La mirada de Ruth Matilda a la España ‘llena’ de los años 20

Escuela en Ponteareas, Pontevedra, en 1924. Foto: Ruth Matilda Anderson.

La mirada de Ruth Matilda Anderson, viajera con alma de etnógrafa que inmortalizó con su cámara la España rural de los años 20 del siglo pasado, vive un renovado e insaciable interés. Su sensibilidad para captar la vida popular, en especial la de los artesanos, las mujeres y los niños, se ha convertido en un admirado testimonio de la España no vaciada y suscita desde hace años una oleada de artículos, libros, exposiciones, y ahora hasta un programa en la Televisión de Galicia (‘Galicia de 20 a 20’), que revisita los escenarios de sus fotografías y a los descendientes de sus protagonistas 100 años después.

La segunda vida de Ruth Matilda Anderson (1893-1983) parece auspiciada por dos azares: Por un lado, se produce cuando la tecnología digital está restaurando en alta definición o a todo color nuestras viejas fotos en blanco y negro, como si levantase el luto a toda esa época, actualizando la expresión de personas y lugares con el brillo HD del siglo XXI o la agilidad de nuestras redes sociales. Por otro lado, se produce cuando nuestro modelo de progreso está en suspenso y los debates sobre sostenibilidad y decrecimiento echan la vista atrás, a nuestros mayores, y a formas de vida no tan lejanas, más próximas a la naturaleza y al dilapidado patrimonio que nos legaron. Miramos pues por primera vez a los habitantes de aquel tiempo gris (o amarillo, como decía el poeta) con la atención que despierta todo lo digital. Y ellos nos devuelven la mirada alta y clara, con más nitidez y dignidad que nunca.

Al igual que en su día hicieran Alan Lomax o Hemingway, la perspectiva extranjera –en concreto norteamericana– vuelve a retratarnos con una objetividad y curiosidad más allá de todos nuestros prejuicios y complejos. A mediados de los años 20, fue Ruth Matilda Anderson quien nos visitó comisionada por la Hispanic Society of America para ampliar su fondo fotográfico sobre la realidad social de nuestro país. Entre 1924 y 1930 hizo cinco viajes a España, deteniéndose sobre todo en Galicia, Asturias, León, Extremadura y Andalucía. En su primer viaje (1924-1925) vino acompañada de su padre, Alfred Theodore, y juntos cruzaron el océano en dirección contraria a la de tantos emigrantes que abandonaban nuestra tierra camino de América. Durante aquella primera visita, tomó miles de fotos y notas en su diario, viajando a caballo, en carruaje, en barco, en tren…

Niña lechera. Foto: Ruth Matilda Anderson.

Fotografía coloreada (por @Bertoviedo1 en Twitter) de Ruth Matilda Anderson, tomada en Oviedo. 

Sus primeras notas cuando desembarcó en España decían: «Con el calor del verano partimos de Nueva York para Galicia. Todo parecía tranquilo como un sueño, hasta que una mañana de agosto llegamos a la Ría de Vigo y comencé a fotografiar desde el barco la grande y preciosa bahía con distantes montañas azules y rocas grises al fondo. Playas de arena amarilla y una pequeña ciudad entre colinas verdes». Nos lo cuentan las presentadoras del programa Galicia de 20 a 20 de la TVG, Sonia Méndez y Leticia T. Blanco, mientras siguen los pasos de Ruth Matilda e investigan quiénes eran los anónimos personajes que retrató (pescadores, palilleras, lecheras…), qué queda de sus casas y pueblos –de su patrimonio cultural y natural–, y hasta cómo han cambiado los oficios tradicionales de panaderos o mariscadoras.

Parece que Vigo le recordó a Ruth el mundo urbanita del que procedía y enseguida quiso sumergirse en el rural en busca de la idiosincrasia popular. De ese colorido que describe en sus notas pero que lamentablemente su cámara no pudo captar, sepultando su riqueza bajo la triste monotonía que ha acabado lastrando nuestro imaginario rural. El programa nos conduce entonces por varios pueblos siguiendo los pasos de Ruth hasta llegar a Ponteareas, donde tomó fotos de la escuela. Hoy, en el mismo lugar, las escuelas de la comarca se unen contra la despoblación en un colegio rural agrupado, donde los profesores aplican metodologías activas e intentan fomentar el contacto con la naturaleza. Con motivo del programa sobre Ruth, los profesores invitan a sus alumnos a recrear las fotos de los niños fotografiados en el pueblo un siglo atrás, y estos participan encantados imitando sus gestos y poniéndose en su piel, despertando cierta empatía histórica contra ese clasismo intergeneracional que desprecia el pasado.

