¿Cómo frenar el cambio climático? Tened menos hijos

Foto: Pixabay.

Leyendo Un planeta diferente, un mundo nuevo, interesante libro de Isidoro Tapia, publicado por Ed. Deusto, hemos encontrado algunas reflexiones que nos han llamado poderosamente la atención sobre la crisis climática, acercamientos hasta ahora no muy tocados y en los que merece la pena detenerse, como el que reproducimos aquí. El capítulo ‘Los (no) hijos del cambio climático’, tras dar cuenta de un polémico estudio sobre el impacto en el cambio climático de cada hijo que traemos al mundo, detalla cómo el calentamiento global reducirá de forma significativa las tasas de natalidad y la población mundial. “Seguramente la población europea haya alcanzado ya su máximo a lo largo de 2021 (alrededor de 750 millones) y disminuya a partir de ahora, para situarse en 630 millones hacia finales de siglo”.

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“¿Qué efectos puede tener el cambio climático sobre la tendencia de la natalidad (…)? ¿Acelerará su caída o acaso la revertirá? ¿O no tendrá ningún impacto?

En primer lugar, hay que señalar que la caída de la natalidad es una tendencia ya en marcha. El Banco Mundial prevé que la fertilidad a nivel mundial disminuya desde los actuales 2,5 hijos por mujer hasta 1,9 en 2100, situándose por debajo de la tasa de reemplazamiento natural (que se estima en 2,1, por debajo de la cual la población empieza a declinar) hacia 2070. Es decir, a partir de ese momento la población mundial comenzaría a reducirse. En algunas regiones, como Europa, será mucho antes: seguramente la población europea haya alcanzado ya su máximo a lo largo de 2021 (alrededor de 750 millones) y disminuya a partir de ahora, para situarse en 630 millones hacia finales de siglo.

Esta tendencia no es sólo efecto del cambio climático. De hecho, puede discutirse si el calentamiento global está convenientemente tenido en cuenta en las previsiones. Ocurre algo que nos encontraremos más de una vez a lo largo de este libro: el cambio climático actúa como un acelerador del futuro. Muchas de las tendencias que ya existen en nuestras sociedades se agravarán en las próximas décadas como resultado de los esfuerzos por contener el cambio climático o de adaptación a las nuevas condiciones del clima.

La natalidad es una de ellas. ¿Cuáles son las correas de transmisión entre el cambio climático y los nacimientos? A grandes rasgos, hay dos grandes grupos. El primero son los factores socioeconómicos que determinan la decisión de tener hijos. El segundo está relacionado con la naturaleza antropogénica del cambio climático. Pero ambos apuntan en la misma dirección: cuanto mayor sea el calentamiento global del planeta, menor será el número de nacimientos.

La intuición de los factores socioeconómicos es la siguiente: los demógrafos afirman que una de las variables más importantes en la natalidad es que las parejas tengan suficiente seguridad y confianza económica, no sólo para tener hijos, sino también para mantenerlos en el medio y largo plazo. La mayor parte de las causas de la caída de la natalidad en las últimas décadas, como ya hemos indicado, han sido socioeconómicas, como la inestabilidad laboral, las dificultades para la conciliación o sus efectos sobre las carreras profesionales, sobre todo de las mujeres. Lo previsible es que el cambio climático incremente la incertidumbre sobre todos estos factores: el cambio climático constituye una preocupación creciente, sobre todo entre los más jóvenes, y en los próximos años se convertirá en un factor de incertidumbre global. Ya se empieza a hablar de “ecoansiedad” para describir el deterioro que produce el cambio climático en nuestro entorno. Más allá del efecto psicológico, el planeta que hemos introducido en el capítulo anterior es un lugar con más riesgos, tanto climáticos como económicos y sociales, lo que dificultará la decisión de tener hijos.

