Visitamos la colección más importante de arte norteamericano en Europa

George Inness. ‘Mañana’, c. 1878. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid ha montado una gran exposición con 140 obras en torno a su colección de pintura de Estados Unidos, la más importante en Europa, según destacó en la presentación el director artístico del centro, Guillermo Solana. Desde los paisajistas del siglo XIX a Hopper, Rothko o Pollock. Hasta el 26 de junio de 2022. Hacemos un recorrido y seleccionamos 10 paradas imprescindibles.

La exposición Arte americano en la colección Thyssen es el resultado de un proyecto de investigación para estudiar y reinterpretar la colección de arte estadounidense que el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza (1921-2002) reunió a lo largo de más de tres décadas. La muestra forma parte de los actos de celebración del centenario de su nacimiento. Como explicó Guillermo Solana, director artístico del museo, en la presentación de la muestra la pasada semana, “la celebración del Año del Barón Thyssen se abrió con lo que fue su primera gran pasión, la pintura expresionista alemana, y ahora hemos querido cerrarla con su última gran pasión como coleccionista, el arte de EE UU”. Un interés que abarcó desde lo más contemporáneo, como Rothko y Pollock, hasta el paisajismo del siglo XIX –con representantes como George Inness y Frederic Edwin Church–, que había sido muy desdeñado y la apuesta del barón desempeñó un importante papel en su rehabilitación.

“Fruto de ese coleccionismo”, nos explican en el Thyssen, “el museo posee una extensa selección de pintura americana, en especial del siglo XIX, y se ha convertido en punto de referencia esencial para su conocimiento en el contexto europeo. Dividida en cuatro grandes secciones temáticas, esta exposición tiene como objetivo repensar la colección de arte americano con una mirada transversal, a través de categorías como la historia, la política, la ciencia, el medioambiente, la cultura material o la vida urbana, y considerando aspectos de género, etnia, clase o idioma, entre otros, para facilitar un conocimiento más profundo de las complejidades del arte y la cultura estadounidenses”.

La exposición –comisariada por Paloma Alarcó, jefa de Pintura Moderna del Thyssen, y Alba Campo Rosillo– muestra una selección de 140 obras, pertenecientes a la colección permanente, la colección Carmen Thyssen y préstamos de la familia Thyssen. Es el resultado también de una reinterpretación y recolocación de los fondos del museo, que se irá presentando al público a lo largo de 2022.

El Asombrario ha elegido para sus lectores las 10 paradas que ve más interesantes de la muestra:

1. Todo un acierto cómo se abre. Toda una declaración de principios de la complejidad y pujanza de la sociedad estadounidense, pues une en la misma sala a un filipino, Alfonso Ossorio, y un europeo, Willem de Kooning, nacionalizados en EE UU, ambos puro siglo XX, con lo más vanguardista de una extraordinaria artista, Georgia O’Keeffe (Desde las llamas II, 1954). Junto a ellos, esos paisajes que a los que crecimos en los años 60 y 70 nos recuerdan a las casas de nuestros padres, las casas Cuéntame, pues raro era el salón de los pisitos de las clases obreras que no tenía en un lugar preferente esas edulcoradas copias de paisajes con ríos, abetos, ciervos y ruborizados atardeceres, copias de artistas americanos como los que aquí contemplamos: El arcoíris de Worthington Whittredge, el Atardecer en la pradera de Albert Bierstadt, los almibarados paisajes con ríos, patitos alzando el vuelo, lagos y bosques de Frederic Edwin Church y John Frederick Kensett, y el evocador amanecer con vacas pastando, Mañana, de George Inness; todos ellos de la segunda mitad del siglo XIX.

Mark Rothko. ‘Sin título (Verde sobre morado)’, 1961. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

2. El montaje de la segunda sala de la exposición es otra genialidad; la propia comisaria, Paloma Alarcó, lo destacó en la presentación a la prensa: “Yo la llamo la sala de la mirada lenta”. Ahí están, mirándose, reflejando lo sublime, el recogimiento interior: Verde sobre morado (1961), de Rothko, “cuya contemplación pausada hace que su belleza vaya en aumento”; Bote abandonado (1850), de Frederic Edwin Church, y un extraordinario Clifford Still de 1965. Para disfrutarlos, el montaje ha tenido el bonito detalle de colocar un asiento aquí, nada menos que uno de los bancos diseñados por Rafael Moneo, el arquitecto encargado de la transformación del Palacio de Villahermosa para acoger la colección Thyssen, y que apenas se usan.

