Los 10 años de ‘activismo teatral’ en una sala de barrio

En estos diez años, Teatro del Barrio ha hecho mucha memoria. Aquí, el actor Antonio Gómez, en el papelón del torturador Billy El Niño.

La historia política y social de la última década puede seguirse desde los carteles de las obras que han ocupado la programación del Teatro del Barrio, una sala que acaba de celebrar sus 10 primeros años de vida de gestión colectiva, con una intensa actividad que va más allá de la dramaturgia y que le ha convertido en un centro de referencia cultural en Lavapiés, un barrio madrileño que es el corazón de una ciudad aún multicultural pese a las presiones a las que se enfrenta.

Fundado por iniciativa del actor Alberto San Juan, en principio con la intención de poder representar sus propias obras, enseguida se sumaron al proyecto otras personas implicadas en diferentes activismos y propuestas de cambio social y ambiental, como Mario Sánchez-Herrero –cofundador de Ecooo–, que finalmente organizaron lo que se tuvo que constituir como una cooperativa de consumidores, dado que no existe un epígrafe en el que encuadrar una gestión cultural compartida y asamblearia. Hoy es un espacio con una voz plural en las decisiones de sus más de 620 socios y socias. “Lo del consumo fue obligatorio, no había otra opción, aunque es terrible que las nomenclaturas del mercado se inmiscuyan en actividades culturales”, señala Ana Belén Santiago, su directora artística desde hace cinco años, un papel en el que sustituyó al actor madrileño.

Teatro del Barrio es hoy mucho más que una sala de arte dramático a la que ir a disfrutar de sus obras, que en palabras de Ana Belén se definen así: “La actualización del teatro político para un tiempo contemporáneo en un mundo con un capitalismo desbocado y un individualismo asfixiante que nos dejan un gran vacío existencial”. Con ello, se refiere a esa convivencia que hay sobre sus tablas entre la gran política y el devenir cotidiano. Temas como la memoria histórica, la justicia y la reparación, la corrupción, la monarquía o el sistema económico se entremezclan con esas historias que cualquiera puede vivir, como una pandemia, los micromachismos, el consumo compulsivo o el sufrimiento mental, problemas que a menudo se nos presentan como personales, privados, y, en realidad, nos recuerda su directora, “son asuntos colectivos, reflejo de un sistema de valores en crisis”.

¿Y cómo ha logrado sobrevivir esta entidad cultural en la vorágine de crisis de los últimos años? Sobre todo con los siempre escasos ingresos de la taquilla, que han sabido mantener a lo largo de estos años, pese a los vaivenes económicos o los cierres por la COVID-19, duros meses en los que varias producciones en marcha se les quedaron en el armario. Porque en Teatro del Barrio no sólo acogen espectáculos ajenos, sino que producen los propios y luego los mueven por todo el país. “Tenemos unas 550 funciones al año y muy variadas”, explica Ana Belén, que recibe cada año una media de en torno a 1.500 propuestas artísticas, que analiza junto con una comisión de la cooperativa para elegir lo que más se adecúa al espíritu siempre crítico del Teatro de Barrio. “Hacemos una importante tarea de investigación de lo que hay en el panorama teatral y, además, a artistas que parecen interesantes les propongo proyectos o les animo a que nos planteen los que tienen en la cartera y están por descubrir”, asegura.

Aunque 10 años no son tantos, lo que sí ha detectado ya es una evolución en las temáticas que acaban siendo programadas en la sala. Como mujer con sensibilidad feminista, desde que está al frente de la programación artística reconoce: “Hay una presencia creciente que tiene que ver con el feminismo que me atraviesa, lo que ha coincidido con su explosión desde aquella gran manifestación de 2018, del mismo modo que también ha aumentado el espacio que habla de muy diferentes formas de amar o lo que tiene que ver con una visión crítica de la psiquiatría tradicional, de las causas que hay detrás de la ansiedad o la depresión”. “En el fondo, todo eso indica que algo nos está pasando, y los artistas lo que hacen es traducir el mundo en sus obras”.

Otro cambio sociológico que se vive desde el teatro es cierto hastío sobre los asuntos más convulsos y oscuros de nuestra sociedad. Sobre todo, le ha resultado evidente en el tiempo transcurrido desde la tormenta Filomena en 2021. Desde entonces, el interés por las obras políticas más críticas decayó, como si el público se hubiera saturado de malas noticias. “En aquellas fechas, teníamos programado el estreno de la segunda parte sobre el caso Bárcenas, Estado B B. Kitchen/Ruz Bárcenas, con Manolo Solo y dirigida por Alberto San Juan, pero para nuestra sorpresa no hubo la respuesta esperada. No es que desde entonces haya que programar solamente comedias, pero la realidad es que en los últimos tiempos la gente quiere temas más positivos, historias que pongan en valor la solidaridad, las redes de escucha y apoyo, las libertades que hemos conquistado y no queremos perder, obras que nos conecten con las fuerzas de vida que nos sostienen. Espectáculos sobre la Transición o el sistema político antes eran hits y ahora ya no triunfan”, reconoce.

