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‘La vida es buena si no te rindes’ o las razones del misántropo

Por Antonio García Maldonado, el 2 de noviembre de 2017, en cine comic General libros literatura periodismo

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Viñeta de ‘La vida es buena si no te rindes’.

El autor comenta su afición tardía pero incondicional al cómic, que se produjo tras una crisis personal de la que salió con ayuda de sus amigos, que le sugirieron el hábito. Comenta el recientemente aparecido en español ‘La vida es buena si no te rindes’, mítico cómic del canadiense Seth, aunque su texto es, sobre todo, una revindicación del género. Y de la amistad. 

***

A mis amigos y hermanos de la Catacumba

Me aficioné a leer cómics pasados los 30. Se supone que es un hábito de infancia que se mantiene y crece en la madurez, pero en mi caso no fue así. Hace pocos años, una crisis profesional que se transformó en una bomba de racimo personal, familiar y sentimental me hizo imposible mantener la concentración en mis lecturas habituales. Sin embargo, la necesidad del hábito rutinario seguía ahí. Ir a librerías, buscar algo en los estantes de mi casa o la de mis amigos. Escogía un libro, lo abría y los párrafos eran losas, ladrillos sin encalar que se me caían encima. Empezaba a leer y no recordaba, retrocedía en la lectura, volvía a intentarlo, y nada.

Guardaba en casa los cómics de la saga de Pepo Pérez, de mi grupo más cercano de amigos en Málaga. Hace años que comenzó su saga El vecino (Astiberri) y yo lo había leído con interés pero sin entusiasmo. Tenía problemas y prejuicios con los cómics en general. Otro amigo de Málaga, Pablo Ríos, había publicado Azul y pálido (Entrecomics), y tuve la misma sensación: algo me impedía disfrutarlos como a otros amigos del grupo. Y mi situación de entonces me hizo derribar esa inercia nociva. No me gustan los refranes en general (esa costumbre del pensamiento perezoso), pero quizá aquí funcione lo de que “no hay mal que por bien no venga”.

Uno de estos amigos me sugirió que probara con los cómics que ya tenía. Se mantendría el hábito que me reordenaría la vida, sin la exigencia de un texto puro y duro. No es que el cómic sea literatura menor, pero los rigores de la concentración son otros. Más amables. Lo hice, y funcionó. Releí a Pepo y a Pablo con más entusiasmo, y compré algunos clásicos recientes de Guy Delisle, Paco Roca o Jason Lutes, entre otros. Los amigos me regalaron en el último cumpleaños Maus, de Art Spiegelman, que he releído varias veces desde el pasado marzo. Tras unos meses, pude volver a las lecturas que frecuentaba antes (generalmente ensayo y biografía), pero ya no abandoné los cómics.

Salvarte de ti mismo

Estas semanas he leído dos, ambos magníficos: Los surcos del azar, que ya comenté aquí en la entrada anterior, y La vida es buena si no te rindes, un clásico de los noventa del canadiense Seth que ahora publica Salamandra en España. En el primer capítulo hay una memorable escena en la que el protagonista (alter ego del autor) habla con un amigo durante un paseo por un jardín botánico de su ciudad.

-Estoy jodido, siento mucho desprecio por todo, personas y cosas. A ver, me gustan un montón de cosas, claro, pero, yo qué sé.

-Está bien ser crítico, Seth.

-No, soy demasiado duro, cuando critico no sólo opino, yo sentencio.

Y continúa:

-Cuando conozco a alguien, tengo que verle algo especial, y si no, le cae encima una crítica terrible.  

Es una de las conversaciones que yo podría haber mantenido –y mantener aún– con este grupo de amigos de Málaga. Y al leer el cómic me he acordado de la escena de la mítica Caro diario de Nanni Moretti, esa en la que él se baja de la Vespa con la que se mueve por Roma para explicarle durante la pausa de un semáforo a un conductor de un descapotable que él, ni de lejos, es un misántropo, que él no odia a la gente, pero que sólo está a gusto con “una minoranza” de personas. “Yo creo en las personas, pero no en las mayorías”, dice. Soy tal cual, y me lo recuerda el cómic, que he disfrutado como cualquier libro de gran literatura que haya leído estos años.

Es una de las cosas que aprendí con la realidad y a la que di forma con estos cómics y con estas películas: soy resistente, pero no fuerte. Y aprender qué puedes hacer, qué no, o qué harías pagando un precio emocional y vital demasiado alto, inasumible, es una lección que supe tarde, aunque a tiempo. Se lo debo a los amigos y a la literatura, incluidos los cómics. Ahora sé con qué armas lucho y cuáles no tendré nunca, algo esencial para elegir los jardines en los que meterse.

Siento que asumí demasiado tarde no sólo mi propia fragilidad, sino la de los principios que dábamos por supuestos en nuestras sociedades desarrolladas. Uno ve a Puigdemont en sus delirios peregrinos y siente que le ocurre a un nivel público lo que a todos nos ha pasado alguna vez en la vida privada: la necesidad de que nos salven de nosotros mismos. Mucho de eso hay en La vida es buena si no te rindes.

Asumir la complejidad, a veces la mediocridad de la vida, y en ella buscar incentivos y alegrías, es una tarea titánica de la madurez. Constante, agotadora a veces. Incluso imposible, como le ocurrió a Moretti en esta hilarante escena de Palombella Rossa, donde termina por quitarse en medio tras la imposibilidad de reconciliar el hecho de que “somos diversos, pero iguales a los demás”. Aunque también llena de alicientes y sorpresas inesperadas.

Uno puede reconstruir su vida sin volverse un cínico. A veces basta con que un amigo te sugiera que vuelvas a los cómics y que otro te invite a dos cañas. La cuestión es tener el amigo, los amigos. Yo los tuve. Los tengo. Ellos saben quiénes son, pero a veces los afectos hay que ponerlos por escrito.

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Comentarios

Hay un comentario

  • 02.11.2017
    Jabi dice:

    Reciente ?? Esta maravilla lleva publicada en España desde el 2009 por SINS ENTIDO, ahora lo republica Salamandra….y si puedes, lee Ventiladores Clyde , de Seth tambien!

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