Javier Ruibal: “Vienen empujando con un odio que no es normal”

El músico Javier Ruibal. Foto: Pepa Niebla.

Javier Ruibal es de esos cantantes que llevan toda la vida creando buena música sin grandes alharacas. Este gaditano, con la raíz andaluza bien asentada, pero en la que le gusta insertar otras culturas, nos lleva ahora a un espectáculo de los de antes, cargado de mensajes y poesía, como suele ser su obra. Se trata de ‘Saturno Cabaret’, título de su último disco, el número 14 en una larga carrera sobre los escenarios que le ha proporcionado prestigiosos reconocimientos (el Premio Nacional de Nuevas Músicas, el Nacional de Cultura, un Goya…), su nombre en una calle de su ciudad, El Puerto de Santa María, y, sobre todo, un público fiel que disfruta de sus conciertos. Ese cabaret al que nos lleva en esta ocasión lo ha imaginado en la Barcelona de los años 50, en pleno franquismo. Para que nos cuente cómo es y por qué hay que entrar en ese ‘lugar’, quedamos con él en el centro de Madrid.

Este ‘Saturno Cabaret’ es un viaje a un espacio sonoro que resulta muy visual… Cuando se escucha es fácil imaginarse en ese lugar.

Yo lo entiendo como un plano secuencia, coral, como en las películas de Berlanga en las que primero sale un personaje y luego otros, y donde sus historias se cruzan. Es el retrato de una época en la que se buscaba la nocturnidad, porque se vivía en una prohibición radical, una realidad tan moralista y oscura que la gente iba a los cabarets para escapar de lo que había fuera, y lo hacían tanto los acorraladores como los acorralados.

¿Cuáles fueron tus fuentes de inspiración?

Tenía ganas de hacer una obra completa. Me gusta mucho la literatura y el cine, donde se cuentan historias, pero nosotros solemos hacer canciones que no están relacionadas entre sí. Al principio pensé que me iba a costar más, pero luego me centré en unos parámetros de comportamiento. Lo que aparecen son personajes inventados, aunque la fabulación es una pincelada, porque están inmersos en una situación real. Y todos aparecen a lo largo del disco entero, desde el dominador, que es el comisario, hasta el sometido. Van al cabaret a huir de una realidad gris, de un proceso que podía haber sido diferente y se quedó en el ‘ordeno y mando’, sin derechos. La idea de centrarme en ese tipo de local surgió tras vivir en Barcelona cuatro años y recorrer algunos de este tipo, con esos cortinones… ajados. Al final, el disco es un retrato de quienes querían vivir una fantasía yendo al cabaret, quienes se creían dentro de una película de Rita Hayworth. Ese era el tiempo de mis padres y abuelos, así que también es un homenaje a una generación que vivió una época tan difícil.

El disco se promocionaba justo en los días en los que en Madrid veíamos a jóvenes saliendo a la calle a reivindicar valores de ese oscuro periodo. ¿Creías que era posible esa marcha atrás?

Cuando comencé este disco, aquí ya se hablaba de grupos de ultraderecha y estaban la Liga Norte en Italia o Le Pen en Francia. Luego, Trump llegó a la cúpula del poder político del mundo y, viendo cómo iba sembrando la cizaña por todos los lados, era previsible que aquí llegaran. Lo que no podía imaginar es esta vuelta atrás, que da repelús. Ahora pienso que ojalá este trabajo sirva como recordatorio. Venimos de un golpe de Estado y aún no hay forma de recuperar la memoria de todos los que fueron masacrados, no se levantan tumbas de las cunetas. Ahora éstos se creen que vamos a volver al mismo sitio. Y yo quiero pensar que es imposible, aunque vienen empujando con un odio que no es normal.

Llama la atención la gente joven que hay en esas protestas…

Si, porque es un acto de rebeldía. ‘Matar al padre’, se dice. Mientras no desobedeces, no creces. Hasta los 10 años eres una nulidad, porque no decides nada, pero llega la adolescencia y uno decide y se rebela. Pero estas criaturas se han criado con un móvil en la mano, en un mundo es virtual, con juegos electrónicos, sin imaginación. Tienen un vacío formativo tremendo, así que llegan cuatro energúmenos salvapatrias, que gritan más alto y sacan pecho, y ven en ellos a líderes, cuando solo son ejemplos de decadencia, inmoralidad y represión. A esa edad joven se tiene mucha energía, así que esperemos que no la empleen por ese camino.

Desde la música y la cultura, ¿cómo pueden influir los artistas para contrarrestar una posible involución?

