Jorge Olcina: “Hemos pasado de 15 noches tropicales al año a 120″

Las noches tropicales son una de las consecuencias del cambio climático.

El geógrafo y climatólogo Jorge Olcina, uno de los mayores expertos en este país en clima, agua y ordenación del territorio, acaba de estrenar la Cátedra Aguas de Alicante de Cambio Climático, un espacio académico desde el que espera poder contribuir a la investigación, la divulgación y la formación en torno al impacto del calentamiento global. Su foco es un bien natural que está en el ‘ojo del huracán’ ambiental, político y económico en todo el país, pero muy especialmente en el Sudeste peninsular: el agua. Olcina no pierde la esperanza de que tenga lugar el cambio social necesario, pero le preocupa que el enquistamiento de quienes siguen reclamando grandes trasvases en un país que se seca y también que un exceso de prisa en la necesaria transición energética arramble con el medio ambiente. Hoy viene a nuestra serie de entrevistas a ‘ecolíderes’ de ‘El Asombrario Recicla’.

Pese a todo, el que fuera evaluador del fundamental 5° informe del IPCC en 2014, en el que se acusó sin paliativos al ser humano del cambio del clima terrestre, el catedrático sigue pensando que tenemos una oportunidad.

Están proliferando las cátedras sobre cambio climático, como esta nueva en la Universidad de Alicante. ¿Qué nos aportan?

Son espacios donde los grupos de investigación pueden encontrar un marco en el que trabajar y, además, es un espacio para la relación entre el ámbito público y el privado, trabajando con empresas que tienen esa sensibilidad ambiental. Esta cátedra se va a centrar mucho en temas como la gestión y la sostenibilidad con el agua, un tema que es fundamental.

Precisamente estamos en plena batalla por los trasvases, en concreto el del río Tajo hacia Levante. Desde el punto de vista científico, ¿qué opinas de este tipo de medidas?

Se necesita un cambio total de filosofía, de la planificación y de la gestión del agua. Hasta ahora se ha llevado desde el punto de la oferta: ‘Necesito agua, pues que me la envíen y de forma continuada’. Pero es que ya no hay suficiente agua para enviar. Los trasvases en España son un debate de décadas, que se usan como eslogan electoral, sin que mejore la gestión. En un contexto de cambio climático, que vemos que la cabecera del Tajo tiene un futuro incierto, hay que buscar otras alternativas, como las aguas residuales, la desalación… Y se debe gestionar la demanda, no la oferta de agua, porque las precipitaciones se van a reducir en todos los lados.

Los reclamantes de agua hablan de crisis total si faltan los trasvases…

El suministro urbano en el sudeste peninsular está garantizado con desaladoras y, con el uso de energías renovables, esa agua desalada será más barata. La cuestión es la demanda agrícola y que la desalada y la depurada tienen un precio mayor que la trasvasada. Creo que en el periodo transitorio podrían darse ayudas a los agricultores para pagarla; eso sí, evitando que se revenda. Es evidente que debe haber un acuerdo entre administraciones, porque estando unos contra otros no se soluciona nada. Y sin olvidar que la Ley del Cambio Climático de 2021 nos dice que hay que garantizar la seguridad hídrica.

De todos los impactos en la vida que tiene el cambio climático, ¿cuáles destacarías?

En nuestra región, el calor que acumula el Mar Mediterráneo. Estamos perdiendo el confort térmico en muchas zonas, con veranos que abarcan desde finales de mayo a finales de octubre y muchas más noches tropicales. En 1980, había 15 noches tropicales al año, ahora son 80 o más: el pasado año, en algunos lugares llegamos a tener 120. Además, el mar más cálido acumula más energía, que se convierte en lluvias torrenciales. Es un proceso que llamo la mediterranización del cambio climático. Hemos tenido más de 30º de temperatura en el agua del mar el pasado verano, más que en el Caribe, mientras las temperaturas en Levante y Baleares han subido en 40 años 1,4 grados, el doble que la media española.

En este escenario, ¿qué opinas de las cumbres del clima como vía para frenar el cambio climático?

Para lo que se logra en las cumbres climáticas de los últimos años, pediría que las hagan virtualmente, porque nos evitarían el espectáculo de tanto viaje para tan poco resultado. El problema es que unos pocos países –China, Rusia, India, Brasil y Estados Unidos, que da vaivenes– suponen el 75% de todas las emisiones contaminantes, que no han dejado de crecer. Ni el Protocolo de Kioto de 1998 ni el Acuerdo de París de 2014 han conseguido nada al respecto. Es verdad que la Unión Europea, Japón o Nueva Zelanda se esfuerzan, pero la inmensa mayoría de las emisiones están descontroladas. En mi opinión, deberían activarse planes de adaptación y mitigación a nivel local, y tampoco en eso se avanza globalmente. Ahora, la Generalitat Valenciana ha aprobado una ley que obliga a los municipios a hacer sus planes de adaptación y mitigación, tomando medidas para el escenario que nos viene. Pero las COP no avanzan nada, porque es algo voluntarista. Faltan sanciones para quien no cumpla lo acordado. Sólo destacaría la labor de la UE para descarbonizarse para 2050; aunque hay pasos atrás si se abren minas de carbón, como ha ocurrido, su objetivo final es claro.

