Ganadería regenerativa: las ‘vacas felices’ de dos jóvenes pastores felices

Andrés y Mario posan en Zael, Burgos, junto a sus terneros. Foto: César-Javier Palacios.

Andrés Gómez tiene 34 años y una sonrisa de satisfacción que es incapaz de ocultar. Ingeniero técnico agrícola con una altísima cualificación, hace cinco años decidió dejar un trabajo fácil y bien remunerado, comercial en una fábrica de piensos para piscicultura, y embarcarse en una hermosa aventura que le ha llevado a Zael, el pueblo de su abuelo materno.

En esta pequeña localidad de la comarca burgalesa del Arlanza (121 habitantes), desarrolla un modelo de “ganadería regenerativa holística”, como él lo define, que reniega de mucha de esa teoría industrial que estudió en la carrera. Porque propone volver a criar manadas semisalvajes de herbívoros que vivan y pasten en libertad, al estilo de los primeros pastores neolíticos que vivían hace 7.000 años en la vecina sierra de Atapuerca. Nada de piensos prefabricados, soja y maíz transgénicos ni de hormonas. Asegura que con ello se consigue vida rentable para el mundo rural, mínimo impacto ambiental, mitigación del cambio climático y grandes beneficios ecosistémicos.

Hace cuatro años que Gómez empezó con apenas 20 animales la que todos tacharon de “loca aventura solitaria”, pero ni es una locura ni está solo. Su mayor éxito ha consistido en contagiar su entusiasmo a otro joven del pueblo de al lado, Villamayor de los Montes (160 habitantes). Se llama Mario Hernando, tiene 32 años, casado y con dos hijas pequeñas. “Fue escuchar a Andrés y decirme: lo estoy haciendo mal. Hablamos, divagamos mucho y al final se juntaron los astros y me dije: o ahora o nunca. Y me uní a su proyecto”. Mario no tenía más experiencia ganadera que cuatro cabritas a las que cuidaba como mascotas y el recuerdo de un abuelo pastor que siempre trabajó con rebaños ajenos.

Ahora estos dos jóvenes felices pastorean orgullosos un centenar de vacas felices. Y por lo que cuentan, les va muy bien.

Vacas jardineras

Mientras paseamos con ellos por las resecas orillas del río Cubillo camino de la rastrojera donde rumia el rebaño, Andrés y Mario nos van desgranando los detalles del proyecto ante la atenta mirada de Nuno, su fiel perro. Lo hacen tan alegres como los abejarucos que en esos momentos sobrevuelan ágiles nuestras cabezas. El cauce vacío junto al que caminamos es una de las muchas heridas del cambio climático que ya empiezan a notarse en Zael.

“Cuando yo era niño”, rememora Andrés, “veníamos al río en verano a coger ranas y culebras. Ahora se seca totalmente de mayo a noviembre, un desastre”. En su opinión, la culpa de esta sequía brutal no la tiene solo la falta de lluvias, que también. “El mayor culpable es la mala gestión agrícola de los últimos 60 años, que se ha cargado todo, la tierra está empobrecida y ya no es capaz de absorber el agua de lluvia, no se infiltra y los acuíferos no se recargan”, afirma convencido. Con la excusa del río seco aprovecha para explicar la que en su opinión es una de las soluciones más efectivas para mitigar el desastre global de la crisis climática. “La ganadería regenerativa es una auténtica revolución”, sostiene. “Apenas necesita una pequeña inversión económica, no hacen falta grandes infraestructuras, no te empeñas y empiezas a ver resultados a los pocos meses”.

Le pido un ejemplo. “Lo estás viendo”. Y me señala el camino junto a las riberas del inexistente Cubillo por donde avanzamos. “Yo nunca había podido pasear por aquí, estaba todo cubierto de maleza, pero ahora las vacas lo han dejado todo despejado. La gente lo ve y ya nos pide que las llevemos a otros sitios para que los animales puedan abrir viejos caminos que se habían perdido”.

