Una maleta llena de buenas historias para agosto
De los diversos instrumentos humanos, el más asombroso es, sin duda, el libro, escribió Borges. Ese asombro no debe faltar por tanto en las vacaciones (quien las tenga, claro) y por eso me gustaría recomendar la lectura de varios libros de narrativa a los que no he podido dedicar el espacio que se merecían en esta ‘Área de Descanso’ y que, de alguna manera, rescato ahora, con especial atención a los autores en castellano. De Luis Landero a Almudena Sánchez. De Pepe Cervera a Julia Armfield. De Bárbara Blasco a Gonzalo Calcedo. Os queremos llenar las maletas de buenas historias.
Queda claro, pues, o eso espero, que no se trata de una de esas listas que tanto abundan en los suplementos culturales y que aportan bien poco a este oficio tan placentero que es leer. Aunque ahora se celebran los Juegos Olímpicos y estamos todos muy pendientes de las medallas, no creo en una literatura de rankings ni de subidas al podio, pues todo lo que sube en un año puede bajar al siguiente. Muchos lectores se sorprenderían de cuáles eran los autores más famosos hace un siglo, por ejemplo. El orden de la cita no tiene la menor importancia como tampoco los géneros, pues una de las corrientes más interesantes de la literatura de hoy se juega en ese terreno híbrido o anfibio donde uno no sabe del todo qué está leyendo, si una novela, un libro de cuentos o un ensayo, pongamos por caso.
He disfrutado mucho con El síndrome de Diógenes (Fundación José Manuel Lara), de Juan Ramón Santos. El humor es uno de los rasgos más sobresalientes en la obra de este escritor extremeño. Y en esta novela breve lo ha depurado aún más para contarnos una historia de nuestro tiempo a partir de los cínicos y su manera de rebelarse frente a la sociedad, que tanto nos encorseta y castra a veces. Que se lo digan, si no, al narrador de Eco (Candaya), de Carlos Frontera, una novela que es un grito desgarrador sobre la memoria y la condición humana. Las palabras aparecen como las únicas capaces de restañar las heridas que siempre se abren en la infancia. Una de las heridas que más nos laceran es el paso de los años como una acumulación de ausencias y de fracasos.
De todo eso, de la soledad y del miedo que se instala en nosotros, nos habla Rosa Huertas en su última novela, El tiempo que nos robaron (Tres Hermanas). La voz narrativa, una estructura minuciosa y original y una historia en la que el lector cuenta son algunos de los muchos aciertos de Centroeuropa (Galaxia Gutenberg), de Vicente Luis Mora.
En Dicen los síntomas (Tusquets), Bárbara Blasco disecciona la enfermedad y las relaciones familiares con un comienzo que no se anda por las ramas y que tira del lector hasta el final de la novela. En Los llanos (Anagrama), Federico Falco indaga en torno a la identidad, al paisaje y nuestra relación con una naturaleza que a veces puede ser dura e inhóspita. La búsqueda de la identidad recorre también las páginas de La deseada (Impedimenta), de Maryse Condé, pero esta vez desde la perspectiva de tres generaciones de mujeres caribeñas en una colonia francesa, y en un mundo atravesado por la violencia.
Los claroscuros del amor, el sexo, el erotismo y las relaciones recorren Cien noches (Anagrama), la última novela de Luisgé Martín, una obra perturbadora que interroga al lector sobre la veracidad de sus propios deseos y certezas. El amor y los deseos son el hilo conductor que mueve Un amor en Burkina (Ediciones del Genal), de Alberto Llamas, una novela de viaje en la que, como siempre, el propio viaje acaba modificando la visión del mundo que tiene el protagonista, Daniel Alarcón, un joven periodista con el encargo de investigar la desaparición de un pintor en África.