¿Se está enfocando bien la transición energética para cumplir ese objetivo?

En España tenemos un problema: empezamos la transición tarde y a trancas y barrancas. Para 2030, debemos recortar a más de la mitad las emisiones contaminantes que tenemos, así que estamos agobiados para aprobar un cambio en el modelo energético, pero sin estar preparados. Por un lado, el modelo de combustibles fósiles era eficiente y barato, pero con el cambio a las renovables el coste energético subirá durante años. Por otro, ese objetivo nos obliga a expandir parques eólicos y solares con rapidez porque no tenemos otras tecnologías, como el hidrógeno, que hasta ahora no hemos desarrollado y que solo ahora parece que se va a empezar a promover. Lo claro es que el proceso de descarbonización no tiene marcha atrás.

En las zonas rurales donde se implantan las energías renovables aumentan las protestas. ¿Es por esa urgencia en la transición?

Como empezamos tarde, y no a comienzos de este siglo, correr ahora va en perjuicio de los territorios y el medio ambiente. Las plantas solares, por ejemplo, requieren mucha extensión para ser rentables, así que sí se va a perder patrimonio agrario, y también el paisaje. Lo que me da garantía es que estos procesos de ocupación son reversibles y que en 20 años, cuando se mejoren las tecnologías y puedan ocupar menos espacio, el gobierno de turno podrá legislar para ello y se recuperará el bosque o la zona agraria. Solo pensando que es reversible se puede asumir ese coste. Por otro lado, debería haber una ordenación del territorio por parte de las comunidades autónomas para regular donde se pueden colocar las instalaciones. Eso no estaba contemplado y debe hacerse, acotando zonas, exigiendo que sea cerca de los centros urbanos. Hoy, si a un agricultor le ofrecen mucho dinero por una tierra que no vale mucho, la vende. Y, desde luego, no se pueden eliminar estudios de impacto ambiental. Conservar el medio ambiente está por encima del negocio.

El geógrafo y climatólogo Jorge Olcina.

Desde la ciencia, el propio IPCC, con el que has colaborado, ya pone el foco en un cambio del modelo económico, más allá de la tecnología. ¿Es eso posible?

Es verdad que el cambio climático no solo requiere cambio de energía, sino cambio cultural y de la economía. Hay que pensar en una alternativa al capitalismo depredador, porque no podemos seguir maltratando el planeta como lo hacemos de forma acelerada. Pero tenemos la oportunidad de hacer las cosas mejor, aunque eso requiere líderes valientes. De momento, veo que el capitalismo no tiene reemplazo. Podrían aplicarse políticas a la fuerza, con regímenes más dictatoriales que impusieran las medidas, pero eso no es bueno. Es mejor vivir en democracias que sepan hacia dónde debe ir el futuro. Hay muchos cambios que hacer, como mejorar el almacenamiento en baterías, adaptar la agricultura, mejorar la eficiencia del agua o el diseño de las ciudades. La visión optimista se fundamenta en que puede haber un desarrollo económico con relaciones entre el ser humano y el medio más integradoras.

¿Estos temas movilizan a una masa importante de estudiantes?

Cada vez hay más conciencia. La juventud es un foco importante de esa revolución que debe producirse y, afortunadamente, han surgido movimientos juveniles contra el cambio climático. Es uno de los temas estrella en mis clases. Hay que arrinconar el negacionismo, porque está fuera de la racionalidad de la ciencia. Como sociedad, nos cuesta participar del cambio. El verano de 2022 fue importante en este sentido, porque la gente vivió que no es una broma, que se muere gente de calor.

¿Qué opinas de los movimientos más radicales, que implican a científicos, hartos de que no se les escuche?

Teniendo la razón en lo que defienden, posturas tan extremas no me parecen adecuadas. Pueden llegar a ser contraproducentes. El cambio climático tiene la dificultad de que es un proceso a largo plazo que nos acompañará un siglo o más mientras no reduzcamos las emisiones, y eso no va a ocurrir. Por tanto, hay que convivir con ese proceso y que los gobiernos, impulsados por la sociedad, hagan la adaptación necesaria. Pero el radicalismo que afecta a bienes culturales no lo defiendo. Creo que se genera rechazo social, aunque entiendo que haya hartazgo en muchos medios científicos, porque las medidas llegan tarde, las COP no sirven para nada y la gente se cansa.

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