Lola López Mondéjar: “Estamos acabando con la maravillosa belleza del mundo”

La escritora Lola López Mondéjar.

La escritora Lola López Mondéjar.

La escritora Lola López Mondéjar.

La escritora Lola López Mondéjar.

Narradora, ensayista, psicoanalista, la escritora Lola López Mondéjar  (Murcia, 1958), autora de una docena de novelas, libros de relatos y ensayos, se muestra muy crítica con esta sociedad tan destructiva en que le ha tocado vivir. En su último libro, ‘Qué mundo tan maravilloso’ (Páginas de Espuma), reúne 11 cuentos en los que la preocupación por el medioambiente y el legado que vamos a dejar a nuestros hijos recorren la vida de sus personajes. “El mundo que van a heredar será un mundo dañado por nuestra voracidad, por lo que creo que tendrán motivos para volverse hacia nosotros y exigirnos explicaciones”, nos cuenta en esta entrevista para ‘El Asombrario Recicla’, que da continuidad a otros encuentros con referentes del mundo de la cultura especialmente preocupados por la sostenibilidad, como el fotógrafo José Manuel Ballester , la ilustradora Olga de Dios y los poetas Álvaro Valverde  y Pilar Adón.

Vivimos en un mundo maravilloso, pero cada vez menos, ¿no?

Así es, el capitalismo de rapiña está acabando con la belleza del mundo, tanto en lo físico como en lo social. La amenaza de la desaparición de esa maravillosa belleza está cada vez más cerca. Creo, además, como Alexandre Lacroix, que muchos de nosotros no sabemos contemplar el paisaje de una forma silenciosa y pasiva, sino que actuamos sobre él en nuestro ocio con deportes que, a veces, no son demasiado cuidadosos con el entorno.

Una buena parte del libro es como una especie de expiación, la de una determinada clase social y generacional, que hizo la Transición, que ha vivido bien y ha viajado por el mundo, y que ahora se da cuenta de que el mundo que deja a sus hijos, en términos ambientales, es mucho peor. Que el modo de vida que han llevado es insostenible. ¿Cómo lo ves?

Creo que la pequeña burguesía ilustrada que participamos de las luchas antifranquistas y de la euforia de la Transición, y que ahora tenemos entre cincuenta y tantos y setenta y tantos años, hemos tenido la suerte de disfrutar de la belleza de nuestro planeta; primero inocentemente, sin conciencia del dispendio de recursos que nuestros viajes implicaban o del posible daño del turismo masivo en los lugares de destino; luego de manera más consciente y culpable, pero permitiéndonos siempre seguir disfrutando de nuestros privilegios a pesar de un incipiente sentimiento de culpa. Ahora, nuestros hijos no podrán alcanzar el nivel de vida que nosotros logramos, no tendrán planes de jubilación ni seguridad económica, y sus vidas están ya mucho más atravesadas por la incertidumbre y la angustia, por el temor del futuro. El mundo que van a heredar será un mundo dañado por nuestra voracidad y por las consecuencias de la industrialización y la globalización que trajeron un progreso dañino para el planeta, por lo que creo que tendrán motivos para volverse hacia nosotros y exigirnos explicaciones.

Algunas de las protagonistas de tus cuentos viajan a “santuarios ecológicos”, intentan buscar reductos naturales, paraísos, que no hayan sido muy explotados. Sin embargo, el hecho de que estén allí como turistas no deja de ser una contradicción, ¿no?

Así es, sigue siendo muy difícil saber si el turismo ecológico perjudica o beneficia la conservación de la naturaleza del destino elegido. El Tortuguero, en Costa Rica, por ejemplo, y otros santuarios de animales, pueden conservar el espacio y la reproducción de las especies que protegen mediante las aportaciones que el turismo realiza en la zona, pero ese turismo exige también la construcción de hoteles e infraestructuras que alteran el ecosistema sin demasiado control institucional, pues muchos de esos países son Estados con un desarrollo incipiente. Es una contradicción que está ahí siempre, sí.

Eres muy crítica, de hecho, con el turismo en general. ¿Se puede viajar sin causar impacto?

Creo que es imposible, al menos en las formas de viaje que conozco; se requeriría un cuidado extremo y una educación ambiental de la que carecemos demasiadas veces. Sin ir más lejos, cada verano observo cómo los pescadores, que supuestamente aman el mar, dejan en la arena restos de su paso por la playa: paquetes de cigarrillos, cajas de cebos, botellas de agua o refrescos, papel de envolver su comida. Es algo que produce vergüenza. Creo que las cofradías de pescadores deberían dar una formación medioambiental previa a la expedición de los permisos de pesca, y que se debería sancionar duramente todo delito ambiental, tanto privado como el que realizan las empresas. Pero no es así.

