Mapplethorpe en Madrid: elogio resplandeciente a las sombras
En la galería Elvira González se exhiben más de 30 obras del artista neoyorkino Robert Mapplethorpe, que escandalizó a la sociedad de su época con sus imágenes de sexo explícito. El título de la exposición homenajea las ideas del escritor Junichiro Tanizaki en ‘El elogio de la sombra’ frente a “la orgía de luz eléctrica” que simboliza, para él, América (y Occidente en general). Hasta el 7 de enero.
Lo que hizo Mapplethorpe (Nueva York, 1946 – Boston, 1989) a lo largo de su vida como artista provocador e irreverente fue traer las sombras a la luz; esto es, iluminar las sombras. Talentoso y terrible, al niño Robert le tocó nacer y crecer en una sociedad moralista y represiva como la norteamericana, entre jardines ordenados de casas iguales, setos recortados y banderas con barras y estrellas en el porche de entrada. Lo peor, el látigo levantado sobre la espalda de cada individuo, en una nación triunfalista donde la amenaza era constante ante cualquier desvío (o sombra) que asomase. A pesar del ceño fruncido de su padre, un fotógrafo aficionado, Robert Mapplethorpe fotografió el látigo (hundido en su recto) y las sombras en los cuerpos de sus amantes, también las estrías que dibuja una orquídea sobre la pared y a Patti Smith, su primera novia, desnuda y vestida. Y así entró a la historia grande del arte, que era donde quería residir para siempre, desdeñando ese trozo de historia pequeña que le había tocado en suerte como hermano del medio de una familia puritana con seis hijos.
En estos días, la galería Elvira González de Madrid exhibe Robert Mapplethorpe. Elogio a la sombra, la cuarta exposición dedicada al artista neoyorkino, en colaboración con The Mapplethorpe Foundation. Se trata de una treintena de fotografías, en blanco y negro, realizadas entre 1977 y 1987, en Nueva York, que los organizadores han reunido bajo un título que evoca el ensayo El elogio de la sombra, escrito en 1933 por Yunichiro Tanizaki (Tokio, 1886 – Yugawara, 1965).
“Lo bello no es una sustancia en sí, sino tan solo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producidos por la yuxtaposición de diferentes sustancias que va formando el juego sutil de las modulaciones de la sombra”, escribió Tanizaki. Y es cierto que, en el sentido de buscar lo bello enalteciendo las sombras, el fotógrafo norteamericano y el escritor japonés parecen coincidir. Sin embargo, en el elogio de Tanizaki hay un rechazo por “la orgía de luz eléctrica” que simboliza, para él, América (y Occidente en general), y la consecuencia es una nostalgia por las sombras que apenas dejan adivinar relieves y texturas ásperas en las habitaciones poco iluminadas de la tradición japonesa y en los objetos con pátinas que opacan. En Mapplethorpe, en cambio, las sombras de sus obras son una herramienta formal para realzar las otras sombras, las metafóricas, que son las que escandalizan a su comunidad, que había pretendido acallarlas y mantenerlas escondidas, por el “honor” o la apariencia, la buena moral y los buenos modales de los aplicados ciudadanos.
Es decir, donde Tanizaki reclama un velo, Mapplethorpe exhibe, sin ambages ni rugosidades. A propósito, en esta muestra de la galería Elvira González, podemos deleitarnos frente a la imagen del saludo militar (mano en la frente) de Jack Walls, jugando con su sombra nítida sobre un muro que refleja barrotes verticales, o admirar las otras barras, rectas, como la que sostiene su modelo Lisa Lyon, en horizontal, cruzando su cuerpo. Son juegos geométricos calculados que atraviesan cuerpos, como el de Dennis Speight, Bruce, Michael Reed, Robert Sherman y la propia Lyon, sus amigos y musas.
