El gran fotógrafo de naturaleza Vincent Munier nos trae al enigmático leopardo de las nieves

El enigmático y esquivo protagonista del documental ‘El leopardo de las nieves’.

“El ser humano siempre avanza con ‘orejeras’, olvidando la presencia de resto de los seres vivos, que viven en armonía con la naturaleza, en una simbiosis entre todos. Tenemos que volver a maravillarnos con lo que nos rodea”. El fotógrafo francés Vincent Munier nunca llevó esas ‘orejeras’ y así aprendió a ponerse al acecho de la vida salvaje, como uno más, integrado en esos paisajes gélidos y semidesérticos que nos muestra al ritmo que marca la naturaleza. Hemos quedado con él en un céntrico hotel de Madrid para hablar de su último y premiado documental, ‘El leopardo de las nieves’, que se estrena en cines este fin de semana. Una bellísima película que es todo un canto a la paciencia y la conexión con la naturaleza, en la que se dicen frases como esta: “Hay que tener fe en la poesía”.

El leopardo de las nieves nos traslada entre ruidos urbanos a ese grandioso Tíbet donde “la gran zarpa humana” aún no ha clavado sus uñas desgarradoras. Un mundo inhóspito y de inmensa riqueza natural en el que, tal como nos narra su acompañante en esa aventura, el escritor Sylvian Tesson, la paciencia es la “virtud suprema” para encontrar al llamado “espíritu de las rocas”, es decir, la antítesis de las prisas de “la epilepsia moderna” que menciona Tesson en la película en uno de esos diálogos entre ambos que constituyen toda una filosofía de vida.

Munier, el único fotógrafo que ha conseguido tres veces consecutivas el famoso Premio Eric Hosking en la modalidad Vida Salvaje, logra emocionar con una sencilla poesía visual y vital por la que nos lleva de la mano –junto con la codirectora Marie Amiguet–, sin vuelos con drones ni alharacas tecnológicas. Nos sumerge así en un mundo en el que la conexión con la naturaleza nos inunda de sensaciones, lentamente, mientras somos observados por la fauna sin saberlo. Si la mirada del indómito felino eriza la piel, un pequeño pájaro, un roedor, un baral –la cabra azul del Himalaya­– o un conejo nos hipnotizan para convertirnos en los humanos que fuimos en el pasado remoto. La música de Warren Ellis, con la voz de Nick Cave, no es ajena a la sensación de estar dentro de un verso ancestral.

Su película nos habla de echar el freno, de saber observar en unos tiempos donde reina la prisa. ¿Cuál cree que es el secreto del éxito que está teniendo un documental como éste, que va a otra velocidad?

Desde siempre mi testimonio ha sido el mismo: quiero llevar a los demás al terreno para que contacten con la naturaleza. Como soy más feliz es con esa conexión y es la que deseo compartir. El éxito del documental, que ha ganado un premio César y se proyectó en el Festival de Cannes, nos encanta a todo el equipo, porque no es una película cercana a las más animalistas, no tiene solamente fotos o imágenes alucinantes del leopardo. Nuestro camino era diferente, lento, y el público ha disfrutado de ello, de un documental sencillo en el que no había ingenieros de sonido, ni imágenes aéreas, sin puestas en escena. Ni siquiera se han regrabado aquellas en las que Sylvane y yo hablamos. Eso nos dice que la gente está cansada de que no les cuenten la realidad como es, porque incluso en la observación de la naturaleza somos víctimas del sobreconsumo. Podemos ver muchas fotos e imágenes de animales salvajes, compartirlas a gran velocidad, pero eso no nos transmite que el disfrute se multiplica a un ritmo mucho menor.

¿Qué le gustaría que pensara el público después de ver su película?

Que incluso las aves más pequeñas, que parecen insignificantes, son protagonistas en la naturaleza. Cuando vemos una gran panorámica del Tíbet, nos parece vacía, pero está llena de vida. Y queríamos reproducirla. He hecho expediciones al Ártico, a menos 40 grados, tirando de un trineo, en soledad, pero veía muchos animales que me ayudaban a soportar el frío y el dolor. El Tíbet es el tercer Polo de la Tierra y es fascinante ver cómo muchos animales se adaptaron a ese entorno hostil. Quería hacerles un homenaje para que no se olvide su existencia. Los humanos siempre avanzamos con orejeras y nos olvidamos de la presencia del resto de los seres vivos, que viven en armonía, en simbiosis entre todos.

Y también quería recuperar la importancia de lo que ya no la tiene. Hasta los 10 años, un niño se maravilla de todo, pero luego entramos en el sistema y nos inculcan  que hay que trabajar para ganar dinero, consumir… y la conexión se rompe. Entramos en un embudo. Hoy una ciudad me parece un lugar violento, sin espacio para la poesía ni lo salvaje. Afortunadamente, mi padre, que era naturalista, me enseñó a observar y me pasaba los días enteros esperando, acechando a los animales. Mis amigos no lo entendían, pero si el público recupera esa conexión, es fantástico.

El documental es un canto a una belleza que estamos perdiendo ¿Saldremos de ese embudo en el que estamos? ¿Hay razones para ser optimistas?

