Y luego dicen que el aceite es caro: la agonía del olivar tradicional
Andaluces de Jaén (y de España), aceituneros altivos, ¿qué estáis haciendo con los olivares? Abandona esa imagen idílica de centenarios olivos retorcidos recubriendo de verde la polvorienta campiña. El nuevo siglo ha traído la industrialización del olivar, que ahora se riega y fertiliza por goteo, se trata y cosecha con modernas máquinas, está en la mira de los grandes fondos de inversión que solo quieren ganar dinero rápido. El cambio climático, las sequías, altas temperaturas, bajas cosechas y precios del aceite tan disparados como disparatados están acelerando el cambio.
Cada año, decenas de miles de viejos olivares son arrancados, convertidos en leña, sustituidos por plantaciones en intensivo y en superintensivo. La transformación del paisaje agrícola es brutal. Técnicamente se denomina “reconversión del olivar”. Y todo el que puede se está pasando a ella porque con el secano la rentabilidad ha caído en picado. Otra cosa es lo que piensen los consumidores, divididos entre comprar aceite de oliva barato, el industrial, o apostar por el más sostenible, el tradicional.
Vacío legal y revolución tecnológica
¿Intensivo? Seguro que es la primera vez que lo escuchas. La ley no obliga a detallar en las botellas de aceite de oliva cuál es el método de cultivo. Todo lo más, el productor destacará si proceden de cultivo ecológico (sin pesticidas ni abonos artificiales) o es producción integrada (uso mínimo de pesticidas y abonos artificiales). Pero se omite algo tan importante como el paisaje que genera, si son olivares mecanizados o procede de los tradicionales, esa imagen que todos tenemos en la cabeza cuando pensamos en ellos y que está en peligro de extinción.
Algunas grandes empresas de la alimentación, como Lidl, ya han comenzado a incorporar la etiqueta de olivar tradicional en sus aceites de más calidad, pero no está respaldada por una entidad independiente que lo certifique. La realidad es que, hoy en día, por muy ecológico o de cooperativa que sea, la mayor parte del aceite de oliva extra virgen que consumimos es industrial o una mezcla del más modernizado con el de secano.
Para entender el problema conozcamos en primer lugar los diferentes tipos de cultivo que actualmente conviven en el campo español.
Cultivo tradicional. El que la mayoría de los consumidores consideramos como el único posible, el de toda la vida. Tiene un fuerte componente social, territorial y paisajístico. Ocupa pequeñas fincas, con más del 20% de pendiente y menos de 100 olivos por hectárea, de varios troncos, algunos con ejemplares centenarios. Sus beneficios no se corresponden con el trabajo que reclaman; en su mayor parte es manual y requiere de mucha mano de obra que resulta cara. La rentabilidad media es de 2.500 kilos de aceituna por hectárea y año.
Cultivo intensivo. Olivares adaptados a las máquinas y no al revés. Se plantan entre 200 y 500 olivos por hectárea, de un solo tronco, copa alta para facilitar el paso de la maquinaria y suelen contar con riego por goteo. Ofrecen buena calidad con una mayor rentabilidad. Prácticamente todo su proceso está mecanizado. Comienza a producir a partir del quinto año, obteniendo 5.000 kilos por hectárea de media cada año en secano y 10.000 kilos si tiene riego.
Cultivo superintensivo. Alta ingeniería agrícola al servicio del mercado. No hay árboles, son setos de altura inferior a los cuatro metros, podados en espaldera, al estilo de los modernos viñedos. Máximas densidades, entre 1.500 e incluso 3.000 árboles por hectárea. También comienzan a producir al quinto año, aunque hay dudas técnicas de que puedan vivir más de 20, lo que obligaría a sustituirlos. Son cultivos totalmente automatizados gracias a sistemas de poda mecanizada y recolección mediante máquinas vendimiadoras adaptadas al olivar. Obtiene producciones insólitas, superiores a los 12.000 kilos por hectárea. Pero cuando se recolecta con focos por la noche puede matar por error a miles de aves insectívoras, por lo que la Junta de Andalucía lo ha prohibido. En España suelen ser olivos de la variedad arbequina. Y no busques mochuelos entre ellos, aquí cualquier parecido con la naturaleza es pura coincidencia.
Una renovación del paisaje ya imparable
El sevillano Antonio Machado se habría quedado estupefacto. Ya no quedan “Viejos olivos sedientos / bajo el claro sol del día, / olivares polvorientos / del campo de Andalucía!”. El nuevo olivar del siglo XXI es de regadío y son plantaciones muy cuadriculadas.
Según el ministerio de Agricultura, en 2022 el olivar se ha situado por primera vez como el grupo de cultivo con mayor superficie regada en España, 866.736 hectáreas, el 23% del total. Hasta ahora, los cereales, con el arroz y el maíz a la cabeza, seguidos por los frutales no cítricos, eran los cultivos con mayor extensión en regadío, pero la sequía ha reducido su producción. Según la misma fuente estadística, Andalucía tiene 1,67 millones de hectáreas de olivar, de las que 649.762 ya son de riego, un 38%, muy por encima de la media nacional. Le siguen Castilla-La Mancha y Extremadura.
