¿Verdearse la derecha?, misión casi imposible

Isabel Díaz Ayuso, cuya medida estrella contra el cambio climático fue prometer que cada balcón madrileño tendría una maceta, retratada en un grafitti del artista Primobanksy. Foto: Instagram.

Ser verde (ecológico), o medio verde, parece que cotiza algo en la vida corriente. Hasta se ve en los envases de los detergentes. Al tiempo suena bien en los partidos políticos, la derecha incluida. ¡Quién lo iba a decir hace unos pocos años! Quizás el interés ecológico –que no ecologista- no sea del todo cierto. Veremos si esas nuevas posturas solo adornan los ropajes políticos para captar algo.

En España, también en otros países europeos, basta fijarse en la interpretación que hacen del medioambiente los partidos llamados conservadores, liberales o los de la extrema derecha. Ambos conjuntos son mayoritariamente devotos de las costumbres tradicionales. Se mueven entre el negacionismo de las crisis ambientales y el retardismo. Pero lo cierto es que la ciudadanía les confía su voto. ¿Por qué?

Hay un error de base en la percepción de las políticas públicas medioambientales: si no me dejan hacer lo que quiero, son restrictivas; por tanto, no las voto. El complejo cambio climático puede servirnos para analizar la cuestión. De entrada, apenas se aprecia su gravedad por los votantes de derechas. Podemos decir que sí ven su incidencia en una variable concreta (una inundación ocasional o una sequía permanente), pero no en el todo. Aquí está otra de las razones de la mala percepción: no se perciben las interacciones del sistema. Por eso no es de extrañar que no se acepte la implicación personal en la generación o solución a ese problema. Lo individual y lo colectivo no congenian ante un asunto global.

Imaginemos por un momento que los votantes de derechas admiten la existencia del cambio climático, que no crisis. En este caso, resolverlo no será una urgente prioridad, sino una acción dilatada en el tiempo. Se dice que para hacer las cosas bien, que las transiciones –palabra anatema– urgentes solo pueden conducirnos al caos. Es un argumento que hemos escuchado en amigos no convencidos del mal climático. Por eso, defienden que las políticas públicas prioricen otro medioambiente. Digamos aséptico y no ligado a las personas. Les parece coherente que el medioambiente y sus problemas queden supeditados a la economía de mercado y la competitividad empresarial. Aseguran que todo lo medioambiental se arregla con políticas que promuevan riqueza para conseguir un desarrollo sostenible –en sí mismo un oxímoron, por lo visto hasta ahora–.

Demasiada gente conservadora no ve que la vida exige aprehender la ecosociedad (justicia social y respeto medioambiental) de la que todos formamos parte. Además, la izquierda asumió ciertos postulados ecologistas. Eso convierte a sus defensores en enemigos políticos.

Gestionar las actuaciones humanas frente el cambio climático, sus políticas para aminorarlo, no debe ser entendido como un debe. Reordenar determinadas actuaciones que aumentan el problema no es ser restrictivos, sino propositivos de un mejor presente y buscadores de una seguridad del futuro. Esa transición mental es un haber permanente si logra generar compromiso. La falta de convencimiento es notoria en las derechas, pero no exclusiva, si nos atenemos a actuaciones autonómicas del espectro progresista. Se postula que casi todo tiene una solución tecnológica, mayoritaria en las derechas, porque apenas supone restricciones. ¿Dónde queda el regulador ecosocial?

Así pues, prevalece un odio permanente que los votantes de la derecha sienten contra todo que esté cercano a posiciones ecologistas. Por más que la iniciativa sea coherente y apoyada en la investigación científica. Un ejemplo es la relación entre la contaminación del aire de la ciudad y la salud. Incuestionable para el ISGlobal o el Instituto Carlos III, centros que son referencia mundial. Aun así, la derecha tardará en ver que las limitaciones de tránsito en centros urbanos son imprescindibles para mejorar la salud. ¿Cómo interpretar la anulación de zonas sin circulación rodada o la supresión de carriles bici que ya han asumido ciertos ayuntamientos?

Habrá que convencer a toda la ciudadanía de que el cambio climático que los ecologistas nos han mostrado no es un barrunto. Es resultado de muchos factores, entre ellos la inacción de los poderes políticos y empresariales. También de una ciudanía sin información y demasiado escorada al individualismo.

Por todo lo anterior, busquemos una transición desde un medioambiente en exceso antropizado a la ambientalización comprometida del pensamiento, hacia un sistema socionatural complejo y cambiante. Solo esto se merece la etiqueta verde (socioecológica).

Carmelo Marcén Albero es maestro y doctor en Geografía. Tras su jubilación, escribe sobre los pulsos de la vida ecosocial en www.ecosdeceltiberia.es y en el blog La Cima 2030 de 20minutos.es. Reflexiona sobre educación ambiental en Ecoescuela abierta de El Diario de la Educación.  

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