Solo por el trabajo desinteresado de estas desbrozadoras vacunas, los dos jóvenes ganaderos ya se han ganado el cariño de sus convecinos. La idea que al principio tantos tacharon de “auténtico disparate”, “aquí nunca hubo vacas”, “no se puede vivir de la ganadería” o “así no se ha hecho nunca”, se ha convertido en motivo de orgullo local. Por fin se habla del pueblo (de los pueblos) en los medios de comunicación y además por algo positivo. También reconocen su utilidad. De hecho, les llueven peticiones para que el ganado paste en sus fincas. Lógico, pues apenas pasan un día en ellas, es un servicio gratuito y les dejan el campo cuidadosamente abonado.

Vacas pastando en una rastrojera de Zael. Foto: C-J Palacios.

Terneros de Mario y Andrés.

Pastoreo natural

A ojos del profano, tener así las vacas no parece muy diferente al pastoreo típico de Asturias o Cantabria, salvo porque en Zael todo es cereal de secano y algún que otro campo florido de girasol, un terreno más propio para ovejas que para terneros.

“El modelo tradicional de ganadería en extensivo tampoco funciona”, sostiene Andrés Gómez, “porque apenas hay rotación de pastos, los animales comen casi siempre lo mismo y completan su dieta con piensos”. Ellos trabajan de otra manera, imitando la naturaleza a través de un pastoreo dirigido y racional.

El ganado se gestiona como si fuera una manada semisalvaje, un único rebaño donde van juntas madres, crías de diferentes años y el semental. Todos los días cambian de finca y no regresan a la misma hasta un año después, favoreciendo así la regeneración natural. Vacas y terneros están siempre dentro de un cercado pequeño. De esta forma se concentra la presión ganadera en un espacio limitado. Así los animales consumen todo lo vegetal sin elegir, no tan solo lo que más les gusta. Y lo hacen en su cantidad justa, sin atiborrarse. Nada que ver con el pastoreo selectivo tradicional que elige especies forrajeras buenas y desdeña las malas.

En verano el rebaño ha estado pastando en las rastrojeras de los campos de trigo y cebada recién cosechados; en otoño irá a ramonear al soto y en invierno a los pastos del pequeño monte comunal de encinas y quejigos del pueblo. Se mueven constantemente, como los rebaños de ñus del Serengueti. Salvo que aquí son vacas pequeñas, cruces de dos razas diferentes que aprovechan lo mejor de cada una de ellas, la rusticidad de la asturiana de montaña y la adaptabilidad al medio de la Angus escocesa, famosa por su buen aprovechamiento de forrajes y resistencia al clima frío.

¿Y dónde duermen los animales? 

“En el campo, que es donde viven todo el año”, explica Gómez. Aquí no hay naves ni cebaderos. Los animales duermen e incluso nacen en el campo. “Algunas vacas paren en invierno, bajo ventiscas y grandes heladas, y las manos se nos congelan ayudándolas, pero luego el ternero se levanta perfectamente y se cría fuerte”, asegura el joven ganadero.

La única concesión moderna en esta singular explotación tan neolítica es el uso de un pastor eléctrico alimentado por una pequeña placa solar, fundamental para que las vacas no se salgan del cercado. Desde hace poco también cuentan con la ayuda de una pequeña cámara web portátil controlada por internet. Gracias a ella pueden vigilar desde casa a los animales, lo que les evita no pocos paseos.

¿Se nota la diferencia?

Según expertos gourmets y cocineros de renombre, el resultado merece la pena, pues gracias a este método se obtiene una carne de pasto única. Es más roja, fibrosa, con menos grasa y más infiltrada, al estilo de la del cerdo ibérico. Dicen los que la han probado que su sabor recuerda más al de un animal de caza que de granja.

