Argentina (I): Breve memoria escrita de la dictadura
Con la visita del presidente argentino Mauricio Macri a España, el autor comienza una serie de dos artículos dedicados al país austral, donde vivió un par de años, entre 2006 y 2008. Hoy recuerda la dictadura de Videla y algunos de los libros (novelas y crónicas) que mejor contaron el golpe, la represión y el triste epílogo de las Malvinas. El segundo (en dos semanas) estará dedicado a los años de Menem y los atentados contra la embajada israelí y la AMIA.
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Mis dos años en Argentina coincidieron con el final del mandato de Néstor Kirchner y el comienzo del primero de Cristina. Los argentinos se quejaban entonces de la inflación y se lamentaban de los excesos gestuales peronistas, ejemplificados en la hipertrofia del sindicato CGT, una de cuyas sedes gremiales visité en Avenida 25 de Mayo sin poder creer que aquel edificio moderno, lleno de gente con aspecto de ejecutivo y sueldos astronómicos, fuera una central de trabajadores de la hostelería. En general, había sintonía con el Gobierno. La economía crecía después de años de crisis atroz y, aun con picos preocupantes de inseguridad, había cierta estabilidad social.
Lo que sí enardecía por igual a mis amigos y conocidos –que en conjunto hacían una muestra más o menos representativa– era el debate en torno a la última dictadura militar, la de Videla y la Guerra de las Malvinas. Casi todos defendían la necesidad de juzgar a los responsables de las 30.000 desapariciones que hubo durante el proceso que los militares, siniestramente, bautizaron como ‘Reorganización nacional’. El cambio de paradigma producido por la crisis (del Menemismo neoliberal al nacionalismo peronista de los Kirchner) pareció abrir los ojos a una sociedad aletargada por el espejismo de la paridad peso-dólar de la década de 1990. Me sorprendía la contrición de algunos conocidos cuando relataban arrepentidos sus viajes a Miami sin miramiento por los gastos. Ni siquiera gran parte de la élite que alentó el golpe en 1976 y que sostuvo la dictadura hasta principios de 1980 dejaba de culpar de los males económicos recientes al modelo económico instaurado por el ministro de Economía de los militares, José Alfredo Martínez de la Hoz, alumno aventajado de los Chicago Boys de Milton Friedman.
Tierra de escritores
Argentina es fecunda en buenos escritores, y ha producido una ingente cantidad de libros sobre el golpe, la dictadura y la represión (y, también, de la vuelta de la democracia con Alfonsín). Hablamos del país de los psicoanalistas, y esa actitud de autointerrogación permanente se ha trasladado a los anaqueles de las librerías, tan admirables en Argentina. No sólo con obras nuevas (los libros del historiador Felipe Pigna eran auténticos best-sellers), sino también con reediciones de clásicos que retrataron la sangrienta vuelta de Perón en 1973 desde su exilio en Madrid; el nefasto Gobierno de su viuda, Isabelita, apoyada por el oscuro y esotérico López Rega; el auge de las guerrillas como el ERP o los Montoneros; el golpe de 1976, la represión y las torturas en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA); el robo de bebés a las familias sospechosas de no comulgar con la Junta para entregárselos a familias de militares y policías; y, finalmente, el triste epílogo de la Guerra de las Malvinas.
Quizá convenga aclarar un equívoco antes de continuar. Se achaca recurrentemente a Borges su supuesto apoyo a la dictadura. Borges era antiperonista, y saludó con entusiasmo la conocida como Revolución libertadora que en 1955 acabó con los primeros Gobiernos del general. No hay que olvidar que, a su llegada al poder, Perón destituyó a Borges de su puesto como bibliotecario y fue nombrado ‘Inspector de mercados de aves de corral’. El escritor consideraba a Perón un dictador y a su gobierno una dictadura. “Combatir estas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor”, dijo sobre el fomento de la estupidez, algo que consideraba signo distintivo de los gobiernos autoritarios. Lamentablemente, su conocida afirmación sobre la democracia como abuso de la estadística opacó una actitud hostil hacia el régimen militar, al que se oponía y al que criticó la invasión de las Malvinas. Además, Borges fue un personaje público preocupado por los desaparecidos.
Sobre quien no hay equívocos es sobre Rodolfo Walsh, escritor y periodista, miembro de la guerrilla peronista (el peronismo tiene mil caras) Montoneros. Fue asesinado en 1977 tras haber escrito y repartido su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. En ella, Walsh ponía negro sobre blanco lo que estaba ocurriendo: asesinatos, torturas, detenciones, censura. Su propia hija estaba desaparecida. Además de autor de novelas negras, Walsh fue un avezado reportero, un gran periodista narrativo, y sus investigaciones marcaron un estilo. Fue el caso de sus loados Operación Masacre (1958) y Quién mató a Rosendo (1969). En el primero investigaba y narraba los fusilamientos a los que habían sometido los militares de la mencionada Revolución Libertadora a los cabecillas de un intento de golpe de Estado militar de tendencia izquierdista. El segundo, sobre el asesinato de Rosendo García, un obrero del sindicato metalúrgico, cuya trama retrata un país.
