Rafael Reig, el escritor al que echan de todos los periódicos por no callarse

El escritor Rafael Reig. Foto: Tusquets Editores.

Tiene fama de ser un escritor que no se calla, que le gusta provocar. Quizá por eso le acaban echando de todos los periódicos como columnista. Rafael Reig nos presenta su nuevo libro, ‘Amor intempestivo’ (Tusquets), una novela confesional, tierna y honesta, que recorre su juventud hasta llegar a dos hechos que le marcaron: la muerte de sus padres en un incendio y el nacimiento pocos días después de su hija. Viajamos a Cercedilla, en la sierra madrileña, donde ejerce de librero junto a su mujer, para hablar de la vida. “Lo mío es una especie de defensa del entusiasmo. Hay que vivir con entusiasmo, con alegría”.

Habíamos coincidido antes, pero nos conocimos hace unos años en un viaje en autobús a Guadalupe. Participábamos en un congreso y ambos salíamos desde Madrid. Llegamos con mucha antelación a la estación Sur, hicimos tiempo en un bar y luego nos sentamos juntos en un trayecto que se prolongó durante más de seis horas, bajo una lluvia intensa. Seis horas dan para mucho. Para hablar de lo divino y lo humano, de la vida, para echarse unas risas porque no teníamos muy claro si llegaríamos algún día a nuestro destino. Al otro lado de la ventanilla, la cortina de agua solo a veces nos dejaba entrever el nombre de los pueblos en los que parábamos.

Desde ese viaje nos hemos vuelto a ver alguna vez en Cercedilla, donde Rafael Reig ejerce de librero junto a su mujer, Violeta. Esta tarde hemos quedado en la puerta de la librería para hablar de su nuevo libro, Amor intempestivo, una novela confesional, tierna y honesta, con muchísima alma, que recorre su juventud hasta llegar a dos hechos que marcaron el paso a la edad adulta. Un libro de lectura adictiva en el que se entrevera la vida y la literatura, y que se mueve a mitad de camino entre El lazarillo de Tormes y Una educación sentimental.

“Sí, pero una educación sentimental alegre porque la de Flaubert es muy triste”, me dirá poco después mientras conversamos sentados en la terraza del bar que hay enfrente de la librería. “Lo mío es una especie de defensa del entusiasmo. Hay que vivir con entusiasmo, con alegría. Flaubert no tenía ningún entusiasmo ni alegría. Todo el mundo le caía mal. Mata a Madame Bovary de una manera tan penosa. Este tío no disfrutó nunca en su vida. Yo siempre cito a Kafka, que tampoco era unas castañuelas, cuando decía que la alegría es nuestro deber diario. He pensado eso desde mi juventud. ¿Por qué? Porque se lo debo a los demás. A mi mujer, a mi hija, a mis amigos”. Ese entusiasmo del que habla lo nota cualquiera que haya tratado alguna vez a Rafael Reig. Una alegría y un humor palpable también en todos sus libros, los autobiográficos y los que no.

Dejemos claro que Amor intempestivo no es una autoficción, ese término equívoco tan de moda. “¿Todo lo que narras en el libro ha ocurrido, no?”, le pregunto. “Es todo realidad. Y no es autoficción. Es una confesión, es una autobiografía de las de toda la vida, como las Confesiones de Rousseau, por ejemplo. En las confesiones la culpa la tiene uno, mientras que en la autoficción la culpa la tienen los demás. Aquí el malo soy yo. Estoy en contra de la autoficción y a favor de las confesiones. Cuando le dije a mi hermana que iba a escribir sobre algunas cosas que nos habían ocurrido, me respondió que si no es eso lo que había hecho siempre”.

Como cualquier buen libro que se precie, Amor intempestivo nos narra un viaje interior, iniciático, de cómo se forja un alma, imprescindible para poder escribir la Obra Maestra con la que soñó cuando estudiaba Filología en la Universidad Autónoma de Madrid. Y con la que todavía sueña. Ese empeño, esa búsqueda, le lleva al autor de Autobiofrafía de Marlyn Monroe a vivir y a leer, que es otra forma de vivir, y a escribir, que es otra forma de leer.