Me alegra que el mundo del trabajo tenga su sitio en la literatura que se escribe hoy. Por si alguien no lo sabía, siento decirle que las clases sociales existen y que el turbocapitalismo nos está metiendo de lleno en el feudalismo. Una de las consecuencias de esta pérdida de conciencia de clase es el individualismo y el arréglatelas por ti mismo, aunque todos sabemos que los grandes cambios vienen de la solidaridad colectiva. Algo de esto es lo que plantean Txani Rodríguez en Los últimos románticos (Seis Barral) y Joseph Ponthus en Desde la línea (Siruela). Esta última emparentada con Vida económica de Tomi Sánchez (La navaja suiza), de Javier Sáez Ibarra y de la que ya hablamos en El Asombrario.
Para comprender el presente hay que adentrarse en el pasado, como hace Tristam Vedder, el protagonista de Fiume (Pre-Textos), novela en la que Fernando Clemot se adentra en los orígenes del totalitarismo y en la controvertida figura del novelista Gabriele D´Annunzio, nombre clave de las letras italianas de principios del siglo XX. También hay un regreso al pasado, en este caso a la infancia, en El diablo tras el jardín (Pre-Textos), en la que Ginés Cutillas rinde un homenaje al barrio en el que nació, El Cabanyal (Valencia). En Poeta en Madrid (Huso editorial), Justo Sotelo nos trae una novela culta e inteligente en torno a la figura de Gabriel Relham, un escritor ficticio. Con una original estructura narrativa, esta obra le sirve a Sotelo para reflexionar sobre el papel de la cultura en nuestras vidas.
Los clásicos nunca defraudan, como El hombre que llegó a ser rey, de Rudyard Kipling, con prólogo de Eduardo Martínez de Pisón, que edita ahora con primor la editorial Fórcola. En Remake (Aristas Martínez), Bruno Galindo nos divierte con una historia que indaga en el papel del arte en nuestras vidas, un juego sobre el original, la copia y la cultura de la imagen.
Dentro del ensayo literario o la novela de no ficción, tanto monta monta tanto en este territorio híbrido tan fértil, es maravillosa la edición que ha hecho Literatura Random House de El año del pensamiento mágico, de Joan Didion, un libro fundamental de la literatura contemporánea en la que la autora norteamericana reflexiona sobre el duelo, la muerte, la enfermedad y la vida. La mirada de Paula Bonet, con sus ilustraciones, enriquece y amplía esta lectura necesaria. Necesaria y exquisita es también la edición de Cuaderno de últimas voces (Papel continuo), en el que el escritor José Luis Gutiérrez y la ilustradora Leticia Ruiférnandez recuperan la memoria de los habitantes de la Raya, esa frontera entre España y Portugal que tanto inspiró al gran Miguel Torga en Cuentos de la montaña. El prólogo es de Julio Llamazares, a quien el confinamiento inesperado en un pequeño pueblo extremeño en 2020 le sirvió para redescubrir el paisaje, la lentitud y los ritmos de la naturaleza. Nos lo cuenta con asombrosa plasticidad en Primavera extremeña (Alfaguara), con ilustraciones de Konrad Laudenbacher.
El mundo rural está muy presente en El huerto de Emerson (Tusquets), de Luis Landero, un relato autobiográfico estructurado en estampas y escrito con la sabiduría, la ternura y la belleza marca de la casa del autor extremeño. Memoria, autobiografía, periodismo, se dan cita en Los hijos del carbón (Alfaguara), de Noemí Sabugal, en la que la escritora leonesa nos habla del fin de una época, con una mirada tierna, afilada y documentada hacia una forma de vivir y de entender el mundo atravesado por la dureza de un trabajo que nunca estará bien pagado, bajar a una mina, pero en el que se respiraba una solidaridad de clase que se ha perdido. También se adentra en la narración autobiográfica Almudena Sánchez en Fármaco (Literatura Random House). La escritora mallorquina se sirve de la literatura y de la química para superar una depresión y en esta obra nos relata su particular bajada a los infiernos. En La piel (Alfaguara) Sergio del Molino (acaba de publicar Contra la España vacía , en la misma editorial) sabe caminar de lo particular a lo universal, de lo superficial a lo profundo en un relato que toma como punto de partida una enfermedad cutánea que padece el propio autor para explorar temas universales como el racismo o el clasismo. El escritor Tahar Ben Jelloun revisa la figura icónica del autor de Santa María de las Flores en Jean Genet, mentiroso sublime (Huerga y Fierro) a partir de su relación con el mítico autor francés, referencia ineludible de una época en la que brillaban Sartre, Derrida o Cocteau.