Tanizaki busca velar lo demasiado visible, glorificando lo “discreto” de una habitación con escasa luz o de un cuenco de laca que no transparenta nada, contra la porcelana y los cubiertos de metal (“la vista de un objeto brillante nos produce cierto malestar”, porque “a nosotros nos horroriza todo lo que resplandece de esa manera, como los utensilios de acero y de plata”). En cambio, Mapplethorpe epata, abriéndose caminos sociales en vertical y abriendo grietas de libertad para el resto de la sociedad, iluminando sus transgresiones, llevándolas a un primerísimo primer plano (recuérdense su imagen del fisting, toda su serie X –mayoritariamente dedicada al sado-masoquismo– o el referido autorretrato del látigo).
Desde sus collages en la escuela de Artes (el instituto Pratt de Brooklyn), hechos con fotos recortadas de revistas de porno-gay robadas, hasta su frenética carrera contra la muerte (a sabiendas de que su enfermedad aumentaba la cotización de sus obras, comenzó a fotografiar todo lo que se pusiera delante, para vender y vender), Mapplethorpe huyó de la discreción. Ya con aquella Polaroid regalada con la que demostró su talento por primera vez, el joven díscolo de la periferia irlandesa se distanció de la falsa modestia o la compasión (su hermano menor Edward, también fotógrafo, cuenta en el documental de Fenton Bailey y Randy Barbato, que Robert le prohibió usar su apellido).
Adivinar o acertar en el blanco
“Una laca decorada con polvo de oro no está hecha para ser vista de una sola vez en un lugar iluminado, sino para ser adivinada en un lugar oscuro, en medio de una luz difusa que, por instantes, va revelando uno u otro detalle”, escribe Tanizaki. Efectivamente, en este punto (el de revelar, poco a poco, uno u otro detalle), Mapplethorpe también tendría algo que decir, si atendemos al emblemático retrato de Dennis Speight (1980), presente en esta muestra, que el artista neoyorkino compone, tras hacer inclinar al modelo desnudo sobre sus rodillas, de tal modo que su barbilla parece terminar en su prepucio.
En las antípodas (antes y después de la Segunda Guerra Mundial), Tanizaki y Mapplethorpe manifiestan intenciones legítimas en su tiempo y su lugar. Tanizaki reniega de los haces de luz reflejados y la manera en que el metal lustrado resplandece (si hoy viviera, seguramente detestaría el satinado de las esculturas de Jeff Koons o la superficie pulida de los dispositivos Apple), mientras Mapplethorpe quiere brillar. Sin dudas, Chest, Vibert y Texas Gallery, tres de las maravillosas obras que se exhiben en Madrid, demuestran esa voluntad del destello. Entre dos pezones de un pecho masculino, las ramas de un árbol dejan pasar el sol, incandescente sobre ese torso hermoso. Las pieles de Mapplethorpe se pueden tocar (sus imágenes impresas convocan el tacto); sus fotos tienen grano y carne verdadera. Hay juegos de geometría hecha de carne: falos como vértices, orificios como horizontes y pétalos y pistilos de flores suculentas que forman vulvas.
En los ángulos y contrastes sobre poros de las pieles de Mapplethorpe nada se “hunde en la sombra”, nada hay más lejos que “ese mundo de sueños de incierta claridad que segregan las velas o las lámparas de aceite”, en palabras de Tanizaki, quien denunciaba el “derroche de luz”, que “quita profundidad a las habitaciones”.
Mapplethorpe seguramente no temió nunca los problemas de perspectiva o de profundidad de campo. Y, sí, quería encandilar (y estaba en todo su derecho).
‘Robert Mapplethorpe. Elogio a la sombra’. Galería Elvira González, Madrid. Hasta el 7 de enero.
Comentarios
Por Santiago, el 08 diciembre 2022
Por compartir el articulo, los de Facebook me han bloqueado por que según ellos,
«Tu publicación no cumplía nuestras Normas comunitarias sobre desnudos o actividad sexual» ya ni artículos de prensa se salvan.