, cuando han sido un bien común. La licencia de código abierto es un camino para frenar en lo posible las posibles patentes y permitir la protección de las variedades que existen de un alimento. El código abierto fue establecido en un inicio para el software de los ordenadores, pero el desarrollo de las licencias creative commons también se puede aplicar a las semillas. La idea es que puedan ser usadas por todos.
“La semilla es una línea de código, las empresas que los controlan les resulta más fácil hacer híbridos para constatar cuál es el que se adapta mejor. Estas biopartes se pueden recortar y juntar para crear dispositivos biológicos. Pero algo tan básico como son las semillas, al concentrarse en pocas manos, su utilización siempre responde a intereses concretos. Es la guerra más oculta del sistema alimentario. Mediante el código abierto es posible luchar con estas grandes multinacionales. En muchos países es ilegal vender semillas que no figuren como aprobadas para la venta. Con los vacíos legales existentes, la digitalización beneficia a las empresas que venden semillas patentadas. Existen normativas, pero todas están escondidas en mil tratados. Lo que se permite o no hacer es ahora un monstruo burocrático que dificulta tener conocimientos reales”.
Las reglas básicas del código abierto se pueden resumir en que cualquiera puede utilizar estas semillas, hacerlas crecer, propagarlas y desarrollarlas a través del mejoramiento al no existir cobros por su licencia. Nadie puede privatizarlas. La transmisión por los futuros usuarios se realiza con los mismos derechos y obligaciones.
Las personas productoras son las mejores guardianas de la biodiversidad agrícola. Pero los bancos de semillas no tienen la capacidad de almacenar suficiente cantidad de semillas para abastecer sistemas agrícolas a gran escala. Tampoco tienen la capacidad de adaptar las semillas a las fluctuantes condiciones meteorológicas, un escenario cada vez más común debido al cambio climático. Los bancos de semilla cada cierto número de años tienen que renovarse, porque la geminación disminuye.
Además, si nos quedamos sin variedades, nuestra resiliencia al cambio climático estará mermada. Siempre serán mejor 25 variedades de una planta u hortaliza que dos. Como siempre, la tecnología tiene siempre dos caras; en este caso, una sirve para el control y la otra para disponer de datos mediante un código abierto, lo que eliminaría los problemas de su almacenaje.
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