El segundo efecto sobre la natalidad es incluso más estrecho. Al ser el cambio climático un fenómeno antropogénico, es decir, consecuencia de la actividad humana, su mecanismo de corrección más inmediato es la reducción de la población en el planeta, a través de su válvula de control: la natalidad. Como ha señalado Manuel Arias Maldonado en Antropoceno, la idea de que podemos restaurar ecológicamente el planeta, devolviendo el ecosistema a la forma que tenía antes de que la acción humana lo transformase, es inviable. Como mucho, podemos aliviarlo reduciendo la presión humana.

Veamos un ejemplo numérico. En 2017, causó mucho revuelo un estudio que analizaba diferentes vías para que un hogar redujese sus emisiones de CO2: se calculaba que reciclar concienzudamente (tanto como permiten las técnicas de reciclaje existentes) generaba un ahorro de unos 200 kilos de CO2 al año. Eliminar la carne de nuestra dieta, se estimaba, ahorra hasta 800 kilos de CO2 al año. Evitar un vuelo transatlántico, 1,6 toneladas de CO2, y dejar de utilizar por completo nuestro vehículo privado, 2,4 toneladas (sí, con apenas dos viajes en avión emitimos más CO2 a la atmósfera que utilizando nuestro vehículo durante todo el año).

Pero de todos estos posibles cambios de conducta, uno destacaba por encima de los demás: tener un hijo menos genera un ahorro de 60 toneladas de CO2 al año (suponiendo en todos los casos que vivimos en un país desarrollado). ¡Tanto como convencer a trescientos vecinos para que reciclen o a veinticinco para que dejen de utilizar por completo sus coches!

Más allá de los valores concretos, cuya metodología es discutible, la conclusión del estudio es difícilmente rebatible: al ser el cambio climático un fenómeno antropogénico, consecuencia de la actividad humana en el planeta, reducir la población mundial automáticamente conduce a menores emisiones de CO2. Para evitar confusiones: no creo que debamos tener menos hijos. Más bien al contrario: el declive demográfico (fruto, entro otros factores, del cambio climático) es uno de los retos más formidables que enfrentará la humanidad en este siglo. La presión sobre las pensiones, la atención sanitaria o los sistemas fiscales tensionará las costuras de nuestros tejidos sociales, mucho más delicados de lo que comúnmente se cree. No estoy haciendo un juicio normativo, sino descriptivo: la caída de la natalidad será una consecuencia inevitable del cambio climático, una respuesta correctora natural. Tendremos menos hijos por la misma razón que la población mundial se disparó a partir de la Revolución Industrial (mejor dicho, por la razón opuesta): porque sufriremos la escasez de algunos elementos básicos, como el agua, la energía o las zonas habitables en el planeta.

¿Significa esto que seremos más pobres? No necesariamente. Una de las grandes polémicas intelectuales de los últimos tiempos enfrenta a dos grandes escuelas de pensamiento: de forma muy resumida, el optimismo de Steven Pinker, que defiende que el progreso científico, económico y tecnológico está lejos de agotarse, y que las sociedades alcanzarán cotas de bienestar cada vez más altas, con la visión opuesta, que representan pensadores como John Gray o Nassim Taleb, para quienes durante las próximas décadas tendrá lugar una competencia cada vez más agresiva por unos recursos crecientemente escasos.

En cierto modo, las políticas climáticas se han movido en los últimos años desde Gray a Pinker. El medioambientalismo del siglo XX, como veremos con más detalle en el último capítulo, era “conservacionista”, ponía el acento sobre la escasez de recursos y el control de la población. En cambio, en los últimos años las políticas climáticas se están volviendo “pinkerianas”: se confía, con creciente optimismo tecnológico, en que seremos capaces de encontrar una solución al cambio climático compatible con una mejora continuada de nuestros niveles de bienestar.

