Una señal sobre el umbral de rotura, el punto de no retorno para la humanidad

Foto: Pixabay.

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Esta semana celebramos el Día de la Tierra (el miércoles), por eso, en ‘El Asombrario’ vamos a publicar una serie de artículos que enmarcan la pandemia que estamos sufriendo dentro de nuestra relación con la Madre Tierra. Comenzamos con este texto que nos hace ver que conocemos la complejidad de la vida de la que formamos parte, pero nos seguimos comportando como inconscientes aprendices de brujo, alterando todo nuestro entorno, con soberbia e irresponsabilidad. Desconocemos cuándo pasaremos el umbral de rotura, el punto de no retorno para la Humanidad. Y esta pandemia podemos verla como una señal, un síntoma, la fiebre que nos avisa de nuestro comportamiento enfermizo frente al equilibrio del planeta, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad.

Esta pandemia nos ha encerrado. Confinados con la familia o solos pero, en cualquier caso, replegados en nosotros mismos. Con más tiempo para reflexionar y bajo continuo bombardeo informativo. Especialmente, por las redes sociales. Muchas informaciones son completa basura. Si conciernen a nuestra especialidad, detectamos a las pocas palabras la ausencia de base científica de las prédicas conspiranoicas, místicas o, simplemente, disparatadas. Consultad a vuestros amigos expertos en cada disciplina para aclarar vuestras dudas.

Pero también recibimos reflexiones y conexiones valiosas, que llaman la atención sobre las lecciones que deberíamos aprender de este auténtico drama que azota a toda la humanidad. Algunas de las consideraciones más interesantes tratan sobre la pandemia y el medioambiente. Especialmente, las relaciones, consecuencias y lecciones de nuestro comportamiento frente al cambio climático y la biodiversidad.

Permitidme comentar algo sobre este punto. La biodiversidad se está considerando como una suerte de caja que guarda riquezas y amenazas potenciales y cuya irreflexiva apertura (rotura de su integridad) puede desencadenar calamidades inesperadas (pandemias, entre otras). No son advertencias nuevas; hace más de 30 años que organizaciones como WWF y muchos científicos vienen advirtiendo que la apertura sin precauciones y la destrucción de bosques vírgenes, el comercio internacional de seres vivos o el cambio climático que desplaza ecosistemas y especies pueden traer consecuencias fatales para nuestra salud y economía.

Algunos autores opinan que el término biodiversidad se ha quedado desfasado, resulta inconcreto y se debe ser más precisos con los conceptos. Clásicamente, la biodiversidad viene definiéndose como el conjunto de las distintas especies, ecosistemas y variaciones genéticas dentro de cada especie. Pero, realmente, la mayoría de las personas, cuando piensan en biodiversidad, sólo imaginan el número de diferentes especies de seres vivos que habitan un territorio y, la verdad, sólo se nos ocurren especies grandes y vistosas.

A mí me preocupa aún más la concepción estática, como congelada, de la biodiversidad. El progreso de nuestro conocimiento no tiene más remedio que comenzar por el análisis y el conocimiento de las partes y los procesos simples. La panorámica amplia sólo llega tras muchos conocimientos parciales. Bien es cierto que la ecología investiga las relaciones, pero aún queda mucho por conocer y explicar. Cuanto más sabemos, más complejo aparece el cuadro amplio. No comprenderemos nuestra relación con la biodiversidad, con el mundo vivo, si no somos capaces de empezar a ver su funcionamiento de modo dinámico. Sería como querer conocer a fondo el argumento de un filme tan sólo con mirar unos pocos fotogramas fijos.

Los bosques (o nuestro progresivo conocimiento de su funcionamiento y sus secretos) constituyen un buen ejemplo de lo que, realmente, implica la biodiversidad, los sistemas vivos. Algunos autores de ciencia ficción, como la magnífica Ursula K. Leguin, imaginaron fantásticos planetas cubiertos por bosques inteligentes. Lo asombroso es que, a partir de la auténtica revolución en el conocimiento de los bosques iniciada en la década de los 70 del siglo pasado, hemos ido descubriendo que algo muy parecido ocurre en nuestro propio mundo. De pasada –sería materia para una distinta y larga reflexión–, aclarar que inteligencia y autoconsciencia son procesos distintos y de muy diferente origen.