Mi región, el Mar Menor, se ha visto colapsada por metales contaminantes procedentes de la agricultura. Los ecologistas advirtieron durante muchos años de sus efectos sin que nadie les prestase atención, hasta que se produjo esa “sopa verde” que ahora impide hasta el baño. Parece que nuestro comportamiento con el planeta es siempre así de descuidado y, como señala siempre Jorge Riechmann, solo frente al colapso reaccionamos, tarde y mal. La alerta de que quizá habría que suspender el turismo en zonas sensibles la tuvimos este verano pasado en Białowieża, Polonia, uno de los pocos bosques primitivos que quedan en Europa, donde pudimos observar su “domesticación”, a pesar de todas las normas que impiden y limitan el acceso. Nuestra presencia masiva transforma necesariamente el paisaje en direcciones difícilmente controlables.

¿En qué medida algunas de las historias que cuentas están inspiradas en la realidad?

He viajado a todos los lugares que tomo como escenarios de mis relatos, aunque las anécdotas que sirven de argumento hayan podido suceder en otros sitios, o me permita inventar y mezclar episodios. La veracidad de la trama manifiesta no está garantizada en ningún caso. Me interesa más otra verdad, lo que llamo su trama clandestina, es decir, las emociones y los sentimientos de los personajes, sus dudas, su vulnerabilidad; todas son auténticas, experimentadas por mí misma o por otros muy próximos, pero elijo dónde mostrarlas y las transformo con absoluta libertad. Por otra parte, algunas de los emociones que cuento se produjeron también durante los viajes, que siempre son motivo de inspiración para mí.

¿Cómo ha cambiado tu vida personal antes y después de escribir el libro? Quizás ahora tienes una conciencia ambiental que antes no tenías, ¿no?, o que era muy difusa.

Hace muchos años que tengo conciencia medioambiental y que hago esfuerzos por hacer de donde vivo un espacio sostenible. Tengo un vehículo híbrido, reciclo toda la basura, incluso la orgánica en un compost, y hago las pequeñas cosas que los consumidores podemos hacer para no destruir más el planeta, pero solo ahora he decidido dejar de realizar viajes trasatlánticos que no sean estrictamente necesarios, racionalizar y minimizar mi huella ecológica un poquito más, aunque siempre es insuficiente. Cuando tenía 26 años, hace ya mucho, mucho tiempo, viajé por primera vez a la India sin ningún tipo de conciencia medioambiental y realicé compras de las que hoy me siento culpable. El turismo sin conciencia cae en un tipo de consumo irracional e insostenible, a veces peligroso para las especies animales en peligro de extinción. Nunca estoy satisfecha del todo de mi conducta ecológica, que comporta un enorme sacrificio respecto a modos de vida más irresponsables con el medioambiente; siempre queda demasiado por hacer.

¿Qué papel debe jugar en el cambio hacia otro modelo productivo y de consumo la acción individual?

Creo que la acción individual es importante y, sobre todo, que sirve de ejemplo para otros. Otra escena de playa: este verano hemos visto cómo aumentaba el número de personas que durante sus paseos recogían basura. Nos saludábamos y animábamos unos a otros al cruzarnos, en una experiencia solidaria estimulante. Pero, sobre todo, creo que la contribución personal ha de dirigirse a la lucha colectiva por conseguir de nuestros gobiernos medidas eficaces que mejoren nuestra relación con el planeta, con movilizaciones y protestas. Escribo con frecuencia criticando acciones disparatadas de consumo insostenible, instando a una ley sobre envases, contra la obsolescencia programada, por la conservación de la fauna y la flora de la Tierra. Pero sé que todo esto es insuficiente si no nos unimos y votamos programas que contemplen el cuidado del medioambiente. Los partidos, por desgracia, no estiman las propuestas de sostenibilidad y decrecimiento porque saben que no son mayoritarias y que la austeridad en el consumo les resta votos. Como subrayan casi unánimemente los especialistas en políticas medioambientales, las necesidades del planeta son a largo plazo y los partidos son cortoplacistas.

¿Qué crees que debemos hacer como sociedad para frenar el colapso ecológico?

Presionar a nuestros gobiernos para que aceleren todas las medidas que hagan posible la desaceleración. Solo que hay expertos que nos hablan de que el reloj ya está parado, que el colapso está aquí, y el triunfo de los Trump o Bolsonaros, que desprecian el medioambiente, no me hace ser muy optimista. La educación medioambiental debería estar presente desde Primaria, educar en el amor por la naturaleza y su conservación, en la contemplación de la belleza del mundo, tan amenazada. Hay tímidas respuestas, que no dejan de ser modas, como la salida a los bosques que, nos dicen, se está implantando en Japón, pero el Estado debería poner en el primer lugar de su agenda las medidas de protección medioambiental y de desarrollo sostenible, aunque conduzcan a cambios en nuestra vida y a determinadas incomodidades que deberemos estar dispuestos a asumir.

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