¿Podremos crear una cultura de adaptación a las catástrofes ambientales?

El huracán Dennis a su paso por Key West en Estados Unidos. Foto: Pixabay.

Si algo nos enseñan los restos del pasado –sedimentos, fósiles y piedras– es que la Tierra, desde su origen, hace 4.500 millones de años, ha estado expuesta a todo tipo de catástrofes, desde bombardeos de meteoritos gigantes a erupciones volcánicas descomunales y, también, hay que decirlo, cambios climáticos que han generado extinciones masivas de vida. Pero hoy, con 7.700 millones de humanos compartiendo el planeta, ¿seremos capaces de adaptarnos, de crear una ‘cultura de adaptación a los fenómenos extremos’? ¿Es posible evitarlos? Estas son algunas de las cuestiones sobre las que tres conocidos expertos en medioambiente han reflexionado en un evento virtual, convocado por Ecovidrio, dentro de su ciclo de debates ‘Vidrios y barras’.

La ciencia climática nos habla desde hace años sobre cómo el cambio climático conlleva un aumento de catástrofes con graves impactos: olas de calor, huracanes y tifones, inundaciones por trombas de agua o sequías. “Sabemos que en un planeta más cálido [y la Tierra ya lo es respecto a hace un siglo], las zonas húmedas acumulan más agua porque hay más evaporación, mientras que en las zonas más secas, aumenta la sequía, que es precisamente lo que pasa en algunas regiones de España. En otras, sin embargo, tenemos ya más lluvias torrenciales porque el Mediterráneo proporciona el combustible de vapor que necesitan. Son fenómenos extremos, que se reflejan en los 18 récords de calor que ha habido entre 2010 y 2020, por uno de frío”, señalaba la física Isabel Moreno, que forma parte del equipo del programa Aquí la Tierra en TVE.

En realidad, explicaba Moreno, no es fácil discernir cuántos de los fenómenos extremos que tienen lugar se deben al cambio climático o a otras razones (como la deforestación), porque “aunque tendemos a atribuirle cada catástrofe, el clima no cambia de un día para otro por un evento, sino que es algo que se extiende en el tiempo”. “Y, además, las consecuencias de acciones de hoy se ven en ese clima muchos años después”, añadía.

Lo que sí parece claro es que van a más. De hecho, han causado muchos de los 7.348 desastres naturales graves ocurridos desde principios de siglo, según datos de la ONU, un 80% más ahora que en décadas anteriores. La consecuencia: cientos de miles de desplazamientos humanos y pérdidas multimillonarias y graves impactos en la biodiversidad: “Ya hemos perdido el 68% de los vertebrados, no en número de especies sino de sus poblaciones por la destrucción de sus hábitats, la contaminación, las especies invasoras y por el cambio climático”, aseguraba Enrique Segovia, director de Conservación de WWF España.

Segovia destacaba que “una naturaleza sana amortigua los fenómenos extremos” porque nos protege de sus impactos pero, en lugar de cuidarla, generamos impactos que están afectando a su función de escudo: “En los últimos años, los bosques, captadores de CO2, debido a los incendios ya emiten al año más del que pueden absorber, en áreas tan extensas como la Amazonía o Siberia, donde sólo en 2020 ardieron más de ocho millones de hectáreas”. Y son fuegos que no son ajenos al cambio climático porque resulta que el año pasado se alcanzaron los 30ºC en zonas siberianas donde la media estival es de 10ºC, un fenómeno extremo más que se encuadra en el contexto de pérdida de hielo en el Ártico.

En su opinión, un cambio en esta tendencia que ponga freno a las catástrofes ambientales pasa en primer lugar por una reducción del consumo, pero también por soluciones que impliquen la conservación de la naturaleza y su restauración si ha sido destruida. “No podemos olvidar que el 70% de las grandes pandemias humanas han venido por zoonosis y que, si rompemos la relación con la naturaleza, nos hacemos más accesibles a virus y bacterias que están ahí, en otros seres vivos”, argumentaba, aludiendo a la pandemia que ha puesto al mundo patas arriba en unos pocos meses.

Esa relación entre seres vivos va más allá de lo meramente biológico y entra en lo emocional para la bióloga Odile Rodríguez de la Fuente, quien recordaba en este nuevo encuentro de Vidrios y Barras, que no es una conexión nueva, “porque nos ha acompañado desde hace más de 200.000 años a los Homo sapiens” . “El 95% de nuestro tiempo evolutivo nos hemos relacionado con la naturaleza de forma diferente a como lo hacemos hoy, un vínculo emocional que hay que recuperar; debemos ser conscientes de que el progreso no es la economía, sino entender que somos parte de la naturaleza y que si no formamos parte de ella estaremos cavando nuestra propia tumba. El sistema vivo de la Tierra se recuperará, pero lo hará sin nosotros si el experimento sale mal”, insistía.

Sin embargo, para Enrique Segovia esa desconexión crece y son hoy más los que piensan que la naturaleza no es amistosa y nos golpea con estos mismos fenómenos extremos; ciudadanos, aseguraba, a quienes el campo “les da miedo porque hay bichos” o negacionistas inmunes a los datos científicos, pese a ser nefastos: “En 400.000 años no ha habido tanto C02 en la atmósfera como ahora, pero es que antes los cambios ocurrían en miles de años y ahora en dos generaciones vemos la diferencia”, decía Moreno, que incluso ha consultado a psicólogos sobre cómo llegar a estos escépticos. Los mismos que no quieren ver que el tiempo de respuesta se acaba porque “los gases ya emitidos no podemos quitarlos [la captura de carbono está en pañales tecnológicos] y si pasamos del límite de 1,5ºC más de temperatura media global, se subirá un escalón que retroalimentará otros cambios”.

En la misma línea, Rodríguez de la Fuente, cuyo padre, por cierto, ya alertó del cambio climático hace décadas, señalaba: “Si vemos el efecto que ha tenido un solo coronavirus en nuestra sociedad tan tecnológica, queda claro que nos creemos fuertes, pero que tenemos un sistema frágil y puede venirse abajo si se afecta a algunos de sus pilares”.

Y no debiera valer exportar lejos los problemas, porque es algo en lo que la humanidad entera debe estar comprometida. Pero lo que está pasando, añadía la naturalista, es que “países que tenían formas de gestión ecológica de sus sistemas agrícolas, debido a la globalización las están perdiendo a medida que se traslada la producción a sus territorios, en países donde no hay legislación ambiental y de derechos humanos”. O son más laxas.

¿Y qué soluciones nos quedan entonces?, planteaba el debate organizado por Ecovidrio. ¿Cómo abordar esa nueva cultura que cambie el rumbo a los desastres? Los ponentes enumeraron algunas de las fundamentales, como es el recorte de las emisiones contaminantes de gases con efecto invernadero, pero también otras urgencias que aún no están tan claras en un calendario, como es adoptar una forma más sostenible de consumir, especialmente en lo relativo a los alimentos, como insistía Enrique Segura. O una apuesta definitiva por la educación ambiental para el futuro, como defendía Moreno, o repensar a nivel global cómo podemos reconectar con esa naturaleza, apostando por lo local y sostenible, como señalaba Rodríguez de la Fuente.

Al final, a la pregunta ¿La era de los fenómenos extremos?, la respuesta fue un rotundo sí. Y hay salidas. ¿Las tomamos?

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