Lo primero es poner a los políticos en antecedentes, porque muchos no se han enterado de que la democracia es frágil en España y que una trifulca así puede ser grave. No creo que haya una involución, pero son ellos los que deben priorizar la visión democrática y después definir cada cual cómo lo gestiona. Lo que ocurre aquí es que los conservadores se suman a los violentos por el mal camino. Se creen que todavía es el cortijo que tuvieron durante la dictadura, que les pertenece, y si no gobiernan harán lo posible para quitar al que tiene la mayoría parlamentaria.

Respecto a la música, no se lanzan mensajes como se hace en el cine o el teatro. En los premios de la música no hubo ni una mención a la situación en Gaza. Yo nunca he sido partidario de que las canciones se conviertan en panfletos o manifiestos, aunque sí hay alguna consigna. En el trap es donde hay versos de denuncia, si bien con temas más sociales que políticos. Está más cerca de la reivindicación. El resto de la música está en una esfera más frívola y se profundiza poco; no se tratan temas que tienen espinas y duelen.

¿Influye la nueva forma de compartir la música, que la hace más comercial?

Cuando era joven confluíamos al escuchar un disco o una banda. Ya estaban los Beatles, los Rolling Stones, que suponían una ruptura con lo anterior. Ahora, a los chavales les viene todo dado: a tal edad te tiene que gustar una música concreta. Es el algoritmo el que decide las músicas que te van a gustar. Eso supone un distanciamiento del público respecto a los artistas de la música y de éstos hacia la trascendencia que tiene el mensaje que lanza. Soy de otra generación, pero veo que los jóvenes no pasan por el proceso de identificarse con algo, de reunirse para pasarse los discos. Todo es más impuesto: este es tu ídolo y tienes que ir a verlo porque, si no vas, no estás al día. Y luego compartes en las redes una foto en el concierto cantando a voz en grito, sin escuchar a quienes se supone que son tus ídolos. Al final, en un selfie, como dice la palabra, yo soy el importante y la música es un adorno.

Bueno, en tus conciertos tienes un público muy fan que se sabe casi todas tus canciones y las canta. ¿Cómo se vive eso desde el escenario?

Sí. Hay veces que digo: ‘Esta la canto yo’. (Risas). Tenemos un pacto de complicidad grande. Está muy bien que cada concierto sea un acontecimiento, pero sin que supere lo que está pasando. Yo cada concierto lo vivo como un regalo. Que alguien decida con tiempo de antelación venir a escuchar mis canciones es un privilegio. Y, como decía Javier Krahe, tenemos el lujo de recibir aplausos cada tres minutos, mientras que los actores de teatro tienen que esperar dos horas.

¿Te hubiera gustado tener más ‘números uno’ en las grandes listas?

El ser humano siempre quiere más, pero de esa ambición a veces sale una codicia desmedida y se descontrola. Me hubiera gustado llegar a más público, porque lo que he compuesto merecía más audiencia, pero lo más importante es irse a dormir tranquilo cada noche, contento con lo que se hace. También sé que con más éxitos podría haber diseñado conciertos con bandas más grandes, aunque conmigo siempre tocan músicos excepcionales. Y al final, cuando canto solo con mi guitarra, se percibe lo que nos mantiene unidos al público y a mí, que es lo importante.

En ‘Saturno Cabaret’, ¿cuántos músicos participáis?

Esta vez somos nueve músicos y dos bailarines, una de ellas mi hija Lucía y el otro David Nieto. Toda la escenografía representa un cabaret. Con tanta gente, es un espectáculo más caro. Arrancamos el 17 de enero en el Teatro Circo Prince de Madrid, con tres invitados de excepción: Joan Manuel Serrat, Miguel Ríos y Miguel Poveda, que cantarán cada uno una canción. Luego, allá donde vaya, invitaré a artistas. El 15 de marzo también está ya programado que vamos a Cádiz, pero aún estamos cerrando otras fechas. Además, este cabaret no precisa un teatro, también se puede llevar a festivales de jazz y al aire libre.

Como en ‘El Asombrario’ nos preocupan mucho los temas ambientales, no puedo evitar preguntarte por las cumbres climáticas…

A veces me parecen un teatro de guiñol donde se representan los intereses de las economías de los países. Al fin y al cabo, van a defender sus poderíos, así que creo que de ahí poco puede salir, salvo si la hicieran los propietarios de las grandes empresas contaminantes. Resulta curioso que en lugares tan ricos y antidemocráticos como Emiratos Árabes Unidos se hagan estas cumbres. Si quien contamina no deja de hacerlo, aunque sea a costa de ganar menos, no veo solución. Es un egoísmo, es obsceno, sin medida. Yo ya reciclo y hago lo que puedo, pero el chorro gordo de contaminación solo lo frena quien más lo genera, y un nivel de consumo en aumento la multiplica de forma geométrica. Todo para al final tener estanterías llenas de  camisetas iguales de 10 colores diferentes, junto a otras casi iguales de otros 10 colores.

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