Si pasamos al género grande de la narrativa, el relato corto, vale la pena adentrarse en los siete cuentos de Azufre (Tres Hermanas), de Pepe Cervera, donde el autor valenciano demuestra de nuevo su talento para el género breve con historias que nos hablan de las aristas que nos hacen frágiles, de las relaciones familiares, sobre todo entre padres e hijos, con un soberbio relato, Azufre, que da título al libro y en el que recrea la vida de Chet Baker. Reino de Cordelia ha reeditado Astrolabio, de Ángel Olgoso, una colección de cuentos próximos a la poesía y la narrativa barroca. Volar a casa (Páginas de Espuma), de Daniel Monedero, es un libro de relatos chispeante y divertido sobre cómo escribir buenos cuentos, con personajes un tanto desnortados en busca de una identidad que no siempre encuentran. El maestro Gonzalo Calcedo nos trae en Necios y ridículos (Sloper) siete historias en torno a la vida cotidiana. El autor palentino logra, una vez más, que esa vida anodina y sin brillo remonte el vuelo gracias a la alta literatura, la que no precisa de grandes artificios para hablarnos de lo que somos, de lo que se esconde detrás de la verdad literaria.
También hablan de la vida cotidiana, aunque con un atisbo de rebeldía y a la vez de desencanto, los cuentos de El agua del buitre (Baile del sol), de Andrés Ortiz Tafur. En esta lucha cotidiana se mueven los personajes de Quince llamadas perdidas (Algaida), de Rubén Abella, enredados en una tela de araña que habrán de romper para encontrar un punto de luz que guíe sus vidas, a veces grises y casi siempre desamparadas.
Me ha sorprendido por su madurez estilística y su versatilidad el debut literario de Julia Armfield en El gran despertar (Sigilo), una colección de cuentos que transitan en algo que la prensa cultural ha definido como el realismo mágico feminista, pero que van mucho más allá de una etiqueta. Mujeres que han de convivir con la extrañeza, con cuerpos en los que no se reconocen, con la soledad, la maternidad o las relaciones fallidas. Historias que transitan entre lo real y lo misterioso, lo bello y lo terrible, como la vida misma.
La memoria y su contrapunto, el olvido, el mundo rural y el urbano, tejen las historias de Donde termina la lluvia (Editorial Nazarí), de Juantxo Bohigues. En esta misma línea podemos ubicar las historias de Relatos monocromáticos (Olé Libros), de María Jesús Mena, una realidad vista con consciencia social. La editorial Adeshoras publica La vida anticipada, de Francisco Javier Guerrero, cuentos inteligentes que más que responder a las inquietudes de sus personajes nos dejan siempre una pregunta en el aire. El té sirve de hilo narrativo a Pamy Rojas en Con té (El ojo de la Cultura), un libro de cuentos que bien podría leerse como una novela coral en torno al amor, el deseo, las relaciones personales o la vida en un mundo contaminado y amenazado por el cambio climático. Los 21 relatos de La música de las esferas (Fórcola), de José Luis Tellez, fusionan la literatura con la música, historias en las que se entrecruzan las obras de Cortázar o Borges con la de Wagner o Strauss.
La pandemia ha traído alguna cosa buena, pocas, pero una de ellas ha sido la literatura escrita a raíz del confinamiento, como los cuentos que se recogen en Decamerón Veinte, publicado por el Taller de Clara Obligado, en edición de Camila Paz. Precisamente los cuentos de algunos escritores del Taller nos acompañarán como cada año en la serie de Relatos de Verano de ‘El Asombrario’, una original iniciativa de esta revista que en esta edición ha querido que imaginemos el futuro pospandémico.
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