La familia, los amigos, cómo ganarse el pan, el retrato de una época, su paso por la universidad americana como estudiante y como profesor después, el regreso a una España casi galdosiana. La lectura y la escritura, las primeras publicaciones. Y las relaciones con las mujeres. “¿No crees que te detienes demasiado en tus aventuras sexuales?”. “Pues no he contado todas”, me responde con ironía. “Hablo de todo, ¿por qué no iba a contar eso?”, dice Reig, mientras da un sorbo a su whisky, un fiel compañero a lo largo de su vida, aunque la relación con él sea amarga a veces. “Tengo problemas vasculares, de tensión, tengo de todo, pero es un amante increíblemente bueno. Me tomo un par de whiskies por la mañana y me encuentro en forma para enfrentarme al día sin problema”.

Detrás de mí, al fondo, la tarde va cayendo sobre Guadarrama, la Maliciosa, la Bola del Mundo, el Risco de los Pájaros, el paisaje que acompaña a Reig desde hace unos años, después de tantas mudanzas. Es el sábado del puente de los Santos y medio Madrid se ha venido a Cercedilla a pasar el día.

“En el libro te desnudas y reconoces que hay zonas de ti que no te gustan, aristas que te gustaría limar para no hacer daño a otras personas, pero reconoces que al final hay que aceptarse como uno es, ¿no? ¿Te has aceptado como eres?”. “Aceptar no es la palabra, más bien me he resignado a ser el hijo de puta que soy, me veo así, muchas veces sí. Hay que resignarse a que uno es el que es. Admitirlo es el principio para poder cambiarlo. A mis 60 años, estoy en proceso de aprendizaje”, ríe. “¿Y en qué sentido te gustaría ser mejor?”. “Va de cosas muy simples, pero que esconden cosas más profundas. Soy muy tirano, me levanto de mal humor. Debajo de eso hay algo, ¿no? Si escribimos, quizás podamos encontrar no sé si la solución, pero sí una forma de aceptarlo”.

La novela pivota en torno a dos hechos fundamentales que marcaron un antes y un después en la vida de Reig: la muerte de sus padres en un incendio y el nacimiento pocos días después de su hija. “Te tienes que hacer adulto de repente. Con 20 días de diferencia me convertí en huérfano y en padre. La vida sigue y hay que madurar de pronto. Ahí empezó mi otra vida. Fue el fin de la juventud, de una época”. “Entiendo que el hecho de que tus padres murieran en un incendio agravó el drama, ¿no?”, le pregunto. “Eso da igual. A la semana te das cuenta de que lo malo no es cómo hayan muerto, sino que ya no están, de que ya no hay nadie por encima de ti, de que estás solo”.

¿Hay que ser infeliz para escribir, como sostienen algunos escritores? ¿Para escribir hay que hacerlo desde la herida o desde la felicidad? Le traslado esa pregunta tan manida. “Escribo todos los días, me da igual cómo esté . Aunque creo que se escribe mejor desde la alegría. A mí me da igual todo, pero quiero vivir con entusiasmo, aunque sea a costa de mi salud. No quiero vivir a medias. Mi novela es muy alegre, entusiasta, pasan cosas, pero lo importante no es lo que pasa, sino vivir”.

Una niña pequeña se acerca, curiosa, para ver el sombrero de Reig, que reposa en una silla. “¿Lo quieres?”, le dice el librero, y se lo ofrece. Pero la niña vuelve con sus padres entre risas. “Y ese vivir sería imposible sin la escritura, ¿no?”. Retomo la charla. “La escritura para mí es una forma de pensar. Yo me siento y no pienso. Yo me pongo a escribir y pienso. Me pongo a escribir lo que me ha pasado y lo voy entendiendo. Es la forma más afilada que conozco de entender lo que nos sucede. Todos los días escribo al menos dos páginas, de un proyecto o de algo que me ha sucedido”, dice, y me enseña una pequeña libreta de cuero donde transcurre su otra vida, la que va entendiendo un poco. “Escribo a mano. Tengo cuadernitos, que voy rellenando. Siempre hago luego una versión a máquina antes de pasarlo al ordenador. A mí el ruido de la máquina me pone”.

