Mujer, sé que es lo mejor para ti, créeme

Foto: Irene Díaz.

Foto: Irene Díaz.

Segunda entrega de esta nueva sección quincenal a dos voces, ‘Por culpa de Eros’. Diálogos sobre encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado. En este espacio se alternan dos textos abordando un mismo asunto: el amor o su imposibilidad en tiempos de turbocapitalismo. “No en mi nombre” es el clamor de octubre, porque los hombres hablamos y decidimos por ellas. Y es que tenemos experiencia como terapeutas, caballeros, profesores e iniciadores. El hombre ha estudiado a la mujer, le ha dicho cómo funciona su cuerpo y cómo ha de comportarse, e incluso por qué no tiene que fiarse de sí misma.

Me vienen a la cabeza mis primeras rupturas. Aunque cada una tuvo lo suyo, la fórmula se repitió bastante: yo decidía de repente qué era lo adecuado para las dos y lo llevaba a la práctica. Terco como nadie, mis razones eran losas. Normalmente, que ella se estaba entregando demasiado y que yo no estaba seguro de nada. Al final, la cosa solía ser un poco distinta: ni ella estaba tan pillada (típico narcisismo masculino) ni su compromiso era entrega, ni mucho menos yo salía indemne del proceso.

Como siempre, mi grupo de amigos participaba activamente: “Tío, si ella no lo hace tienes que dar el paso tú”. Dar-el-paso es una de esas reglas que te acompañan desde pequeño. Una especie de exigencia de responsabilidad y paternalismo que se vuelve perversa cuando viene junto a lo que llamo una Atribución Patriarcal de Intenciones. Es decir, creo que sé lo que otra persona piensa/quiere/desea. Pero ni se lo he preguntado ni hace falta, ya que el contexto me avala.

Lo sé, “cada relación es única” y “generalizar es injusto”. Pero al haber aprendido a vivir en esta sociedad, es inevitable identificar cantidades variables de componentes similares en casos muy distintos. No somos tan únicos.

Por ejemplo, es muy común que como hombres hayamos aprendido que pensar en nombre de la mujer viene con la responsabilidad masculina. La cultura nos ha transmitido constantemente que a la mujer “no hay quién la entienda” o que “ni ella misma se entiende”; le ha dicho que la mujer es cuerpo y que su humor depende del estado de su útero.

La Atribución Patriarcal de Intenciones se da porque resulta muy fácil atribuirle a la mujer estados de ánimos desde fuera. Es, sin duda, más sencillo que hablar con ella para comprender qué piensa. Intuyo que esto sucede por dos razones: por el modelo de masculinidad y por el contexto de desigualdad

Respecto a lo primero, ¿cómo vamos a demostrar que no sabemos nada? o ¿qué mensaje estaríamos dando si expresásemos nuestros miedos e inseguridades respecto a lo que siente ella? Muchas veces he intentado hablar o comunicar emociones. Cuando no me siento ridículo, no consigo expresar lo que quiero. Otras veces, directamente me inunda la ansiedad y desvío la conversación a cosas triviales.

Y al final es que esto no depende únicamente de voluntades: el voluntarismo de género se topa con un gran bloqueo a la hora de cambiar las masculinidades. Si fuese cierto aquello de querer es poder con saber qué cambiar bastaría. Pero la realidad es que, a la hora de querer cambiar, a veces no sabemos por dónde empezar el cambio (qué es lo que tengo que cambiar exactamente: ¿inseguridad? ¿miedo? ¿mi mal pronto?) y otras veces no tenemos modelos alternativos fuertes hacia los que dirigir dicho cambio (aunque estamos en ello). Hay una cultura de lo que el hombre debe ser que nos pesa mucho y que nos carga con imperativos masculinos. Querer no (siempre) es poder.

“De los buenos se aprovechan”, “a las mujeres les gusta que tengas las cosas claras”, “ellas no saben lo que quieren, tu deber es enseñárselo”. ¿Cómo abrirme a la comunicación, a la vulnerabilidad y a lo emocional si en cada película, serie o libro que recuerdo el ‘tipo sensible’ es el objeto de risas y chistes y el ‘héroe con iniciativa y sin miedo’ es al que todos admiran?

En la estructura emocional, esta heroificación del hombre va de la mano con la infantilización de la mujer. “No quiero hacerle daño”, “la pobre está tan enamorada”, me lo he repetido cientos de veces. Mi chica es una chica que no tiene claras las cosas, se entrega y la tengo que proteger. Ella lo daría todo por mí, así que lo mínimo que puedo hacer es llevar las cosas para que ella esté bien.

Lo curioso es que con “llevar las cosas” nunca me refiero a intentar no ser una carga emocional, trabajar mis problemas para que no le salpiquen, generar un entorno de confianza y diálogo, colaborar en que cumpla sus deseos. No. Con “llevar las cosas” me refiero a darle lo que creo que quiere. Pero resulta que… ¡No sé realmente lo que quiere! ¡Nunca se lo he preguntado!

Como dije, hay un segundo elemento que facilita la Atribución Patriarcal de Intenciones, no va solo de voluntades. Todo esto difícilmente se produciría sin un contexto propicio de desigualdad de género donde la mujer ha sido históricamente silenciada y donde los hombres hemos podido permitirnos no escucharlas. Un contexto donde podemos pasar por alto hablar con ellas porque sabemos lo que quieren, o eso creemos, aunque tampoco importa tanto.

Y como es una cuestión de poder (que se resuelve en quién puede y quién no puede), no hace falta preguntar nada. Así, ponemos las cosas a funcionar con lo que creemos que quieren. Como es una cuestión de poder, las cosas marchan sin ellas, pero para ellas.

A los hombres se nos permite (y de hecho, lo hacemos) hablar por los dos, decidir por los dos y salir reafirmados como hombres que proveemos, que protegemos y que cuidamos. Tomamos elecciones de género en contextos de desigualdad. Voluntad y situación articuladas de manera patriarcal.

En mis rupturas, os juro que creía firmemente que hacía lo mejor, que sabía que a ella le venía bien dejarlo aunque me dijese lo contrario… Me tocaba el momento del sacrificarme y tomar la iniciativa por los dos. Hombres sacrificados, mujeres que están ahí para redimirnos y convencernos de que somos buenos. Epopeyas masculinas que no arreglan nada.

Lee aquí la perspectiva femenina, de Analía Iglesias, sobre el mismo asunto. 

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