Linn Ullmann mira a los años 80, tan laxos con los abusos a la mujer

La escritora Linn Ullmann.

En el invierno de 1983, una chica de 16 años recorre sola París buscando la casa de un famoso fotógrafo de moda que le ha prometido convertirla en modelo. Décadas después, esa mujer, en un proceso de desmoronamiento, intenta comprender quién era aquella adolescente que se creía rebelde, pero en realidad estaba sometida por una relación de abuso y poder. La noruega Linn Ullmann, hija del cineasta Ingmar Bergman y la actriz Liv Ullmann, repite en ‘Chica, 1983’ la manera hipnótica, precisa y desapegada de narrar que le dio fama en ‘Los inquietos’.

“Estás sentada en el alfeizar de la ventana y eres tanto real como irreal. Pides un cuerpo. Pides una boca. Pides recuerdos. Me pides que sea precisa”.

Linn Ullmann es una autora hipnótica como pocas, desapegada y aséptica también como pocas y, sin embargo, deja una sensación en el lector de escozor, de piel y memoria arrasadas cada vez que cuenta una historia. Lo hizo en Los inquietos y renueva esa potencia destructora y constructora, a partes iguales, de su memoria en su nueva novela, Chica, 1983, aunque decir que Ullmann escribe novelas es arrancar de cuajo ese don que tiene para escribir diarios de altísima estética literaria.

No es esta nueva historia una excepción, como no lo es tampoco la presencia de su madre, la longeva actriz sueca Liv Ullmann, la diosa que preside cada una de sus palabras y que hace de sus libros incontestables nidos de emocionalidad útil. Linn Ullmann no sería la misma sin Liv Ullmann como cicerone de su memoria, porque, a pesar de que este es un libro en el que un secreto vergonzante persigue a quien lo escribe, se percibe cómo la protagonista entra y sale del útero materno tantas veces como necesita para soportar lo que siente.

Chica, 1983 es en apariencia un libro de memorias incómodas en el que se cuenta un episodio inesperado y desagradable, pero bastante usual en aquellos frenéticos y libertinos años 80 en que casi todo en general, y contra las mujeres en particular, estaba permitido. Acordémonos del demonio Weinstein, el jovial Cosby, o del atildado Domingo y de un largo etcétera que no viene a cuento, porque entonces no habría espacio para hablar de literatura.

Chica, 1983 cuenta la historia de un viaje, de una pasión, de un abuso y de un desagradable bucle biográfico que mantiene en vilo a su protagonista y que se define a la perfección en la primera frase que he trascrito en este texto. Ullmann tiene miedo de recordar, pero tiene aún más miedo de olvidar en esta novela de párrafos venturosamente austeros que siembra de belleza y curiosidad la mirada de quien lee.

Ullmann no es una autora que decore sus vivencias; ella quiere la verdad y la quiere obtener sin que medie ningún truco, ninguna licencia poética, ninguna mentira. Por eso en esta autobiografía siente la necesidad de duplicarse, de convertirse en una mujer múltiple, en una desconocida que impida que su pasado interaccione con su presente, de abrazarse a esa hermana de sombra que tan hábilmente preconizó y ofreció a su última hija, Ingmar Bergman:

“Tú, tú, tú. Ni siquiera nuestra madre sabe que somos dos”.

Ullmann es una autora lúcida, disciplinada, vigorosa y extremadamente pulcra con la realidad, que nos hace topar con un libro intenso en su dualidad, y en el que la autora inicia la  persecución de un pasado hostil que ha dejado una huella indeleble sobre un presente del que espera su liberación completa, sin cortapisas:

“Muchas cosas pueden convertirse en algo bello si dejamos pasar unas horas o unos días o unos años”.

Por eso esta novela se asemeja a la silueta de un coro griego. El silencio, los silencios narrativos yacen muertos. Tan solo las palabras huelen como la mano de Dios. En cambio, los silencios a lo largo de esta medida narración son demonios, ángeles maleducados que no tienen cabida entre la irrompible belleza extendida por Ullmann. En este diario de reconstrucción, las palabras no estorban, son lagos que se hielan y se deshielan tantas veces como su protagonista consigue respirar:

“Pero amas (a tus hijos, a tu nieto, a tu marido, amas a una decena de fantasmas, puede que más…) y aun así no eres capaz de recomponerte».

Ullmann vuelve a deslumbrar con su libertadora forma de contar, con su apego a la perfección minimalista del dolor que tan profundamente marca su trayectoria literaria.

Chica, 1983 es un libro compacto habitado por una beneficiosa grieta temporal que cambia de estado, de color y de alma, porque tiene un sinfín de corazones latiendo dentro de su milimétrico espacio. Un libro necesario que sabe nombrar y recolocar las distintas edades en la memoria de una mujer, de una mujer que toma biografías prestadas para entender la suya propia. Ella añora los deseos que le niega la vida al discurrir y lo cuenta de esa manera desnuda que es su sello de identidad, pero por una vez le añade a la narración una vehemencia que no había percibido en sus otros trabajos:

“He buscado, pero no sé de dónde viene la locura. Desde que apareciste en septiembre hace ya casi dos años, he intentado averiguar el motivo de tu llegada. Es lo que hacen los vivos: ver, recordar, comprender, trazar una línea, contar una historia. Llegaste como una pasión, ocupabas mucho espacio y exigías toda mi atención, te extendías a mi alrededor y dentro de mí. No parecías ni un recuerdo ni una historia. Me entregué a ti”.

Ullmann no mira en esta novela hacia otros, sino que mira con profusión y profundidad hacia ella, siendo objeto y sujeto de deseo de una forma insospechada, novedosa y tremendamente eficaz. Se rodea de fantasmas que hacen apasionante este libro, tan divinamente traducido por Anna Flecha Marco que nos hace olvidar que el idioma en que se narra no es el castellano, que susurrar la reinvención ininterrumpida como un juego que sabes de antemano que vas a perder, como en una premonitoria ruleta rusa en la que todo saltará por los aires tanto si sale la bala como si se queda quieta en el tambor. Este es un libro lleno de peligros, de espectros tangibles y volátiles al mismo tiempo, de recuerdos que se niegan a ser materia muerta y regresan en una macabra suerte de incómoda resurrección:

“De camino, hoy, andando con el perro, no comprendo qué me hacía tanto daño ayer”.

“Descubres, casi como una curiosidad, que la soledad no ha acabado contigo, después de todo”.

Este flash back de cuantiosas confesiones está abrigado bajo el manto de tres colores, azul, blanco y rojo, quizás en un guiño a la profunda e hiriente trilogía de Kieślowski, heredero directo de su genial padre, o quizás por el deseo de que aquella libertad que buscaba una adolescente noruega en los extintos años 80 hubiese sido abrigada por la bandera de un país adalid de la libertad.

Para Ullmann es una herida casi mortal haber caído en brazos de un depredador (de dos, para ser más exactos) sexual en el país que tiene como lema Libertad, igualdad, fraternidad.

Es difícil sobrevivir a una delación de este calibre, incluso desde lo literario y, sin embargo, Linn Ullmann lo hace, y lo hace de tal forma que implica al lector hasta convertirlo en una avezado confesor que mientras escucha sus pecados solo desea que Dios esté muerto para garantizar su redención.

Y es que París no se acaba nunca.

‘Chica, 1983’. Linn Ullmann. Traducción de Ana Flecha Marco. Gatopardo ediciones. 259 páginas.

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