Maneras raras de pensar: de Trump a Manuel Vilas y Albert Serra
Una columna palurda de Manuel Vilas, un documental de Albert Serra (polémico premio en el Festival de Cine de San Sebastián) que no pienso ver porque de la crueldad no puede salir arte, el complejo turístico ilegal de Valdecañas, los criminales apoyos a Israel de los candidatos presidenciales en EE UU (lo de Trump es de otro planeta), un Ayuntamiento –el de Orihuela– que sigue condenando a Miguel Hernández… Qué mundo es este… Menos mal que nos quedan escritores con sentido del humor y la ternura como Juan Ramón Santos y Gonzalo Hidalgo Bayal. Todo esto me asaltó durante un viaje en tren de Madrid a Plasencia.
El caso de Borges es curioso. Tal vez sea uno de los escritores a los que más se cita y muy pocos han leído. En las redes abundan frases que supuestamente dijo o escribió el autor de El Aleph. Algunas son ciertas y otras no. Mi lectura de Borges comenzó en la universidad, por recomendación de uno de mis profesores, y desde entonces no he dejado de bucear en sus textos y de llevarlos a mis propias clases. Pues bien, parafraseando una de sus citas más conocidas: Que otros se enorgullezcan de viajar a las Islas Seychelles, subir al Annapurna o recorrer Vietnam en moto, yo me vanaglorio de haber viajado el pasado martes a Plasencia, mi tierra, en tren, precisamente para presentar Escribir la tierra (perdón por la autopromoción) en la librería Puerta de Tannhäuser. Esto fue lo que ocurrió.
1. El viaje de ida me permitió ver cómo se despereza la meseta y te acoge la dehesa en cuanto te acercas a Extremadura. No muy lejos de ese cruce entre las provincias de Toledo y Cáceres se encuentra El Gordo, donde su ubica el complejo turístico e ilegal de Valdecañas, que inspiró el relato que abre el libro, El matadero. Quise que esta narración fuese un homenaje a Berta Cáceres, Paca Blanco y todos los ecologistas que se esfuerzan para contener la avaricia capitalista y expansionista. Como sabemos, a la hondureña Berta Cáceres la asesinaron por defender los derechos del pueblo lenca y oponerse al proyecto hidroeléctrico Agua Zarca. En América Latina defender la naturaleza, esto es a nosotros mismos, supone jugarte la vida (sobre este tema ha escrito mucho nuestra compañera Rosa Tristán). Hace un mes, sin ir más lejos, asesinaron a otro activista, Juan López, concejal del municipio de Tocoa, en el Caribe hondureño.
Paca Blanca, activista de Ecologistas en Acción, tuvo que irse de El Gordo por el acoso vecinal cuando, junto a su organización y Adenex, denunció la construcción del complejo turístico de Valdecañas. La justicia le ha ido dando la razón. El Tribunal Supremo ordenó el derribo del complejo, movido por oscuros hilos empresariales, pero la Junta de Extremadura, que lo ha apoyado desde el comienzo (tanto el POSE como el PP) se opone.
Por otro lado, estos días es noticia el juicio a los cuatro mafiosos que intentaron desacreditar al ecologista Juan Clavero en Cádiz: introdujeron cocaína en su furgoneta. Por suerte, la rueda ha girado hacia los culpables, aunque parece que no hacia los que están detrás de verdad.
El viaje de ida me permitió también rematar un par de libros que ando releyendo. Y hasta tuve tiempo de pensar en el artículo que están leyendo, si han tenido la paciencia de llegar hasta aquí. Mi primera intención era escribir sobre el polémico documental de Albert Serra, que ha ganado el Festival de Cine de San Sebastián.
Crear polémica a partir de la tortura animal no me parece demasiado audaz, más bien cobarde y trasnochado. No conocía a Albert Serra ni tengo interés en ver el documental. No porque no sea arte, que quizás lo sea (aunque habría mucho que decir sobre lo que es o no el arte), sino porque es un documental rodado con la sangre de animales que no tienen ningún interés en que los lleven al ruedo, por mucho que se empeñen los pro taurinos como el tal Serra. Lo ha explicado muy bien Juan Ignacio Codina en Pan y toros (Plaza y Valdés). Pero pensé que para qué darle más aire al premio, que no iba a contarlo mejor que mi querida Ruth Toledano. Desistí de la idea.