La ‘inteligencia’ de los bosques adultos

Se ha demostrado que los árboles –y entre otros, lo ha contado, y muy bien, en sus libros el investigador italiano Stefano Mancuso, experto en neurobiología vegetal– en relación mutualista con los hongos del suelo y otras plantas, forman una red subterránea mediante la cual se intercambian información y materia. En la conexión intervienen árboles de diferentes especies. Entre otras funciones, a través de esta red, los árboles sostienen y aportan nutrientes a los individuos enfermos o que sufren otros tipos de estrés. Los árboles se comunican tanto mediante esta red como por la emisión de sustancias volátiles que transmiten mensajes por el aire, avisando de ataques de plagas y otros acontecimientos significativos. Por analogía con internet, casi como una broma, se le comenzó a llamar a esta estructura la Wood Wide Web (WWW) y ahora se ha popularizado el término.

Apenas se comienza a conocer esta extraordinaria comunidad en la que ocurren todo tipo de fenómenos sorprendentes como, por ejemplo, que los sistemas radicales de los árboles cuya parte aérea muere (enfermedad, tala, etc…) se integran en la red, en general por fusión directa (anastomósis) de las raíces, y son utilizados por otros árboles, incluso de diferente especie. A toda esta matriz básica, auténtica cuna de vida, hay que superponer además toda la fauna del bosque; a su vez, con ilimitadas relaciones de dependencia, tróficas, simbióticas, de comunicación, etc… con el estrato vegetal y entre ella.

A esta extrema y extraña complejidad aún ha de añadirse la dimensión tiempo. Para seres con vidas tan efímeras como las de los humanos, nos resulta muy difícil aprehender los dilatados periodos en que transcurren los bosques. Los procesos de sucesión (los itinerarios de maduración) de los bosques se miden en siglos y las vidas individuales de muchos árboles se cuentan en milenios. Se estima que el sistema radical (la porción aérea muere y se regenera una y otra vez) de la picea llamada Viejo Tjikko que crece en la montaña sueca tiene una edad superior a los 9.500 años. Por su parte, la evolución de los bosques requiere muchos millones de años.

Sistemas complejos e interconectados

Nuestro intelecto se enfrenta así a sistemas estructuralmente muy complejos y que cambian a lo largo de muy dilatados tiempos. Esta realidad difícilmente se pueden conocer a fondo sin tener en cuenta que estos cambios entrañan procesos entrelazados. Existe un nivel de red en los ecosistemas pero, a su vez, cada organismo individual se asocia íntimamente con muchos otros organismos microscópicos. Sin ir más lejos, una parte significativa de nuestro peso corporal está constituida por la miríada de microorganismos necesarios que nos colonizan desde la piel a los intestinos. Dependemos de ellos. Por sólo apuntar un hecho sorprendente, el correcto funcionamiento de nuestro cerebro está influido por el estado de nuestra flora intestinal. Pero aún existe un nivel más interior. Nuestras células (las de todos los organismos que poseemos células evolucionadas) provienen de la unión simbiótica de organismos diferentes. El caso más conocido es el de nuestras mitocondrias. Orgánulos citoplasmáticos que se encargan de la gestión de la energía intracelular y que proceden de la unión simbiótica con ancestrales seres independientes.

Debemos entender por tanto que, aunque estudiemos la evolución de líneas (los homínidos, los équidos…), sólo existe co-evolución. Por supuesto, algo mucho más difícil de aprehender. Toda esta complejidad cuatridimensional no es exclusiva de los bosques. Otros biomas ricos y estables (como los arrecifes de coral) seguramente tengan algún tipo de inteligencia estructural y todos los ecosistemas co-evolucionan de modos más o menos complicados.

Incluso a la escala de la corta existencia de nuestra especie, hace muy poco que empezamos a conocer las complicaciones de la vida de la que formamos parte. No obstante, nos seguimos comportando como inconscientes aprendices de brujo, entrando a saco, alterando todo nuestro entorno, sin prever las consecuencias. Esa matriz que nos contiene y que nos proporciona todos los mecanismos de soporte vital sin los que no sobreviviríamos, es la que estamos dañando sin saber su capacidad de resistencia. Desconocemos cuándo pasaremos el umbral de rotura, el punto de no retorno.

