Una ruta por la SOStenibilidad en 12 grandes cuadros del Thyssen

Jacob Isaacksz. van Ruisdael y Colaboradores (?). ‘Paisaje de invierno’. Foto: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

No podía faltar. Todo museo que quiera hoy día conectar con el público, y sobre todo con las nuevas generaciones, ha de presentar sus colecciones desde una perspectiva renovada, que plantee los retos de la actualidad y ayude a interpretarlos desde obras maestras de la pintura a lo largo de los siglos. Por eso, hoy nos detenemos en la ruta ‘Arte y sostenibilidad. Algunos retos sociales desde la Colección Thyssen-Bornemisza’, que puede realizarse tranquilamente a través de la web de este museo nacional. Un recorrido por 12 extraordinarios cuadros que nos ayudan a un acercamiento ecosocial distinto. Con pinturas desde Canaletto y Van Gogh a Schwitters y Sonia Delaunay.

El Thyssen ha preparado en su web diversos menús de recorridos temáticos, desde los dedicados al amor diverso, la gastronomía, la moda, el agua y la cultura del vino a los que invitan a viajar a través de lienzos de la colección a Nueva York o detenerse en los desnudos o en las habitaciones propias, interiores desde una perspectiva de género, con recorridos que seleccionan entre 10 y 20 obras para no resultar exhaustivos ni caer exhaustos.

El itinerario SOStenible que hoy nos ocupa está diseñado “para fomentar el pensamiento sostenible a través de la colección permanente del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid”. “A lo largo del recorrido, el/la visitante observará que la selección de obras se ha realizado basándose en criterios de experiencia estética que ponen en relación arte y desarrollo sostenible en términos de ecología, economía y sociedad”.

El recorrido –cronológico– comienza en 1663: Paisaje idílico con la huida a Egipto, de Claudio de Lorena, por ser ésteuno de los primeros pintores en la historia del arte que cultivó el paisaje como género autónomo”. “Si bien estas imágenes nos presentan una mirada idealizada y estetizada sobre la naturaleza, los paisajes de Lorena no dejan de inspirar hoy una relación armoniosa entre cultura y naturaleza, un encuentro que equivale a vivir en la naturaleza y no de ella, y que requiere de sociedades comprometidas con la protección del patrimonio cultural y con la preservación del medioambiente con el objetivo de frenar el cambio climático”.

Caspar David Friedrich. ‘Mañana de Pascua’. Foto: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Sobre la importancia del paisaje y una relación equilibrada con la naturaleza nos encontramos luego con Paisaje de Invierno (hacia 1670), de Jacob van Ruisdael, que incluye además una invitación a reflexionar sobre las fuentes de energía, pues el cuadro recoge un molino y un almacén de turba, y El lago George (hacia 1860), de John Frederick Kensett, que perteneció a la segunda generación de paisajistas de la Escuela del Río Hudson. “Será gracias a estos artistas, que presentaron el paisaje como valor colectivo de la nación (norte)americana, que el gobierno tomó medidas de conservación de los parajes naturales. Pocos años después de la ejecución de esta pintura, Estados Unidos declaró su primer parque nacional (Yellowstone, 1872), lo cual nos hace pensar en la relación estrecha entre dicha conciencia estética y el espíritu conservacionista respecto a unos ecosistemas cuya riqueza es única e irrepetible”.

Un paso más en la exaltación del paisaje y la necesidad de una naturaleza preservada para la salud integral del ser humano lo representa Caspar David Friedrich y su obra seleccionada: Mañana de Pascua (hacia 1828-1835). De ella se explica: “Frente a una relación de dominio y explotación sobre el medio natural, el romanticismo alemán mostró una actitud contemplativa del ser humano hacia la naturaleza. El paisaje se convirtió en el género romántico por excelencia. (…) Para Caspar David Friedrich el arte cumplía una función mediadora entre una naturaleza sobrecogedora y un ser humano que se siente al mismo tiempo superado y atraído por ella”.

Canaletto (Giovanni Antonio Canal)
‘El Gran Canal desde San Vío, Venecia’. Foto: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

En el sentido de sensibilizarnos sobre la importancia del agua y del crucial reto que supone la crisis climática, el Thyssen selecciona uno de sus maravillosos cuadros de Canaletto, El Gran Canal desde San Vío, Venecia (1723/1724), una de las ciudades más amenazadas en el planeta por el calentamiento global. También para que reflexionemos sobre el impacto del turismo de masas. Así dice la ficha de la ruta: “Junto al cambio climático, que ha producido un aumento del nivel del mar Adriático provocando el fenómeno del acqua alta con mayor frecuencia, la mala gestión de un turismo masivo y descontrolado está afectando negativamente a la conservación del patrimonio cultural y amenaza la sostenibilidad de un sector clave para su economía”.

Hay otro grupo de pinturas que muestran la nostalgia del artista por los modos de vida y los paisajes que se pierden con la industrialización y el rápido crecimiento de las ciudades y los polos de fábricas, con todo lo que eso implica. Ahí podemos situar a Vincent van Gogh y Los descargadores en Arlés (1888). “En esta pieza, Van Gogh capta las vibraciones de la luz del atardecer sobre el río y el esfuerzo de los descargadores de carbón en primer plano. Sigue interesándose por el mundo de las clases trabajadoras”. En los cuadros de su última etapa transmite una insistente melancolía y soledad frente a los entornos perdidos, desde los campos de cereales a los tejados tradicionales de las casas.

