Tres maestros del buen cuento nos traen nuevos libros

Ernesto Calabuig. Foto: Facundo Pechervsky.

A raíz del Premio Nacional de las Letras que acaba de ser concedido a una maestra del relato corto, Cristina Fernández Cubas, nos detenemos en el Área de Descanso de este primer y ventoso domingo de noviembre en tres grandes autores de cuentos, que nos traen maravillas de libros en sus manos: Ernesto Calabuig con ‘Todo tan fugaz’, Eduardo Kahane con ‘El hombre del tiempo’ y Kim Ae-ran con ‘Afuera es verano’.

Cristina Fernádez Cubas, referente ineludible del cuento contemporáneo en español, ha recibido el Premio Nacional de las Letras. Aunque la autora barcelonesa también ha escrito novela, es quizás en el relato corto donde ha mostrado una mayor excelencia a la hora de contar historias en las que lo fantástico y lo real se fusionan de manera natural para mostrar las grietas y los recovecos de la vida. Ha sido una de las impulsoras del cuento en España, sobre todo el fantástico, y ese empeño ha dado sus frutos, porque el género, aun siendo minoritario, cuenta cada vez con más autores que lo frecuentan casi en exclusiva y, por supuesto, con lectores que disfrutan con un territorio narrativo menos comercial y más arriesgado que el de la novela.

Aunque de una tradición diferente a la de Fernández Cubas, heredero de una tradición realista a mitad de camino entre Chéjov y Thomas Bernhard, sigo muy de cerca el trabajo que viene haciendo en las últimas décadas el escritor madrileño Ernesto Calabuig. De Chéjov ha tomado la compasión y empatía por sus personajes. De Bernhard ese lado reflexivo y meditativo de su obra autobiográfica, esa capacidad de mirarse a sí mismo desde fuera.

Para suerte de sus lectores, Calabuig acaba de publicar un nuevo libro de cuentos, Todo tan fugaz, también editado en Tres Hermanas (a quien hay que agradecer su apuesta por la narrativa corta), como los dos anteriores volúmenes de relatos de una trilogía que aborda lo efímero del tiempo y la fragilidad de los humanos. La fragilidad en la que se centra Calabuig no es la que deriva de los grandes acontecimientos y guerras (por desgracia, estas semanas algunos contemplamos con horror y espanto la masacre de los palestinos en Gaza), sino la que se incrusta en nuestra vulnerabilidad en lo cotidiano.

Sus personajes son siempre antihéroes, humanos al albur y contingencia del paso de los días, de las pérdidas, las búsquedas o los reencuentros inesperados. “Sí, había una herida abierta después de todo, aunque él no hubiera querido reconocerlo hasta ahora cuando le preguntaban, una quiebra interior, de fondo, silenciosa, que no ha dejado de atormentarle y hacerle mella”, así comienza el relato Espiritista, uno de los mejores del libro, en el que Calabuig aborda la pérdida  y la memoria del padre, un tema que recorre una parte de su obra, y nuestra relación con los muertos. En este y en otros relatos Calabuig demuestra una habilidad inédita en el panorama cuentístico español: su capacidad para narrar pensando, o viceversa.

A partir de un hilo de pensamiento nos cuenta una historia que, en Todo tan fugaz, suele tener como protagonista a un escritor cincuentón (uno podría pensar en el propio autor) que ve pasar el tiempo, los años, con perplejidad y asombro. Hay a veces una sombra de decepción por lo no conseguido, pero a la vez una gratitud por lo vivido y lo que queda por vivir. Lejos de la estructura tradicional del cuento (con su planteamiento, nudo y desenlace), Calabuig posa la mirada en las esquinas de la vida para armar una reflexión sin un desenlace al uso o el manido mantra del imprescindible conflicto. “¿Pero cómo se relaciona uno con lo que un día fue?”, se pregunta el protagonista de Señales de este tiempo, un relato logradísimo que viene a ser como una reescritura de La Odisea en menos de diez páginas, la historia de un profesor de instituto que reflexiona sobre su vida mientras viaja en su vespa al trabajo.

Si el peso de estas historias que cierran la Trilogía de la fugacidad reside en un escritor y profesor que en buena medida puede ser casi un alter ego del autor, hay un relato de Todo tan fugaz que escapa, aunque solo indirectamente, a este criterio. Me refiero a El paso veloz de Katrin Krabbe, una corredora de la antigua RDA (República Democrática Alemana) que vio truncada su fulgurante carrera cuando dio positivo en un control de dopaje (la responsabilidad, como se demostró, ya demasiado tarde para la atleta, fue de su entrenador). Un relato que me ha recordado a la novela Correr, de Echenoz, quien cuenta la historia de otro atleta malogrado, Emil Zátopek, aunque por otros motivos.

También la memoria, el paso de los años y la mirada hacia el pasado hilvanan los cuentos de El hombre del tiempo (Olé Libros), del escritor uruguayo Eduardo Kahane, de quien había leído con placer su libro de poemas Los lugares y las sombras, publicado en la misma editorial. 26 historias cosmopolitas, como el autor, un hombre políglota y culto que se ha ganado el sustento como intérprete. ¿Qué es un escritor sino un intérprete de la vida? De la vida propia y de la vida ajena. “Cuando doblas, el secreto de un personaje no está en sus palabras, ni en los gestos, sino en la mirada”, escribe el narrador y protagonista de Dobles.