2. En la Puerta de Tannhäuser, mi segunda casa en Plasencia, dialogué con Juan Ramón Santos en torno a Escribir la tierra. Juanra, como le llamamos los amigos, no es solo un gran lector, también un gran narrador. Este verano disfruté mucho con su último libro, Río Cárdeno (de la luna libros), en el que el escritor placentino mezcla con mucha sabiduría la novela de formación con lo que podríamos llamar el noir extremeño.
Río Cárdeno es un homenaje al western cinematográfico y a las novelas del Oeste, como las que escribía Marcial Lafuente Estefanía, un autor injustamente olvidado. Ambientado en ese espacio simbólico que Santos ha llamado Aracia, un joven estudiante de Derecho, Juan Plata, hijo de una madre soltera (estamos en los años 60, imaginen lo que eso supone en una pequeña ciudad), se ve envuelto –por amor y al principio con cierta reticencia– en la investigación de una oscura trama en torno a la construcción de un embalse que va a anegar decenas de hectáreas. A medida que Juan se pone el traje de investigador privado, como Gary Cooper en Solo ante el peligro, tendrá que decidir si pesan más sus principios, la justicia, que el amor, la amistad o su propio futuro como abogado, que en realidad es el sueño de su madre, modista, trabajadora incansable. Con una prosa muy cuidada, limpia, Santos juega muy bien con los géneros en una historia que tiene algo de aventura quijotesca, de homenaje al cine y al pulp fiction, y que a la vez ahonda en las bases de lo que ha sido la corrupción en España. Esa España de los pantanos y del desarrollismo no se fue con la llegada de la democracia, sino que sigue muy viva hoy (el citado complejo del embalse de Valdecañas sería un ejemplo). El autor de Río Cárdeno tiene la cualidad de abordar lo oscuro del ser humano con dosis de humor y ternura, en una narración que nos arrastra como lectores, incapaces de dejar a solas a Juan Plata.
Santos ha declarado en numerosas ocasiones que se considera deudor de otro escritor “placentino”, aunque nacido en Higuera de Albalat, Gonzalo Hidalgo Bayal. En realidad, casi todos los narradores extremeños lo somos, al menos los placentinos, como es mi caso. La casualidad, la sincronicidad de la que hablaba Jung, y la magia de la literatura, han propiciado una especie de encuentro entre Río Cárdeno y Arde ya la yedra (Tusquets), la última novela de Hidalgo Bayal. El protagonista de Arde ya la yedra (atentos al palíndromo, que abundan en la novela; los contó otro escritor placentino, Víctor Peña Dacosta, pero no recuerdo el número) también es un lector asiduo de las novelas del Oeste.
En una entrevista a cuenta de su anterior libro, Hervaciana (Tusquets), Bayal me contó que en su literatura podían considerarse dos tipos de libros, o de narraciones más bien: algunas son un divertimento y otras son más serias: “Juan Ramón Santos decía que Hervaciana era Campo de amapolas 2. Tengo libros que son más del tipo divertido y luego otros que son más serios, por decirlo así, aunque contengan sentido del humor. Voy descansando de uno u otro como en un péndulo. Este entraría en la parte seria, con Campo de amapolas, con Nemo”. No he hablado con Gonzalo, pero creo que situaría claramente Arde ya la yedra en el primer grupo. No es un divertimento para el autor, sino que es una novela muy divertida para el lector (la hemos leído en algunas de mis clases). Eso sí, el lector ha de dejarse llevar por los habituales juegos lingüísticos del escritor extremeño.
En Arde ya la yedra encontramos, como siempre, ironía y un humor compasivo. Es una historia que nos habla de la amistad, del amor juvenil y de la dinámica de los premios literarios. Y puede leerse, casi, como “un manual” sobre cómo escribir una novela. Es ya casi un tópico decir que Hidalgo Bayal tiene una prosa exquisita y ya solo por eso merece la pena. Cuanto más conozca la obra de Hidalgo Bayal, más disfrutará el lector. En esta novela el autor parece reírse de sí mismo en un sabio ejercicio de introspección a través del lenguaje y la gramática.
3. En un día y medio me encontré tres veces con un escritor que participa en una de mis clases por internet y con quien comparto el interés por Thoreau, el Trascendentalismo y la filosofía budista. Cuando me paró en la plaza Mayor no podía creer que fuera él. No diré que la última, pero sí una de las últimas personas que hubiera imaginado que tuvieran raíces placentinas (su madre es de allí). De nuevo, esas sincronicidades jungianas.
