Elvira Lindo nos estremece al meternos ‘En la boca del lobo’

La escritora Elvira Lindo. Foto: © Ivan Giménez – Seix Barral

“Un día caes en que Dios no decide, Dios observa” escribe Elvira Lindo (Cádiz, 1962) en su última y perturbadora novela, ‘En la boca del lobo’, y al hacerlo una herida profunda e inagotable comienza a anegar la memoria de quien lee. Lindo ha dado un nuevo paso en su universo literario, ha entrado en esa feroz manera de observar la naturaleza humana desde un punto de no retorno, desde un abismo sin salidas de emergencia. Un libro en la estela de los grandes cuentos sobre infancias amenazadas por el horror, y de escritoras como Matute, Gaite y Laforet.

En la boca del lobo es una novela de emociones corales, interrelacionadas. Un mosaico de silencios y de ecos que germinan dentro de la narración en ocasiones como frutos comestibles y en otras como atractivos, pero venenosos frutos capaces de destruir las entrañas de cualquier ser humano.

Lindo ha ahondado en esos gritos sobre los que la rutina pone la mano hasta ahogarlos, hasta hacerlos mutar en una enfermedad capaz de convertir en un fantasma al más optimista de los hombres. Lindo narra con fuerza una historia en la estela de las grandes novelas de este siglo, en la estela de la gran Ana María Matute y en su bien definida crudeza, en la de la gran Gaite y sus logradísimos y mordaces diálogos, y en la de la rupturista Laforet y sus opresivas atmósferas.

Lindo construye un escenario cuyo núcleo principal es un infierno y cuya superficie, auspiciada por un dominio categórico y exacto de los paisajes narrados, es un aparente remanso de paz que, sin embargo, va cercenando la vida de sus protagonistas, así como lentamente cercena la gangrena el destino de la sangre.

Lindo cuenta la historia de Julieta, la historia de una vida de entrañas transparentes hasta que una sombra nociva, siniestra y abusiva se sitúa sobre ella. Una sombra a la que su progenitora  abre la puerta e incluso invita a quedarse en su casa. Una sombra con la que comparte cama, besos y esa deriva de manual a la que abocan los amores tóxicos y que siempre acaba por alterar la inocente biografía de un niño:

“Se puede querer y temer a un tiempo, querer mejor en el recuerdo, mejor en la distancia, querer sin que tu vida dependa de la persona a la que  perteneces”.

Julieta necesita huir de Guillermina, su madre, porque su madre prefiere la aniquilación de la inocencia de su hija a renunciar a su propio deseo. Pero no os desvelaré más, porque el periplo emocional al que Lindo somete a su pequeña protagonista ha de ser descubierto de manera personal y, por supuesto, sin delaciones ni atajos.

No se debe siquiera enunciar el valioso secreto que guarda esta historia, porque, de hacerlo, la memoria de quien lea esta aproximación a la novela de Lindo se resquebrajaría en mil pedazos. A este secreto hay que enfrentarse sin pistas, así como se enfrenta el pájaro al vacío y a los caprichos del viento durante su primer vuelo.

En la boca del lobo es una novela perlada de matices, de giros, de acidez, de humor, de campechanía, de dolor y de éxtasis. Con un lenguaje que concreta con inagotable maestría el alma de cada uno de sus personajes, la autora va concatenando un buen número de luminosos y esclarecedores laberintos.

Une a Emma con Leonardo en una relación cuajada de ternura y surrealismo útil. A Virtudes, con el dolor, la traición y la muerte. A Guillermina, con el sadismo que aventa todos los tiempo verbales de una madre que jamás quiso serlo. Guillermina hace que desoye el pánico que engendran todos los movimientos de su hija, y en su sordera y en su silencio se aglomera sin control el idioma de la venganza. A veces el lobo no tiene genitalidad masculina y Elvira lindo lo grita a lo largo y ancho de este texto.

Lindo huye así de las historias conocidas, de los arquetipos contraproducentes y de las modas literarias para hacer un deslumbrante y novedoso retrato psicológico de sus protagonistas.