¿Y qué es lo que define a un autor sino su mirada? Hay tantas como escritores, dice  la citada Cristina Fernández Cubas, y la de Eduardo es honesta y compasiva con sus personajes. No los juzga, pero la vida que narran, pues la mayoría están escritos en primera persona, de alguna manera nos interpela también a los lectores. Otro de los méritos de este libro es la prosa rica y tersa de Eduardo, que nos va acompañando por los meandros de sus historias, a veces conmovedoras, otras situadas al borde de un precipicio, y crea atmósferas muy vívidas, que invitan al lector a entrar en ellas y a ser partícipe.

El libro está dividido en dos partes. En la primera, Interferencias de radio, que alude a esas ondas que nos llegan desde el pasado, las historias, a veces casi estampas, con un cierre inconcluso, se centran sobre todo en los años de formación, en la niñez en Montevideo, en esos acontecimientos que nos hacen crecer de pronto y ver el mundo de otra manera: el robo de una bicicleta, el primer deslumbramiento amoroso, la educación y la memoria en una familia judía o lo que supuso la llegada de la radio como centro de reunión. En la segunda parte, El hombre del tiempo, Eduardo se adentra en territorios a veces más hostiles, abismales incluso, propios de la edad adulta, en esas encrucijadas en las que te coloca la vida, ya sea en el amor, la defensa de unos ideales o en cómo mantener la esperanza cuando quiebran los sueños. Los temas que aborda Eduardo van desde la escritura en marcha del relato Un resplandor, la vida bohemia en París, el exilio y la emigración, las cruentas dictaduras del Cono Sur, la memoria del Holocausto, los celos en el amor, el terrorismo o la fragilidad del compromiso personal.

Y, dentro de otra geografía física, de otro idioma, pero con una misma raíz literaria, apunten el nombre de una autora que no conocía y tal vez ustedes tampoco, pero a quien deberían leer: la surcoreana Kim Ae-ram. He leído el entusiasmo de un descubrimiento Afuera es verano, publicado también en otro pequeño sello (Godall Ediciones), un libro a la vez asombroso y perturbador, en la mejor tradición del cuento chejoviano. Sin desmerecer el género, en absoluto, pues hay grandes maestros de quienes aún seguimos aprendiendo, como Poe, no soy muy asiduo a la historias de terror porque pienso que la realidad es ya en sí misma demasiado cruda para muchas personas, tienen el terror dentro, sin necesidad de recurrir a lo fantástico.

Es lo que le ocurre a los personajes de este libro, cuyo título, Afuera es verano, no corresponde con ninguno de los relatos largos que lo integran, pero que no podía ser más oportuno: afuera es verano porque dentro de los personajes que transitan por las siete historias del libro hace mucho frío, tanto que a veces nieva y se congela el corazón. La pérdida, el duelo, el fin del amor, la niñez truncada, la dureza de la vida cotidiana… Kim Ae-ran es muy conocida en su país y, según la nota de la editorial, su vida, como la de muchos compatriotas, quedó marcada por el accidente del ferri Sewol en 2014, en el que murieron 12 profesores y 230 estudiantes de Secundaria de un instituto cercano a Seúl. Su visión del mundo fue a partir de ese momento más sombría. Pero inmensamente humana, diría yo, por la capacidad que tiene la autora de convertir los pequeños detalles de la vida en dolorosas epifanías.

Sabemos que las solapas de los libros mienten bastante a menudo, pero en esta ocasión háganle caso a la contraportada de Afuera es verano. En sus historias encontramos el terror y la tensión de lo cotidiano que habitan en los cuentos Carver,  pero también los hilos de la memoria de Munro, en siete relatos largos que en sí mismos contienen siete novelas. Tiene la autora esa capacidad tan innata de los cuentistas norteamericanos (herederos de Chéjov) para mostrar en lugar de contar y para retratar a sus personajes con un par de líneas. “Ella era una mujer tan pulcra y ordenada como una toalla bien doblada”, escribe el narrador en tercera persona de Dohwa, la protagonista de Del otro lado.

También es Ae-ram una maestra con los diálogos:

“–Tú no irás a la universidad, ¿no?

Y Chanseong, que estaba tumbado en la cama tatareando la canción de unos dibujos animados que echaban en la televisión, respondió:

–¿Y eso qué es?

La abuela lo miró con tranquilidad y, fingiendo indiferencia, dijo:

–Pues eso digo yo”.

Esta conversación forma parte de Chanseong y Evan, tal vez el mejor cuento de un libro deslumbrante y doloroso a la vez. No se lo pierdan. La vida palpita en sus páginas, como en Todo tan fugaz y El hombre del tiempo.

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Comentarios

  • Tres maestros del buen cuento nos traen nuevos libros – de cuatro hojas

    Por Tres maestros del buen cuento nos traen nuevos libros – de cuatro hojas, el 03 diciembre 2023

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