Nada que ver con la carne que se vende en carnicerías y supermercados, procedente de animales alimentados en cebaderos con piensos industriales de procedencia lejana. Porque, como desvela Andrés Gómez, al contrario de lo que la mayoría pensamos, “los cereales y las leguminosas no son el alimento natural de los rumiantes; les provocan graves problemas fisiológicos y hace que la calidad de su carne baje un montón, pero crecen súper rápido”.

El ganado de Granja Zael solo come hierba, es 100% de pasto. Esta peculiaridad retrasa el crecimiento de los animales, pero mejora enormemente su bienestar, que viven más años y producen una carne de mejor calidad.

Lucha contra el cambio climático

El manejo holístico es una auténtica revolución en el mundo rural. Permite producir más, de mejor calidad, ser más rentable y a la vez regenerar el suelo y la biodiversidad, aumentando la capacidad de retención del agua de la tierra y la fijación de CO2. También está atrayendo a los pueblos a gente joven, entusiasta y excelentemente bien preparada.

Frente a la agresiva ganadería industrial, responsable de la desertificación y brutal emisiones de gases de efecto invernadero, generadora de escasos puestos de trabajo mal pagados, este nuevo modelo que viene de tan antiguo pretende recuperar la alianza perdida con la naturaleza, el paisaje, las personas y el planeta. Se pone en marcha con una inversión mínima que no necesita subvenciones y a los pocos meses ya se ven resultados positivos. Al obtener un producto de altísima calidad que se vende a buen precio, rentabiliza la menor producción.

Parece magia

“No es magia, es trabajo”, puntualiza Andrés y confirma Mario. Todos los días hay que cambiar al rebaño de sitio, seleccionar bien los lugares donde van a pastar, hablar con los dueños de las fincas, instalar el pastor eléctrico, vigilar los animales para que todo vaya bien. Todos los días y también por las noches, sin descanso. En este tipo de ganadería no existen festivos ni vacaciones. Y por si fuera poco, también tienen que ser comerciales, pues hay que vender la carne.

Aunque para esto también son originales. O muy tradicionales, según como se mire. Porque hacen lo mismo que siempre se hizo. Llevan personalmente los animales al matadero de Burgos y desde allí las canales a un carnicero local que se encarga del despiece.

Toda la carne se distribuye por venta directa gracias al método más viejo del mundo. “Dejamos en el bar del pueblo un papel con las diferentes carnes que tenemos y sus precios, y la gente se va apuntando”, explica Mario Hernando. También les llegan encargos por WhatsApp, Facebook o correo electrónico, pues las nuevas tecnologías son para usarlas.

Éxito empresarial

No les puede ir mejor. “De momento lo vendemos todo en el pueblo y no llega para todos”, asegura Andrés, satisfecho. Es precisamente lo que buscan. “Que nuestra carne sea local y se venda localmente. No queremos hacer venta on line pues tiene un gran impacto medioambiental. El de Baleares que quiera este tipo de carne que la compre en Baleares a granjas que desarrollen proyectos como el nuestro”.

Andrés y Mario defienden que el futuro del mundo rural debe basarse en modelos regenerativos y participativos o está abocado a convertirse en una producción industrial en manos de unas pocas multinacionales. Confirmando sus ideas, poco a poco la gestión holística y regenerativa va calando entre los jóvenes agricultores y ganaderos que apuestan por sanar la tierra en lugar de explotarla.

En el caso de la provincia de Burgos, además de la Granja Zael hay ahora mismo otras dos ganaderías regenerativas en Agés y Hontoria de Valdearados, promovidas por gente joven que apuesta por la vuelta al mundo rural sin abandonar lo mejor del mundo urbano. En el resto de Castilla y León también están apareciendo otros proyectos igual de interesantes con cabras y ovejas, pero también con pavos y gallinas pastoreados holísticamente, uniendo lo mejor de la tradición y la modernidad.

“Es una auténtica revolución”, concluye Andrés Gómez, rematando la frase con un gesto de absoluta felicidad. Tan sincero como el que a su lado también esboza su amigo y socio Mario Hernando. El mugido de un ternero feliz parece confirmarlo.

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