Lejos de pretender mediar en esta disputa, cuyas dimensiones exceden con mucho el perímetro de este libro, sí creo conveniente dibujar un escenario intermedio, aunque sólo sea para visualizar la relación entre cambio climático y natalidad. En el futuro tendremos un nivel de bienestar nunca conocido en la historia: las comunicaciones, el acceso y procesamiento de cantidades casi inagotables de información o las aplicaciones de la inteligencia artificial abrirán un catálogo de oportunidades desconocido en campos como la asistencia médica, la investigación, el ocio o las relaciones interpersonales, por poner sólo unos ejemplos. Pero, al mismo tiempo, en otros ámbitos no seremos capaces de preservar nuestros estándares de vida actuales, incluso aunque medie una verdadera revolución tecnológica. El transporte es un ejemplo. Casi con toda seguridad, viajaremos mucho menos que ahora (tanto por trabajo como por turismo) porque difícilmente existirá un sistema tan rápido y barato como el actual que sea al mismo tiempo sostenible medioambientalmente.

Por expresarlo de forma concisa, seremos al mismo tiempo más ricos, pero también más pobres. El futuro nos abrirá oportunidades inmensas, pero también nos privará de otras que hoy son cotidianas. La natalidad será una de esas barreras infranqueables. Porque la naturaleza antropogénica del cambio climático convierte la relación entre la natalidad y el proceso de calentamiento global del planeta en una contradicción casi irresoluble.

De hecho, podemos ir más allá del ejercicio teórico para analizar la relación entre cambio climático y natalidad. No debemos olvidar que el calentamiento del planeta no es una simple hipótesis, sino un fenómeno ya en marcha. La temperatura se ha incrementado de manera constante a lo largo del último siglo, situándose, de media, más de 1 º centígrado por encima de los niveles preindustriales. ¿Podría tener alguna relación con la caída de la natalidad registrada en las últimas décadas?

La relación entre la capacidad reproductiva y las temperaturas está probada en la literatura científica. Las relaciones sexuales, como cualquier otra actividad con una elevada exigencia física, se resienten a temperaturas muy altas. La temperatura afecta también a otros factores reproductivos, como la producción de espermatozoides en los hombres o los ciclos menstruales en las mujeres.

¿Cómo medir estos efectos? Una manera es analizar qué ocurre en los días especialmente calurosos. Un estudio analizó los días con una temperatura media superior a 80 º F (alrededor de 26,6 º C) entre 1931 y 2010. Aproximadamente hay unos treinta días calurosos así definidos al año en Estados Unidos (casi el doble de los que había a principios de siglo) y se espera que se incrementen hasta noventa días al año en 2100.

El estudio encontró una relación estadística significativa: los días calurosos reducían la natalidad entre ocho y diez meses después, alcanzando su máximo precisamente a los nueve meses. Cada día caluroso adicional provocaba una caída en la natalidad de aproximadamente un 0,4 %, alrededor de 1.100 nacimientos menos. El efecto era menor en aquellas ciudades con mayor número de aparatos de aire acondicionado.

Una reducción del 0,4 % puede parecer insignificante, ¿pero qué ocurre si los días “calurosos” se triplican, como se prevé que ocurra en las próximas décadas? ¿O si empiezan a ser habituales los días de calor “extremo”? Es difícil estimar el impacto exacto, pero existen pocas dudas sobre la dirección: a mayor temperatura, menor será el número de hijos.

Y éste, hay que insistir, es sólo uno de los muchos mecanismos de transmisión entre el calentamiento global y la natalidad: el calentamiento global también tendrá consecuencias como reducir la producción agrícola (manteniendo el resto de los factores constantes), lo que tensionará la cantidad disponible de alimentos; el incremento del nivel del mar puede convertir en inhabitables muchas zonas del planeta, y reducir así la superficie habitable, y finalmente el agua potable puede convertirse en uno de los recursos más escasos y disputados en las próximas décadas.

