Isabel Quintanilla lleva la emoción de las cosas al Thyssen
Pintaba objetos. Cosas. Pero cosas con alma y calma. Espacios con ausencias y silencios. Sin gente. Los óleos, acuarelas y dibujos de Isabel Quintanilla (1938-2017), la gran pintora del realismo madrileño, han metido la emoción de las cosas en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid en una gran antológica de un centenar de obras, comisariada por Leticia de Cos y abierta hasta el 2 de junio. Es la primera antológica que este museo dedica a una artista española y se enmarca dentro de la apuesta feminista de este centro en los últimos años. Por cierto, mañana (y todos los sábados) se podrá visitar gratis (más información al final del artículo).
Isabel Quintanilla apenas plasmó figuras humanas en sus cuadros. En esta exposición, sólo hay tres con personas: un autorretrato que dibujó con 24 años, un óleo con Paco –su marido– escribiendo, y otro dibujo en el que plasma a su marido dibujando a Antonio López. ¿Por qué? Leticia de Cos nos explica que la propia artista contaba que prefería que quienes miraran sus lienzos se fijaran en los objetos, en los espacios, y que ellos mismos los completaran con sus recuerdos, evocaciones, imaginaciones, que si introducía personajes ya quedaba demasiado contada la historia, cerrada la obra.
Así, recorriendo el casi centenar de obras de El realismo íntimo de Isabel Quintanilla, los objetos se apoderan del visitante, lo atrapan con su alma y su calma. Con su emoción quieta. La máquina de coser de su madre, la esquina de un frigorífico, las estanterías de un baño, una ventana, muchos tarritos de vidrio y, sobre todo, los vasos de Duralex. La muestra no puede comenzar mejor. Nada más entrar, a mano derecha, hay toda una pared con nueve obras con vasos de Duralex que nos hablan. De digna sencillez, de vida cotidiana. También de soledad.
Como la soledad de un teléfono al que no terminan de llamar, de una puerta blanca entreabierta, de una mesa, de una cama, de un lavabo, de una coliflor. Y de ausencias. No es de extrañar que las ausencias llenen las obras de Isabel Quintanilla, porque su padre, comandante del Ejército Republicano, fue asesinado en el Campo de Valdenoceda (Burgos) por el régimen franquista el 28 de febrero de 1941, cuando la artista ni siquiera había cumplido tres años. Y fue su madre, costurera, quien la sacó adelante con mucho trabajo. A su madre están dedicados algunos de los cuadros más empáticos de la muestra, con esa máquina de coser que parece que tiene vida propia. Leemos en dos cartelas: “Si Quintanilla no estaba pintando, estaba cosiendo. Su madre fue modista y gracias a su trabajo logra sacar a la familia adelante cuando falleció su padre. Quintanilla no pinta en ninguna ocasión a su madre, pero su evocación es constante. Encontramos referencias a la costura en muchas de sus obras, en dedales, tijeras, la mesa de planchar y, por supuesto, la máquina de coser. Como vemos en este Homenaje a mi madre (1971), donde la máquina Alfa es la protagonista absoluta” Este óleo se encuentra en la Pinakothek der Moderne de Múnich. “En La habitación de costura (1974), Quintanilla ha elegido el momento de la noche, pues era en el que su madre terminaba de rematar los encargos que al día siguiente debía entregar a sus clientas”.
Porque, aparte de esas cosas de alma, calma y cotidianidad, Quintanilla cede el otro protagonismo de sus lienzos a la luz, tanto a la natural y a los reflejos que saca de esos vasos de Duralex, como a la luz artificial, a esas lámparas que crean rincones de intimidad y recogimiento. Y uno siente que, aunque podemos ver algunas pinturas de exteriores (de Roma, de San Sebastián), algunos campos (la sierra de Guadarrama, el río Jarama), algunas marinas, donde Quintanilla se sentía a gusto y protegida era en esas estancias que, al atardecer, se iluminaban con pequeñas lámparas, así como se sentía a gusto pintando en sus patios y jardines, mejor que en la calle.
