¡Qué falta nos hacía un folletín! y Adriana Lecouvreur es de los mejores

Un momento del tercer acto durante el estreno de ‘Adriana Lecouvreur’, en el Teatro Real de Madrid. Foto: Javier del Real.

El Teatro Real estrena con gran éxito (ocho minutos de aplausos, cronómetro en mano) ‘Adriana Lecouvreur’, la famosa ópera de Francesco Cilea que jamás se había representado en el coliseo madrileño. Lo hizo, además, con una grandiosa producción de David McVicar y un gran elenco, en el que se estableció todo un duelo de divas entre la soprano Ermonela Jaho, en el rol protagonista, y la mezzo Elina Garanča, que estuvo espléndida en el papel de la princesa de Bouillon.

Si encuentran alguna entrada para alguna de las funciones que restan de esta Adriana Lecouvreur que acaba de estrenarse en el Teatro Real, no lo duden… Vista la primera representación y tras ocho minutos de aplausos y bravos (cronómetro en mano), no hay duda de que este espectáculo es algo más que recomendable.

La partitura de Francesco Cilea estrenada en Milán en 1902, repleta de melodías pegadizas que vuelven una y otra vez sobre sí mismas y se desarrollan con regocijo y autocomplacencia, unida a una producción magnífica con una puesta en escena y un vestuario espectaculares, hacen de este montaje no solo una perfecta oportunidad para iniciarse en el mundo de la ópera, también es una estupenda noticia para los aficionados madrileños, puesto que supone el estreno de este famosísimo título sobre las tablas del Teatro Real.

La velada de estreno fue un éxito incontestable. En los corrillos previos a la representación se podía sentir un ambiente de expectativas muy altas. No en vano en Madrid hemos tenido que esperar 14 años para ver este montaje de la Royal Opera House en coproducción con el Gran Teatro del Liceu de Barcelona, las óperas de Viena, París y San Francisco. Allí donde se ha representado (dos veces en Londres y Barcelona y otras tantas en París y Viena, por citar algunas) ha recibido unas críticas fabulosas y una respuesta fantástica por parte del público. Tal ha sido su éxito que, pese a tratarse de una producción eminentemente europea, la ópera metropolitana de Nueva York la subió a su escenario en la gala de Año Nuevo el 31 de diciembre de 2018 con Ana Netrebko y Piotr Beczala en los papeles protagonistas.

El lunes en Madrid, el maestro Nicola Luisotti se puso una vez más a los mandos de la orquesta del Teatro Real, que sonó contundente y emotiva. Como corresponde a un folletín del calibre de esta historia de intrigas, amores imposibles, pasiones y teatro. Una historia en la que los sentimientos galopan sobre una trama (y una partitura) de giros inverosímiles y sorprendentes que le infunde una atractiva mezcla de decadencia y nostalgia irresistible. Luisotti también dirigió a un elenco que ha sido casi calcado del que reestrenó la producción en Viena en 2021.

La soprano Ermonela Jaho, que ya se coronó en Madrid en 2017 con una Butterfly de altísimo voltaje (con saludos multitudinarios desde el balcón del teatro hacia una abarrotada Plaza de Oriente), se ocupó del rol protagonista. Se metió en la piel de la famosísima actriz de la Comédie-Française. Dirán los nostálgicos que le falta mucho para llegar a la interpretación de Montserrat Caballé junto a José Carreras en las dos únicas funciones en el Teatro de la Zarzuela en 1974. Es probable, pero, comparaciones aparte, la soprano albanesa convenció con un papel que le va como anillo al dedo. Es cierto que en algún momento pareció exagerar el uso de los filados y de las dramáticas bajadas a piano y pianísimo, pero su dominio es tal que logra dejar mudo al patio de butacas, al que transmite una altísima emoción. Apuesto a que, por su culpa, hubo mucha carne de gallina en el respetable la noche del lunes.

