Las virtudes y placeres de cuidar un huerto y un jardín

La autora Pia Pera en el jardín de su casa reconstruida y convertida en su refugio. Foto: Errata Naturae.

‘Las virtudes del huerto’, con el subtítulo ‘Cultivar la tierra es cultivar la felicidad’, es otro de los inspiradores libros que la italiana Pia Pera (1956-2016) escribió en los últimos años de su vida, cuando decidió hacerse cargo de una finca abandonada cerca de su ciudad, Lucca, y que ha publicado Errata Naturae entre 2021 y 2023. Una exquisita obra de sensibilidad hacia la naturaleza, en todos y cada uno de sus pequeños detalles. “¿Y nosotros? ¿Qué pintamos en todo esto? ¿Formamos parte del jardín, pertenecemos al paisaje? ¿No será cuidar del mundo la manera más inteligente de cuidar de nosotros mismos?”.

“Algo es algo. Aún no tengo del todo claro qué pinto en el mundo, pero al menos este trocito de él me ofrece una respuesta que me anima. Me siento menos abatida.

¡Qué bonito es el simple hecho de estar aquí! ¡Y qué triste sería no estar!

Regreso a casa con un cesto lleno de cosas ricas. El viento se ha llevado las nubes, se ve el azul del cielo.

(…) Para salir de un estado de ánimo difícil, tenemos que salir, literalmente, de donde estemos: creo que es uno de los muchos casos en los que el cuerpo ayuda a la mente. (…) La mente se relaja cuando practicamos alguna actividad física: hacemos yoga, damos una vuelta por el jardín, nos dedicamos a algún trabajito de carpintería, preparamos una tarta, nos afanamos en el huerto, abrazamos a un ser querido, paseamos al perro o meditamos pensando en lo que nuestro cuerpo siente.

Volver al cuerpo nos ayuda a distanciarnos de la mente. Obliga a la mente a no crerse tan importante. La relega a un segundo plano, le impide atormentarnos con sus problemas, que no son necesariamente falsos, pero sí están magnificados. Volver al cuerpo es una manera muy eficaz de evitar que la mente se crea el centro del universo.

Cuando nuestras actividades son mentales, corremos el riego de ahogarnos en un mar de irrealidad. Porque, a menudo, como suele decirse, ¡todo está en la cabeza! ¿Qué mejor, pues, que oponer a un bombardeo mental, unos fuegos artificiales de sensaciones físicas?”.

“¿Y nosotros? ¿Qué pintamos en todo esto? ¿Formamos parte del jardín, pertenecemos al paisaje? ¿No será cuidar del mundo la manera más inteligente de cuidar de nosotros mismos?”.

“Mente y tierra son cosas vivas que hemos de trabajar de manera análoga, que siguen ritmos similares, y por eso tiene sentido decir, refiriéndonos a la mente (…) que arrancamos cosas, como malos pensamientos, etc… A semejanza de la tierra, tampoco la mente se cultiva de una vez para siempre, hay que trabajar en ella todos los días, hacer lo necesario para mantenerla dúctil, bien nutrida y a su vez nutriente, fértil, generosa y en buena salud”.

“Conozco a personas que detestan el campo. Prefieren ir de compras, fumar, ver la tele, coger un avión tras otro. Si, en cambio, salir al aire libre nos serena; si ocuparnos de las plantas nos alegra; si descubrir que los narcisos están a punto de abrirse nos regocija; si remover el montón del compost nos produce una sensación de pertenencia a la tierra; si salir de casa recién levantados y en pijama hace que nos sintamos libres y hasta amos del mundo, entonces trabajar en el jardín será la más sabia de las ocupaciones”.

“Dejo la maleta en la habitación. Ya la desharé y colocaré las cosas en su sitio luego. Vengo cansada del viaje y lo que necesito es dar una vuelta al aire libre. Los capullos de los lirios se han inflado, tienen la membrana como papel de seda. La tibia lluvia de finales de marzo los ha estimulado, florecerán pronto. Si fuera otoño, vería abrirse los primeros ciclámenes napolitanos, color rosa pálido, entre hojas de arce húmedas y amarillentas”.

“Antes me preguntaba qué hacer, si entregarme en cuerpo y alma a la vida mundana o seguir mi soñada vocación de eremita. Una amiga sabia me aconsejó: un poco de cada. Fue, de puro sencilla, una respuesta iluminadora. Me ayudó a comprender que necesitamos un poco de todo y que las alternativas excluyentes nos empobrecen. En el jardín y en el huerto he hallado también un equilibrio entre vida social y soledad”.

“Aprender de la naturaleza: cultivar un huerto es indudablemente una de las formas de hacerlo. Pero ¡ojo! No lo convirtamos en algo técnico y árido, no olvidemos que un huerto no sólo nos da un alimento material: sirve también, y sobre todo, para que estemos al aire libre, para que sintamos la alegría de vivir y, desde luego, por qué no, la de aprender”.

“Hay que ayudar a los niños a comprender que la naturaleza es una fuente de felicidad mucho mayor que los objetos inertes. Al huerto vamos a hacer tareas, por supuesto, pero también a tomar conciencia de la belleza del cielo, de las nubes, de la emoción de los cambios climáticos; vamos a escuchar los pájaros, a observar los insectos, a conocer la plenitud de la vida”.

“En el silencio, los sentidos del paseante solitario se agudizan y perciben las voces del bosque: un ruido sordo inexplicable, el trino de un ave, un corretear furtivo… En una suerte de trance, me olvido de mí misma. ¿Acaso no es esto la felicidad, olvidar hasta que existimos? ¿Convertirnos en espejo límpido del mundo?”.

‘Las virtudes del huerto’. Pia Pera, 2018. Publicado por Errata Naturae en mayo de 2023. Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona.

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