Elvira Lindo y el infierno en que puede convertirse la infancia

La escritora Elvira Lindo. Foto: Ivan Giménez – Seix Barral.

No abundan las novelas y las historias en las que los protagonistas sean niños. En parte, quizás porque muchos escritores no encuentran atractiva la niñez, ni como lectores ni por supuesto como narradores. También por la dificultad que supone adoptar el punto de vista de un niño. Elvira Lindo lo consigue con ‘En la boca del lobo’, una novela que se adentra en el infierno en el que puede convertirse la infancia. Una historia envolvente, lúcida y penetrante, narrada con una prosa en estado de gracia que mantiene la tensión a lo largo de todo el relato. Una lectura totalmente recomendable para el descanso de este agosto.

No recuerdo bien la cita de Camus, ni dónde la leí, tal vez en El exilio y el reino, pero venía a decir (con esa belleza airada que siempre tiene la voz del autor de El primer hombre) que no hay crimen más deleznable que el que se comete contra la infancia. Creo que se refería a las guerras, pero podríamos extrapolarlo a cualquier situación de la vida: las hambrunas, los naufragios en el Mediterráneo a los que asistimos anestesiados o el día a día infernal en el que viven millones de niños, víctimas de todo tipo de abusos (son unos de los principales damnificados de la violencia de género). La infancia debería ser un territorio sagrado.

Y, sin embargo, desde el punto de vista literario, no abundan las novelas y las historias en las que los protagonistas sean niños. En parte, quizás porque muchos escritores no encuentran atractiva la niñez, ni como lectores ni por supuesto como narradores. También por la dificultad que supone adoptar el punto de vista de un niño. Suele abordarse de dos maneras. O bien el escritor se sitúa en el presente del niño, como narrador, algo que es francamente difícil, o bien cuenta la historia retrospectivamente, como el adulto que recuerda una época de su niñez.

La primera opción es todo un reto y a veces nos sitúa frente a un narrador poco fiable, como podríamos pensar de Huckleberry Finn, una de las novelas fundacionales de la literatura norteamericana. Desde el comienzo, el pillo Huck nos advierte de que no le creamos demasiado y alude a una historia anterior, Tom Sawyer, en la que gran parte de lo que se cuenta es mentira, por mucho que su autor, Mark Twain, la haga pasar por verdad. Muchos quisieron y aún hoy quieren ver en Huckleberry Finn una novela para niños, como si eso fuera un menosprecio por otro lado, aunque cualquier lector mínimamente avezado sabe que en realidad es una historia para adultos. Pero para poder madurar es imprescindible no matar al niño que llevamos dentro.

Esa fue además la intención de Mark Twain. Esta novela fundamental de la literatura, ese viaje a lo largo del río Misisipi (con esa variedad de acentos que se refleja en los diálogos) convierte a Huck en Ulises y a la novela en un canto a la libertad y la amistad, una crítica a un sistema que se sustentaba en el racismo institucionalizado. Aunque a Twain le encantaba el dinero y se casó con una mujer acomodada, fue anarquista toda su vida. Fue también, por cierto, uno de los primeros en defender los derechos de las mujeres. Mujeres y niños (y habría que añadir animales), ya se sabe.

La infancia y la adolescencia están infravaloradas, pero recordemos que una jovencísima, casi adolescente, Mary Shelley es la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, una novela visionaria que nos habla del mundo actual, dominado por la tecnociencia. Proust edificó En busca del tiempo perdido a partir de recuerdos de infancia. Delibes nos habló de esta España hoy vaciada a través de los ojos de un niño en El camino. Cuando era pequeña, la poeta Mary Oliver, víctima de abusos y condenada al ostracismo escolar, aseguraba que tenía muchos amigos (Whitman, Thoreau, Dickinson), pero que estaban muertos.

Precisamente, una cita de Mary Oliver abre En la boca del lobo, de Elvira Lindo, una novela que se adentra, sin decirlo expresamente, en el infierno en el que puede convertirse la infancia. Una historia envolvente, lúcida y penetrante, narrada con una prosa en estado de gracia que mantiene la tensión a lo largo de todo el relato y que, en la estela de Twain, solo podría escribir alguien con la madurez literaria suficiente como para no haber abandonado nunca la mirada de la niña que fue.

La trama de En la boca del lobo (Seix Barral) es sencilla: Julieta, una niña de 11 años, una niña herida y con la fortaleza de los frágiles, pasa las vacaciones con su madre, Guillermina, en La Sabina, un pueblo de Ademuz, una comarca real donde la autora veraneó en su infancia. Guillermina tuvo a Julieta siendo ella misma casi una niña, una adolescente. Y en cierta forma nunca dejará de ser esa adolescente, con el egoísmo y la falta de responsabilidad propias de la edad.

Ya desde el título la novela retoma algunos de los cuentos y los reinterpreta (la buena literatura no deja de ser un diálogo con los clásicos) con gran habilidad, pero uno de los grandes logros es la voz narrativa. La voz en primera persona de Julieta, la protagonista, se va desdoblando a lo largo de la historia con un gran virtuosismo, nos envuelve, y dosifica poco a poco la información necesaria para desvelar un misterio que se alienta desde el comienzo, que nos mantiene en vilo.

En algún momento, y salvando las distancias, En la boca del lobo me ha recordado a Pedro Páramo, por esa capacidad de Lindo de crear una atmósfera que, sin llegar a ser tan onírica como en el clásico de Rulfo, tiene la cualidad de situarnos entre lo mágico y lo real. Una atmósfera impregnada de la naturaleza viva y salvaje de Ademuz, un personaje más de la trama. La soledad de la España vaciada, con sus reglas y sus normas, habita también esta historia.

Como buena autora chejoviana, Lindo cuenta más de lo que dice. Por ejemplo, va más allá de las relaciones madre e hija, de la responsabilidad que supone ser madre pero, también, ser hija, un tema que, por cierto, explora también en su primera y magnífica película como directora, Alguien que cuide de mí, cuyo estreno ha coincidido en el tiempo con la promoción de la novela.

Me interesa mucho esa capacidad que tiene Lindo de penetrar en las grietas de los personajes, especialmente en el de Julieta, sin juzgarlos. El nombre de la protagonista, Julieta, ¿es un homenaje a la protagonista de algunos relatos de Alice Munro, como Escapada, con quien Lindo podría estar emparentada?

No dejen de asomarse este verano a En la boca del lobo.

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