Algo parecido nos transmite André Derain en El puente de Waterloo (1906). “El desarrollo industrial y la consiguiente transformación de las ciudades van a producir en los artistas modernos el mismo grado de rechazo que de fascinación. Londres será uno de los modelos más seductores, apreciado por artistas como William Turner. El pintor francés sitúa visualmente al mismo nivel lo noble y lo industrial de la capital inglesa formando una sola silueta que separa los elementos naturales del paisaje: el cielo y el agua. No obstante, el sol enérgico de esta vista del puente de Waterloo proyecta sus potentes rayos sobre la ciudad, la deslumbra. Parece como si Derain hubiera querido pintar a la vez una visión esperanzadora y apocalíptica de Londres, de la ciudad moderna”.

‘Los descargadores en Arlés’, Vincent van Gogh © Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

El proceso creativo basado en la reutilización, el reciclaje y los materiales pobres o encontrados está representado en este itinerario por Kurt Schwitters y la obra Merzbild Kijkduin, un ensamblaje realizado en Holanda durante el tour dadá que realizó Schwitters junto a otros artistas en 1923. “De las orillas del mar Schwitters recoge la madera y los residuos arrastrados por las mareas. (…) Rescata casualmente y combina ordenadamente en sus piezas aquellos objetos que la sociedad (de consumo) ha desechado porque ya no sirven o porque ya han cumplido su función, reutilizándolas y dándoles una nueva existencia en la obra de arte. Este acto de rebeldía contra el modo tradicional de creación artística podría ser hoy interpretado como una forma de reciclaje. En lugar de crear de la nada, el artista dadaísta reutiliza y recicla materiales de desecho y los convierte en arte. Desde una perspectiva actual, la obra de Schwitters invita a reflexionar sobre la reducción del consumo y los ciclos de utilidad de los bienes materiales. Contra la filosofía del consumo lineal de usar y tirar, el artista recoge los residuos que han dejado de tener vida útil y los transforma en recursos, es decir, los productos son llevados de la cuna a la cuna como principio de la economía circular”.

Igualdad de género y de pueblos

Esa perspectiva ecosocial a través de la colección del Thyssen quedaría incompleta si no incluyera la parte social, desde una mirada que reclama derechos humanos, justicia e igualdad. Por un lado, con las mujeres; por otro, con todos los pueblos de la Tierra. Para desarrollar este concepto, el itinerario nos trae a Sonia Delaunay (Contrastes simultáneos) y Natalia Goncharova (El bosque), las dos obras del año 1913. Respecto a Sonia Delaunay, leemos: “La crítica de su tiempo nunca consideró a Sonia una artista completa, en oposición al notable reconocimiento artístico que obtuvo Robert (su marido), pues se juzgó que él hacía arte y ella, artesanía; supuestamente, él se dedicó a formular las teorías estéticas y ella a aplicarlas a las artes decorativas. No sería hasta 1987 cuando las producciones de ambos se asociaran en una importante exposición en el Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris. La figura de Sonia Delaunay encarna las dificultades que todavía hoy deben atravesar las mujeres para ser reconocidas como agentes clave en el desarrollo de nuestras sociedades. Para alcanzar el desarrollo sostenible, es fundamental y necesario que reconozcamos social, política y económicamente la labor oculta de las mujeres a lo largo de la historia”. Respecto a Natalia Goncharova, esto es parte de lo que dice la ficha: “La equiparación del arte y la artesanía fue un factor importante en el desarrollo de las vanguardias rusas y fue también determinante para alcanzar la consideración igualitaria de la producción masculina y femenina”.

‘Domingo después del sermón’. Romare Bearden. Foto: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

El espíritu igualitario que debe regir los destinos de todos los pueblos de la Tierra está representado a través de Mark Tobey y su obra Ritmos de la tierra (1961) y Romare Bearden, con Domingo después del sermón (1969). Tobey nos lleva a conciliar con las culturas asiáticas:Artista nómada y cosmopolita, Mark Tobey fue pionero en la abstracción estadounidense y en los estudios sobre la caligrafía y el dibujo a tinta orientales. Su escritura blanca es expresión de varias culturas visuales y su estilo pictórico, delicado y lineal, deriva tanto de la observación del natural como del automatismo surrealista y de la mística oriental, que le influyó desde su viaje a China y Japón en 1934. El estudio meditativo que Tobey hace de la naturaleza traspasa la tradicional contemplación occidental para penetrar en los ritmos biológicos. De forma metafórica, la universalidad de sus temas convierte el cuadro en la excusa perfecta para hablar de la urgencia de escuchar los ritmos de la tierra y respetar hoy los límites del planeta para garantizar la sostenibilidad (de las necesidades) de generaciones futuras”.

Por último, Romare Bearden nos traslada a tantos siglos de maltrato a los pueblos del Sur:La presencia en la colección del Museo Thyssen-Bornemisza de la obra de un artista afroamericano nos ofrece la oportunidad de hablar de la equidad social y del reconocimiento de otras culturas dentro del relato de la historia del arte occidental, siendo estos factores indispensables para el desarrollo sostenible”.

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