La rotura de los equilibrios

La pandemia que nos azota tiene su origen fundamental en la rotura de todos los equilibrios, en la falta de previsión y en modos de vida que desprecian las limitaciones naturales. Ese tan mentado principio de previsión que nunca llegamos a aplicar en su auténtica dimensión.

Resultaría antropomorfizante e ingenuo (casi animista) decir que la naturaleza nos está enviando una señal. Tan tonto como pensar que la silla que se rompe bajo nuestro sobrepeso nos está diciendo que debemos adelgazar. Lo que sí resulta cierto es que deberíamos tener la suficiente inteligencia para interpretar las señales, los indicadores o síntomas, que aparecen cuando las cosas van mal, cuando ponemos en riesgo nuestra propia vida.

Aborrezco ser un agorero sabihondo que dice a los demás lo que deben hacer. En su lugar, sólo quiero dejaros un par de ideas para reflexionar. Existen señales inequívocas (no sólo el virus desencadenado) de que las cosas no pintan bien para nuestra especie, que nuestras sociedades, economías y comportamientos no son sostenibles. Por otra parte, ha quedado demostrado que cuando la humanidad se pone de acuerdo (no ha sido suficiente para contemplar la inequidad) puede alterar de un día para otro su comportamiento hasta extremos inconcebibles.

Espero, realmente espero, que nuestros responsables y cada uno de nosotros aprendamos lecciones importantes de esta crisis. El futuro de la humanidad, de nuestros descendientes, depende de ello. Y todos, cada uno de nosotros, podemos influir en la senda a nuestro futuro común. No salgáis indemnes de esta prueba, no olvidéis todo en las primeras vacaciones. Todos tenemos nuestra parte de responsabilidad, no menos con nuestras opciones políticas.

Carlos González Vallecillo (Ceuta, 1944) es biólogo y comunicador conservacionista, miembro de APIA (Asociación de Periodistas de Información Ambiental). Formó parte del equipo de redacción de ‘Fauna’, de Félix Rodríguez de la Fuente y trabajó más de 20 años en WWF España, donde creó su departamento de comunicación.

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Comentarios

  • Margarita Perdomo Talavera

    Por Margarita Perdomo Talavera, el 21 abril 2020

    Me pregunto de donde sacan la energía, para pregonar en este «desierto», tratando de concienciar del peligro del mal hacer de esta civilización. Soy terriblemente pesimista y no creo que ésta pandemia haga reaccionar a las suficientes personas con poder decisorio.
    Si algo caracteriza a esta civilización es su soberbia, avaricia y estupidez, y todo ello en grado superlativo.

  • Carlos Arango

    Por Carlos Arango, el 22 abril 2020

    La mayor de la personas solo piensan. En qué esto pase parasa seguir con sus vidas normales, parece que inevitablemente vamos a seguir por el mismo camino de destruir todo

  • Alberto

    Por Alberto, el 22 abril 2020

    Estoy completamente de acuerdo, hay mucha gente inconsciente que no ve lo evidente

  • Juan josé

    Por Juan josé, el 22 abril 2020

    Pues que la fé sea tambien superlativa, asi que tengamos bastante de ella y hagamos que trascienda este mensaje

  • A G O

    Por A G O, el 23 abril 2020

    No nos han educado ..ni nos han hecho caer en cuenta que nuestras vidas dependen de otras vidas .bonito sería que callesemos en cuenta que nuestras vidas dependen de una hoja y que nuestra sangre es verde…..

  • Graciela Garolfi Orrego. I

    Por Graciela Garolfi Orrego. I, el 23 abril 2020

    Hola, buen día,, Yo quiero ser optimista, he sido testigo de casos en que todo parecía perdido, pero contra pronóstico, las personas hemos actuado de forma madura en genera,,,,,.Creo sinceramente que el secreto es actuar cada uno sobre su conducta,,es decir sobre nosotros mismos,,,sin esperar de gobiernos, o, del vecino,,porque llegando a una masa crítica,,todo cambia,,y sino fuera posible este cambio, nos quedaría la conciencia tranquila de haber hecho todo lo posible,,,un saludo

  • cristhian patricio chavez

    Por cristhian patricio chavez, el 23 abril 2020

    Solo nos queda multiplicar ojalá a millones de personas esta información y CONVENCERNOS DE UNA VEZ QUE HAY QUE CONSUMIR Y GASTAR MENOS RECURSOS PARA VIVIR.

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