4. Al día siguiente, por la tarde, antes de tomar el tren de vuelta, me tomé un café en una cafetería y hojeé el Hoy. No sé si lo he dicho, pero me encanta leer la prensa regional. Me encontré con una columna de Manuel Vilas, Kamala y Trump, y me dio por leerla. Confieso que sentí estupor y vergüenza ajena. De Vilas había leído algún libro de poemas (no están mal) y Ordesa (Alfaguara), el libro que le dio fama. Ordesa es un buen libro al que le sobran la mitad de las páginas y unas cuantas tortillas de patata. Por mucho que tenga aliento poético y que la poesía, a veces, utilice el recurso de la repetición, es como si se hubiera pasado con la cebolla. Las narraciones, en palabras de César Aira, han de parecerse a los libros de poemas y tener su elegancia, esto es, pocas páginas. Pero ese es otro tema. El caso es que el artículo es una loa al modo de vida norteamericano, a su pragmatismo despiadado y a su saber enriquecerse. A esa filosofía protestante del valor del trabajo y sus compensaciones. Escribe Vilas: “Los americanos, al menos hasta ahora, es gente práctica (sic). En España hay mucho antiamericanismo, es comprensible sobre todo si no se ha vivido allí. Si has vivido allí es difícil que te tragues las trolas baratas, que hablan de ese país como si fuera el reino del mal, y cosas de esas.
Haríamos bien en preguntarnos por qué les va tan bien…”. Para empezar, es una idea trasnochada. Este deslumbramiento palurdo fue muy habitual en los 80, y en cierta forma hasta era comprensible porque no era más que un sentimiento de inferioridad, lógico después de salir de una dictadura. Recuerden eso que decía Felipe González (mientras el emérito se llevaba a sus amantes a un chalé que pagábamos todos): Prefiero morir en el metro de Nueva York que vivir en la Unión Soviética. Como si no hubiera otras opciones. Su ministro de Economía, Solchaga, animaba a hacerse rico en un día. Considerar que uno no puede criticar un país si no ha vivido en él es una idea muy pobre y básica. Por la misma razón, si no has estado en China no puedes decir que es una dictadura o que Israel (con el apoyo de Estados Unidos) quiere borrar del mapa a los palestinos.
Por suerte, Estados Unidos no es solo sus gobernantes, como tampoco Madrid es Ayuso, aunque se la vote. Dice Vilas que cayó rendido ante la sonrisa de Kamala Harris. Ojalá que gane estas elecciones, por supuesto, porque Trump está en otra liga de iniquidad. Pero Harris apoya a Israel sin despeinarse y mantiene la política de apoyo a los combustibles fósiles, mientras América arde (recordemos que EE UU y China son los mayores emisores de gases de efecto invernadero, aunque con una mayor responsabilidad histórica del primero). Me hizo gracia porque, casualmente, el mismo día que leí el artículo de Vilas, en su cuenta de X el escritor y filósofo Rafael Narbona hacía una radiografía de Estados Unidos:
“EL AMIGO AMERICANO. Radiografía de Estados Unidos:
-600 tiroteos al año (solo se contabilizan los incidentes donde al menos mueren cuatro personas, sin contar al tirador). No sería posible sin la venta libre de armas.
-20.000 personas murieron por armas de fuego el año pasado (de ellas, 136 eran niños menores de 11 años) y cerca de 50.000 se suicidaron.
-41 millones de personas carecen de seguro médico.
-La tasa de encarcelamiento es la más alta del mundo (639 reclusos por cada 100.000 habitantes, lo cual significa dos millones de reclusos).
-Se aplica la pena de muerte (24 ejecuciones en 2023).
-653.000 personas duermen a diario en la calle.
-100.000 mueren al año a consecuencia de los opioides.
-El 11% de la población sufre pobreza severa (unos 38.000 millones).
-La policía mata a tres personas al día.
-Tres multimillonarios poseen más riqueza que la mitad más pobre de la sociedad estadounidense (160 millones). Esos multimillonarios son Elon Musk, Jeff Bezos y Richard Branson, que residen en mansiones de 25 baños, compran yates de 500 millones de dólares y se pasean en cohetes por el espacio exterior”.
El tuit sigue. Podría seguir yo también, pero me he alargado demasiado.
5. Bien por la editorial Kalandraka, que publicaba las obras ganadoras en el Premio Ciudad de Orihuela de poesía para Niñas y Niños. Se ha desvinculado del premio tras el rechazo en el pleno municipal de PP y Vox a que se anule la condena de Miguel Hernández.
Como ven, un viaje corto da para mucho. Quizás ha llegado el momento, en realidad ya llegamos tarde, de reivindicar el no moverse, el no hacer turismo y quedarse en casa.
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