Puede que por eso guste tanto posarse en la obra de Ruth, en sus paisajes naturales, humanos y arquitectónicos. Para libar el mimo y el detalle con los que capturó el alma popular, como un espejo en el que reconocer lo que hemos ganado, perdido o podemos recuperar. Momentos de vida cotidiana entre la fertilidad de la tierra y del mar, hoy tan explotada, protagonizados por ancianas de mirada limpia y manos fuertes o ancianos de expresión curtida, lobos de mar… Mujeres en la feria sosteniendo en un brazo a niños recién nacidos entre los repollos, quesos y empanadas que venden con el otro. En el tercer episodio, las presentadoras suben a un monte donde Ruth fotografió a un grupo de lecheras. Al parecer, al hablar con ellas, las mujeres le pidieron que las llevase con ella a Nueva York, junto a sus maridos emigrados. Ruth les dijo que allí vivirían entre edificios muy altos, sin animales y sin aquel paisaje, y que si se iban seguramente no podrían volver. Su desalentadora descripción recuerda la experiencia que tuvo otro de nuestros poetas en Nueva York…

La vigencia del pasado en HD 

Ruth vuelve a la vida en un contexto de incertidumbre en el que el desarrollismo que en su tiempo aspiraba a rascar el cielo parece haber tocado techo y vuelve la vista atrás, a los cimientos y a la tierra. Y en un contexto en el que la tecnología digital está dando vida a nuestros antepasados en blanco y negro, recuperando el brillo de sus ojos y hasta parece que su voz, nítida y cálida, para decirnos que cualquier tiempo pasado fue en color y que ya basta de juzgarles desde las alturas, reduciendo maniqueamente su mundo a la nostalgia o la miseria.

Caravana de lecheras entre Carnota y Muros, en Galicia. Foto: Ruth Martilda Anderson.

La fotógrafa Ruth Matilda Anderson.

Este diálogo que hemos abierto con la prehistoria fotográfica y filmográfica de nuestra cultura –la de la imagen– es como un psicoanálisis, y permite despertar a los hermanos Lumière de su hieratismo decimonónico o conocer el trabajo de artistas digitales como Marina Amaral, que recibe la gratitud de infinidad de personas por restaurar la memoria de sus familiares. ¡Hasta hemos podido ver en color el extinguido tigre de Tasmania, filmado en 1933! La percepción juega un rol clave en el efecto que esta nueva luz nos produce al despejar las sombras del pasado fotografiado, porque por mucho que hayan cambiado los lugares o las modas humanas, hay algo que permanece y para lo que el tiempo no ha pasado: la luz del sol, el verdor de la vegetación y el azul del cielo. La naturaleza. El escenario y los actores son los mismos. Solo cambia el atrezo y el vestuario.

Personas que parecían difuminadas en las brumas de la historia resultan de pronto claras y familiares a las nuevas generaciones, que al verlas comentan sorprendidas cómo pueden estar viendo con la nitidez y agilidad de hoy en día a una persona que nació hace más de 200 años y vivió en los tiempos de Napoleón. Lo que antes había censurado el tiempo ahora revive a la luz del sol digital para aportarnos su experiencia. Numerosas cuentas de Twitter, como Madrid Coloreado, desvelan cómo lucían nuestras ciudades hace un siglo, sus calles o plazas mayores pobladas de árboles, permitiéndonos incluso visualizar mejor lo que fue, y ante debates urbanísticos candentes, lo que puede volver a ser. Esos valores de antaño durante tanto tiempo etiquetados de bucólicos o costumbristas recuperan actualidad y vigencia, y en obras como la de Ruth Matilda Anderson, que son jardines de la memoria, la historia siempre vuelve a florecer.

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