Tan solo la mitad del olivar español es ya tradicional, arrinconado a los peores terrenos, de alta pendiente (21%) y bajo rendimiento (42%). A pesar de esta marginalidad, mantienen todavía una estructura empresarial fuertemente ligada al medio rural que genera más de 32 millones de jornales por campaña. Frente a ello, el olivar intensivo ya supone el 46% de la superficie total. Y el superintensivo, que no para de crecer, de momento se limita al 3% restante.
Muriendo de éxito
Tanta mecanización, tan rápida y agresiva, no es buena. Como reconoce el científico José Alfonso Gómez, investigador responsable del Laboratorio de Erosión de Suelos del Departamento de Agronomía en el Instituto de Agricultura Sostenible – CSIC, con la mecanización del agro, especialmente del olivar, “hemos muerto de éxito”. Por culpa de tanta máquina, de tanta presión de la moderna industria agraria, “hay sitios de Andalucía donde ya no queda suelo fértil y otros están gravemente degradados”.
Frente a él, David Jordán, olivarero de Estepa (Sevilla), propietario de 30 hectáreas de olivar, trata de mantener ese suelo lo más rico y fértil posible, incluso plantando humildes flores silvestres entre los olivos. Es lo que algunos todavía llaman malas hierbas, pero son fundamentales para regenerar un suelo que sin esta ayuda extra se presenta árido.
Sin embargo, al mismo tiempo Jordán está eliminando los viejos olivos de cultivo tradicional de dos y tres troncos, sustituyéndolos por otros más jóvenes, mecanizables y que ya incorporan riego. “No queda otra”, reconoce. La mano de obra cada día es más cara. Los márgenes, más bajos. El mercado y la rentabilidad mandan. Y debe pensar también en sus hijos. En dejarles unas tierras y unos cultivos de los que puedan vivir. Porque solo con el olivar tradicional, al menos allí, ya no se puede vivir. Salvo que los consumidores lo hagamos rentable pagando lo que vale. Como ratifica el investigador José Alfonso, “el aceite de oliva vende paisaje, naturaleza y cultura, pero para mantener ese olivar tradicional debemos pagarlo y ayudarlo”. De momento, esos incentivos ni están ni se les espera.
Regar los olivares, un árbol duro y de secano donde los haya, no es el despropósito que parece. Muchas veces son riegos de apoyo que garantizan una cosecha mínima, imposible sin ellos en años de dura sequía. Tampoco tienen por qué mermar las reservas hídricas si hay una buena gestión de los recursos. Es el caso de la comarca de Estepa, donde se utiliza para el riego de los olivares el agua de la depuradora, la misma que hasta hace poco se vertía sin depurar en los cauces.
El (mal) ejemplo portugués
España es el principal elaborador y exportador mundial de aceite de oliva. Una cuarta parte de los olivos que hay en producción en el mundo están aquí. Cuenta con más de 2,75 millones de hectáreas de olivar, que suponen el 15,1 % de las tierras fértiles. Y su cultivo está presente en 15 de las 17 comunidades autónomas. Su importancia económica está fuera de dudas. Más de 350.000 agricultores se dedican a su cultivo, además de los 15.000 empleos generados por su importante tejido industrial en zonas rurales, con 1.831 almazaras, 1.763 envasadoras y 63 orujeras.
Sin embargo, los agricultores andaluces hablan mucho y con admiración de Portugal. Algunos ya consideran al país vecino la novena provincia andaluza, seguramente por su importancia olivarera. La producción actual del país luso ya supera las 200.000 toneladas de aceituna. En muy poco tiempo ha modernizado rápidamente su campo, muchas gracias a inversiones de olivareros andaluces. También gracias al agua abundante aportada por el embalse fronterizo de Alqueva, en el Guadiana, el más grande de Europa occidental. Con su ayuda se han plantado más de 70.000 nuevas hectáreas de olivar. Todo en superintesivo, por supuesto.
“Da mucha envidia sana cómo lo está haciendo Portugal”, reconoce Álvaro Olavarría, director gerente de Oleoestepa, la gran cooperativa aceitera, con 10 millones de olivos, 7.000 socios y 19 almazaras. ¿No se puede seguir apostando por el olivar tradicional?, le pregunto. Su respuesta no deja lugar a dudas. “No tenemos otra alternativa de cultivos”, justifica. Los tiempos obligan a aumentar las producciones reduciendo los costes. La crisis climática hace muy difícil seguir apostando por el secano. Y la mano de obra en el mundo rural, tanto la generalista como la especializada, escasea. Las máquinas están comenzando a cubrir este déficit.