Charles Burchfield. ‘Sol de sequía en julio’. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

3. La sala con tres enormes acuarelas del inclasificable e incomprendido Charles Burchfield (1893-1967). Dice la cartela que su estilo “transmite una sensación de desasosiego; es una crítica nostálgica ante la imparable industrialización de la era moderna” (…) “y representa los misterios más profundos de la naturaleza”. Por cierto, el Thyssen ha elegido una de estas obras, Orión en invierno (1962), para ilustrar su felicitación de Navidad y Año Nuevo.

Edward Hopper. ‘Muchacha cosiendo a máquina’. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

4. Cómo no, los Hopper presentes en la muestra, con esa luz que no sabemos cómo pero que tan bien refleja soledad y melancolía: Árbol seco y vista lateral de la casa Lombard (1931), Muchacha cosiendo a máquina (hacia 1921), y, claro, Habitación de hotel (1931).

Karl Bodmer. ‘Encuentro de viajeros con los minatarre junto al fuerte Clark’, 1832-1834. Colección Carmen Thyssen.

5. La sala de las comunidades autóctonas del Oeste americano, grabados coloreados a mano de Karl Bodmer, entre 1832 y 1834, que reproducen pinturas indígenas pertenecientes a la colección de Carmen Thyssen. Obras que contrastan hasta chirriar –y el montaje está hecho con toda la intención del mundo– con esos lienzos que reflejan el gusto del Nuevo Mundo por imitar el acicalamiento cortesano europeo; ahí están lienzos como el enorme Retrato de la duquesa de Sutherland (1904), de John Singer Sargent, y lo que yo llamo el cuadro de los niños cabezones, Retrato de Isabella y John Stewart (hacia 1773-1774), de Charles Willson Peale.

Ben Shahn. ‘Identidad’, 1968. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

6. Los cuatro cuadros de realismo/activismo social, casi carteles revolucionarios, en especial Obreros franceses (1942), de Ben Shahn (1898-1969), polifacético artista judío lituano huido del régimen zarista.

Romare Bearden. ‘Domingo después del sermón’, 1969. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

7. Dos comunidades, la judía y la afroamericana, sin las cuales no se entendería EE UU. La primera representada en Ben Shann. La segunda, con el activista afroamericano y artista multifacético Romare Bearden. De él podemos contemplar el collage sobre cartón Domingo después del sermón (1969), que, como leemos en la cartela, “retrata una reunión social en la calle, posiblemente en el sur rural, del que su familia huyó para escapar del racismo. Las figuras tienen diferentes tonos de piel para contrarrestar estereotipos y expresar la diversidad entre los negros”.

Jackson Pollock. ‘Número 11’, 1950. Thyssen-Bornemisza Collections.

8. Los cuatro Pollock (1912-1956), principal representante del expresionismo abstracto americano, autor de unas 400 obras aunque solo vivió 44 años, que salpican varias salas.

Stuart Davis. ‘Pochade’, 1956-1958. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

9. Todo un ejemplo de arte sinestésico: Pochade (1956-1958), de Stuart Davis (1892-1964), “que quiso crear un equivalente al jazz en la pintura, traduciendo en sus obras la alegría, velocidad y ritmo de esta música”, según nos explica el Thyssen. “También su método de trabajo se asemejaba al de un músico, al crear variaciones sobre elementos utilizados en composiciones anteriores”.

Roy Lichtenstein. ‘Mujer en el baño’, 1963. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

10. Y los dos cuadros que rematan la exposición, que flanquean la puerta de salida; toda otra declaración de principios para terminar (quizá debiera decir declaración de finales, no sé). Un The End feliz pop, positivo, hasta frívolo, de materialismo y alegría de vivir, con colores destellantes, tan representativos de los años 60 y 70 en el Nuevo Continente: Desnudo nº 1 (1970), de Tom Wesselmann, y Mujer en el baño (1963), de Roy Lichtenstein.

Y 11. Por cierto, otro acierto: nada más salir, en la tienda creada ad hoc, lo primero que te encuentras son los libros de Walt Whitman y Thoreau. Así da gusto volver a casa, con buen sabor de boca americano.

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Comentarios

  • Rosario jimenwz diaz

    Por Rosario jimenwz diaz, el 25 diciembre 2021

    Sencillamente «esplendido»¡¡

    Una gran inyección de cultura que tanta falta hace en este mundo materialista.

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