En la boca del lobo es adictiva, profunda, apasionante y diametralmente opuesta a las novelas del mismo rango argumental. Está contada como una elegía que siempre que habla Emma olvida su naturaleza para convertirse en una canción que a fuerza de encontronazos, decepciones y derrotas acaba por encontrar el estribillo capaz de volverla eterna.

También es, como decía más arriba, una herida cuyo tejido no cicatrizará nunca y que Lindo materializa de manera magistral en ese paralelismo que realiza entre la naturaleza de los seres humanos y de los animales:

“Y añade, si ella padeciera por un mal parto y se estuviera desangrando o si se hubiera quemado como tú temes, antes la mata el zorro que permitir que sufra. Antes la mata, repito impresionada, y me quedo pensando en que la vida de los animales es más brutal, pero más sincera”.

Entre las infancias de Julieta y Virtuditas, las dos niñas protagonistas en distinta medida de este relato:

“La sentía mirarme, aunque yo había bajado los ojos por temor a que descubriera el secreto que me apretaba el pecho”.

“Virtuditas se bebe la sangría que queda en los vasos, a veces apura tan sólo las babas de otros, me mira y nos da la risa”.

Y que fulmina la quietud y la piedad de quien lee como si después de enfrentarse a esta novela esas dos palabras no merecieran pertenecer a ningún diccionario.

En la boca del lobo es una historia cruel, pero también un preciosista cúmulo de lealtades, un universo en el que la esperanza llega tarde, pero llega por fortuna alejada del buenismo,  y apegada a la más estricta justicia, si es que después de que un niño haya habitado un solo segundo en la pegajosa boca del desamparo somos capaces de enunciar esa palabra:

“En esta vida sin hambre, sin dolor ni sueño, en este tiempo sin tiempo en donde todas las estaciones pasan he aprendido a vivir sin preguntarme cuál es mi destino. Fue más difícil de lo que parecía al principio, porque parte de la vida se nos pasa imaginando el futuro, para alimentar ilusiones, y otra parte recordando el pasado, para nutrir la nostalgia. Pero renuncié a las recompensas del recuerdo o del porvenir cuando decidí quedarme aquí aquel verano queriendo evitar todo lo que estaba por venir”.

Lindo cuenta, y se vale a ratos de la ensoñación y a ratos de esa verdad que oprime las hechuras de la literatura contemporánea al concretar de la forma en que concreta el documentado horror que recorre la columna vertebral de este libro.

En la boca del lobo es una novela que contradice venturosamente los cuentos más famosos y a sus famosas protagonistas. Es un testamento pormenorizado de un mal cada vez más endémico, que no quiero nombrar por no dar protagonismo a conductas que no lo merecen. Es el espejo en el que deberían mirarse aquellas madres que cambian la inocencia de sus hijos por un puñado de besos casi siempre torpes, casi siempre ventajosos, casi siempre vacíos, casi siempre inequívocos símbolos de la extorsión. Aquellas madres que reclaman a la mujeres que son atando a sus hijas a la mano de cualquier diablo. Es un libro que estremece pese a la espontaneidad de algunos diálogos, pese al optimismo enfermizo y a ratos maquiavélico de Emma. Pese a las dos hermosas historias de amor que alberga. Hay algo en él que perfora el ánimo de quien se enfrenta a ella de esa manera desesperante  en  que se perfora una tierra que se sabe yerma en busca de algún líquido que nos aleje de la pobreza o de la sed.

Lindo ha dado un nuevo paso en su universo literario, ha entrado en esa feroz manera de observar la naturaleza humana desde un punto de no retorno. Desde un abismo sin salidas de emergencia, desde un acantilado cuyo final será para siempre un espejismo.

En la boca del lobo es una novela que hay que aplaudir desde que se lee la primera línea, desde que se vislumbra la hecatombe que provocará en la memoria y el corazón de todo aquel que se sumerja en ella.

‘En la boca del lobo’. Elvira Lindo. Seix Barral. 265 páginas.

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