Pero no siempre fue así. Entre sus producciones con un éxito rotundo en esta década de historia destaca El Rey, escrita y dirigida por Alberto San Juan, con los actores Javier Gutiérrez, Luis Bermejo y Willy Toledo, entre otros. Estrenada en 2015, era una obra documental en la que se cuestionaba la historia oficial sobre el papel del rey Juan Carlos I en la democracia española. Al final, con ella se hizo una gira por toda España y acabó rodándose una película.

En la cartelera también suelen llamar la atención algunas apuestas arriesgadas, como el estreno reciente en Madrid de una obra de una compañía vasca en euskera, y subtitulada. Hondamedia versiona el siniestro ocurrido en 2020 en el vertedero de Zaldívar, donde dos trabajadores murieron al derrumbarse una montaña de basura por una negligencia. El cuerpo de uno de ellos nunca ha sido encontrado. “Fue una apuesta muy valiosa, porque este suceso causó mucha conmoción y porque me parece siempre importante que se escuchen en Madrid otras lenguas, como símbolo de una de las identidades nacionales que tenemos, que no son exclusión, sino de pertenencia a un grupo”, señala Ana Belén Santiago, que añade a este listado de los montajes rompedores el espectáculo de danza Catalin, de Iniciativa sexual femenina, obra que trata sin tapujos el tema de la represión sexual de las mujeres.

Malena Alterio y Luis Bermejo, en una escena de ‘Los que hablan’, otra de las exitosas funciones de la sala madrileña.

Si algo llama la atención en Teatro del Barrio es la cantidad de oferta que siempre tienen en activo, y su cercanía a la actualidad. Cuando se escribe esta crónica, hay en su cartelera seis funciones distintas, algo que, reconoce su responsable, “es propio de la compulsión de nuestro tiempo y arranca de la necesidad económica para cubrir los costes”. Aunque reconoce que defiende este modelo “porque hay muchos colectivos y artistas con necesidad de contar su visión del mundo y somos pocos espacios para acoger sus creaciones”.

En todo caso, apunta que tan movida cartelera solo puede funcionar en una ciudad como Madrid, donde tampoco es fácil hacer un lleno. “Hay formas de conocimiento y evasión fáciles, como engancharse a una plataforma en la televisión o ir al cine, pero la teatral es una experiencia distinta y eso nos salva, aunque siempre estemos en la cuerda floja. En Teatro del Barrio tenemos la suerte de que vienen actores famosos como Alberto San Juan o Pepe Viyuela, pero en general cuesta mucho sostenerse sin ayudas públicas”.

La programación de Teatro del Barrio respira cercana a la actualidad social y política. En la foto, un momento de la obra ‘Infiltrado en Vox’, de Moha Gerehou.

Mientras tiene lugar la conversación con Ana Belén, se escucha un ensayo en la sala. Es el momento de la llamada Reacción vecinal, tiempo en el que se cede gratis el espacio a eventos de diferentes colectivos, como presentaciones de libros, ensayos de obras de colectivos, asambleas de ONG, etcétera…, escogidos entre las solicitudes que les llegan. Y no es la única iniciativa cultural que han puesto a disposición del vecindario. También se organizó la Universidad del barrio, un foro de reflexión, ahora en periodo de replanteamiento, al que han acudido estos años especialistas en diferentes materias para compartir su conocimiento en temas de interés social, como son la crisis energética, la sanidad pública o la inflación. “Al final, se trata de poner en marcha experiencias culturales que no estaban disponibles a determinados sectores sociales, que se sentían ajenos a estas prácticas, pero que aquí acuden, en lo que ayuda que Lavapiés es un barrio muy enriquecedor”. Esta oferta paralela a la teatral se completa con una Noche de Baile, una vez al mes, y otra Noche de Swing.

En la movida programación de Teatro del Barrio, aún no está planificada toda la temporada de 2024, “para que sea más cercana la relación entre la calle y el escenario y podamos tocar temas de más actualidad” que sumar a los que ya forman parte de su repertorio. De momento, comienzan enero con una de esas producciones surgidas de su iniciativa y que lleva tres años paseándose por España, titulada No soy tu gitana, donde Silvia Agüero protagoniza un monólogo cargado de humor sobre las absurdas leyes racistas. A lo largo del mes también estrenarán década con varias obras de temática feminista, como la reposición de Báilatelo sola, un show de poesía escénica  de Alejandra Martínez de Miguel; Freak, de Anna Jordan, sobre la vida sexual de dos mujeres, o Cómete un pie, basada en textos de la periodista Cristina Fallarás.

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