En Amor intempestivo hay mucha vida y mucha literatura, pero de una literatura anclada en el día a día, en lo cotidiano, como una capa más de la existencia. “Así ha sido mi vida. He leído muchísimo, pero a mí la lectura me concierne personalmente. No leo para tener cultura, sino para vivir. También para follar. Yo he follado mucho por ser culto. Para mí se ha convertido en algo de lo que no puedo prescindir. Leo poesía todos los días. Leo un verso bonito y me lo llevo durante varios días y le doy vueltas. Me ayuda a vivir. Yo soy mejor lector que escritor. Entre leer y escribir, prefiero leer. Alucino cuando la gente se extraña si no has viajado a algún lugar, a Turquía, por ejemplo. Y yo pregunto si ha leído a César Vallejo o a Claudio Rodríguez. Es más barato. ¿Por qué la gente no lee? La vida de verdad no está en viajar, sino en leer”.

Tanto es así que desde hace años, Rafael Reig se levanta todos los días a las cinco de la mañana para leer dos horas. “¿Qué menos de eso?”, dice. Estos días anda con una biografía de Boby Fisher. El ajedrez es otra de sus pasiones. Luego lee a los clásicos latinos, en latín, durante al menos una hora. “Estoy en contra del tiempo en el que me ha tocado envejecer. Los cambios ahora son muy rápidos. Yo no me adapto. Tengo un teléfono con botones. Y preferiría no tener móvil. A mí lo que me gustaba era levantarme y no tener ordenador y ponerme a leer”.

Sin la acidez de Manual de literatura para caníbales, también en Amor intempestivo Reig suelta algún dardo contra la generación de escritores que precedió a la suya. “¿Qué te parecen los nuevos narradores, especialmente las nuevas narradoras, muchas de ellas latinoamericanas, cuya literatura pivota en torno a la violencia?”. “Yo respeto mucho a los jóvenes y los leo. Y eso es lo que yo le achaco a la generación anterior, que nunca se interesó por lo que hacíamos nosotros. Por otro lado, que la literatura gire en torno a la violencia y el mal es muy simple. Es lo que hace Stephen King. Hay que escribir contra uno mismo. Y me da la impresión de que hay mucha gente que escribe contra lo obvio. Hay que reconocer que la violencia también la tiene uno. Eso me desconcierta. Creo que hay escritoras muy buenas. Por ejemplo, Cristina Morales. Ha abierto líneas muy interesantes. Ya sé que soy un machista reconocido, con titulación (un machista no se ve nunca machista, remarca con ironía), pero me gustan más las escritoras menores de diez años que yo que los escritores. En estas escritoras veo mucho futuro para la literatura”.

La vida según Reig sería imposible sin la amistad. Algunos de esos amigos se forjaron en la universidad, como la que mantiene con el escritor Antonio Orejudo o con Eduardo Becerrera, ahora catedrático de Literatura en la misma universidad en la que estudiaron, la Autónoma de Madrid. “Es una cosa que no me gusta decir en público, pero te lo voy a decir. La amistad es un concepto masculino. Es entre hombres. Las mujeres no son amigas entre sí. La amistad se forja en las guerras, en situaciones de este tipo. Es un concepto que ha elaborado el imaginario masculino. Y las chicas tienen otra relación entre ellas que no es parecida a la amistad masculina. La amistad masculina me parece un logro cultural importante. Este tío es un imbécil, es verdad, pero es mi amigo. Por muchos motivos, eso no pasa con las mujeres, por supuesto que por el machismo, por la cultura imperante. Yo, como soy un hombre y machista, pues para mí los amigos con razón o sin ella. He disfrutado mucho de la amistad masculina”. “¿Y tienes amigas chicas?”. “No, a mí eso no me funciona con las mujeres”.