No solo en el argumento de la obra, sino también como voces del mismo elenco, el lunes vivimos todo un duelo interpretativo entre una pasional Jaho y una gélida y tremenda Elina Garanča. La mezzosoprano letona no pudo hacer un mejor debut en una ópera representada en el Teatro Real. Garanča ya apuntó maneras de mujer resolutiva y gran actriz en la rueda de prensa de presentación de la ópera. Fue la perfecta mala de la película en el papel de la Princesa de Bouillon, con un caudal de voz impresionante manejado con una seguridad y un aplomo al alcance solo de las grandes divas. En el vértice masculino de este triángulo amoroso imposible, el tenor estadounidense Brian Jadge, que arrancó dos ovaciones del público con un canto seguro y contundente sin arriesgar apenas, pero con una gran efectividad.

Digno de mención es el trabajo de Mikeldi Atxalandabaso en el papel del Abate. Es alucinante la capacidad de este artista para cambiar de registro actoral y clavar todos los personajes a los que se enfrenta. Creo que podría decir que cualquier compañía de ópera que se precie pagaría por tener un comodín tan efectivo y profesional como este. En el Teatro Real, Atxalandabaso es, sin duda, el mejor secundario que se pueda imaginar: desde 2014, por poner una fecha redonda, ha sido imprescindible en títulos como Romeo y Julieta, I due foscari, La Flauta Mágica, Carmen, El Oro del Rin, Falstaff, Tosca, El abrecartas, Orfeo, Turandot y Madama Butterfly.

El coro del Teatro Real fue imprescindible para el éxito del impresionante tercer acto. Las mujeres y hombres que conforman ese conjunto siempre transmiten una profesionalidad y una entrega que muchas veces damos por garantizada. Adriana Lecouvreur no es un título precisamente para lucimiento del coro, pero queda claro que, si no fueran ellos, a buen seguro los echaríamos de menos.

Elīna Garanča (Princesa de Bouillon), Nicola Alaimo (Michonnet), Ermonela Jaho (Adriana Lecouvreur) y el Coro Titular del Teatro Real en el tercer acto del estreno de 'Adriana Lecouvreur' en el Teatro Real de Madrid. Foto: Javier del Real.

Elīna Garanča (Princesa de Bouillon), Nicola Alaimo (Michonnet), Ermonela Jaho (Adriana Lecouvreur) y el Coro Titular del Teatro Real en el tercer acto del estreno de ‘Adriana Lecouvreur’ en el Teatro Real de Madrid. Foto: Javier del Real.

Una de las ovaciones más contundentes fue para el equipo encargado de la puesta en escena, con el director Justin Way al frente. Tal vez sea este un buen augurio para el principio de esta temporada y una fantástica forma de exorcizar algunos de los sonoros abucheos de la temporada pasada. Y es que, como ya hemos dicho, la producción de David McVicar es sencillamente deslumbrante.

El director artístico del Teatro Real, Joan Matabosch, explica a la perfección dónde reside la piedra angular del éxito de esta puesta en escena. Dice Matabosch que para David McVicar “Adriana es una obra autorreferencial, muy consciente de su discurso sobre la naturaleza del hecho teatral. La mejor manera de materializar este concepto es construir un escenario en el escenario. Lo hace, en efecto, convirtiendo lo inverosímil de la historia, sus puntos dramáticos más débiles, en una bella metáfora del artificio del arte dramático”. No puedo estar más de acuerdo con estas palabras.

La omnipresencia de la espectacular maqueta de un teatro barroco con todos sus detalles, tramoya, iluminación y trucos escénicos, obra del escenógrafo Charles Edwards, sirve, aunque a veces no nos demos cuenta, para apuntalar en “la verdad” –como dice la propia Adriana– cualquier cosa que ocurra en escena. Es una forma obstinada y preciosa de cargarse la cuarta pared y de hacer del público, aunque no quiera, un personaje más dentro de este folletín de teatro dentro del teatro. Un folletín tan necesario, por otra parte, para superar la complicadísima realidad que acecha fuera de las puertas del teatro. Un mundo dividido, lleno de ruido, odio y rencor, que no sabe muy bien adónde va.

Hasta el fallo (¿?) en la bajada de un telón durante el ballet del tercer acto parece que estuviera previsto dentro de la producción. Y ahí reside la magia de la propuesta de McVicar: no podemos discernir dónde empieza la realidad dentro de la ficción y donde la ficción dentro de la ficción. La magia del teatro.

Puedes consultar aquí las funciones, elencos y entradas para ‘Adriana Lecouvreur’ en el Teatro Real. Hasta el 11 de octubre.

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