El PIB no mide nuestra salud ni nuestra felicidad

El PIB no mide la felicidad. Foto: Pixabay.

El PIB no mide la felicidad. Foto: Pixabay.

El PIB no mide la felicidad. Foto: Pixabay.

El PIB no mide la felicidad. Foto: Pixabay.

El autor escribe sobre ‘El delirio del crecimiento’, un ensayo del periodista del Financial Times David Pilling que critica el culto al PIB. No abjura del crecimiento, sino de la forma de medirlo, pues deja fuera elementos sociales y medioambientales básicos para medir el bienestar y la sostenibilidad, la salud y la felicidad de una sociedad.

La crisis financiera y económica pasada, la Gran Recesión, nos familiarizó con conceptos económicos como la prima de riesgo o el tipo interbancario. Y también dio contenido a otros más habituales, como el empleo o el crecimiento. Cada semana, nos asomábamos a las predicciones y a los datos reales como si la vida nos fuera en ello, y ciertamente era así. La tasa de paro crecía, los tipos de interés bajaban sin mucho efecto, el consumo y la inversión caían, y la diferencia con el bono alemán se disparaba. Pero todo ello quedaba englobado en una cifra, la del Producto Interior Bruto (PIB), que medía el crecimiento general de nuestra economía. Que el PIB remontara era la noticia más esperada, y sólo cuando lo hizo, dimos por superada la crisis. De la misma forma que ahora, unos años después, vemos con preocupación su moderación y prevemos días más duros por delante. El PIB era y es el gran marcador.

Sin embargo, siendo una cifra tan determinante y observada, nos hemos preguntado poco sobre sus orígenes, sobre la forma de calcularlo y sobre su utilidad. ¿Qué mide el PIB? ¿Qué deja de lado? ¿Qué nos dice de la sociedad a la que busca retratar en una cifra única? A responder a todo ello nos ayuda El delirio del crecimiento, un sólido y ameno ensayo del periodista del Financial Times David Pilling traducido por Ramón González Férriz.

Su enfoque y su tesis son críticos. Pero, antes es importante decir lo que este libro no es. Y no estamos ante un libro que reniegue del PIB y proponga algo parecido al decrecimiento que defienden otros autores. “El crecimiento –y con esto me refiero también al crecimiento bruto medido imperfectamente por el PIB– tiene el poder de transformar la vida de la gente pobre”, afirma Pilling.

Pero, en su opinión, el PIB cuenta cada vez menos cosas de aquello que nos importa y que, en términos generales, nos hace felices. Un argumento poderoso en unos años en los que, pese a la aparente recuperación, el malestar con la realidad socioeconómica no ha dejado de aumentar. “Aunque nuestros países se están haciendo más ricos y nuestras empresas más eficientes, no estamos creando más puestos de trabajo ni pagamos más a la gente”, dice Pilling. “La mayor productividad se ha desvinculado de los sueldos y del empleo. Y si la mayoría de la gente no percibe ningún beneficio, ¿para qué precisamente –y para quién precisamente– es este crecimiento?”.

Qué mide y qué no mide el PIB

Pensemos en Japón en los años 90, cuando entró en un estancamiento sostenido. O en la Alemania de estos últimos años. Sus crecimientos han sido o nulos o cercanos a cero, y, sin embargo, su realidad social no encaja con aquello que deberíamos haber interpretado al mirar la evolución de su PIB. No eran casos perdidos, sino países estables con amplio bienestar a los que otras economías –quizá con crecimientos del PIB más relucientes– aspiraban a parecerse.

Las explicaciones son muchas. Y van desde la globalización a la revolución tecnológica. Sorprende, en cambio, que no haya cambiado ni la forma de calcularlo ni la confianza que ponemos en el PIB a la hora de tomarlo como medida de salud de una sociedad. “El PIB fue concebido para un Estado-nación, pero cada vez más las empresas operan a través de las fronteras”, escribe Pilling, y concluye: “En un mundo así, la idea de producción doméstica –nuestra definición de la economía– carece casi por completo de sentido”.

Por tanto, el PIB ha dejado de decir muchas cosas, pero no parecemos habernos dado cuenta. No nos habla, por ejemplo, de algo que preocupa mucho en nuestros días, por su insostenible –este sí– crecimiento: la desigualdad. El hecho de que una economía esté creciendo no informa de lo que está sucediendo en la distribución de la riqueza, y cada vez más estudios demuestran que esto tiene un impacto directo en la cohesión social y en el bienestar. Pilling recuerda que, “para quienes ya son ricos, un salario mayor no aporta mucha felicidad extra a sus beneficiarios, aunque conlleva más infelicidad para aquellos cuyos salarios, en comparación, se reducen”. La desigualdad creciente no es inocua, ni tampoco un mal menor.

Incluso se puede dar la paradoja de que sea rentable en términos de PIB reducir el bienestar, como hemos tenido ocasión de ver en la gestión de la crisis. Pilling pone varios ejemplos, pero destaca el de la sanidad pública: “La única manera de aumentar la contribución económica de un sistema de salud público –tal como se contabiliza de manera convencional– es hacerlo menos eficiente”. En El delirio del crecimiento, está siempre presente la denuncia del sesgo favorable del PIB en favor de todo lo privado y su infravaloración de lo público y su contribución material e inmaterial.

Tampoco es capaz de medir ni reflejar la degradación medioambiental, o la sostenibilidad del crecimiento. El objetivo es crecer, sin otros miramientos, con la confianza de que eso tiene o tendrá una traducción automática en empleo y bienestar. Es lo que Pilling niega. Si alguna vez fue así, ya no lo es. Algo que resume bien al decir que deberíamos aspirar a una cifra que resumiera cuán cerca del modelo escandinavo estamos, y en cambio el PIB “es una medida de lo china que es tu economía”.

El autor estudia y propone índices que puedan reflejar mejor el bienestar, entendido como un conjunto de variables que hablan con más propiedad de aquello a lo que aspiramos como individuos y sociedades. Es el caso de la Felicidad Interna Bruta (FIB) que aplica el minúsculo Bután, que tiene en cuenta aspectos como el bienestar psicológico, la salud, el uso del tiempo, la educación, la diversidad cultural y la resiliencia, el buen gobierno, la vitalidad de la comunidad, la diversidad ecológica y las condiciones de vida. O, también, del más cercano PIB per cápita.

Se trataría, en definitiva, de volver a un PIB más fiel a la idea originaria que nació durante la Gran Depresión. Su creador, el economista Simon Kuznets, abogaba por contabilizar en el haber la contribución del sector público, y en el debe aquella producción destinada a la guerra o todo aquello que causara otro tipo de daños. Con mención especial en nuestros días a todo lo relacionado con el medioambiente y la sostenibilidad de las fuentes de riqueza. El PIB y su cálculo actual, lejos de ayudar a la comprensión de la riqueza, según Pilling la distorsiona y tiene un claro contenido ideológico. Por eso, en el libro carga las tintas –quizá de forma excesiva, aunque irónica– contra el “clero de los economistas”, cuyo tiempo de “engañosas representaciones de nuestra vida ha terminado”.

Un libro ameno, instructivo y muy útil para comprender la realidad. O, al menos, para dudar de muchos discursos que nos dicen entenderla.

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Comentarios

  • c

    Por c, el 27 febrero 2019

    incluso actualmente mide mas nª desgracia

  • Sol Gúzman

    Por Sol Gúzman, el 28 febrero 2019

    Mucha crítica. Poca solución. O el remedio no te convence, o tenías mucha prisa por acabar los últimos capítulos.

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