Una parte importante de la novela, de la “primera” vida de Reig, transcurre en Estados Unidos. Como lector, al terminar la carrera, junto a Antonio Orejudo, mientras otros amigos tomaban derroteros distintos. Luego como estudiante de posgrado y finalmente como profesor. “¿Qué te aportó la experiencia americana y qué supuso luego el regreso?”. “Fue como volver a una España de Galdós, de puchero y garbanzos. Hice una prueba cuando estaba en Nueva York. Antonio Orejudo y yo hicimos una revista, La perla de la UAM, una publicación estudiantil, y pedí unos ejemplares. A la semana siguiente estaban en mi despacho. Los medios que hay ahí son increíbles. Para mí aquello era el paraíso. Leí toda la literatura francesa en francés. Lo tenía todo a mi disposición. Lo pasé en grande. Es verdad que follé mucho, pero disfruté más leyendo. Entiendo muy bien que esas universidades son unas burbujas, pero en España ni siquiera hay esas burbujas. Aquí la universidad es una mierda. Si te vienes con un doctorado de EE UU no puedes entrar en la universidad española. No me convalidaron el título de doctor porque citaba novelas que no estaban en español”.

Luis Landero, García Hortelano, Claudio Rodríguez (sin cuya poesía dice Reig que él no sería el mismo) son algunos de los autores españoles actuales que tienen alma, la que él anda buscando para poder escribir esa obra maestra con la que sueña desde su juventud, como hicieron Dickens o Galdós. “Cuando uno encuentra un alma, puede hacer una obra maestra. Todavía no la he encontrado, pero dame tiempo, lo lograré. Hay que tener un alma grandísima, un corazón grandísimo, yo no puedo escribir como ellos, porque no tengo un alma tan grande”.

Tiene fama de ser un escritor que no se calla, que le gusta provocar. “No estoy de acuerdo nunca. Me gusta provocar, lo reconozco. Me gusta estar en contra. Yo soy de lo que dicen: ¿de qué se trata?, que me opongo. El sentido común es lo peor que hay. Cuando la gente sucumbe al sentido común está perdida. Hay que soliviantarse. Pero llevar la contraria me ha costado muy caro. Me han echado de todos los periódicos de España, el último de eldiario.es por ser crítico con Podemos. Tenemos al menos el derecho al pataleo”.

Y ya que hablamos de política, le pregunto por el momento actual. “Ayuso es un cuento fabuloso de Roberto Walsh sobre Evita Perón, Esa mujer. Es un títere, todo el mundo lo sabe. Todo el mundo sabe quién mueve los hilos, Aznar, la derechona. Me refiero a la derecha que no acepta no estar en el poder, que nunca se ha resignado a perder el poder y ese me parece el principal problema de la política española, que la derechona cree que tiene el poder por divinidad”. “¿Te sientes cómodo con el gobierno actual, de izquierdas?”. “No creo que sea de izquierdas, es más bien una coalición de conveniencia. Me siento más cómodo que si gobernaran los otros, claro, pero no es un gobierno de izquierdas. La izquierda tiene un problema fundamental, que le da vergüenza ser de izquierdas. ¿Por qué tenemos que disfrazarnos de socialdemócratas para tener un escaño? La política no solo se hace en el Parlamento, también en la calle. El problema es que no hay izquierda. ¿Para qué queremos estar en el Parlamento? Para nada, ¿para ocuparnos del juego? ¿Para eso estamos los comunistas? No lo veo”.

Luego, ya fuera de la entrevista, mientras él toma otro whisky y yo apuro mi cerveza, Reig saca el tema del vegetarianismo, de los animales, de la naturaleza. Dice que está en contra de lo natural, que para él lo importante es la cultura, la química. Pero ya sé que le gusta llevar la contraria y no entro al trapo. Se ha hecho de noche y la luz de la luna perfila La Bola del Mundo, la Maliciosa, el Risco del Pájaro. La naturaleza que le saluda todos los días y en la que habita. Es hora de coger el tren de regreso a Madrid.

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