La infancia debería ser sagrada, de Sinéad O’Connor a Alejandro Palomas

La recientemente desaparecida artista Sinéad O’Connor.

El valor de la música y de la literatura para superar infancias terribles, de abusos y acosos, y seguir adelante. Hoy nos detenemos ahí. Es el caso de la recientemente fallecida cantante Sinéad O’Connor y del escritor Alejandro Palomas, autor de ‘Esto no se dice’, un libro escrito con elegancia, valentía y una emotividad contenida, de una dureza (por los hechos que relata) que, por momentos, desarma al lector, lo revuelve. Nada comparado con esto, con que te destrocen la infancia.

Perdonen que insista, pero, como decía la semana anterior, a propósito del nuevo libro de Elvira Lindo, la infancia debería ser sagrada. Verán por qué.

A finales de julio nos dejó la cantante Sinéad O’Connor. Tenía 56 años y cuatro hijos de distintas relaciones. El menor, que padecía como su madre un tipo de trastorno mental, se había quitado la vida recientemente y, al parecer, la cantante no había podido superar la pérdida. Mientras escribo estas líneas, no obstante, se desconocen aún las causas de la muerte de esta cantante icónica, rebelde y consecuente como pocos en un mundo tan ferozmente mercantilizado como el de la música. Muchos de nosotros la recordábamos sobre todo por la canción Nothing compares 2U, compuesta por Prince, un tema que marcó una época.

Confieso que su muerte me pilló por sorpresa. Aunque ya no escuchaba su música, salvo cuando por azar la ponían en alguna emisora de radio o en la televisión, su figura forma parte de mi educación sentimental, como la de tantos compañeros y compañeras de generación. Me sonaba vagamente la polémica que se armó después de que la cantante irlandesa rompiera la foto de Juan Pablo II, pero mis recuerdos eran más bien borrosos. Por eso he disfrutado tanto con el documental Nothing compares, de 2022, en el que Kathryn Ferguson nos da algunas claves de la vida malograda de Sinéad O’Connor, de su ascenso vertiginoso y su caída fulgurante como icono del pop. La música salvó a Sinéad O’Connor de una infancia terrible. Fue víctima dentro y fuera del hogar. Sufrió acoso escolar y abusos sexuales en una institución católica, en Dublín, donde la envió su madre.  Ella misma había sufrido también allí los mismos abusos y, quizás, traumatizada por esa circunstancia y por su propia enfermedad, muchas noches impedía a la niña Sinéad que entrara en casa y la dejaba en el jardín toda la noche. Una experiencia que marcó a la cantante de por vida. La música vino en su ayuda y, de alguna manera, logró canalizar su ira, su tragedia y sus heridas a través de canciones transgresoras y emotivas, interpretadas con una voz inconfundible que era capaz de acariciarte el alma.

Con un espíritu libertario y honesto, con esa cabeza rapada que retó los estereotipos de las mujeres guapas, sobre todo si eran cantantes o actrices, se enfrentó varias veces a la poderosa industria musical con su defensa del feminismo, del movimiento LGTBI, del pacifismo, aun a sabiendas de que podría traerle graves problemas. Su fama, lograda sobre todo a partir de Nothing compares 2U (incomprensible que los herederos de Prince no dieran permiso a la directora para reproducir el tema en el documental), la salvaba de las amenazas de la industria y de una parte del público. Por ejemplo, cuando no quiso que se interpretara el himno nacional de Estados Unidos antes de un concierto.

O eso creía ella.

Con una coherencia que he visto pocas veces en otros cantantes, Sinéad O’Connor declaró en muchas entrevistas que no actuaba por dinero, sino por necesidad, como una prolongación de su cuerpo. Su voz era un don. Y pudo capear el temporal hasta que en un programa de máxima audiencia decidió romper en plena actuación una foto del Papa Juan Pablo II, como protesta por la visita que esos días hacía en Irlanda. Juan Pablo II y el resto de la jerarquía católica ocultaron los abusos sexuales y los cientos de casos de pederastia dentro de la Iglesia, pero nadie se atrevía a alzar la voz. Sinéad O’Connor lo hizo. Denunció esa hipocresía y fue condenada por ello al ostracismo.

Y ya sabemos que eso, nombrar el terror, no se dice, no se puede decir.

Lo sabe muy bien el escritor barcelonés Alejandro Palomas, víctima de agresiones y abusos continuados por un docente del colegio La Salle de Premià cuando tenía entre ocho y nueve años. Un día, con nueve años, por fin se armó de valor y se lo contó a su madre. No podía más. Aunque otras personas del entorno más cercano lo supieron (de alguna manera el padre, en gran parte ausente, lo culpabilizaba a él de lo que había ocurrido), fueron Alejandro y su madre quienes llevaron el peso de este secreto dramático durante mucho tiempo. Tanto, que el escritor no se atrevió a hacerlo público hasta enero de 2022, 45 años después, en un programa radiofónico de máxima audiencia. Como él mismo cuenta en Esto no se dice (Destino), pasó de ser un escritor sin más, conocido por obras de éxito como Una madre o Un hijo, a convertirse en “actualidad”. Su confesión copó portadas de periódicos, lo entrevistaron en numerosos medios y llegó a reunirse en Moncloa con el presidente Pedro Sánchez.

Su denuncia pasó a ser el grito callado, pero enérgico de todas las víctimas de abusos dentro de la Iglesia católica, de todas las víctimas en realidad. “Yo fui un niño violado, abusado y agredido, física y psicológicamente. Lo fui todo a la vez y repetidamente”, narra en este libro honesto, valiente, escrito con elegancia y una emotividad contenida, de una dureza (por los hechos que relata) que, por momentos, desarma al lector, lo revuelve.

Palomas no evita el detalle, pero tampoco se regodea en él. Maneja el pasado, turbio e hiriente, con un sabio equilibrio y una distancia no exenta de emotividad. Creo que Esto no se dice es un libro necesario para conocer un drama no resuelto (el de los abusos) y para cuya resolución (la reparación de las víctimas) aún pesa el freno de la inercia de la Iglesia católica y su tendencia a meter lo que no le gusta en el rincón del olvido, aunque el Papa actual haya pedido perdón. Es eso, sí. Pero también es un libro de formación, de cómo alguien que ha sufrido tanto en la niñez ha sido capaz de levantarse gracias al tesón, al amor de su madre y, cómo no, a la literatura. Es un libro en torno al valor sanador de la palabra y de la fuerza de la escritura para restañar las heridas.

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