‘Lakmé’: reivindiquemos la belleza y la futilidad de lo exótico

El tenor Xabier Anduaga y la soprano Sabine Devieilhe, durante la primera función de Lakmé en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.

El Teatro Real recupera Lakmé, la ópera más popular del francés Léo Delibes en versión de concierto con un elenco encabezado por dos estrellas del canto: la soprano francesa Sabine Devieilhe y el joven y multipremiado tenor donostiarra de 25 años Xabier Anduaga. Este último logró sacar adelante su debut en un papel protagonista en el Teatro Real pese a haber sufrido una bajada de tensión durante el descanso. Una velada repleta de música y palabras voluptuosas llenas de exotismo para una historia de amor metáfora de un choque de culturas. 

Muchas veces se utiliza la excusa del “argumento pobre” o “imposible” para justificar la ausencia de versiones representadas de algunas óperas (esto ocurre mucho, lamentablemente, con gran parte del repertorio barroco). Tiendo a pensar que, tal vez, tras esa máxima se esconda una mezcla de falta de imaginación y de cierta inercia cobarde de los encargados de confeccionar el menú de las programaciones año tras año. Muchos directores de escena actuales como Claus Guth, Romeo Castellucci o Barrie Kosky nos han demostrado que no hay texto imposible de llevar a las tablas. Se han atrevido con todo, incluidos oratorios y misas no compuestos para ser representados. Ahí están las algo más que interesantes versiones de El Mesías de Guth, El Requiem (de Mozart) y La pasión según San Mateo de Castellucci o el incontestable Saúl de Kosky.

Lakmé, la ópera más conocida de Léo Delibes, es sin duda una de esas obras que ha tenido la mala suerte de caer en ese injusto cesto de las óperas malditas. Se representa poco: en las estadísticas de Operabase aparece la n.º 129 de las óperas representadas en el periodo de 2005-2010, siendo la decimosexta en Francia y la primera de Delibes, con 24 representaciones en el período. Sin embargo, su ausencia de los escenarios resulta todo un misterio. ¿Cómo es posible que una obra con esa calidad musical, con un libreto en el que gran parte de sus diálogos destilan la simple y arrolladora belleza de lo sentimental y que encima está empaquetada en un embriagador perfume exótico, se haya eliminado prácticamente de la faz de los escenarios de medio mundo?

¡Pero si tiene todos los ingredientes para ser un exitazo! Tal vez en esta época de cierto postureo minimalista –me viene a la mente como un resorte la Turandot de Robert Wilson que amenaza con regresar al escenario del Teatro Real la temporada que viene- la posibilidad de montar un buen sarao Bollywoodiense bien excesivo y sin complejos no se le pasa por la cabeza a ningún programador. Sin embargo, Lakmé lo pide a gritos y sería de lo más democrático e higiénico apostar, de vez en cuando, por la sencilla belleza y la futilidad de lo exótico, aunque muchas veces esté en la misma frontera de lo cursi. En este tiempo convulso lleno de malas noticias y de ruido, se echa de menos una buena superproducción por el simple hecho de ser una superproducción. Una Lakmé, por ejemplo, al estilo de la Turandot de Zeffirelli, ese parque de atracciones que lleva en marcha en la ópera Metropolitana de Nueva York desde hace 35 años y al que esta primavera se subirá (si no cancela o es cancelada) la mismísima Ana Netrebko.

Todo esto se me pasó por la cabeza la noche del pasado martes durante la primera de las dos representaciones en versión de concierto que se ofrecerán en el Teatro Real de Madrid de esta ópera que Delibes estrenó en París en 1883. Con libreto de Pierre-Edmond-Julien Gondinet y Philippe-Emile François Gille (basado en la novela Le mariage de Loti, de Gondinet, inspirada a su vez en la novela de Pierre Loti, Rarahu), Lakmé está ambientada en la India de la colonización británica. En ella se cuenta el choque de culturas a través de la historia de amor entre la hija de un sacerdote hindú, obligado a realizar sus ritos sagrados en un templo oculto y secreto, ante la prohibición del invasor de celebrar sus ritos, y un oficial inglés que se debate entre el amor y las aventuras juveniles de la soldadesca.

La soprano de coloratura francesa Sabine Devieilhe posee una voz ágil y cristalina, perfecta para el papel de la protagonista que da título a la ópera. Cantó con un gusto y una seguridad pasmosas. Había muchas ganas de escuchar a la cantante que canceló, por el nacimiento de su segundo hijo, su debut en el Real a principio de 2020 en el papel de La reina de la noche de La flauta mágica de Mozart. Estuvo acertada de principio a fin, pese a que por dos veces fue interrumpida por un público de aplauso irrespetuoso, demasiado fácil y rápido.

El tenor donostiarra Xabier Anduaga le dio la réplica en el papel de Gérald, enamorado de Lakmé y coprotagonista de la historia. El multipremiado cantante nacido en 1995 realizó un muy buen primer acto en el que dio buena muestra de la impresionante voz que posee. Su aria Fantasie aux divins mesonges fue vitoreada por un público entusiasmado. Al regresar tras el descanso, se explicó por megafonía que el tenor había sufrido una bajada de tensión al terminar el primer acto y que, aun así, terminaría de cantar su papel. Un fallo de la megafonía impidió que parte del público, sobre todo en la platea y el patio de butacas, escuchara el mensaje, pero quedó claro que la actitud del Anduaga ya no era la misma. Salió sin pajarita y cantó gran parte del resto de la ópera sentado en un taburete alto. Puede que fuera la presión de afrontar su primer gran papel en el Real –debutó con un secundario en Viva la mamma en 2021- y en francés, un idioma en el que no está muy acostumbrado a cantar.

El barítono francés Stéphane Degout cantó con mucho acierto y una proyección portentosa el papel de Nilakantha, padre de Lakmé. David Menéndez (Frédéric), Héloïse Mas (Mallika), Gerardo López (Hadji), Inés Ballesteros (Miss Ellen), Cristina Toledo (Miss Rose), Enkelejda Shkosa (Mistress Bentson) e Isaac Galán (Kouravar) completan un elenco más que adecuado para esta versión de concierto.

La dirección musical de Leo Hussain logró arrancar a la orquesta titular del Teatro Real toda la voluptuosidad y la delicadeza que requiere la partitura. Supo cuidar a los cantantes y dar todo el protagonismo al coro, que una vez más se comportó de forma compacta y contundente, y demostró su profesionalidad cantando la partitura de memoria pese a ser una versión de concierto.

Esperemos que para la función de esta noche Anduaga esté totalmente recuperado.

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