El aceite de oliva está caro, pero lo va a estar mucho más
Este año no se habla de otra cosa. El precio del aceite de oliva se ha disparado, está por las nubes; hasta 10 y 12 euros por una botella de aceite virgen extra (AOVE). La explicación hay que buscarla en el campo. Incluso con la incorporación del regadío, las dos últimas campañas han sido un desastre, la mitad de producción que en un año normal. Y la recién terminada no apunta a mejor. Todos los olivareros con quienes hemos hablado dan prácticamente por seguro que el precio del aceite seguirá subiendo. ¿Hasta dónde? Nadie lo sabe. La noticia no puede ser peor, pues al final dejaremos de comprarlo y su cultivo ya no será rentable. Es la historia de un colapso anunciado.
La culpa la tiene el cambio climático. Llevamos un lustro con precipitaciones por debajo de la media y dos años con una cosecha en mínimos históricos. Por si fuera poco, esta primavera una inusual ola de calor en mayo, con temperaturas de hasta 40 grados, abrasó la flor de los olivos, literalmente las quemó. Y el poco olivar que aguantó esos calores volvió a resentirse cuando en otoño las temperaturas se dispararon de nuevo. En las últimas dos campañas, la cosecha ha sido menos de la mitad de lo que era habitual. Como para no buscar riegos que salven las cosechas. Como para negar la evidencia de la emergencia climática.
Desde Estepa, el responsable de Oleoestepa no oculta su preocupación por el descenso de la producción, aumento de los precios y consecuente caída del consumo. Porque una vez que el consumidor se acostumbre a cocinar con otros aceites más baratos, se teme que será difícil recuperar los buenos hábitos del AOVE. Optimista a pesar de todo, Olavarría confía en que todo quede como una mala racha climática. “En cuanto mejore la climatología bajarán los precios”, augura. Porque no es posible traerlo de otros países para bajar aquí los precios. España es el mayor productor mundial de aceite de oliva, pero en los otros países productores del arco mediterráneo las cosechas han sido igualmente desastrosas. Esta crisis ambiental es planetaria.
Un poco a contracorriente, Olavarría defiende que “el aceite de oliva es muy barato, lo que es muy caro es una botella de agua mineral”. No le falta razón. Y concluye: “No tiene precio por lo buena que es”. Otra cosa es poder pagarlo.
Olivares vivos y floridos
No todo está perdido. También en Estepa, un proyecto científico respaldado por los propios agricultores aspira a reverdecer sus olivares. Se llama Biolivar y promueve algo todavía tan impensable en España como favorecer el crecimiento de «malas hierbas», que incluso se siembran y cuidan con cariño de jardinero. Técnicamente se denomina «optimización del capital natural del olivar». Detrás de estos primeros ensayos se busca lograr una producción rentable y de calidad gracias a la regeneración de los suelos, lo que al mismo tiempo mejora la biodiversidad y reduce el consumo del agua.
En esta misma línea, pero ya con resultados tangibles sobre el terreno, SEO/BirdLife promueve el proyecto LIFE Olivares Vivos. Una extraordinaria conjunción de olivareros, científicos y ecologistas convencidos de que cuanto más aceite consumamos de olivos tradicionales donde se respeta el paisaje y el paisanaje (incluidos los animalitos), más lechuzas y abejas tendremos.
Favoreciendo esas erróneamente llamadas malas hierbas, también que como dice el refrán, en cada olivo vuelva a haber un mochuelo, haya suelos vivos y floridos e insectos variados, los olivos se hacen más resilientes a los cambios y también, por lo mismo, más resistentes a la sequía y las altas temperaturas. Paralelamente, se logra un ahorro de los costes de producción, hasta un 22% menos de insumos, y, por tanto, una mayor rentabilidad. Que igualmente se incrementa al poder certificar el aceite con el sello Olivares Vivos, una etiqueta que aumenta su rentabilidad en el mercado agroalimentario internacional y promociona la conservación de la biodiversidad como importante valor de mercado. Actualmente, son ya 36 las marcas de AOVE que llevan este sello, «el único respaldado por una sólida base científica y demostrativa», se enorgullecen en SEO/BirdLife.
Los beneficios van más allá de los campos de cultivo, pues las actuaciones de regeneración del olivar incluyen la recuperación de la vegetación natural del agrosistema en las zonas improductivas, como bordes de caminos, cárcavas o linderos, clave para recuperar su biodiversidad.
Desde 2015, y con la financiación de dos proyectos LIFE, Olivares Vivos desarrolla este modelo de olivicultura innovador en su concepto, pero tradicional en sus orígenes, nacido del consenso. Ahora, a través del Life Olivares Vivos+ (2021-2026), se trabaja en acelerar la difusión del modelo por las principales regiones olivareras europeas, extenderlo a otros productos, como la aceituna de mesa, y transferirlo a otros cultivos. Esto último se está logrando con la puesta en marcha del proyecto Secanos Vivos.
El desafío está ahora en el tejado de los consumidores responsables, pero sobre todo críticos. Aunque el precio del aceite no baje, es necesario seguir apostando por aceites de oliva que son salud para nosotros, para el mundo rural y para los ecosistemas.
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