Es esa intimidad sencilla de la España de los años 60 y 70 la que encandiló a muchos coleccionistas alemanes, que compraron en esas décadas muchas obras de Quintanilla. Tantas que la exposición del Thyssen se nutre casi al 50% de prestadores alemanes, que, por cierto, acudieron en buena representación al estreno de la exposición el lunes en Madrid. Otra de las obras de la exposición, una preciosa acuarela de un besugo sobre un plato (no fechada), pertenece a la colección de Pedro Almodóvar.
Recorriendo este despliegue de íntimo realismo –Leticia de Cos ha completado la panorámica sobre Quintanilla con una sala dedicada a sus compañeras de vida, arte y generación: María Moreno, Amalia Avia y Esperanza Parada–, resulta inevitable que se apodere del visitante una nostalgia por la digna sencillez de esa estética sesenta-setentera, la sencillez de las estancias, de los jardines, las paredes desconchadas, esa luz tenue del atardecer entrando por las ventanas, ese solitario teléfono verde-beis esperando que alguien lo descuelgue –tan distinto de ese smartphone de hoy día que se nos ha quedado pegado a la oreja, al cerebro y a la ansiedad–, esa puerta de acceso al baño, esos tarritos de cristal, esos vasos de Duralex con un clavel blanco o unos lirios o unos pensamientos que ella misma cultivaba en su jardín.
A los visitantes les gustará esta exposición. Sin duda. El realismo siempre atrae mucho público. Y habrá mil comentarios sobre lo bien pintado que está tal o cual objeto, el jamón o la sandía o las uvas, el tarro de mermelada o la botella de aceite, que de lejos hasta parece una fotografía. Pero hay algo más importante que la técnica, y era lo que Quintanilla perseguía: ese aire de luz apagada de atardecer, de flexos que se encienden, de soledades, silencio y ausencias, ese aire que se queda suspendido en las estancias de estas salas del Thyssen.
En la presentación, Guillermo Solana, director artístico del museo, resaltó que es la primera antológica que le dedican a una artista española. Lo que encaja perfectamente en la apuesta feminista que está haciendo el Thyssen en los últimos años hasta convertirse en el museo más violeta de Madrid. A esta expo de Quintanilla, que ha venido a sustituir a la exitosa Maestras, van a seguir este año otras dedicadas a Rosario De Velasco, otra pintora figurativa, y la expresionista alemana Gabriele Münter; mientras que los proyectos de TBA21 acogidos en el Thyssen traerán a la artista filipino-canadiense Stephanie Comilang y a la francesa Tabita Rezaire. A todas ellas se une el ciclo de performances feministas Visión y presencia y la muestra de Noemí Iglesias Barrios, Love me fast, abierta hasta el 28 de abril.
No puedo cerrar este artículo sin recomendar la tienda montada al final de la exposición de Quintanilla, con –reconozco mi debilidad– un buen surtido de vasos Duralex en incoloro, verde y ámbar, esos que tantas veces pintó esta sensible mujer, que falleció hace siete años, y pintó hasta el último momento; de hecho, podemos ver en el Thyssen el último cuadro que entregó a su galerista, Leandro Navarro, poco antes de fallecer, un precioso bodegón de frutas que reproduce –con técnica mejorada– otro muy similar que pintó en 1966, con solo 28 años. Como si, tan atenta a los detalles, también hubiera querido cerrar un círculo y dejar su alma depositada en ese frutero.
‘El realismo íntimo de Isabel Quintanilla’. Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid . Hasta el 2 de junio. Con la colaboración de la Comunidad de Madrid. Y una interesante novedad: por un acuerdo firmado entre la cadena textil japonesa Uniqlo y el Thyssen, se podrá acceder gratis a las exposiciones temporales –por ejemplo, a esta de Quintanilla– los sábados, de 9 a 11 de la noche, hasta completar aforo.
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Por 20 años de ‘Ellas Crean’ luchando por la igualdad en cultura, el 05 marzo 2024
[…] el programa incluye las tres actuales dedicadas a las mujeres en el Museo Thyssen-Bornemisza: Isabel Quintanilla , Noemí Iglesias Barrios (Love me fast) y la recién-recién inaugurada de TBA-21 con Stephanie […]