Los días previos al golpe de Estado y los primeros meses de la dictadura fueron magistralmente narrados por el periodista angloamericano Andrew Graham-Yooll, director entonces del Buenos Aires Herald. Sus crónicas fueron reunidas en Memoria del Miedo (Libros del Asteroide), del que hemos hablado aquí. De las ruedas de prensa clandestinas de la guerrilla hasta las amenazas que sufrió por parte de los grupos de extrema derecha afines al Gobierno por haberlas cubierto, de la muerte y desaparición de amigos y conocidos da buena cuenta Graham-Yooll en su libro.
Situaciones inverosímiles
Como botón de muestra de la atmósfera de delirio que sacudió al país, baste leer lo relatado en el capítulo El archivo fotográfico del libro mencionado. Un fotógrafo de una revista de izquierda es secuestrado por un grupo de extrema derecha que se dirige a Ezeiza a ejecutarlo, aunque antes deciden pasar por la revista para cerciorarse de que los descargos que sobre su trabajo hace el fotógrafo son ciertos. Finalmente deciden liberarlo, no sin la preceptiva dosis de humillación. No obstante, el fotógrafo recibe meses después una carta en su casa de parte de uno de sus secuestradores, que le pide disculpas por el malentendido y lo invita a él y a su familia a cenar en un restaurante que acaba de abrir. Al llegar es recibido como se hace con un viejo amigo. El jefe de los secuestradores es el dueño y sus esbirros los camareros. Y él come tranquilamente como si estuviera en el bar de su mejor amigo. Dijo Graham Green sobre Memoria del miedo: “Todos hemos conocido momentos de terror, pero nunca he leído un libro que transmita de tal forma lo que es vivir en un estado de terror permanente”. Coincido con él.
Uno de los episodios más tristes y vergonzosos de la dictadura fue el del robo de bebés a madres y padres acusados de simpatizar con la subversión. Encontrar hijos y nietos fue la razón por la que fueron creados los movimientos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. La periodista Graciela Mochkofsky escribió hace unos años un libro que trataba el asunto desde un prisma que tiene repercusiones en la Argentina actual. En Pecado original, la periodista disecciona las relaciones de poder entre los Kirchner y el grupo mediático más poderoso del país, Clarín, cuya presidenta ha sido acusada de haber adoptado a sus dos hijos sabiendo que fueron robados a sus padres en las cárceles. Los hijos sirvieron de pretexto para una dura lucha de poder en Argentina hace pocos años.
La penitencia de las Malvinas
La invasión de las Malvinas fue el último estertor de una dictadura agonizante. Precisamente porque el país se le iba de las manos con sus reclamos de democracia y derechos humanos (en respuesta a los organismos internacionales que denunciaban sus violaciones, los militares afirmaban ufanos que los argentinos eran “derechos y humanos”), la Junta decidió la invasión en 1982, recurriendo al clásico axioma que dice que un enemigo externo une a la comunidad. La derrota fue estrepitosa, y las consecuencias aún se viven en formas de suicidios silenciados, pues son muy pocos los sectores sociales que se atreven a hablar mal de alguna acción que fue pensada para recuperar las islas. “El silencio es salud”, me contaba una buena amiga que escuchaba en la radio. “Pero, ¿cómo que perdimos si íbamos ganando todas las batallas?”, me dice que preguntó, sin ironía alguna, a varios compañeros de facultad al enterarse de la derrota.
Quien escribió un relato capital sobre la invasión fue el escritor Rodolfo Fogwill. Los Pichiciegos (publicada en 1983 y reeditada hace pocos años por Periférica) narra la historia de un grupo de soldados en la isla que deserta y se oculta en un refugio. Allí establecen normas de supervivencia en un ambiente opresivo y desesperanzado en el que tan sólo esperan que acabe la guerra, en un sentido o en otro, para poder salir de allí y volver a casa. Para el Ejército y el Gobierno no existen, son desaparecidos en combate.
Sobre el movimiento guerrillero merece la pena leer uno de los clásicos del reporterismo argentino, aunque la historia que narra sea previa al golpe. En La pasión según Trelew (Alfaguara) el escritor Tomás Eloy Martínez (uno de los grandes exégetas del peronismo a través de sus novelas) reconstruye e investiga el asesinato en la ciudad de Trelew de 16 guerrilleros a manos de sus carceleros en 1972. Eloy Martínez encontró una ciudad levantada, en estado de vigilia y que se había movilizado para exigir la libertad de los detenidos. Un clásico del periodismo.
Argentina es, también, uno de los países que mejor y más se ríe de sí mismo. Es cuna de Les Luthiers, uno de los grandes grupos humorísticos. Han parodiado con frecuencia la dictadura argentina, y en general el caudillismo latinoamericano. Imprescindible, para terminar, la introducción de este trasunto de Videla en uno de sus números más divertidos.