Mientras hay vida, hay esperanza. Llevo décadas viendo que todo se degrada y eso podría llevarme al pesimismo más oscuro, pero creo que hay señales positivas, que el embudo se abre y que cada uno podemos hacer algo, aunque sea poco. Eso sí, a veces necesitamos bofetadas. Somos como niños que se empachan en una tienda de caramelos y no estaría mal que lo vomitáramos todo. Con la aparición del covid-19 llegué a pensar que podría ser beneficioso, porque estábamos todos inmovilizados por algo microscópico y comenzó a hablarse de la necesidad de recuperar la armonía. Pero duró poco. Pronto volvimos al crecimiento económico. Es como si fuéramos en un Titanic que se va hundiendo y en el que seguimos bailando. No hacemos nada por salvarnos. Mi documental quiere ser positivo a través de la poesía, no trata de culpabilizar, y no será una revolución, porque muchos antes que yo usaron la belleza, pero ayudará a seguir contando con ella. En Francia, ya hay ingenieros agrónomos que se niegan a trabajar con empresas que siguen devorando lo vivo. Es algo anecdótico, pero esperanzador. Y a nivel educación, es preciso que los niños vuelvan a tocar la tierra, a dormir en la naturaleza, aprender matemáticas con los árboles…

El fotógrafo Vincent Munier, a la izquierda, autor del documental ‘El leopardo de las nieves’, junto al escritor Sylvian Tesson, en uno de esos momentos de ejercicio de la paciencia.

El leopardo de las nieves podría verse afectado por el cambio climático. ¿Ha sentido en el Tíbet esta amenaza?

El calentamiento sí es más visible en los Polos, donde hay poca diversidad animal. Y en el Tíbet, que como decía es el tercer Polo, el desequilibro aún es más frágil. No he querido hacer una película activista, pero mi pensamiento ambiental está en las filigranas de las palabras. Diría que más que un cambio es un desarreglo climático. Pero sabemos que cuando dejas a la naturaleza tranquila, se recupera rápidamente. Yo intento hacer lo que puedo. El leopardo de las nieves se ha vendido en 20 países y me han invitado a ir a todas partes, pero procuro viajar en avión lo menos posible. Todos tenemos una responsabilidad y debemos ser conscientes de ello. En concreto, en el Tíbet, debo decir que China, que es un país que destruye muchísimo, curiosamente tiene una inmensa zona protegida para el leopardo de las nieves y se persigue la caza furtiva, así que las poblaciones aumentan.

Si tras la intensa búsqueda que nos comparte no hubiera tenido el final que deseaba, ¿habría seguido adelante con el proyecto?

Totalmente, y con el mismo título. De hecho, el 80% del tiempo no se ve a la pantera. En todo el documental, con imágenes que grabé a lo largo de ocho viajes en 10 años, no hay nada que estuviera previsto. Se fue haciendo según descubríamos lo que ocurría en el paisaje. Un día decidimos volver a dormir a una cueva y vimos que el leopardo había matado al lado a un yak. Y le esperamos. Fue una inmensa fortuna que regresara, pero es que en la naturaleza vas de sorpresa en sorpresa. Siempre supe que estaba por allí, aunque era difícil verle.

En realidad, mi imán para ir al Tíbet había sido el yak salvaje, un bóvido que lleva allí decenas de miles de años, que convivió con los mamuts y ahora está amenazado. Iba allí y veía huellas del felino. Así aprendí a comprender por dónde podía estar, todo un trabajo fascinante de investigación. Es lo mismo que hice con los lobos blancos, que fueron mi excusa para ir al Ártico, o con el lince en la cordillera de Los Vosgos, donde vivo. He pasado cientos de noches intentando ver un lince. Y al final creo que casi es más suerte no verlos, porque se convierten en una obsesión, un sueño.

¿Qué es lo más importante para lograr el éxito al observar la naturaleza?

Donde viven estas especies emblemáticas, todo está en orden, son lugares únicos. Mi padre me enseñó que hay que acercarse a la naturaleza de puntillas, que no debemos desequilibrarla con nuestra presencia por hacer una foto. Si vas con un equipo de 20 personas o con maquinaria, la perturbas, y no quiero ser un intruso en su mundo. Esta forma de observar es algo que debo a mi padre, él me enseñó a ser paciente y estar al acecho. Es la misma técnica que usa el leopardo. Por ello sólo íbamos cuatro personas.

El documental ‘El leopardo de las nieves’ muestra la riqueza natural del Tíbet.

¿Por qué esa predilección por los ecosistemas fríos?

Crecí en Los Vosgos del norte de Francia, que son bosques templados, algo fríos, y quizás eso influyó en que buscara sitios parecidos, primero hacia países del Este de Europa, luego Escandinavia y el gran Norte. Me gusta mucho el desierto y también viajé a bosques tropicales, pero estoy menos cómodo.

¿Su próximo proyecto?

Una película sobre la importancia de conservar los bosques con variedad de especies. Los estamos convirtiendo en plantaciones, como si fueran campos de maíz, uniformes, desiertos de biodiversidad. Eso es lo que quiero mostrar: lo que son los bosques reales, y lo haré a través de otra especie, el urogallo, que también está amenazada y es difícil encontrar. Sé que también desaparece en España, aunque hay en el Cantábrico. Por cierto, hice una película en España sobre los osos pardos del Cantábrico. Y hay más de 300 osos. También tienen unos 2.000 lobos. En Francia tenemos solo 500, matan 100 cada año. Convivir con nuestra fauna no es fácil, pero sí es posible.

‘El Leopardo de las nieves’ (distribuida por Wanda Films) se estrena en cines de España este viernes, 24 de junio.

En ‘El Asombrario’ publicamos en 2019 un artículo de WWF España aportando más información sobre este enigmático felino, con una población en libertad que ronda los 4.000 ejemplares, un número preocupante debido a que en los últimos 20 años han desaparecido el 20% de estos animales.  

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.