Una de estas manifestaciones es que cada vez son más habituales las familias con un solo hijo. En Estados Unidos, por ejemplo, el porcentaje de mujeres que tienen un solo hijo al final de su vida fértil ha pasado del 11 % en 1976 al 22 % en 2015. Hay un acalorado debate académico sobre las consecuencias en el desarrollo emocional de los “hijos únicos” frente a las familias numerosas, aunque en este aspecto no puedo declararme neutral: una de las mejores cosas que me ha pasado ha sido tener una hermana.

¿Sucederá lo mismo en todas partes? El efecto podría ser distinto entre países ricos y en desarrollo. Según la famosa teoría de Caldwell, en los países en desarrollo los niños producen más de lo que consumen y, por tanto, suponen una ganancia de riqueza neta para sus familias. En los países desarrollados ocurre al revés, lo que explica el distinto comportamiento de la natalidad en unos y otros. La caída de la natalidad durante la segunda mitad del siglo XX vendría explicada por el crecimiento económico y el mayor acceso a la educación de amplias capas de la población, especialmente en los países emergentes.

El cambio climático podría revertir este proceso, sobre todo en los países climáticamente más vulnerables, aquellos situados cerca del ecuador. En éstos, el impacto económico puede ser devastador; la escasez de bienes agrícolas incrementará los precios y salarios en este sector, lo que hará relativamente menos atractivo dedicar tiempo y recursos a la educación. Para entendernos, es como si los países en desarrollo retrocediesen varias décadas. Tal vez la natalidad repunte en algunos países. Pero habrá pocos motivos para celebrarlo.

En definitiva, el cambio climático podría acentuar las desigualdades, otra de las conclusiones que nos encontraremos varias veces a lo largo de este libro. En el caso de la natalidad, deprimiéndola en los países desarrollados e incrementándola en los situados en las zonas más cálidas del planeta”.

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Comentarios

  • Mateus

    Por Mateus, el 26 enero 2022

    Me parece una barbaridad relacionar taza de fecundidad con cambio climático. El problema se llama bilionários y capitalismo. Menos Elon Musk, menos Bezos. Los bilionários son el origen de casi todos nuestros problemas globales y sociales.

  • Cindy

    Por Cindy, el 26 enero 2022

    Una pregunta? Si se dejan de tener hijos, que ocurre con la Humanidad? Se extingue y eso sería lo mejor. Y el cambio supuesto climático se suspende. Porq como ya no hay niños. Pues adopten perros y gatos.

    • Francisco

      Por Francisco, el 26 enero 2022

      Entre extinguirnos y seguir creciendo de forma progresiva y asfixianfo al planeta no hay otra alternativa que el control racional de la natalidad…. o sino las muertes serán de hambre y del agotamiento del planeta.
      Hace años que ha empezado

  • Lucía

    Por Lucía, el 26 enero 2022

    Es muy curioso que no hace tanto tiempo los gobiernos estaban preocupados por la baja natalidad que había en muchos países del planeta, con el consiguiente problema de que dentro de unos años habría muchas más personas ancianas que jóvenes, ahora entiendo su plan de el nuevo orden mundial o reducción de población, sobramos seres humanos porque no entran dentro de su agenda «la cuarta revolución industrial » las máquinas al poder !!!!menos mal que no viviré para verlo,es nefasto

  • Julian Calamaro

    Por Julian Calamaro, el 26 enero 2022

    Todo el artículo es falso de arriba a abajo. Está claro que los países de Africa y otras zonas calurosas del planeta tienen hasta varias veces más hijos que los países del Norte.

  • Manuel

    Por Manuel, el 26 enero 2022

    Pero, ¿nos estamos volviendo imbéciles?

  • Rafal

    Por Rafal, el 26 enero 2022

    De acuerdo que los ricos que acumulan 99 % de riqueza mundial hagan vida más sostenible y no utilizan sus Jetts privados o yates y que dedican más recursos a una economía sostenible. La persona que ha escrito ese artículo es pagada por Guillermo o otra eminencia gris.

  • JC

    Por JC, el 30 enero 2022

    Tened? ten tu menos hijos, mameluco.

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